'La hora Jean Claude' en ABC

BFklTaZCcAAN2TNEn mi columna de este domingo pasado de ABC, quise recordar a un hombre que marcó un momento concreto de mi vida. Se llamaba Jean Claude y, como cuento en el artículo, lo conocí por casualidad. Su actitud en un momento de la vida concreto se replicó en mí años después y creo que inspirado de alguna manera por sus consejos y estímulos. Perseguir retos es cuanto hago desde aquel mayo de 1987 en que guardé en una mochila algo de ropa, muy poco dinero y una enorme cantidad de sueños y me lancé a un viaje a lo desconocido que empezó en París pero que aun no ha terminado. En ese viaje he conocido gente extraordinaria, muchos ya no están en este mundo loco de los vivos. Hoy os hablo de uno de ellos.

UP IN THE CLOUD [ABC EMPRESA] - “LA HORA JEAN CLAUDE”

Hay vuelos que deberían de estar prohibidos. A las 6 de la mañana es inhumano obligarte a volar pero ahí estaba yo sin alternativas, en el aeropuerto de Paris-Orly, con un madrugón agresivo hasta el mareo. Hace años pero lo recuerdo como si fuera ayer. Un tipo mayor que yo con un traje caro, recibiendo palmaditas y flores, abrazos y consejos. Sucedía frente a al puerta 18. Era un directivo francés que tomaría mi mismo vuelo. Miré aquel hombre, sus gestos, su sonrisa forzada y por el cansancio o la falta de sueño me dormí. De repente un “on va!” enérgico me puso en guardia. Ese hombre me alertaba que perdería el vuelo. Sin embargo, quien decidió no tomarlo fue él. Me dio una tarjeta y se despidió de mí. Se llamaba Jean Claude y me escribí con él hasta hace apenas dos años en que falleció.

Aquel hombre, directivo, en el mejor momento de su vida, capaz de liderar la expansión de su compañía, de convertirse en parte de la literatura económica francesa, renunció a ese futuro y se lanzó a lo que le apasionaba: la formación. Ese mismo año, en 1999 fundó un centro de formación económica en el centro de Lyon. Ahora es un enorme centro comercial. En un correo pocos días después, Jean Claude me explicó aquella decisión radical, matinal e irreflexiva: “al igual que la sociedad vive tranquila y equilibrada por los narcóticos, noto que la seguridad de mi vida es tóxica. Dirigir una empresa es extraordinario salvo cuando eso no te deja sentir la vida”. Consideró que tenía que hacer lo que merecía la pena y lo hizo.

Pocos meses después yo volvía a retorcerme de gusto fundando otra compañía. Era la quinta y en mi retina permanecía todavía el color intenso del último fracaso. Cerré el ciclo en que trabajaba para otros y así pagar las deudas contraídas en aquel desastre anterior. Sin embargo, lo hice de nuevo. Sabía que estábamos a las puertas de una revolución como ya lo estuvieron otros antepasados, sólo que esta vez era digital, orgánica, distribuida y global. Yo quería ser parte. Lo sigo queriendo. Pensé que “quienes mandan” no identificaban el momento. Y siguen sin detectar el fragmento de historia que por suerte nos está tocando vivir. Además estaba convencido que vivimos una revolución emprendedora y horizontal. Entendí en un momento determinado que ya no era un tema de los que dirigen, era una revolución íntima que algunos tenemos la suerte de sentir desde dentro.

Sigue sin ser cuestión de cambiar modelos de crecimiento o de impulsar políticas, de renovar acciones complementarias o de estimular la emprendeduría, de mejorar las tasas tributarias o de impulsar la exportación, ni siquiera es tema de tecnología. Se trata de entender los tiempos que corren. Un cambio de actitud, un gesto global y entendible, la composición de un sueño colectivo que sea capaz de disolver en la nada tanta pesadumbre y tristeza. Es la hora de los soñadores, de los valientes, de los que ven en cada dificultad una aventura y en cada ruina una lección. Es la hora de ‘el Jean Claude’ que todos llevamos dentro.

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