Cuando salir de la crisis es un 'deja-vu'

Hoy participo en un programa donde se cuestionará si el final de la crisis es real. Esto es algo que desde hace años se cuestiona. Es como si por repetirlo vaya a suceder. De hecho hace tres años ya lo respondí en la propia Contra de La Vanguardia. Sigo pensando igual que entonces y, algunas de las cosas que temía se están dando lo que no hace más que ratificar que por aquel entonces se entró en una dinámica de parálisis definitiva a pesar del estribillo ridículo y pueril que los ministros sucesivos se esforzaron en pintar de colores diversos.
De hecho, ahora mismo se cuestiona si hemos salido de la crisis, o estamos saliendo, porque los datos de empleo y algún otro, así ‘lo demuestran’. La llamada recuperación está llegando dicen. Tal vez, pero maldita recuperación si de lo que hablamos es de recuperar lo que ya teníamos, de retomar la senda del absurdo acumular ladrillos por todas partes y darle valor por el mero hecho de intercambiarlos de mano mientras miles de personas pierden sus viviendas al mismo tiempo. Eso es lo que viene.

No se ha hecho nada, la oportunidad histórica que teníamos ante nosotros está pasando como pasan los trenes de mercancías que no paran nunca. La realidad que persiste tras esas cifras de papel cartón es siniestra. Huida de jóvenes y no tan jóvenes, de una sociedad esclerotizada, de una clase media hundida y de una política plomiza e intratable, descubres que no ha pasado casi nada. La reacción es mínima y ahora, incluso, inexistente. Es tanto el pavor a perder lo poco que nos queda que hemos enmudecido. Es tanta la inspiración que supone recuperar el modelo productivo improductivo que lo vamos a repetir.

El silencio de los corderos. Tenemos tan poco que pensamos indispensable vivir conservando la nada más absoluta. Nos estamos quedando sin libertad pero con más ladrillos en la sala de espera. Se nos pasa la cuenta de nuestro cambio de modelo como en otros países si están asumiendo y tomando en cuenta.

Cuando nos dicen que ‘estamos saliendo de la crisis’ porque el empleo mejora es de aurora boreal. Probablemente mejore todo, inclusive el consumo, pero quemar la tierra ya quemada hace apenas unos años la convierte en desierto tarde o temprano.

Desde que se inició la crisis en 2008, el único movimiento que se detectaba en el ladrillo era recesivo. La construcción perdió cerca de 2 millones de empleos en seis años, 6 de cada 10 puestos de trabajo destruidos durante la crisis eran de la construcción. Pero ahora resurge.

El sector que se llevó la economía y la sociedad por delante, por aquello de que culturalmente en España es bueno tener propiedades, jugar con ellas y especular con su acumulación, porque todos podían ser promotores y todos vendedores, traders de viviendas o lo que fuera, ahora es el motor del nuevo empleo. Ya lo es. No lo es la tecnología, ni lo dependiente de una economía moderna y actualizada. Se nos llena la boca a todos de ‘futuro’ pero construimos pasado.

Según la última Encuesta de la Población Activa, que elabora el Instituto Nacional de Estadística, los parados de la construcción han pasado de 1,857 a principio de 2013 (en su nivel más alto) hasta 1,43 millones a finales de 2014. La cifra se ha reducido en 427.000 personas. El sector ha pasado de destruir empleo a crearlo a un ritmo equivalente en términos anualizados de cerca del 9%. No digo que sea malo crear empleo, en cualquier sector es bueno, pero cuando es desequilibrado otra vez, dependiente de unos factores concretos y a la vez expulsa de ese crecimiento a los que deben llevarnos a ser competitivos en el mundo que se está creando, la cosa es grave. Muy grave.

Es un empleo volátil y temporal. Con gran rotación y de baja cualificación. Por no decir lo absurdo de iniciar la conquista inmobiliaria en un país donde hay más de medio millón de viviendas vacías. No se aguanta por ningún sitio que sigamos pensando que eso es una recuperación o salida de la crisis.

Vamos a convertir lo que es un cambio de época, un nuevo modelo socioeconómico al que podíamos subirnos, no sin sufrimiento, no sin esfuerzo, en nada. Vamos a dejar pasar la oportunidad de dejar a nuestros hijos un mundo mejor a cambio de dejarles un nuevo ‘pack’ de hipotecas.

De hecho la EPA del primer trimestre de 2015 dice que el paro bajó en 13.100 personas en los tres primeros meses del año pero que se destruyeron 114. 300 empleos. Aunque se trataba del mayor descenso del desempleo en un primer trimestre desde 2005, el paro subió ligeramente, desde el 23,7% hasta la el 23,78%. Hay menos personas buscando empleo porque no confían en lograrlo o sencillamente ya no están.

Por sectores es de traca. El empleo cae en los servicios en 136.000 personas y en la agricultura (-9.000); mientras que aumenta en la construcción (en 30.000 personas) y en la industria (3.000). Porcentualmente asusta. La gente preparada y joven se va, los que necesitan un empleo aunque sea precario se apunta a la lista de la próxima obra.

La crisis dicen que se va. Que se lo cuenten a los nuevos 27.300 hogares que no tienen a nadie currando y que viven ya en el umbral de la pobreza. Se suman a los casi dos millones que existen. Eso si es salir de la crisis.

¿Y que deberíamos haber hecho? Que se debía haber tenido en cuenta en este tiempo, en el futuro inmediato tal vez, mucho más. Asumir el momento y haber aprovechado que la dureza de un parto social, revolucionario, de entrada a un mundo distinto requería de poner cimientos para ello. Además veníamos de las vacas gordas, había pasta para cambiarlo todo, pero daba miedo parar la máquina que finalmente se paró y ahora quieren arrancar de nuevo.

Recientemente se hizo referencia a un informe que decía que el 47% de los puestos de trabajo que existen en el mundo son susceptibles de ser automatizados en las próximas dos décadas. Una mayor automatización supone una mayor eficiencia para las empresas, por ende, mayores ganancias y menos necesidad también de puestos de trabajo. Maquinistas, traductores, electricistas, gestores, e incluso vendedores, se prevé que desaparezcan.

Esto que puede ser muy malo podría convertirse en una tremenda ventaja en cuanto a la construcción de un mundo mucho más ‘mental’ y menos ‘físico’. Me imagino personas disfrutando de cosas que no son accesibles ahora porque precisan de costosas cadenas de valor. No obstante, de momento, solo detectaremos lo malo, lo que convierte este momento en un auténtico desastre socioeconómico, veremos que esa dinámica solo enriquecerá a los que puedan desarrollar máquinas inteligentes o logren establecer aplicaciones sustitutivas de la mano de obra. Eso sería terrible. Sería la continuación a las últimas tres décadas en las que la participación de la mano de obra en la producción se ha reducido a nivel mundial del 64% al 59%.

Me niego a pensar en clave negativa y me gusta pensar que poco a poco, cambiando los tractores que conducen este cambio, personas por delante de líderes que no tienen perspectiva, podremos lograr un nuevo modelo de crecimiento basado en cosas que ahora nos parecen ciencia ficción.

Crear empresas, con nuevos planteamientos era la clave. Si no se estimula las políticas que apoyen a la creación de empresas con base tecnológica o vinculadas a la nueva economía, todo este ‘resurgir’ serán fuegos artificiales que nos van a quemar a todos. Algunos ya no están, se fueron, y nos fuimos donde hay oportunidades para retomar proyectos que se ajustan socialmente a lo que es un momento extraordinario de la historia. Hay paises que lo dejarán pasar y cambio dirán que están ‘recuperando’ no sabemos que, otros, a cambio, las pasarán putas para subirse al tren del futuro.

Esto no es una crisis, sencillamente es una revolución. Recordemos que cuando en el siglo XIX entró una máquina de vapor a una fábrica de 400 trabajadores para que la llevaran sólo dos, hubo 398 personas que creyeron estar en una crisis absoluta y no sabían qué hacer. La sociedad nombró “crisis Industrial” a lo que siglos más tarde hemos llamado “Revolución Industrial”. Aquella sociedad aprendió a colocar a todas esas personas en diferentes sectores y a mejorar la vida de todos. Nosotros estamos aprendiendo a modificar nuestros ritmos vitales, económicos, sociales, políticos para que la gente se incorpore en esta revolución tan absoluta. Hoy la respuesta al momento actual no está en recuperar nada, ni en hablar de crisis, sino en intervenir teniendo en cuenta que estamos viviendo una revolución en todos los sentido

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