La importancia de 'RadarCovid' para convivir con el virus

Es evidente que el plan previsto para afrontar una segunda batalla contra la pandemia del Covid19 es la de convivir con el virus. Es más que evidente que nadie se plantea tomar medidas como las que vivimos en la pasada primavera pase lo que pase. Se van a establecer ‘acciones quirúrgicas’ a partir de confinamientos selectivos y cierres puntuales de algunas actividades económicas o sociales. Podría ser una buena idea. Al fin y al cabo, disponemos de una capacidad tecnológica inmensamente superior a la que tuvieron nuestros antepasados en otras crisis de este tipo.

Es evidente que el plan previsto para afrontar una segunda batalla contra la pandemia del Covid19 es la de convivir con el virus. Es más que evidente que nadie se plantea tomar medidas como las que vivimos en la pasada primavera pase lo que pase. Se van a establecer ‘acciones quirúrgicas’ a partir de confinamientos selectivos y cierres puntuales de algunas actividades económicas o sociales. Podría ser una buena idea. Al fin y al cabo, disponemos de una capacidad tecnológica inmensamente superior a la que tuvieron nuestros antepasados en otras crisis de este tipo.

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En concreto, a diferencia de las catástrofes sanitarias medievales o de principios del siglo pasado, ahora tenemos la capacidad de saber la temperatura de cualquier persona a tiempo real, de cruzar sus datos con la de otras variables y, por supuesto, la de utilizar aplicaciones tecnológicas que nos aporten de manera pro activa donde está el potencial contagio. Así lo han hecho en algunos países, así debería ser en el resto. Pero, la realidad a veces se queda lejos de las expectativas.

En España, tras muchos meses hablando de ello, tenemos una aplicación llamada Radar Covid. Tenemos pero no tenemos. Aunque ha costado un dineral para ser lo que es, que se ha pasado de una prueba piloto de algo que ya estaba más que pilotada en algunos lugares del mundo y de que, finalmente te la puedes descargar, resulta que ahora depende de que las comunidades autónomas les venga bien implementarla. Tranquilos, no hay prisa. A fecha de hoy son ya siete comunidades las que lo han hecho.

Un tipo de aplicación que algunos países han tenido que obviar por la falta de penetración social mientras que otros pueden alardear de que son un éxito notable. En este segundo caso destaca Irlanda. La aplicación de Irlanda tiene una de las mejores tasas de adopción del mundo: el 37% de la población descargó la aplicación en su primera semana y su aparente éxito nos da las claves de que debemos de hacer el resto para que un desarrollo tecnológico como este sirva para algo más que para montar una campaña publicitaria de lo modernos que somos. 

Tengamos en cuenta que, si como he dicho antes, la idea es convivir con el virus, más vale que adoptemos todas las opciones disponibles para atajar cadenas de contagio, reduzcamos las exposiciones de asintomáticos y generemos el menor caos económico posible. Para ello el tiempo es crucial y seguir asistiendo a esta merienda ridícula sobre que comunidad tiene o no tiene implementada la aplicación es deplorable. Además, una aplicación de una sencillez extrema que ha precisado meses de trabajo, pruebas y ventoleras, ahora se suma como la gran esperanza ‘tech’ contra el bicho. 

En todo caso, dejando de lado el retraso y la fiesta burocrática, veamos que hay que tener en cuenta para que, por lo menos, nos amortigüe la hostia santa que nos vamos a dar en otoño. Hablamos de temas técnicos, matemáticos y sociológicos. Por un lado hablamos de lograr que un buen número de personas la utilicen. No deben ser todos, pero sí debe haber una tasa mínima.

Otra clave será la de coordinar la aplicación con el rastreo manual y humano. La aplicación de Irlanda se adapta perfectamente a su programa de rastreo manual que es igualmente importante para mantener a raya al coronavirus. Por lo tanto, ¿cómo vamos de rastreadores? En cuanto se ponga en marcha el aparatito se van a precisar centenares o miles de nuevos rastreadores que puedan hacer frente al seguimiento de todas las cadenas que surjan. El paralelismo con el asunto de las mascarillas es innegable. Mientras no había stock de mascarillas no fueron obligatorias. Mientras no hay garantía de que va a haber rastreadores humanos suficientes no hay aplicación.

Más claves. Disponer del código en abierto para que la comunidad realmente sepa hasta que punto se está respetando su privacidad y su seguridad es clave. No basta con decirlo, hay que demostrarlo. Mientras exista una sola duda, habrá alguien que no se la descargará por ese motivo. En Irlanda, los equipos de desarrollo adoptaron un enfoque colaborativo y cooperativo, trabajando en múltiples agencias y empresas, todos enfocándose en un solo objetivo por el que todos podrían trabajar. Igual esto ayudó a que fuera un éxito desde el principio.

¿Que hemos aprendido de la primera y apocalíptica ola? A veces parece que poco y ante la aparente segunda tanda (o rebrote de la primera) el uso de tecnología sigue siendo una asignatura pendiente. El ministerio de economía y transformación digital y la secretaría de estado de inteligencia artificial permanecen como una anécdota en todo este cruce de sucesos. Podríamos esperar mucha más tecnología, agilidad y modelos inteligentes y todo lo que tenemos son fallos en la tramitación de expedientes de la administración, errores en el seguimiento de datos y una aplicación de una sencillez absoluta como factor estrella. 

Ni teníamos el mejor sistema sanitario del mundo (cómo mucho teníamos a los mejores sanitarios del mundo), ni el turismo era un modelo de crecimiento robusto, ni la innovación es el paisaje de nuestra economía. Así nos va. ¿Donde están los modelos matemáticos que muchos científicos están pidiendo? Y es que es evidente que, tal y como ha nacido Radar Covid, no va a significar un antes y un después en la lucha contra la pandemia. En cualquier caso, nos dirán que es la leche y que va muy bien. Algo parecido al discurso oficial sobre que ‘lo peor ya ha pasado’ y tal. Pero la realidad pesa como el plomo. Si no es muy usada, fracasará. Si se usa mucho colapsará el sistema de rastreadores tal y como ahora lo tenemos dispuesto.

En todo caso, descárgatela aquí o aquí. Yo la tengo y sigo pendiente de cuando me digan que ya funciona en todo el territorio. La app utiliza un protocolo Bluetooth de bajo consumo que aprovecha una API de Apple y Google. Así, si una persona confirma que ha sido diagnosticada con COVID-19 en la aplicación, el sistema enviará automáticamente una alarma a los potenciales contactos de riesgo, fuesen conocidos o simplemente personas con las que te has cruzado por la calle o donde sea. Dicen que el 15 de septiembre ya funcionará en todas partes. No hay prisa.

La ley no escrita de la proporcionalidad entre éxito de un producto y el tiempo de expectativa sobre la opción de utilizarlo, dice que si pides descargarte una aplicación que no se va a poder utilizar hasta un mes después, la apatía se generaliza. Apatía y borrado de la aplicación van juntos en este caso. Radar Covid no se ha podido poner en marcha al 100% porque las competencias sanitarias están transferidas a cada comunidad y estas tenían que establecer un circuito para notificar el positivo. 

Sinceramente creo que no es culpa ni del Ministerio de Economía, ni de la Secretaría de Estado de Inteligencia Artificial. Estoy seguro que han hecho lo que han podido. Se han enfrentado a una amalgama de trámites, aprobaciones y cortinas para encargar a alguien que la hiciera. Luego, estoy seguro, la puesta en marcha del proyecto tuvo que gustarle muy poco a Sanidad, que siempre ha mostrado cierto escepticismo ante este tipo de soluciones de rastreo. 

No puedo ni imaginarme como debió ser la conversación entre los responsables epidemiológicos, algunos ministros, asesores medios, ayudantes de asesores, responsables de validación, analistas de procesos públicos, verificadores de analistas, responsables de comunicación, coordinadores de verificadores y los gestores del proyecto. Tuvo que ser como pasarte una hora viendo videos de TikTok sin parar y sin beber. Lo dicho, descárgatela y así el 15 de septiembre ya lo tienes hecho. Si la idea es convivir con el virus, se nos tienen que ofrecer todas las herramientas posibles y lo antes posible para que esa convivencia sea factible y no un desastre monumental.

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¿Qué aplauden exactamente? La primera etapa del optimismo es el realismo.

El discurso oficial de que, en lo económico, hemos tocado fondo no es más que eso, un discurso oficial. Se basa en índices y cifras que, obviamente, no van a llegar más abajo. Por lo menos en caída del PIB, en personas que no van a trabajar o en falta de ingresos en las empresas. Venimos de una congelación casi absoluta de los ciclos económicos e industriales. De ahí que esa apreciación no se pueda rebatir. Otra cosa es lo que busca una afirmación de ese tipo. Desde la óptica de quién tiene que ofrecer un relato de superación y de mejora, comparar una caída del PIB del 20% trimestral con el siguiente en un 10%, por decir algo, supone un avance positivo comparativamente hablando, pero objetivamente y en ciencia económica no sirve para evaluar la dimensión de la tragedia.

El discurso oficial de que, en lo económico, hemos tocado fondo no es más que eso, un discurso oficial. Se basa en índices y cifras que, obviamente, no van a llegar más abajo. Por lo menos en caída del PIB, en personas que no van a trabajar o en falta de ingresos en las empresas. Venimos de una congelación casi absoluta de los ciclos económicos e industriales. De ahí que esa apreciación no se pueda rebatir. Otra cosa es lo que busca una afirmación de ese tipo. Desde la óptica de quién tiene que ofrecer un relato de superación y de mejora, comparar una caída del PIB del 20% trimestral con el siguiente en un 10%, por decir algo, supone un avance positivo comparativamente hablando, pero objetivamente y en ciencia económica no sirve para evaluar la dimensión de la tragedia. 

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El asunto no es si comparativamente hemos llegado a lo más profundo. Eso ni de lejos se ha producido. El mercado laboral esta intervenido, la liquidez a las empresas se ha estimulado con préstamos y el pago de tributos se ha aplazado sin intereses durante un tiempo. De ahí que las impresiones de tipo inmediato son, en la comparación también inmediata, hasta favorables. Pero nada más lejos de la realidad objetiva y científica. El desastre en economía, por lo menos no en los países con ciertos amortiguadores casi automáticos que se disponen en momentos de quiebra, suelen retrasarse unos años. Lo vimos en la anterior crisis, la inmobiliaria y financiera. El sistema mundial se desplomaba en 2008 pero hasta bien entrado el 2010 no lo vimos reflejado en la economía real. Los datos indicaban estabilización, una pequeña recesión o, incluso, una recuperación que se llamó ‘brotes verdes’. Después vino el diluvio universal. 

Ahora todo es distinto, en su génesis y en su embrión, pero no en sus efectos. Afecta a otros sectores, especialmente a otro motor, el turístico, pero derivará a toda la economía. Primero, los elementos estabilizadores que se pusieron en marcha aumentando el gasto y prometiendo alcanzar una deuda impagable, disfrazan la realidad. Incluso, no lo dudes, a finales de este mismo año alguien hablará de ‘nuevos brotes verdes’. De hecho una ministra que optaba a presidir la comisión europea, con una formación excelente y un alto grado de perspectiva en materia económica, ha llegado a decir que ‘lo peor ya ha pasado y que se inicia la recuperación’. Eso ni es cierto, ni puede serlo.

Lo peor vendrá en dos oleadas. Una cuando el mercado laboral deje de estar dopado y otro cuando venzan los créditos públicos que se han ido otorgando a empresas con dificultades de liquidez. Si me apuras hay otra tercera oleada que será más sutil. Las prórrogas tributarias y los retrasos concedidos a los pagos se irán actualizando y cumpliendo. Cuando eso pase, todo a la vez, el agujero será de tal calibre que cabrá toda la economía productiva española y, potencialmente, la de algunos países de nuestro entorno. 

España ha ido decreciendo en innovación, en inversión tecnológica y en aportar presupuesto en cambiar un modelo de crecimiento que supone demasiada dependencia. Nadie podía esperar lo que nos ha pasado, o sí, pero lo cierto es que estamos en un muy mal puesto de salida. En la ‘pole position’ están muchos por delante. Desde el final de la parrilla vemos al resto. Rugen sus motores. El nuestro sigue parado y en manos de un ERTE.

El escudo social era y es imprescindible pero no puede dirigirse todo en ese sentido. Se debe equilibrar o lo pagaremos muy caro. Esto no va de tener que devolver las ayudas europeas, ya se verá, tampoco de aguantar la presión social gracias a subvenciones y rentas básicas, tampoco se tratará de aplanar la curva de datos negativos en lo económico o de interpretar una recuperación económica cuando los cocientes sean algo favorables. El problema es otro. Esto va de cómo vamos a quedar al final de esto. En que puesto de la parrilla estaremos al terminar. En 2023 la cosa podría rozar una potencial igualdad de producto interior bruto. Podría ser. No obstante, más que nunca, será el momento de detectar si ese PIB surge de lo mismo de siempre o de un escenario más moderno y tecnológico, menos dependiente de ciclos y menos frágil cuando se produce una crisis. 

Cualquiera que sea tu opinión sobre el impacto de la automatización en la mano de obra, podemos estar de acuerdo en que el trabajo futuro requerirá un análisis profundo de en que vamos a ocupar a todo el mundo. Una sociedad que alcanzará la cuarta edad cada vez con mayor intensidad y número, un planeta tecnológico y competitivo, un modelo exportador distinto donde el producto quedará sustituido por el servicio y donde el capital deflacionará en beneficio del valor de las cosas y no de su coste de producción, ese mundo, será otro y será pronto.

¿Qué hay pensado? ¿Quién está al volante? ¿Qué podemos hacer los empresarios y los trabajadores? ¿Cómo pensar en el futuro a medio si mi presente y futuro inmediato pinta gris marengo? Tengo la impresión que no hay mucho pensado, que quien dirige esto o quién pretende dirigirlo algún día no lo están pensando y que lo que podemos hacer nosotros tiene que ver con un nuevo modo cultural de entender las crisis. Tengamos en cuenta que la crisis no se irá por mucho que lo digan los noticiarios o una ministra. No se irá, se instalará por tiempo. Tengamos en cuenta que la nueva normalidad no era lo que describió el presidente del gobierno en base a unas normas y protocolos de seguridad en el día a día, no, era otra cosa. La nueva normalidad no era más que la aceptación de paradas técnicas de la economía, de la incertidumbre y de la fragilidad. La nueva normalidad no es teletrabajar, es convertir el teletrabajo en un modelo de rescate laboral y de seguridad en lo imprevisible. 

Verás en los próximos meses como el cierre de comercios, locales de ocio, restaurantes y hoteles se generalizará. Después, por pura deriva y de ‘vasos comunicantes’, se irán clausurando empresas de servicios, despachos profesionales, autónomos que dejarán de estar en alta y despidos masivos. Llegaremos a cifras inéditas. Y en todo ese desastre, a lo lejos, quedará una luz brillante indicando el camino. El inevitable camino. La modernización de una economía que ahora depende de la mano de obra mal pagada y temporal y de un consumo ineficiente e ineficaz. Una luz indicando que la economía de un país debe ser diversa y su estructura de crecimiento no puede depender de ningún sector más allá del 5 o 6%. Para eso hay que reflexionar, rápido, y ejecutar un plan que no sólo puede ser un ‘escudo social’. Esa trampa nos lleva al desastre.

El gran desafío no es recuperar el empleo perdido, ni tan siquiera volver a tener el turismo a pleno rendimiento. Tampoco es recomponer el modelo de crecimiento anterior. Ni proteger a desempleados, ni rentas básicas, ni nada. El gran reto es, y pronto volveremos a ver como se aparece en su total virulencia, la robotización de la industria, la automatización de los servicios y la sustitución de empleos en múltiples campos. La llegada intensa y sin miramientos de la inteligencia artificial y la gestión masiva de datos, se va a llevar por delante mucho de lo que, ahora, se pretende proteger artificialmente. 

La urgencia no es el escudo social y ampararse en él. Lo urgente es recuperar el debate y el proyecto, si lo hubiere, acerca del futuro del empleo. No veo a nadie pensando en pasado mañana. Sólo veo discursos alejados del problema. Una vez la economía empiece a poder comparar cifras y, estéticamente, proporcione comparativas de crecimiento lento pero constante, en menos de dos o tres años, nos explotará frente a las narices algo que íbamos a denominar ‘quinta revolución industria’ y que, de no hacer nada, le llamaremos ‘la crisis de los robots’. 

Esta pandemia nos ha dado un toque de atención brutal, equivocar el diagnóstico puede ser peor a medio plazo que la consecuencia inmediata. Confío en que vamos a ponernos en marcha, pero no confío en quienes dicen que nos van a ayudar a hacerlo. Por lo menos no puedo confiar mientras el discurso se disfraza, los datos se manipulan y a todo se le pone un cenefa de aplausos. No hay demasiado tiempo. Una vez pase medio año, el punto de no retorno se habrá alcanzado. Lo hagamos en los próximos cinco meses, afectará a los próximos quince. Esto no irá de recuperar nada, se tratará de reinciarlo todo. Para ello hay que reventar violentamente la burbuja de protección publicitada lo antes posible y descubrir el desastre bíblico al que nos enfrentamos. 

Como consultor de empresas, en cada plan de modernización que ahora estamos desarrollando, incorporamos la realidad económica, la ineficiencia política y la interpretación tecnológica. Al final, todo va a depender de empresas, autónomos, directivos y emprendedores. El resto serán palos o ruedas, ya veremos. 

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Cuándo todo cambia, el que cambia casi siempre gana y el que no cambia, siempre pierde.

Los humanos tenemos una vieja costumbre de convertir los productos de utilidad en productos decorativos, por lo que tal vez sea inevitable que las máscaras faciales se conviertan en accesorios de moda después de esta pandemia ¿Quién sabe? Es más, donde hay moda, también existe el potencial para el lujo. Dentro del mercado de las máscaras, ha surgido un pequeño segmento de alta gama en forma de máscaras de diseñadores caros y estilos codiciados que se comercializan con una prima en los sitios de reventa. Es factible reinventarse, ese es el discurso que viene. Esa va a ser la cantinela oficial, el estribillo de ‘todos podemos’, ‘reinventa tu negocio’ o, peor aún, ‘la oportunidad que ofrece esta crisis’

Los humanos tenemos una vieja costumbre de convertir los productos de utilidad en productos decorativos, por lo que tal vez sea inevitable que las máscaras faciales se conviertan en accesorios de moda después de esta pandemia ¿Quién sabe? Es más, donde hay moda, también existe el potencial para el lujo. Dentro del mercado de las máscaras, ha surgido un pequeño segmento de alta gama en forma de máscaras de diseñadores caros y estilos codiciados que se comercializan con una prima en los sitios de reventa. Es factible reinventarse, ese es el discurso que viene. Esa va a ser la cantinela oficial, el estribillo de ‘todos podemos’, ‘reinventa tu negocio’ o, peor aún, ‘la oportunidad que ofrece esta crisis’

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Todo es cierto, es real que una crisis, por enorme que sea, puede convertirse en un punto de inflexión y se puede aprovechar su intensidad para tomar un impulso distinto y hacia otra dirección. Una dirección mejor. Pero para que eso suceda hay que hacer algo, algo que va más allá de la capacidad de las personas, de las empresas, de los proyectos. Es imprescindible que se planteen políticas activas que permitan esa reactivación, reinvención e innovación. Penalizando la tecnología o presionando sobre la recuperación del empleo de menor valor añadido, peor pagado y dependiente de los ciclos positivos no se logra. Seguir conjugando el verbo ‘reconstruir’ no vamos a mejorar nada, no vamos a aprovechar esta oportunidad histórica y la vamos a convertir en una nueva y más profunda recesión. Lo peor es que, a los países que no interpreten este momento adecuadamente, la historia los juzgará obligándolos a descender de categoría. 

El verbo no es ‘reconstruir’, el que debemos conjugar es el de ‘reiniciar’. El sistema operativo no podemos cambiarlo, como mucho actualizarlo. El software sigue siendo el mismo, pero en nuestro computador existen cadenas rotas, archivos que ralentizan nuestro sistema y, múltiples fotografías repetidas. Si lo reiniciamos es factible construir algo nuevo y no rehacer lo que ya no iba bien o no iba a ser competitivo en el futuro. No hacerlo es como si tuviéramos una copia de seguridad, un backup de lo que funcionaba, para volver a instalarlo sobre las cenizas de esta gigantesca crisis.

Y es muy sencillo entender lo que viene. De hecho tenemos la hoja de ruta redactada. Se trata de lo que iba a pasar en cinco años, en diez, que ahora pasará en cinco meses, en un año. La robotización de todo se ha iniciado a una velocidad que pocos detectan. La automatización de casi todo acelera. Mientras tanto unos siguen pensando que hay que recuperar el empleo en suspensión a medio plazo, otros están definiendo el futuro de un modo muy distinto. Los países que han estructurado un escudo social dependiente de ERTEs (Expedientes de regulación de empleo temporal) o por el Ingreso Mínimo Vital, no están pensando en una economía futura más tecnológica, más eficiente y competitiva. El motivo es claro y respetable: primero demos empleo, que la gente pueda vivir, luego ya veremos. 

El problema radica en lo que supone hibernar el empleo, intervenir el mercado laboral con un artilugio administrativo como los ERTEs, que estaba pensado para utilizarse durante 15 días, perpetuado en el tiempo. Manteniendo este recurso la herida no hace más que crecer. No se está presionando al tejido productivo y empresarial para que se adapte a la economía del futuro inmediato, una economía de escaso contacto, más estrecha. Los patrones de demanda de los ciudadanos van a cambiar y el tejido de producción económico deben cambiar también, no hay otra. De ahí que mantener esta intervención tan radical de la economía en muchos países lo único que hace es, desde lo público un desgaste de deuda brutal, y desde lo privado, un retraso evidente de actualización de negocios. Ambos efectos son muy tóxicos y de no retorno.

Las empresas deben asumir que van a vender menos. Sin embargo, vendiendo menos se puede ganar más, pero para ello hay que ponerse ya en marcha. Hay que detectar las oportunidades, identificar los procesos y acelerar la transformación digital. No la de Zoom y Whatsapp, hablo de la transformación digital de verdad. Los negocios de hace unos meses que eran exitosos, hoy pueden ser obsoletos, irrealizables e invendibles. Mantener este tránsito anestesiado por la ‘crisis’ lo rompe todo. Si la economía no se adapta a lo que viene, si las empresas no tienen presión para hacerlo y los trabajadores no sienten la urgente necesidad de entender un nuevo mercado, esto se va a convertir en el mayor lodazal que hayamos visto cuantos estamos vivos. 

Un ejemplo entendible. Si esta crisis se estuviera produciendo en otro momento y por otro motivo, habría un tipo de fabricante y de un producto determinado que estaría frotándose las manos. Históricamente, cuando se avecina una crisis económica se disparan las ventas de pintalabios de color rojo. Hay múltiples teorías al respecto, pero parece ser que tiene mucho que ver con una instintiva reacción de contención del gasto. Parece ser que en el caso de las usuarias de este tipo de complemento, en momentos de recesión, deciden suprimir de sus compras productos más caros como zapatos o ropa y lo sustituyen por algo más accesible que responda al mismo motivo estético. Un pintalabios no sustituye a unas botas, pero si funcionan con un objetivo similar. El color rojo, además, según algunos fabricantes responde a su versatibilidad y precio como la mejor opción.  Pero esta vez no va a ser así. Resulta que ese producto recurso en épocas de crisis, no puede ser el sustitutivo de nada en tiempos en los que su efecto queda bajo una mascarilla de seguridad sanitaria. De ahí que las ventas de pintalabios se ha desplomado en todo el mundo. Los gigantes de la cosmética se han visto sorprendidos por una recomendación u orden, según el caso y país, de llevar mascarilla. 

Por eso, en países con el mercado laboral intervenido, a los fabricantes de pintalabios no se les ejerce presión sobre su modelo laboral, productivo y organizativo. Nadie puede garantizar que el mercado volverá a ser el mismo en el futuro. Esperar a que eso suceda no ayuda. Esperar nunca ayuda. El cloroformo es muy tóxico en economía. Es preciso que la presión laboral se produzca sobre las empresas y la presión empresarial sobre las administraciones. En Dinamarca las ayudas no fueron destinadas a los trabajadores, fueron a las empresas que tuvieron que diferirlas a cubrir los sueldos de los trabajadores en empresas que sufrían la parada de la economía. El resultado es una urgencia por poner en marcha la innovación y los modelos de producción tecnológica. Donde no hay presión no hay innovación.

Para terminar. El gran desafío no es recuperar el empleo perdido, ni tan siquiera volver a tener el turismo a pleno rendimiento. Tampoco es recomponer el modelo de crecimiento anterior. Ni proteger a desempleados, ni rentas básicas, ni nada. El gran reto es, y pronto volveremos a ver como se aparece en su total virulencia, la robotización de la industria, la automatización de los servicios y la sustitución de empleos en múltiples campos. La llegada intensa y sin miramientos de la inteligencia artificial y la gestión masiva de datos, se va a llevar por delante mucho de lo que, ahora, se pretende proteger artificialmente. 

La urgencia no es el escudo social y ampararse en él. Lo urgente es recuperar el debate y el proyecto, si lo hubiere, acerca del futuro del empleo. No veo a nadie pensando en pasado mañana. Sólo veo discursos alejados del problema. Una vez la economía empiece a poder comparar cifras y, estéticamente, proporcione comparativas de crecimiento lento pero constante, en menos de dos o tres años, nos explotará frente a las narices algo que íbamos a denominar ‘quinta revolución industria’ y que, de no hacer nada, le llamaremos ‘la crisis de los robots’. Esta pandemia nos ha dado un toque de atención brutal, equivocar el diagnóstico puede ser peor a medio plazo que la consecuencia inmediata.

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En la economía 'contactless' la única opción es innovar

El futuro no se espera, se debe conquistar. Algo que obviamente no es fácil pero que en un momento como el que vivimos se convierte en un debate de perspectivas. Si decides invertir, arriesgas en el peor momento posible, si decides esperar tal vez en un tiempo no puedas vender lo que hasta ahora había sido rentable. Además, según un estudio realizado por Innovation Leader, a más de 750 empresas, solo el 24% ha realizado inversiones para innovar en los últimos tres meses y así afrontar la crisis que vivimos de un modo más agresivo. La mayoría había dudado, en lugar de realizar experimentos más pequeños o recortar costos en un esfuerzo por proteger su negocio principal y capear la tormenta inicial.

El futuro no se espera, se debe conquistar. Algo que obviamente no es fácil pero que en un momento como el que vivimos se convierte en un debate de perspectivas. Si decides invertir, arriesgas en el peor momento posible, si decides esperar tal vez en un tiempo no puedas vender lo que hasta ahora había sido rentable. Además, según un estudio realizado por Innovation Leader, a más de 750 empresas, solo el 24% ha realizado inversiones para innovar en los últimos tres meses y así afrontar la crisis que vivimos de un modo más agresivo. La mayoría había dudado, en lugar de realizar experimentos más pequeños o recortar costos en un esfuerzo por proteger su negocio principal y capear la tormenta inicial.

Un nuevo escenario, una nueva ‘contactless economy’

Un nuevo escenario, una nueva ‘contactless economy’

Las crisis deben ser una gran oportunidad para innovar. No hay otra en la mayoría de los casos, aunque también puede ser un lugar siniestro donde cueste ver por donde hacerlo. Dependerá de la actitud del tejido industrial, de la capacidad de estimular el acceso a la tecnología y de la hoja de ruta que marcan los gobiernos. El problema, el más grave, es que en base a las decisiones y desafíos que se asuman, un país entero, una empresa o un trabajador, pueden quedarse relegados a un vagón del que sea difícil salir en el futuro. Por el contrario, una planificación innovadora, un modelo de inversión en transformación digital y una estructura fiscal y de ayudas públicas, puede convertir el peor de los escenarios en uno de crecimiento a medio plazo. Lo que se haga en los próximos cinco meses determinará los próximos cinco años.

Es muy complicado, pero en otras crisis otros lo lograron. Hay quien asegura ya quién podría ser el ganador de la crisis actual. Algunos gobiernos están tomando decisiones que comprometen gastos estructurales y dejan poco margen a la inversión tecnológica mañana. Es normal que se quiera salvaguardar el estado del bienestar y sus amortiguadores, pero se está castigando el tejido productivo de una manera brutal en los últimos meses. Hablo de muchos países europeos. Mantener los expedientes de regulación temporal de empleo impide entender la verdadera dimensión del problema a nivel laboral y productivo y, además, retrasa la necesidad de las empresas a ajustarse a la realidad al no tener la presión salarial. Esta crisis, inédita, de proporciones bíblicas, se va a llevar por delante mucho de lo construido, mal, en los últimos años. De ahí que no es tiempo de esperar, es tiempo de actuar. Es momento de revoluciones, públicas, empresariales e íntimas. 

Tal vez, lo más inteligente sea esperar, observar y actuar. Ninguna de las tres fases debe ralentizarse. Esperar a ver las objeciones fiscales y tributarias que nos vamos a encontrar cuando se tenga que pagar la fiesta de las ayudas públicas, observar en que se traduce eso de la Nueva Normalidad y que negocios van a ser potencialmente rentables y, finalmente, actuar en base a eso, probando, abaratando los costes de la prueba y error con ejercicios digitales y tecnológicos que lo permitan ¿Que sabemos sobre el modo en el que las empresas están afrontando la necesidad de modificar procesos, contacto con sus clientes, metodologías y modelos de negocio? ¿Cómo están afrontando la llamada economía ‘contactless’? ¿Que están haciendo para capear las limitaciones de la ‘low touch economy’?

Pues según la encuesta que he nombrado al principio desarrollada por Innovation Leader a Pymes especialmente europeas, el 60% de las empresas analizadas mantienen las ofertas comerciales existentes a través de optimizaciones incrementales, el 23% está asumiendo riesgos para proyectos a largo plazo y el 17% se dirige hacia proyectos que, aunque se basan en el largo plazo, sean en realidad planes de transformación. Para ello, el 75% ha decidido probar con el diseño de un nuevo producto o servicio, el 52% se ha aventurado en un nuevo mercado o segmento de clientes y el 45% ha intentado ambas cosas a la vez. Cuanto más pequeña es la empresa, mayor es, curiosamente, la tendencia a esta última de diseñar cosas nuevas, para mercados nuevos. A esto se la llama, en realidad, innovación disruptiva.

La innovación disruptiva era algo que explicamos en consultorías o talleres, es un modelo de mejora que decide enfocar nuevos productos en nuevos mercados. Eso es mucho más que la conocida como innovación incremental, la que intenta innovar para vender lo mismo a nuevos mercados o vender cosas nuevas al mercado de siempre. Vemos así, que las crisis, y esta va a ser la más profunda que vayamos a vivir probablemente en nuestra vida, tienen un punto de contacto inmenso con la disrupción. Disrupción tecnológica, social, política y cultural. Todo tiene que ver. 

Veamos que han hecho algunas empresas durante la fase más dura de confinamiento. Hay empresas ayudan a inspirar en ese sentido. Pepsico es una de ellas. Cuando el bloqueo llegó a sus mercados clave, el equipo de PepsiCo decidió aprovechar el hecho de que las personas tendrían que comer en casa durante un período prolongado. En menos de un mes, desarrollaron dos nuevas plataformas directas al consumidor: Pantryshop.com y Snacks.com. En la primera los consumidores pueden solicitar paquetes especializados de las marcas más vendidas de PepsiCo, y la segunda es una tienda electrónica de bocadillos. Tal cual. No es reinventar la rueda, pero sí es completamente distinto a lo que hacían justo el día antes de decretarse la pandemia. 

Hay más ejemplos. Con el transporte aéreo bloqueado globalmente, Emirates se enfrentó a la posibilidad, incluso, de tener que declararse en quiebra. En cambio, decidieron poner en marcha rápidamente el modelo vinculado a ‘cargo’ y ofrecer prácticamente sólo vuelos de transporte de mercancías. Este movimiento proporcionó un flujo de ingresos adicional cuando la empresa más lo necesitaba. Nuevo cliente, nuevo producto.

Incluso, hay ejemplos de cómo se puede ganar más ahora que no puedes llevar a cabo tu negocio de siempre. El ejemplo son los eventos multitudinarios. Si manejas bien tu marca y aplicas tecnología adecuada, puedes convertir un problema en una virtud. Puesto que hay un temor enorme a como van a sobrevivir los grandes eventos, algunos se lanzaron a organizarlos de modo abierto y gratuito. Puede estar bien, pero otros optaron por darle valor a su trabajo y a su esfuerzo y no diferenciar uno de otro. El cambio sería de precio, pero no de concepto. Entre ellos hay uno que destaca, Tomorrowland. Ante la imposibilidad de poner en marcha el festival como cada año, decidieron convertirlo en uno virtual de 2 días. Curiosamente, esto les ha permitido algo que antes no podían hacer. Vender entradas sin fin. Este festival belga siempre colgaba el cartel de ‘entradas agotadas’, pero eso ahora no es así. Han podido reducir el precio de entrada accediendo a un nuevo target, con un nuevo producto, virtual. El efecto es innovación disruptiva y un mayor beneficio. 

Muchos piensan que como sus empresas son muy pequeñas estos ejemplos no sirven. Pero la realidad es que las empresas más pequeñas tienen una virtud y un defecto en este sentido. Pueden modificar sus negocios de un modo más veloz, pero tienen menos capacidad de maniobra debido a las estructuras económicas de menor importe. Ejemplos, los hay. Emicontrols, una empresa dedicada a los cañones de nieve se quedó sin negocio de la noche a la mañana. No se quedó esperando a la próxima temporada invernal. Decidió apuntar a un mercado completamente diferente modificando su producto para la desinfección de grandes espacios abiertos. Funciona genial.

Existen más ejemplos. Negocios capaces de modificar un servicio de hostelería para convertirlo en uno de ayuda digital para aprender a cocinar, peluquerías que han creado plataformas modestas de relación con sus clientes para el asesoramiento estético y muchos otros. No se trata de acometer el momento más duro con soluciones de urgencia, sino que esas innovaciones podrían bien ser modelos de negocio futuras. Una tienda de comestibles que ha decidido abrir un canal online por WhatsApp puede estar creando, sin saberlo, una comunidad de clientes a subscripción. Dependerá de que cambio cultural está dispuesto a aceptar en el futuro medio.

Supongo que sigues pensando, ¿y que hago yo con mi Pyme? ¿Que hago si soy autónomo? ¿Cómo le digo a mi jefe que tiene que innovar ahora más que cuando las cosas iban bien? Cuando todo va mal, lo va para muchos. La mayoría deja de invertir. Es momento de adelantarles. Con precaución, con estrategia, pero es tiempo de acelerar. Lo veo cada día. Entre nuestros clientes, algunos han decidido detenerse por completo, otros reducir velocidad y, unos pocos, han empezado a acelerar y a plantear modelos de innovación. Éstos últimos, ya empiezan a tener resultados muy esperanzadores. No sabemos en gran medida como va a ser esa Nueva Normalidad, pero se puede empezar a interpretar. En una economía en caída, en retroceso, donde se venda menos, deberá ser más certero en las ventas y eficiente en los procesos. Para eso hay una llave maestra: la transformación digital. 

Y si estás pensando que mejor esperar, lo respeto pero no comparto que deba ser por mucho tiempo. El movimiento es lo correcto. Moverse es experimento. Es riesgo, pero es oportunidad. Evita el riesgo extremo, vaciar la caja a una sola apuesta o a contratar perfiles que no sabes si van a ser útiles en el medio plazo. Innova con tu conocimiento, con la experiencia. Aparta un fragmento del presupuesto de emergencia, para innovar. Hazlo sin abandonar tu negocio actual. En la medida que el mundo se vaya equilibrando, parte de lo que vendías hace unos meses, volverás a venderlo. Tal vez menos, pero seguirá siendo parte de tu negocio. Mientras llega, paraliza lo no rentable, lo que no se vende. Intenta conocer a tu cliente, el que tenías, el que tienes y el que tendrás. Averigua qué compra y el motivo. Utiliza tecnología para lograrlo. Ejecuta un plan. Solicítalo si no sabes como hacerlo. Trabaja en equipo, busca la colaboración.

La nueva economía, la que viene, la de bajo contacto permanecerá por tiempo. En gran medida va a quedarse. Dará paso a una economía formada por nuevos hábitos y normas basadas en una interacción más reducida y con restricciones importantes. Esta situación lo va a cambiar todo. ¿No vas a cambiar tu negocio? ¿No vas a modificar tu manera de trabajar? ¿No vas a formarte?  Cuando todo cambia, el que cambia no gana siempre, pero el que no cambia casi siempre pierde.

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Economía, Industria 4.0, Innovación Marc Vidal Economía, Industria 4.0, Innovación Marc Vidal

Mejor 'Reiniciar' que 'Reconstruir' en la 'Nueva Normalidad'

El pasado 5 de febrero publiqué un artículo titulado ‘Invertir en innovación cuándo las vacas gordas se ponen a dieta ’ en el que explicaba la cruda realidad de la innovación y la inversión en desarrollo tecnológico en la que estábamos por aquel entonces. Nadie hablaba de ‘nueva normalidad’ por aquel entonces. Pero, aunque cueste acordarse, el punto de partida que teníamos ya era malo. Ahora hablamos de reconstruir, de volver a poner en marcha o de meriendas diversas, pero la realidad es que el punto de partida no es el mejor lugar.

El pasado 5 de febrero publiqué un artículo titulado ‘Invertir en innovación cuándo las vacas gordas se ponen a dieta’ en el que explicaba la cruda realidad de la innovación y la inversión en desarrollo tecnológico en la que estábamos por aquel entonces. Nadie hablaba de ‘nueva normalidad’ por aquel entonces. Pero, aunque cueste acordarse, el punto de partida que teníamos ya era malo. Ahora hablamos de reconstruir, de volver a poner en marcha o de meriendas diversas, pero la realidad es que el punto de partida no es el mejor lugar. 

Photo: Plastique Fantastique

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Por aquel entonces sabíamos que España, algo trasladable a todos los países latinoamericanos, invertía mucho menos en industria 4.0 que los países de nuestro entorno. En concreto, 23 veces menos. Y ahora estamos ante el mayor desafío económico al que nos hemos enfrentado los que estamos en edad de pagar impuestos. Los datos son terribles. Cuando termine la crisis del coronavirus, el déficit estructural de España superará ampliamente los 30.000 millones de euros. Esta cuantía es superior a la recaudación anual del impuesto sobre sociedades y un 50% superior a toda la recaudación de los impuestos especiales. Tal desequilibrio no se corrige sin esfuerzo y, por mucho que se quiera ganar tiempo y trasladarle el problema a otro ejecutivo posterior, la realidad es que se tendrá que acometer el año que viene. De ahí que vivamos como en una prórroga lisérgica que no nos deja ver la realidad económica. Los ERTEs y las ayudas a autónomos, intervienen el mercado laboral con cifras que no responden a la dimensión de la tragedia. 

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Todo esto imposibilita, de momento, un discurso sobre la innovación. No se ha sido capaz de poner tecnología en la propia administración para tramitar desempleo y expedientes de regulación temporal, o no se disponía de tecnología e inteligencia artificial para luchar contra la crisis en el ámbito sanitario, no se sabía ni para que servía el propio ‘blockchain’ para gestionar la logística de mascarillas o lo que fuera. Se venden ministerios de ‘transformación digital’ o secretarías de estado de ‘inteligencia artificial’ que ni se les ha visto, ni se les espera. Mucho me temo que seguirán siendo un adorno en los presupuestos, un moderno epígrafe con poca aportación real a la ‘reconstrucción’ (prefiero llamarle ‘reinicio’) de nuestro modelo productivo, industrial y económico.

La deuda pública se va a desmadrar. En 2021 se situará en el entorno del 122% del PIB y todavía seguirá subiendo, ya que el déficit público será superior al crecimiento del PIB. Esto significa que estará ya casi 30 puntos por encima del nivel de deuda que había en 2019. Para corregir esa deuda serán necesarios muchos años y un enorme sacrificio que todos sabemos a quién se le va pedir que lo asuma. Nos van a crujir a impuestos y no sólo a los ricos. Por cierto, quién te diga que los impuestos en España son los más bajos del mundo mundial o que hay margen para subirlos, le puedes decir que ‘la presión fiscal en España es un 8% superior a la media europea y que, por poner un ejemplo que afecta a la capacidad de inversión de las empresas, el impuesto de sociedades, es un 16% superior a la misma media europea’. Nos superaran en esa presión países escandinavos y alguna excepción. Pero nosotros no somos Finlandia.

Para comprender la magnitud de las cifras, basta comprobar que en los años de la burbuja inmobiliaria, con el PIB y la recaudación de España repleta de dopamina, se tardaron diez años en rebajar la deuda esos 30 puntos referente al PIB. Ahora hay que hacer esa increíble gestión sin ninguna burbuja a la vista, sin ningún pinchazo real de un sector ni con la economía saneada previamente. Veníamos de un problema estructural: una economía débil en innovación y en la que se invertía poco en transformación digital. 

Por todo esto es urgente plantear si la ‘reconstrucción’ es volver a un modelo anterior o aprovechamos para replantearlo todo. La ingente inversión pública que se destinará al llamado ‘escudo social’ debe tener en cuenta que amortiguar la crisis social está ligada a la composición de un nuevo modelo de crecimiento. Visto que no se puso la economía a cero podríamos ponerla en un punto de partida lo más adecuado posible para afrontar los desafíos inminentes. De quedarnos fuera del espectro tecnológico global para siempre dependerá lo que se haga ahora. 

Vivimos una transformación social y económica como nunca antes. Vamos paso a paso a un mundo en el que no será necesario trabajar como ahora lo hacemos. Aunque parezca un guión de una película de ciencia ficción no lo es. Piensa en el mundo hace veinte o treinta años. Míralo ahora. Piensa en el mundo en diez o quince años. Casi todo es susceptible de ser automatizado. Lo iremos viendo. La transformación digital es la antesala a un universo robotizado, automático. Un mundo robotizado para hacer más humana la vida pero no sin estrategia previa. Para ello se precisa una 'transición tranquila hacia el mundo de la ‘abundancia'. Curiosamente lo que estamos viviendo ahora bien podría ser el detonante de un mundo mejor. Un mercado complejo pero interesante, donde, pequeñas empresas, nacidas con una buena idea se convierten en un proyecto capaz de integrar los elementos que nos llevarán a la Quinta Revolución Industrial.

Nos van a pedir retrasar esa innovación. La excusa será que hay que crear empleo donde sea. Que con un 25% de paro no estamos para ponernos exquisitos. Que lo primero es comer. Que hay que dar peces, que lo de la caña de pescar no es prioritario. Sabemos que por cada 10 personas que obtienen acceso a Internet, se crea un empleo y una persona sale de la pobreza. Así lo aseguraba el fundador de Facebook en el Foro Económico Mundial de Davos de 2016 en la presentación del informe ‘The Future of Jobs’. No debe ser tan malo eso de aportar tecnología a cada rincón del planeta, tampoco lo es en la integración de sistemas tecnológicos en cada rincón de la economía. Probablemente, este cambio precisa de tiempo, de una transición compleja, de mucho sacrificio. Pedirle a todo el mundo que afronte esas dificultades durante cuatro o cinco años y que el producto final de ese esfuerzo sea volver a un modelo económico antiguo, de escaso valor añadido, con sueldos precarios y fácilmente sustituibles por máquinas y automatismos, sería terrible y desolador. 

El mayor riesgo es hacerlo sin un plan. Si las empresas y los gobiernos no comprenden que antes de iniciarse en la innovación intensa y profunda, en focalizar en los avances tecnológicos, en la ‘Era de las Máquinas’, no se invierte antes en las personas que deberán comprender esos cambios, el error puede ser mayúsculo. Para que esa ‘Era de la Tecnología’, esa ‘Nueva Normalidad’ a la que nos querrán meter tarde y mal, sea realmente la ‘Era de la Humanidad’, se deberá utilizar este momento inteligentemente. Toda la inversión pública prevista, todo el esfuerzo fiscal y laboral que se va a necesitar, tiene que ir destinado a ‘reiniciar’ el mundo, no a reconstruirlo. 

Hay gobiernos que no lo han entendido. Hay empresas que tampoco. La mayoría de personas que esperan que sus ERTEs se transformen en su puesto de empleo tradicional siguen sin verlo. Todos asumimos que ‘el mundo no se acaba’, pero dependerá de cada hoja de ruta prevista que sí se acabe ‘un mundo’. Un mundo ineficiente, incapaz de aprovechar lo que la tecnología nos proporciona, de como nos hace más humanos y de como nos permite hacer lo que mejor sabemos hacer: crear ideas, pensar, ser creativos. 

La dichosa nueva normalidad no es más que la ‘nueva realidad’ social y de comportamiento. Que sea o no un espacio de crecimiento o por el contrario se acabe convirtiendo en un barrizal, depende de lo que hagamos ahora mismo, de lo que se determine desde las estructuras de estado y supranacionales. Lo que decidan sus señorías en los próximos cinco meses, afectará a los que vivamos los próximos quince años. No es una broma. Verlos discutir sus mismas miserias de siempre no es ‘reiniciar’, es ‘recuperar’ su política pequeña y miserable, su minúscula capacidad para interpretar que la historia nos reservaba un punto y aparte. Eso de la nueva normalidad no es vivir encerrados en una especie de burbuja protectora temporalmente. Nada nos va a proteger de la ineficiencia económica. A ver que tal…

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'Libertad o igualdad', lo último de Daniel Lacalle.

En el último libro de Daniel Lacalle, ‘Libertad o igualdad’, hay un fragmento que dice ‘el miedo es una herramienta muy poderosa. Al decirnos constantemente que los robots nos quitarán el trabajo, que la próxima crisis será devastadora y que la vida será peor, los intervencionistas implantarán en nuestra mente una idea peligros: que es indispensable que renunciemos a nuestra libertad y nuestros derechos individuales a cambio de seguridad y protección’. Nada más actual. Cómo si se tratara de un anticipo del debate que vamos a vivir en los próximos años, Daniel Lacalle traslada la idea de que vienen tiempos que pondrán como excusa la seguridad y la protección pero se corre el riesgo de perder la privacidad y la libertad en definitiva.

En el último libro de Daniel Lacalle, ‘Libertad o igualdad’, hay un fragmento que dice ‘el miedo es una herramienta muy poderosa. Al decirnos constantemente que los robots nos quitarán el trabajo, que la próxima crisis será devastadora y que la vida será peor, los intervencionistas implantarán en nuestra mente una idea peligros: que es indispensable que renunciemos a nuestra libertad y nuestros derechos individuales a cambio de seguridad y protección’. Nada más actual. Cómo si se tratara de un anticipo del debate que vamos a vivir en los próximos años, Daniel Lacalle traslada la idea de que vienen tiempos que pondrán como excusa la seguridad y la protección pero se corre el riesgo de perder la privacidad y la libertad en definitiva. Algo que, por cierto, tiene mucho que ver con la conferencia virtual que ofrezco en unos días y a la que aprovecho para invitarte. 

Seguro que conoces a Daniel Lacalle, pero te recuerdo que es Doctor en Economía, Economista Jefe en Tressis SV, miembro del Consejo Asesor de la Fundación Rafael del Pino y de la HAC Business School en Nueva York y durante cinco años consecutivos fue elegido entre los tres mejores gestores del Extel Survey, el ranking de Thompson Reuters. Obviamente, estamos hablando de un libro escrito por uno de los economistas con mayor recorrido y consideración del mundo y eso, aunque no te sitúes en su misma órbita de pensamiento, debería ser un factor de interés para cualquier lector. De hecho, ¿qué mejor que leer a alguien que no piensa como tú pero que tiene una altura intelectual y de conocimiento que te llevará a los límites de tus propias convicciones? De eso va este libro, de reafirmarte con datos y una descarga intelectual muy generosa o, por el contrario, la de contraponer sus aportaciones con tus criterios aunque sean contrarios. En ambos casos, con este libro, sólo vas a ganar.

En esencia, ‘Libertad e Igualdad’ habla de capitalismo. Pero no lo define, lo confronta a partir de las múltiples maneras que se puede contemplar ese modelo económico. Lacalle ofrece su punto de vista, lo constata con un buen número de pruebas, que el intervencionismo suele fracasar de un modo sistemático. No obstante no creas que en este libro vas a encontrarte un discurso monocromo a favor del capitalismo. Es crítico en el modo en el que se aplica. De hecho pone en cuestión el riesgo de que las clases medias sigan perdiendo la fe en este modelo económico por una observación sesgada. Lacalle asegura que ‘la igualdad de oportunidades no equivale a gasto en prestaciones sociales. Igualdad de oportunidades significa que la sociedad le ofrece a cada individuo los medios para lograr lo que merece con su esfuerzo, no la promesa de que conseguirá más de lo que se merece o de aquello por lo que ha trabajado.’ 

Vienen tiempos difíciles. Eso es una obviedad. De la crisis sanitaria que vivimos vendrá una catástrofe económica inédita para los que estamos en edad de trabajar. Una recesión brutal está en la sala de espera. El modo en el que se está haciendo previsión va a marcar el futuro. Yo mismo defiendo que lo que hagamos en los próximos cinco meses, repercutirá en como vamos a vivir en los próximos quince años. Lacalle no podía saber cuándo escribió este libro lo que íbamos a vivir unos meses después. Pero curiosamente queda completamente contextualizado en lo económico. Coincido como dice él que la única manera de afrontar el futuro inmediato es con tecnología, cambio de modelo productivo y, como reafirma, en libertad. En realidad Daniel se ajusta en la defensa inevitable e irremediable, para no hipotecar a nuestros hijos en esta crisis inminente, de un sistema económico cuyo modelo social esté basado en la responsabilidad, el mérito y la recompensa. Un modelo social más sólido que el que pueda promover cualquier forma de intervencionismo.

En un capítulo memorable, Lacalle enfrenta sus ideas y sus datos a los que utiliza el admirado por muchos, Thomas Piketty. Un fragmento de ese debate atemporal dice que ‘a Piketty no parece importarle que el Estado distribuya bien o mal, que derroche o incluso que confisque hasta el 50 por ciento de la riqueza. Sin embargo, plantea algo que es simplemente imposible de poner en práctica: un impuesto global sobre la riqueza. Es imposible asumir que todos los países del mundo vayan a adoptar esa medida, y lo sabe, pero su propuesta será recibida con los brazos abiertos por gobiernos y partidos de muchos países. Y ése es el objetivo: proporcionar una justificación aparentemente “científica” a una intervención gubernamental masiva’. ¿A que dan ganas de leerlo?

Déjame que te señale un fragmento final que ahora está de rabiosa actualidad y que, en base a lo que podrás leer en el libro, permite digerir adecuadamente las decisiones políticas del gobierno español actual. Verás que, tras decisiones aparentemente económicas, de ‘escudo social’, se esconde una interesada acción ideológica y política. Cuándo esto pasa, el riesgo de tomar medidas que, aunque puedan ser justas, necesarias y sociales, el momento y método utilizado son suicidas. Estoy hablando de la renta básica, del ingreso mínimo vital, y este libro lo analiza de manera política, técnica y económica. Esta parte a mí me ha permitido poner en duda mis principios y mis conclusiones sobre la Renta Básica Universal. Él lo sabe, no coincido en toda la exposición, pero creo que eso hace el  libro mucho más atractivo. Como decía antes, ¿que mejor que un libro lleve al límite la defensa de tus convicciones? Este lo hace. 

Foto: La Razón

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Daniel asegura que ‘un caso claro de ideas equivocadas parapetadas bajo la excusa de la igualdad social es la renta básica universal (…) que es un subterfugio de las élites para crear una subclase zombi dependiente (…) es una medida proteccionista tan atroz como conceder un subsidio por motivos de raza o de género. La RBU no es básica. Es la promesa de una renta que se pagará en monedas cada vez más devaluadas con poder adquisitivo menguante. De modo que nosotros, como ciudadanos, renunciamos a nuestra libertad a cambio de una pequeña paga que no valdrá nada dentro de algunos años, cuando la inflación se la coma’.

Reconozco que aquí lo pasé genial. Mi idea sobre la renta básica es distinta y tiene que ver con un futuro inminente tecnológico y vinculado a la automatización de todo que la hará inevitable. Pero, como digo, que mejor que leer aportaciones que pongan en duda lo que piensas. De hecho, Daniel Lacalle dice en muchas partes de su libro algo tremendo. En concreto empieza algunos párrafos con un ‘¡Piénsalo!’ Lo dicho, os recomiendo este magnífico libro, una joya para la reflexión económica y sociopolítica. Se lee rápido, de manera ágil, con ese modo de explicar economía magistral y repleta de información contrastada con la que habitualmente Daniel Lacalle impregna sus obras.

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¿Por qué no podemos salir de esta crisis del mismo modo de siempre?

Muy preocupante. Ante la peor crisis sanitaria, social y económica desde la postguerra, todo lo que son capaces de mostrar nuestros dirigentes políticos es un espectáculo bochornoso, deplorable y de un nivel intelectual muy preocupante. Estamos solos. ¿Dónde está la grandeza de la política tras tres meses de una crisis histórica y decenas de miles de muertes? ¿Por qué siguen con la retórica partidista de siempre? Siguen echándose en cara la misma montaña de temas de corto recorrido y de interés particular. Ninguno habla del medio ni el largo plazo. Y lo vamos a pagar los de siempre. Y es que estamos en la antesala de la mayor crisis económica que ninguno de los que estamos en edad de trabajar haya podido conocer. Y es cierto que de todas las quiebras surgen oportunidades, cambios y modelos de crecimiento personal y colectivo. Y cierto es también que esta no será una excepción, el problema es que hay diferentes maneras de vivirlo. Una depresión económica se explica en diez minutos pero se vive durante diez años. El modo en el que se viva depende de la estrategia y liderazgo de quienes tienen que marcar las políticas de salida.

Muy preocupante. Ante la peor crisis sanitaria, social y económica desde la postguerra, todo lo que son capaces de mostrar nuestros dirigentes políticos es un espectáculo bochornoso, deplorable y de un nivel intelectual muy preocupante. Estamos solos. ¿Dónde está la grandeza de la política tras tres meses de una crisis histórica y decenas de miles de muertes? ¿Por qué siguen con la retórica partidista de siempre? Siguen echándose en cara la misma montaña de temas de corto recorrido y de interés particular. Ninguno habla del medio ni el largo plazo. Y lo vamos a pagar los de siempre. Y es que estamos en la antesala de la mayor crisis económica que ninguno de los que estamos en edad de trabajar haya podido conocer. Y es cierto que de todas las quiebras surgen oportunidades, cambios y modelos de crecimiento personal y colectivo. Y cierto es también que esta no será una excepción, el problema es que hay diferentes maneras de vivirlo. Una depresión económica se explica en diez minutos pero se vive durante diez años. El modo en el que se viva depende de la estrategia y liderazgo de quienes tienen que marcar las políticas de salida.

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Los que tendremos que lidiar con ese escenario incierto, complejo, que tenemos empresas o que dependemos de nosotros mismos para avanzar, sólo nos queda observar y tomar decisiones mientras se ponen o no de acuerdo en eso que han querido llamar ‘reconstrucción nacional’. Si aplicas la observación, en lo que viene, podrás localizar un modelo de negocio, serás capaz de mejorar tus procesos y lograrás atender, mejor que tu competencia, a tus clientes. Si lo haces, llegarás a tiempo a la meseta donde espero nos encontremos, la mayor cantidad de gente, en unos meses. Sin embargo, en esta travesía, que por experiencia sé que es apasionante, nutritiva y te hace crecer en lo esencial, muchos se van a quedar en el camino. Nunca llegarán al campo base. Por eso es importante no hacerlos invisibles, olvidarlos, dejarlos a la intemperie. Serán muchos. Muchos que ni siquiera ahora lo tienen presente. Seamos solidarios, no los borremos, no pasemos cerca de ellos como si no existieran. Algunos han abierto sus bares estos días creyendo que subiendo la persiana el perjuicio será menor. Que las medidas de restricción que la dichosa ‘nueva normalidad’ reducirá sus ingresos pero que, de un modo u otro, sobrevivirán. Pero no serán pocos los que, tras unas semanas, algún mes, descubrirán que el consumo se reduce y las opciones de ser rentable desaparecen.

Tenemos la oportunidad de afrontar este desastre de dos maneras. Una que tenía que ver con salvar empresas y otra con destruirlas. La primera requería una acción valiente y, tal vez, poco vistosa. Exonerar impuestos e inyectar liquidez a las empresas con el compromiso de mantener el flujo laboral anterior. La otra, convertir a medio país en desempleados, pendientes de que los ERTEs se conviertan en empleo por arte de magia. El tiempo corre en nuestra contra. En contra de los que apostaron todo su patrimonio al negro y par. A su empresa. Esos que hace semanas no duermen bien y juntan las monedas que descansaban en una botella de plástico para complementar en vacaciones, para pagar impuestos y cuotas fiscales. Esos a los que ahora acusan de que si no pagan el IVA del primer trimestre es por ser malos gestores. Se les acusa de que ese impuesto de valor añadido no es suyo, que ellos son los intermediarios y que deben de tenerlo siempre apartado para cuando llega el momento de pagarlo. 

Los que dicen esto pocas empresas han montado o no han gestionado ninguna. En la lógica de caja de una empresa, especialmente las más pequeñas, el mundo no funciona así. Los ingresos se reparten en múltiples posiciones. Una factura cobrada en bruto, sin descontar el IVA o los IRPF, inmediatamente se convierte en liquidez. Muchos lo utilizan para invertir en mejoras de su propio negocio, para pagos especiales a sus empleados o, incluso, para mejorar su propio salario y así poder consumir más. Lo normal es que, si la economía no tiene ningún shock, como los que acabamos de vivir, y seguimos viviendo, ese empresario, autónomo o directivo, hace una previsión de pagos tributarios en base a la facturación inminente. Si esa facturación se detiene por orden gubernamental, ajena a cualquier opción de regate, si la alerta sanitaria se lleva por delante todas las opciones de aplicar estrategias de caja, tus cálculos se van a tomar viento. 

Eso es lo que ha pasado. La economía de empresa es un puzzle. Las piezas están contadas. Si detienes la cadena de transmisión por ley, tienes que ofrecer una alternativa que no se lleve por delante a todo el tejido productivo de una país. Si no exoneras los impuestos inmediatos, gripas el motor. Si encima anuncias que vas a subir impuestos, asustas a quienes pensaban afrontar valientemente el reto de superar un trimestre cerrado y otro a medio gas. Si mantienes las obligaciones tributarias, tras haber quebrado la línea que une una caja estable con unos ingresos imposibles, no puedes hacer como si nada. No puedes mantener obligaciones fiscales y amortiguarlo con aplazamientos, retrasos o prorrogas. Eso no sirve. Quien ahora no tiene, no tendrá. Es incluso peor. En unos meses tendrá menos. El cierre de muchos comercios y pequeñas empresas puede ser una bola de nieve sin final a corto. 

España no ha invertido en innovación ni en tecnología. No ha estimulado a las empresas a hacerlo. El tejido empresarial que tenemos es débil, dependiente y con poca liquidez. Y es normal. Mientras que otros países como Reino Unido, las grandes empresas (más de 250 empleados) suponen el 46,1% y las micro empresas (menos de 9 empleados) son el 17,3%, en España las grandes son el 27% y las micro el 40,5%. ¿Quién crees que está en mejores condiciones para innovar, invertir y aplicar planes de reconversión? ¿quienes crees que tienen mayor capacidad para aguantar una economía yerta, seca y en parada técnica? La media de liquidez de una empresa grande ronda los 18 meses, la de una micro pyme, apenas 18 días. En España el 90% de las pymes declaran su impuesto de sociedades en negativo. 

Resulta que la clave para salir de esta fortalecidos dependerá de la capacidad de transformar digitalmente el sector productivo. El problema es que para eso se precisa capacidad financiera. Adaptarse a los cambios que van a ser imprescindibles, obliga a tener un músculo financiero que la mayoría no tienen. La parada técnica de la economía, la inapelable llegada de las obligaciones fiscales y el miedo a los recortes y subidas tributarias anunciadas, apartan a cualquiera de una pretendida inversión en tecnología. Como España es un país de micro empresas, invierte poco en innovación o en tecnología. Es normal y nos deja en una muy mala posición. Volvamos a comparar aunque sea feo. El Reino Unido ha aumentado su inversión privada en innovación y desarrollo un 62,4% en apenas diez años. Alemania un 34,6% y la media europea un 21,8%. España, en una década ha recortado su inversión privada en investigación, desarrollo e innovación un -5,8%. ¡Se ha reducido! Así nos va, y lo que es peor, así nos irá. 

Esa falta de inversión no es culpa sólo es de la empresa. Los gobiernos deben priorizar, estimular y marcar las líneas del desarrollo económico y marcar los modelos de crecimiento con políticas activas que la dinamicen. Tiene las herramientas para lograr el modo de que esos porcentajes sean los que el futuro nos exige. Lo que no hagamos en los próximos cinco meses, lo pagaremos en los próximos quince años. Y es que esta crisis no es la crisis de las finanzas. Esta será la crisis del comercio, de las pymes, de los autónomos. Será la crisis del paro porque en España, estos tres sectores son los que más empleo generan. Sólo hay que ver la dificultad para acceder a la liquidez que anunció el gobierno hace unas semanas. Apenas una cuarta parte de los solicitantes han logrado acceder a un ICO. Y casi que es normal. Si tu pequeña empresa pinta mal, es complicado que te den crédito. ¿Cómo era aquello del paraguas, la lluvia y los bancos?

Las pymes mueren por falta de caja. Lo he dicho más arriba. Al mantener la obligación de ‘no vender’ pero sí la de pagar, un 15% del tejido empresarial español ya es historia. En dos meses y poco, miles de sueños se han roto, miles de empleos se han esfumado, millones de euros se han quedado en el debe. Un debe que contagia, nunca mejor dicho, a toda la cadena empresarial. Tu impago daña a tu proveedor y así sucesivamente. Todo dependía de frenar esas dependencias y, desde el gobierno, había una herramienta buenísima para hacerlo: exonerar impuestos y declarar la economía, al prinicipio, en ‘contador a cero’. Y ahora viene lo mejor. Resulta que el gobierno anunció un paquete de ayudas. ‘La mayor movilización de dinero público de la historia de España’ le llamó. Eran 200.000 millones de euros. Lo curioso es que 83.000 millones eran avales sobre los créditos que deberían dar los bancos. Y en eso que le dejas la pelota botando a las entidades financieras. No vale sólo con un aval. Los bancos no se fijan sólo en eso. Miran si la pyme que solicita el crédito es factible de que sobreviva. Si no apuestan correctamente, el banco lo pasara mal a medio plazo y no lo van a conceder en esas condiciones. Estamos hablando de mucho dinero. La banca aprendió en la crisis financiera de 2008. Saben que por cada subida del paro del 1% los impagos de créditos sube un 0,80%. Si sumas los 3 millones de ERTEs que podrían convertirse la mitad en parados, el millón en cese de actividad de autónomos, los parados que ya han aumentado en medio millón y la caducidad de los contratos temporales, la mora para la banca en breve será demasiado importante. España es un país de hipotecados. Recordemos esa dependencia y el escaso interés de la banca en convertirse, otra vez, en una gigantesca inmobiliaria en saldo.

La solución pasaba por exonerar impuestos, vincular las ayudas a la modernización del tejido empresarial y los créditos con avales a mantener la liquidez directamente en las empresas para que ésta llegue a los trabajadores. Pasa por aplicar medidas urgentes en los sectores turístico y de servicios y, pasa también, por estimular la nueva concepción de suma pymes españolas a fin de generar nuevas marcas capaces de ser más grandes. De esta crisis podremos aprender cosas. La importancia de dinamizar la economía con tecnología, de hacerlo con empresas más grandes, concentrando a las pequeñas. Si tuviéramos el porcentaje de empresas medianas que tiene de media Europa, nuestra productividad sería casi un 20% superior al actual. De esa cifra derivaría una mejora salarial que ahora se antoja imposible. Aprenderemos, sin remedio, con una hostia con la mano abierta, que con micro empresas no se puede modernizar un país, que para lograrlo necesitamos empresas más robustas, más grandes y capaces de pelear en un escenario económico veloz, repleto de grandes empresas y muy tecnológicas. Es una oportunidad que vendrá tras un drama de dimensiones gigantescas. Las decisiones que se tomen ahora, en ese sentido, marcarán la dimensión de la tragedia, pero también el nivel de aprendizaje que vamos a sacar de todo esto. 

En mi sector, el de la consultoría económica y tecnológica, muchos estamos trabajando por la concentración de pequeñas empresas. En mi caso lo hago porque en otros momentos aprendí que afrontar la reducción de demanda, impagos, subidas de impuestos y problemas salariales, es mejor hacerlo colectivamente, el que te proponga tu sector, en lugar de hacerlo solo. 

El futuro será digital. De hecho nadie ha hecho más por esa evidencia que la actual situación sanitaria. O te digitalizas o te digitalizaran. No va a haber otra opción. Por eso es tan importante que si abandonas el análisis de tu propio negocio, pensando en que los de ‘arriba’ te ayudarán o dirán que tienes que hacer, pierdas un tiempo precioso. Tienes que tomar decisiones, poner en marcha una hoja de ruta que permita liquidar lo que ya ha quedado viejo. La crisis de tu empresa podría depender de que no dejes morir lo antiguo para que nazca algo nuevo. Esto sirve para una pyme y para un país. No esperes que las directrices gubernamentales te digan lo que tienes que hacer. Las decisiones debes tomarlas tú. Lo peor que te pueda pasar es que tu sector las tome por ti y no puedas ser participe. Debes darte prisa porque el retraso en tomar decisiones, por mi buenas que sean, las puede convertir en malas decisiones por el simple hecho de tomarlas tarde. Ya expliqué la metáfora del volcán. No te quedes esperando hasta el final. No pretendas ser un héroe. En realidad, un héroe es alguien que no huyó a tiempo. Huye del modo de trabajar de antes, del mundo analógico, ponte en marcha, el tiempo se va a reducir. Esta es tu gran oportunidad, vívela así.

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Economía, Politica, Tecnologia Marc Vidal Economía, Politica, Tecnologia Marc Vidal

Le llamaron transformación digital pero la conoceremos como ‘salida de la crisis’.

Después de la peor erupción del Vesubio, los napolitanos que sobrevivieron, volvieron a construir sus casas por la misma zona por las que bajaron los ríos de lava un tiempo antes. La suerte es que el volcán no ha vuelto a escupir fuego con la misma intensidad nunca más. Tras cualquier crisis es importante comprender su verdadera dimensión y la virulencia con la que llegó. Sin esos parámetros es imposible estructurar una salida razonable. Y eso es bueno. Dice Boris Cyrulnik, neurólogo y psiquiatra que ‘después de una catástrofe, siempre hay una revolución’ y que ‘resisten mejor los que ya tenían una buena disposición antes de que se produjera’. Desde un punto de vista económico, tener miedo a lo que se avecina es normal, pues en un contexto como este, el miedo siempre ha resultado ser un mecanismo de defensa.

Después de la peor erupción del Vesubio, los napolitanos volvieron a construir sus casas en la misma zona por la que bajó un río de lava poco antes. La suerte es que el volcán no ha vuelto a escupir fuego con la misma intensidad nunca más. En cualquier crisis, lo importante es comprender su verdadera dimensión y la virulencia con la que se desplegará. Sin esos parámetros es imposible estructurar una salida razonable. No necesariamente todo es malo en un suceso de este tipo. Dice Boris Cyrulnik, neurólogo y psiquiatra que ‘después de una catástrofe, siempre hay una revolución’ y que ‘la resisten mejor los que tenían una buena disposición antes de que se produjera’. Desde un punto de vista económico, tener miedo a una crisis que se avecina, es normal, pues el miedo siempre ha resultado ser un mecanismo de defensa. 

Las empresas van a tener que valorar adecuadamente la envergadura de esta tragedia sin olvidarse que superarla dependerá de la capacidad de adaptación. El ser humano ha vivido momentos mucho peores y siempre ha descubierto como sobrellevarla. Nuestros ancestros, en periodos de glaciación, cazaban y en las épocas templadas, se volvían agricultores. Tras esta crisis vendrán cambios profundos, en el comportamiento social y, especialmente, en el comportamiento económico. Esos cambios llegarán, no hay otra. Pero nos tocará reflexionar y analizar que tipo de modelo social y económico queremos tener tras ellos.

No comparto la idea de que tras esta pandemia vamos a cambiar nuestro modo de ver el mundo de un modo radical e inmediato. Seguramente no vamos a estructurar nuestra relación con la naturaleza de inmediato y, ni tan siquiera, nos centraremos en un nuevo modo existencial como defienden muchos pensadores. No somos así. Nos adaptamos en base a las necesidades vitales, económicas y laborales. Los grandes cambios son lentos aunque nos parezca que no, pero los cimientos de esos cambios sí son evidentes mucho antes. Ahora pasará igual y es preciso afrontarlo. 

Pensemos en la peste negra, aquella plaga del siglo XIV que en pocos años liquidó a la mitad de los europeos. Tras el desastre no se podía cultivar, no había suficiente mano de obra y desaparecieron casi todos los cultivos. Curiosamente, tras una catástrofe de esas dimensiones, los efectos fueron sorprendentes. Desapareció una estrato social denominado ‘siervos de la gleba’, que se vendía como un activo más cuando alguien compraba una tierra cultivable. Y tuvo que llegar ‘la peste’ para que eso pasara. No fue un cambio radical, fue una adaptación. Resulta que la mano de obra superviviente tras aquella pandemia, cada vez era más cara por ser escasa. Una escasa oferta y una alta demanda siempre ha producido lo mismo. Lo importante, no obstante, es identificar que se va a demandar y que puedes ofrecer. Si te cuadra el puzzle, cualquier crisis puede ser una oportunidad.

Y si hay algo que no me gusta es ese léxico de guerra que se ha afianzado en el discurso oficial y periodístico. No estamos en guerra ni lo que viene es la postguerra, lo diga Macron o lo diga quien lo diga. En todo caso vivimos en el detonante (algo que expliqué en mi último libro sin saber que podía ser una partícula vírica) que obligará a ordenar el rompecabezas en el que vivíamos hasta hace muy pocos meses. No tenemos los planos para componerlo, sólo sabemos que hay un inevitable cambio a la vista. Tenemos dos opciones: utilizar esa presión por el cambio en dirección a la productividad, la eficiencia, lo sostenible y la protección social por vía de la tecnología o, por otro lado, dejar que se desparrame todo replicando el mundo anterior. Tras cada crisis hay siempre una ventana de oportunidad. Mi abuela nació hace un siglo exacto. No había seguridad social ni pensiones. Tuvo que esperar un desastre bélico monumental para que se implantaran algunas de las cosas que ahora vemos como derechos fundamentales. No siempre fue así, se precisó la quiebra profunda de los modelos económicos y sociales para que se tuvieran que implantar medidas de protección y estímulo empresarial. 

Por mucho que lo repitan, los territorios desconocidos no son tan desconocidos. El futuro inmediato será un escenario complejo pero no inédito. Sabemos que, ante cualquier fisura en los flujos económicos, se debe proteger a las personas más vulnerables pero sin destruir los modelos productivos. Sabemos, también, que en el período de crecimiento tras el desastre, se abre la mayor oportunidad de modernización económica posible. Ahora es igual. Momento de debatir sobre la protección social con modelos como la renta básica universal o para activar, desde lo público y lo privado, la transformación digital y la automatización del modelo de crecimiento de un país.

Y si tenemos algo claro es que a lo que vamos es a una recesión. Sí, es irremediable. Pero tampoco se acaba el mundo, en todo caso, lo que se acaba es un mundo. Es importante relativizar el problema. No desestimarlo, sólo reducirlo a su verdadera dimensión. Una dimensión económica, laboral y social, no una dimensión existencial. Y como a lo que nos dirigimos sin pausa es a una recesión profunda estaría bien saber que es exactamente y las implicaciones que tiene.

Una recesión es algo aterrador, cierto. A pesar de que la última recesión terminó hace más de una década, la gente teme a las recesiones porque pueden significar pérdidas patrimoniales y paro generalizado. Pero la recesión no deja de ser una parte, la más desagradable, de una economía dinámica. Es difícil prepararse para una recesión, pero es posible. De hecho, de tu capacidad de aguante dependerán las oportunidades que tendrás cuando la recesión termine. Porque siempre terminan. Hablo en términos particulares, empresariales y gubernamentales.

El problema es que esta situación de crisis que acecha bien podría ser algo mucho peor: una depresión económica. Depresión es un término que se utiliza para definir una recesión extremadamente aguda e intratable, a pesar de que no hay una definición formal de este término en la teoría economía. Curiosamente la recesión de 2007 tuvo similitudes muy incómodas con la Gran Depresión del 29 porque llevaba implícita una crisis financiera, un desempleo brutal y la caída del valor inmobiliario. Sin embargo, a ese período de 2007, se le llamó, para siempre, como la Gran Recesión. De este modo se logró evitar así el calificativo de Depresión que tanto preocupaba al FMI, al Banco Mundial a los de Davos y a los bancos centrales. Pura semántica. 

Está por ver como llamaremos a lo que viene. Desde el punto de vista técnico, el futuro inmediato podría situarnos en la mayor recesión vivida por nadie que esté vivo actualmente. Si bien una recesión oficial es la disminución de la fabricación real, de las ventas comerciales y de la producción industrial durante un período continuo determinado, ahora de lo que hablamos es, en realidad, de una parálisis de todos los flujos económicos. De un shock de oferta y demanda que se traducirá en un shock laboral sin precedentes. Además, si observamos el período transcurrido desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, las recesiones han durado un promedio de 11 meses consecutivos. Existen estabilizadores que la regulan. También es cierto que luego puede haber estancamiento, crecimiento leve o rebote. Si es o no una depresión dependerá también de como lo afrontemos todos en general. De momento, estarás pensando, nos estamos cargando un modelo de crecimiento muy asentado que funcionaba muy bien y no va a ser fácil sustituirlo en un tiempo corto.

Una recesión o depresión, revierte en lo personal, lo empresarial y lo político. En el primer caso, en lo individual, lo importante es entender el valor de la liquidez. Ayer me preguntaba alguien que se puede hacer desde el punto de vista particular ante la hecatombe que supone una recesión (o depresión) tan importante. Desde el punto de vista personal, es difícil recomendar nada, pero sabiendo sobre su tendencia a tener media vida sujeta a cuotas crediticias, le recomendé que pagara sus créditos al consumo y la deuda de su tarjeta de crédito. Pagar una tarjeta de crédito que cobra el 18% de interés es el equivalente aproximado de obtener un 18% de retorno de tu inversión, y no obtendrá eso de la mayoría de las otras inversiones durante una recesión. Es imposible. De ahí que no sea buena idea acumular recibos en estos tiempos que vienen y disponer del rey de las recesiones: ‘el cash’. Le recomendé también que dispusiera de un presupuesto encaminado a su propia adaptación a los tiempos. Por ejemplo, buscar formación, modelos de aprendizaje que mejoren la ‘adaptabilidad’ a ese mundo ‘nuevo’ que viene desde un punto de vista laboral. Hablo de habilidades humanas abrazando la tecnología. Ambos efectos serán los protagonistas indiscutibles de las ofertas laborales que vayan surgiendo. 

A nivel empresarial es similar. Formación, eficiencia y automatización. Se deberá producir menos, porque habrá menos demanda y, con ello, también será posible ganar más. Con el tiempo, quien sea capaz de aguantar, tendrá menos competencia, pero para aguantar antes hay que ‘modernizar’. Le llamaron transformación digital pero la conoceremos como ‘salida de la crisis’. Y en lo público, se trata de gastar la ingente cantidad de deuda que se está anunciando, en modificar el modelo de crecimiento de un país. En España, Europa y Latinoamérica, todos los organismos públicos se van a a endeudar como nunca antes. Es la oportunidad de gastar en conquistar el futuro. Sin eso no habrá competitividad. Sin innovación no habrá trabajo en unos años ni forma de crearlos.

Y tenemos señales tremendas de lo que viene. No hablo de las previsiones de los múltiples organismos existentes. Eso ya lo hemos analizado. Hablo de que ya teníamos indicios de que la cosa pintaba mal. Ya estábamos en la senda de una recesión importante. De ahí, como he dicho al principio, este desastre monumental que vamos a vivir y estamos viviendo, tal vez, no sea tan mala noticia. Es posible que, en lo económico, sea un revulsivo, un detonante que no hubiera llegado con tanta claridad. Lo que venía era una ‘L’ larga, muy larga, un cansancio comercial e industrial y una insostenible fórmula de relación entre la economía y los individuos. Esta explosión exige tomar medidas determinantes que no se hubieran tomado en otros casos. No será un ‘V’, ni una ‘U’, ni una ‘V’ asimétrica. Es obvio, pero habrá recuperación y será relativamente rápida si aceptamos como rápida un total de dos años al menos. Nada garantiza que la crisis que se cernía sobre nosotros antes de la crisis actual hubiera sido menos agresiva. Su duración podría haber sido formidable. Recordemos que un impacto brutal suele permitir la reconstrucción más rápido. Un continuo golpeteo, un incisivo y duradero descenso, deja inservible el escenario económico y no da opciones en tiempo para la recuperación. Lo deja en el estancamiento sin punto de fuga.

Y sin poder definir el calibre de lo que viene, sí podemos interpretar que transformaciones va a provocar. De momento sólo es factible detectar las que se derivan del propio confinamiento y de la evidencia de lo vulnerables que somos. Un mundo no tan nuevo pero que sí exigirá cosas nuevas. Se van a necesitar empresas más resistentes, más tecnológicas, más eficientes, menos endeudadas y más comprometidas. 

Empresas resistentes con mecanismos para afrontar los cambios de modelo con mayor calidad y sin sufrir demasiado. Eso se logra siendo capaces de generar modelos de negocio nuevos a partir de la observación del cliente y del entorno social resultante. Recomiendo hacerlo con calma. No es preciso lanzarse a la revolución de los negocios sin entender cuál es el escenario resultante. La prudencia, siempre, es una virtud en tiempos convulsos. 

Empresas que entiendan que los procesos deberán ser inteligentes y que apliquen modelos productivos nuevos con garantías e implementaciones profesionales. Trabajar desde casa es trabajar desde casa y no siempre es teletrabajar. Esto último precisa de procesos, infraestructura, seguridad, y modelos que conviertan un escenario remoto en, casi, un escenario común. No es tener una cuenta en zoom premium. Es mucho más. Y será muy importante entender que la tecnología ahora dejará de ser esa agresión a los modelos de negocio tradicionales, será, sin más, el modelo de negocio.

Empresas que logren ser más eficientes generando valor a cada parte de los procesos que pongan en marcha. Para ello precisarán leer datos, gestionar con inteligencia artificial muchos de ellos, convertirlos en información y finalmente en conocimiento. De esta crisis saldrán con ventaja las empresas que logren vender menos, ganando más. En una segunda fase, estas, serán las que venderán más, todavía gastando menos.

Y finalmente, empresas poco endeudadas y con compromiso social. Lo primero es una obviedad atendiendo a que no sabemos las exigencias financieras que se avecinan. El mercado de crédito se va a tensionar tanto que acabará repercutiendo en todo. La liquidez garantizada está por garantizarse. De ahí que, todos esos factores precisarán además un modelo de compromiso con los tiempos que vivimos. Las empresas que vendan cosas no respetuosas con la realidad dura y dolorosa del entorno, no venderán. En un mercado donde la oferta superará a la demanda, el grado de elección ante un mismo precio, siempre será emocional y enlazado con lo sostenible y comprometido.

En definitiva, vienen tiempos duros. Veremos si los que tienen que marcar las líneas de cómo afrontarlo aciertan. De momento cuesta verlo, pero confío que, más pronto que tarde, ante el peso de lo inevitable se pongan todos a trabajar juntos. Ahí, además, deberemos estar todos. Trabajadores y empresarios. Porque permíteme recordarte que, en la peor situación imaginable, incluso pudiendo haber 9 millones de parados, seguirían habiendo otros 10 trabajando. Lo importante es que esos 10, lo hagan en algo que genere riqueza a medio plazo y nuevos empleos para ocupar a los otros 9. Esa es la clave.



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La última bala tras un triple 'shock' económico

En Europa llevamos más de un mes congelados. Tras las primeras noticias de algunos casos puntuales de infectados por coronavirus, llegó la bofetada que supuso descubrir que el epicentro de la pandemia se había trasladado a la puerta de nuestras casas. Tras esa sorpresa, llegaron las dudas y, tras ellas, las decisiones. La mayoría de países europeos cerraron sus fronteras y decretaron el estado de alarma unos, o de confinamiento otros. La consecuencia inmediata fue la paralización de los flujos económicos y se nos explotó frente a nuestras narices una situación económica inédita. Una crisis de triple ‘shock’ económico y que tardará todavía unos meses en materializarse con toda su envergadura y violencia.

En Europa llevamos más de un mes congelados. Tras las primeras noticias de algunos casos puntuales de infectados por coronavirus, llegó la bofetada que supuso descubrir que el epicentro de la pandemia se había trasladado a la puerta de nuestras casas. Tras esa sorpresa, llegaron las dudas y, tras ellas, las decisiones. La mayoría de países europeos cerraron sus fronteras y decretaron el estado de alarma unos, o de confinamiento otros. La consecuencia inmediata fue la paralización de los flujos económicos y se nos explotó frente a nuestras narices una situación económica inédita. Una crisis de triple ‘shock’ económico y que tardará todavía unos meses en materializarse con toda su envergadura y violencia.

Y hablo de una triple crisis, por lo menos en su origen, pues estamos ante un ‘shock’ de oferta, sucedido por otro ‘shock’ de demanda y, finalmente, un ‘shock’ en el valor de los activos. El primero se produjo cuando se decretó el cierre del flujo económico de un modo u otro. Se obligó a cerrar tiendas, comercios, bares y restaurantes, a cancelar viajes y a cerrar el espacio aéreo. El flujo económico quedó quebrado y, en una fase posterior, se canceló cualquier actividad económica no esencial. 

La economía es un puzzle complejo y cuando una pieza no aparece es muy difícil componer el conjunto. Y la realidad es que hemos perdido un buen número de piezas. A esa falta de oferta se le sucedió la falta de demanda. No hay necesidad de comprar nada que no sea de carácter primario. El bloqueo de los flujos económicos ya es una realidad. A estos dos candados se sumó una caída de todos los mercados. El valor bursátil se desplomó al inicio de la crisis sanitaria y no logra remontar. En esencia, ahora no compramos, no se puede vender y además el valor patrimonial de todo se ha devaluado.

El triple ‘shock’ tendrá consecuencias a medio plazo pero que ya se pueden identificar. En un país como España, además, dependiente de sectores cíclicos y de escaso valor añadido, el problema no sólo es inédito, va a ser monstruoso. En los próximos meses viviremos otro ‘shock’, pero de tipo laboral y al que le sucederá una deflación económica, un aumento del coste público, una reducción de los ingresos de la administración, un incremento de impuestos y la intervención final del Eurogrupo. 

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Vamos a tener el incremento de paro más intenso de la historia en cuanto al tiempo en el que va a suceder. Las cifras, absolutamente brutales, aportadas por el Ministerio de Trabajo no son explicativas de lo que realmente está pasando. Parecen una capa de barniz que no deja ver con claridad la dimensión de la tragedia. No fueron sólo 300.000 los nuevos parados. Se trataba de algo mucho peor. Esa cifra, incluye únicamente los que dejaron de trabajar y se inscribieron en las listas de desempleo. Faltan los otros 600.000 que ni siquiera se apuntaron y que han dejado de trabajar. Son los que vieron cómo sus contratos temporales vencían en esos días de parálisis. Faltan otros 4 millones de trabajadores con contratos precarios o temporales que vencerán en los próximos cuatro meses. No renovarán.

Pero faltan más. Los tres millones de trabajadores sujetos a un expediente temporal de regulación de empleo no son, según la ministra de trabajo y el gobierno, parados a pesar de cobrar desempleo y no ir a trabajar. Para que no se contemplen como parados el gobierno derogó los artículos 45,47 y 51 del RDL 1/1995 que decía que 'un trabajador afectado por un ERTE está jurídicamente en desempleo y por eso obtiene prestación aunque no está dado de baja de la seguridad social’. Ahora ya no lo pone, pero lo ponga o no, son parados. Y si no lo son por alguna razón técnica, lo serán en un buen porcentaje. La cifra de parados debe sumar a los 700.000 autónomos que cesarán actividad. El desempleo en España bien puede llegar a cifras inéditas rozando los 6 o 7 millones de personas aunque lo escondan con epígrafes y variables ocurrentes. Lo peor es que la realidad explosionará. Y si explosiona sin avisar, porque hay un esfuerzo ridículo por esconderla,  las consecuencias serán terribles. 

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Y no soy yo que lo interpreto. El propio gobierno español ha cuantificado ‘en 6,3 millones de trabajadores, los que van a recibir protección de rentas del Estado. La mayoría de ellos, un 60%, por entrar en ERTE. El resto dicen que son los 1,4 millones de autónomos que recibirán un beneficio económico de 950 euros por cese de actividad o desplome de sus ingresos y, finalmente, unos 900.000 que recibirán prestación por desempleo sin reunir todos los requisitos para ello’. Bueno, igual no son parados, pero se le parecen mucho.

Y en eso que, cuando los datos que se manejan son poco menos que un cuento de Disney comparado con lo que esconden, aparece el FMI. El Fondo Monetario Internacional que no acierta ni una y que se compone de un tipo de economistas de tipo ‘prospectivo’ y que nos advierte que ‘vienen tiempos muy difíciles’ tan solo una semana después de decir que ‘esta crisis sería similar a la de 2008’. Son una calamidad, una montaña de burócratas lanzando informes muy bien pagados que, para entenderlos, debemos multiplicar por dos cualquiera de sus cifras. 

De ahí que nos sirva su último informe como elemento de análisis de tendencia. Veamos. El FMI dice que el crecimiento del PIB español caerá un -8% este año. Pongamos un -16% como cifra más posible. Nada visto desde la Guerra Civil o la pérdida de las últimas colonias como Cuba en 1898. La CEOE habla de un -9%, PwC de hasta un -15% y empieza a haber ya (por fin) consenso de que esto no tiene nada que ver con la mini-crisis de 2008. Replico mi apuesta. Caeremos un 16%.

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Y es cierto que esto le va a pasar a muchas economías. El problema es que España no es como el resto de economías. Ni tampoco estamos en las mismas condiciones que cuando nos llegó el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y dejó el país como un solar. No, estamos peor que entonces y en el punto de partida. Por aquel entonces estábamos creciendo, aunque fuera sobre un suelo de cristal. Ahora, igual ni te acuerdas, hace un par de meses estábamos desacelerando, no creábamos empleo y éramos incapaces de reducir la deuda.

El FMI advierte que España llegará a una deuda potencial del 115%. Será más. Nos iremos a un 125%. Y aunque parezca mucho, no es tanto comparado con lo que hemos aumentado en una década esa deuda. Si no sirvió para mucho pasar del 52% en 2009 al 96% hoy, no sería tanto pasar del 96% al 125%.  De ahí que algunos defiendan que la deuda es impagable y por eso se puede seguir  aumentando. Terrible. En el caso de que fuera impagable, lo que sí se tiene que abonar son los intereses, eso te lo piden religiosamente en los mercados. Si no pagas, olvídate de políticas públicas. Esos mismos suelen advertir que hay países de nuestro entorno con deuda pública superior y que no les pasa nada. Suelen referirse a Japón o a Italia. Cierto, tienen una deuda superior, pero es de una composición muy diferente. Japón e Italia tienen una deuda pública mayoritariamente interna. Nosotros tenemos deuda pública externa. No hace falta que detalle lo que significa eso, ¿verdad? Una cosa es deberle dinero a tu familia y otra al casero.

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Además, lo que caracteriza a nuestro país es la dificultad de crear empleo con crecimientos inferiores al 2,1% por lo que somos una máquina de crear paro cuando la cosa no va bien. De hecho, no hemos creado suficiente empleo como para afrontar ningún reto de este calibre. En la crisis de 2008 España tenía 1,8 millones parados, ahora partimos con 3,6 millones. El doble antes de empezar a contar la hecatombe. Un país en el que la inversión en modernizar la economía ha vuelto a ser nula durante estos años. Esta crisis traerá consigo un cambio en los modelos productivos y en las cadenas de valor y estamos mucho peor preparados para la disrupción tecnológica que antes. La inversión en modernizar la economía se ha ido reduciendo y comparar es feo, pero, en 2018 España invirtió en Industria 4.0 140 millones mientras que Francia volcaba 24.000 millones en ese tipo de sector de futuro.  

La dependencia de una economía cíclica, con una estructura del PIB muy débil y de escaso valor añadido, dificultará el arranque de los flujos económicos dependientes para salir del -16% que deduzco. Veamos nuestro modelo productivo y su peso en el PIB: turismo 15%, comercio interior 13%, restauración y ocio 10%, automóvil 10% e  inmobiliario 9%. Por lo que cuando sale algún ministro o ministra asegurando que de esta salimos en 'V' o en 'U' o en 'Nike' es por que, o bien creen que realmente será así por ciencia infusa, o porque nos ven muy entretenidos aplaudiendo cada día a las 8 de la tarde. 

Han pasado 12 años desde el estallido de una crisis que nos explicó que no podíamos pagar deudas infinitas, que el paro no tiene límites si estalla el sector motor y que cuando te rescatan (UE) te recortan hasta que no queda nada. Y en 12 años no se cambió demasiado. Seguimos sin apoyo a las empresas tecnológicas, se les castiga con tasas raras, sin estimular el modelo de crecimiento y acentuando la dependencia de sectores cuyo empleo cada vez era más precario. España está mucho peor que en 2008 y parece que nadie quiere reconocerlo o se les ha nublado la memoria.

Por si fuera poco, por primera vez desde nuestra entrada en UE, España será pagador neto y ya no receptor de fondos de cohesión para cubrir el agujero del Brexit. Esto lo complica todo aún más. De aquí que sin ingresos a la vista, pues tarde o temprano se deberán exonerar impuestos, y los pagos del 20 de mayo se podrían volver a aplazar como se hizo el 20 de abril, el relato en Europa no puede ser sólo que 'nos dejen dinero para pagar los agujeros'

Europa no es que sea un club de gente con mucha empatía. Son burócratas con poco instinto pero sí con una idea muy clara: si nos dejan más dinero (que tendrán que hacerlo) se deberá utilizar en direcciones previstas y ordenadas por la misma UE. Y es normal, quien paga manda. Creo que, aunque las vamos a pasar canutas, tenemos una sola oportunidad más y acaba de aparecer. Una con la que, realmente, no contábamos. A pesar de que el barro nos llegará al cuello, hay una vía para que todo esto tenga algún sentido y se utilice el crédito europeo, la quiebra laboral y la falta de ingresos tradicionales, para cambiar de una vez por todas nuestro modelo y estructura de crecimiento.

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El uso de los 200.000 millones que dijo Sanchez iba a movilizar y que ya sabemos que no son ni 200.000 ni los va a usar, serían un gran aporte a ese cambio. De momento no tiene pinta. En realidad eran sólo 17.000 millones, el resto eran avales que no aceptan siempre los bancos y créditos privados que no fluyen. De ahí que solo nos queda una opción: exponer un gran acuerdo de estado, aceptar la intervención europea (que será más pronto que tarde), no malgastar el mal acuerdo del Eurogrupo y plantear un modelo de salida estimulando una nueva economía.

La financiación de todo el colchón laboral y el escudo social dependerá de esa negociación aceptando que no puedes tenerlo todo sin dar nada a cambio. No puedes esperar que Europa acepte darte ayuda a cambio de no hacer lo que te piden que hagas. Si esto lleva a recortes, subida de impuestos y adelgazamiento de la administración, pues que así sea, sobretodo lo último. Poner a dieta el Estado cuando la gente lleva ya días sin cobrar, no está de más.

Fue una lástima haber desaprovechado las vacas gordas construyendo como si no hubiera un mañana, las flacas estimulando el empleo precario y las vacas, ni gordas ni flacas, en no bajar impuestos que hubieran dinamizado una economía que ahora se enfrenta a un rescate inevitable. Estamos ante la última oportunidad. Ante una crisis bíblica, pero también ante una oportunidad. La recesión perjudicará la lucha contra una crisis sanitaria como esta y, si llegara una segunda oleada o una nueva pandemia, el no haber podido invertir en ello se transforma en un desastre brutal. No es sólo un elemento productivo, es también un ejercicio de seguridad y para ello se deben practicar políticas que retengan el talento. 

Ya lo hemos vivido. La crisis inmobiliaria que Zapatero insistía en llamar 'pequeña desaceleración' hasta que fue demasiado tarde para tomar medidas, supuso un éxodo de profesionales de alta calificación como nunca antes en nuestro país. Aunque España está por encima de la media europea en volumen y formación de profesionales con doctorados, no aprovecha ese talento por un modelo de investigación descuidado desde 2011 sin salida comercial y un escaso número de patentes registradas.

Los salarios de nuestros científicos son ridículos y la falta de financiación para programas de gran envergadura científica están detrás de que casi 100.000 trabajadores de alta cualificación emigraran a otro país de la UE entre el 2007 y el 2017. Volverá a pasar. Los sectores con mayor potencial de innovación han tenido pocos estímulos para implantarse en España como las fintech, big data, biotecnología o la ciberseguridad. Y esa tendencia de 2007 no ha hecho más que empeorar, gobierne quien gobierne, da igual. 

El futuro al que vamos va a ser aun más exigente. La capacidad pública para afrontar los retos como el desarrollo sostenible, sanidad protegida, el empleo automatizado y digitalizado, las brechas sociales u otros, se van a reducir aun más por la necesidad económica que viene. En las vacas gordas (hasta 2004-09), como he dicho antes, no se invirtió en investigación o nuevas tech, sólo en amontonar ladrillos. En las vacas flacas (2010-16) no se invirtió en cambiar el modelo y se creó una bolsa de empleo temporal inasumible. En las vacas ni gordas ni flacas (2017-29) no se estimuló el cambio de modelo económico y se acentuó la dependencia de sectores cíclicos como el turismo. En las vacas raquíticas que vienen (2020-24) no va a haber capacidad para nada más que pagar los intereses de lo que va a costar 'reconstruir' en el solar económico que nos va a quedar. Espero, no obstante que el verbo del futuro no sea ‘reconstruir’ y se cambie por el de ‘construir’, construir algo nuevo.

Hay países que han ido revisando sus períodos de ciclos económicos para versionar sus estructuras del PIB. Nosotros no. Ya sé que no vienen tiempos de inversión pública en sectores estratégicos. Vienen tiempos de inversión táctica para taponar hemorragias. De ahí que, si se quiere aprovechar este momento como punto de inflexión para modificar el modelo de crecimiento futuro con sentido, se deberá hacer de un modo quirúrgico y asumiendo costes y daños colaterales irremediables. La industria tecnológica, la investigación, las pymes innovadoras que todavía quieran invertir en modernizarse y digitalizarse, se las debe cuidar especialmente y se las debe exonerar impuestos en la medida de lo posible a partir de esas ayudas europeas. De hecho la mayoría de empresas no quieren subvenciones, quieren ayudas fiscales y poder ejecutar planes de contención, de inversión y de crecimiento localizando oportunidades. 

El futuro, aunque no pinte bien, podría ser un escenario de oportunidades. El jefe de gabinete de Obama, Rahm Emanuel dijo que ‘nunca desaproveches una buena crisis’ refiriéndose a que durante un momento como este, las grandes decisiones pueden ser igual de duras que en otros momentos, pero se entienden mejor. España ha caído en los rankings de innovación, productividad, tecnológicos y, a cambio, hemos subido en los de playas repletas. Es evidente que no podemos depender de si los bares están abiertos o no. Una economía globalizada no puede soportarlo. Pero cuando los sistemas colapsan, la gente se levanta. Todos haremos lo necesario, nos ajustaremos los cinturones, nos enfrentaremos a un mundo complejo, seremos capaces de recuperar espacios. Todos lo haremos, pero sin embargo, para eso se precisa un liderazgo claro, con decisiones que permitan que ese esfuerzo se materialice en algo. Nos hemos encerrado semanas, sin rechistar, entendiendo responsablemente lo que significaba hacerlo. Y lo volveremos a hacer, pero esta vez no será gratis. Sólo queda una bala.

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Economía, Sociedad, Tecnologia Marc Vidal Economía, Sociedad, Tecnologia Marc Vidal

¿Cómo ha logrado Corea del Sur vencer al coronavirus sin paralizar su economía?

Escuchamos desde hace días a los responsables políticos y médicos de infinidad de países hablar acerca del pico de contagios o fallecidos por culpa del Covid-19. Estamos haciendo un curso acelerado de modelos de previsión e incrementos variables. Al comparar las curvas de casos de los diferentes países hay una que destaca sobre las demás. Se trata de la de Corea del Sur. Un país que ha logrado una baja letalidad y una economía que nunca tuvo que paralizarse ni tuvieron que confinar a su gente. A cambio les repartió dos mascarillas por persona y semana. Pero veamos la evolución del asunto y las medidas tomadas. Comparar también sirve si lo que se ha hecho, se hace y se pretende hacer es acertado.

Escuchamos desde hace días a los responsables políticos y médicos de infinidad de países hablar acerca del pico de contagios o fallecidos por culpa del Covid-19. Estamos haciendo un curso acelerado de modelos de previsión e incrementos variables. Al comparar las curvas de casos de los diferentes países hay una que destaca sobre las demás. Se trata de la de Corea del Sur. Un país que ha logrado una baja letalidad y una economía que nunca tuvo que paralizarse ni tuvieron que confinar a su gente. A cambio les repartió dos mascarillas por persona y semana. Pero veamos la evolución del asunto y las medidas tomadas. Comparar también sirve si lo que se ha hecho, se hace y se pretende hacer es acertado.

A finales de febrero, el número de nuevas infecciones por coronavirus en el país asiático tuvo un cambio de comportamiento pasando de varias decenas a varios miles en muy poco tiempo. De hecho, identificaron 909 casos en un solo día el último día de febrero. Sin embargo, sólo en una semana redujeron esa cifra a la mitad y, en unos pocos días más reportaron sólo 64 casos nuevos. En el resto del mundo explotaba la pandemia de manera exponencial pero en Corea se apagaba rápidamente. El 7 de marzo España tenía 498 infectados oficiales, Corea del Sur 7.041. Un mes después nosotros superamos los 135.000 y ellos apenas los 10.000. En el mismo período España ha pasado de  los 10 fallecidos a los 13.000 y Corea de los 44 a los 186. Es evidente que hay dos estrategias distintas, dos modos de afrontar la pandemia. A primera vista la sensación es que tuvieron que aplicar medidas muy duras para lograrlo pero lo relevante es que para lograrlo no tuvo que aplicar las restricciones que vivimos otros con la consecuente congelación económica.

La pregunta es ¿qué ha hecho Corea del Sur para ese aparente éxito? En un artículo del New York Times lo detallan: acción rápida, pruebas generalizadas con rastreo de contactos y el apoyo crítico de los ciudadanos. Es importante resaltar un elemento que define a este país. Desde el punto de vista de la automatización, la tecnología y la inteligencia artificial, Corea del Sur es el país con la mayor densidad de robots per cápita del mundo. Esto permite entender lo engrasado de algunos procesos y de la aceptación del uso digital en otros. 

Aunque los funcionarios surcoreanos advierten que sigue existiendo un riesgo de resurgimiento, Corea del Sur está demostrando que al Covid-19 se le puede ganar con una salud pública inteligente y agresiva. Para ello, es muy interesante estudiar la metodología utilizada, que aunque parezca simple, en su ejecución no lo es tanto. Se trató de una intervención rápida que el propio gobierno relata en este documento que explica esas medidas. Unas medidas que deberían haber servido de inspiración ya hace mucho pues el resultado ha acabado siendo una baja letalidad y una economía intacta que nunca tuvo que entrar en parada forzosa. Pero ¿qué hicieron exactamente? Mientras nuestros dirigentes aseguran que ‘viene lo peor’, ‘que vamos a ganar juntos’ y otras frases similares, el ministerio de Economía de Corea del Sur publicó como lo lograron.

Primeramente tuvieron reflejos y una intervinieron muy rápida. Solo una semana después de que se diagnosticara el primer caso del país a fines de enero, funcionarios del gobierno se reunieron con representantes de varias compañías médicas e instaron a las compañías a comenzar a desarrollar inmediatamente kits de prueba de coronavirus para la producción en masa. Además, aunque los casos confirmados de Corea del Sur se mantuvieron en muy pocos, miles de kits de prueba se hacían diariamente. Esto significó algo muy importante, pudieron luchar contra la epidemia sin limitar el movimiento de nadie porque conocían las fuentes de infección en todo momento. Este hecho no fue casual, estaban preparados para tratar el coronavirus como una emergencia nacional, pues tuvieron un brote en 2015 de un síndrome respiratorio que mató a 38 personas. Eso les mantuvo en alerta y ese es, en realidad, una de las funciones de cualquier gobierno, la previsión estratégica.

En segundo lugar, Corea del Sur implementó una prueba temprana, frecuente y eficiente. Sin fallos. Examinaron, siguen haciéndolo, a muchas más personas para detectar el coronavirus que cualquier otro país, lo que les permite aislar y tratar a cualquiera muy poco después de su infección. Algo muy distinto que en otros países donde las personas con síntomas esperan días y días hasta recibir confirmación en un sentido u otro. Es evidente que las pruebas son fundamentales porque eso lleva a la detección temprana, minimiza la propagación y trata rápidamente a los que se encuentran con el virus a la vez que ayuda en algo fundamental, rebaja la tasa de mortalidad. Está demostrado.

El tercer elemento fue el de evitar el colapso del sistema sanitario con una fase previa al posible tratamiento. Para ello abrieron 600 centros de pruebas diseñados para evaluar a la mayor cantidad de personas posible, lo más rápido posible, y mantener a los trabajadores de salud seguros al minimizar el contacto. En un centenar de estaciones de servicio los ciudadanos eran examinados sin bajarse del coche. En 10 minutos tenían los resultados. Todo eso, con apenas unos muchos menos casos de los que tenemos otros y donde todavía estamos discutiendo sobre estas posibles pruebas masivas y sin errores. Para ello utilizaron incluso las cámaras térmicas ubicadas en la mayoría de oficinas, hoteles, restaurantes o edificios públicos culturales o deportivos para identificar a las personas con fiebre. Lograron tener un mapeo muy cercano y rápido de quién tenía el virus y quién no.

La cuarta clave en la metodología surcoreana trató de rastrear a los ciudadanos a partir de contactos recientes y aplicando el aislamiento y vigilancia de todos ellos. El éxito de esta acción estaba supeditada a la eficiencia tecnológica y a la agilidad de la toma de medidas. Esto, cuando se hace tarde, se pierde el tracking de un contagiado por la innumerable cantidad de variables posibles. Lo tuvieron claro. Cuando alguien daba positivo, los trabajadores sanitarios rastreaban los movimientos recientes del paciente hacia atrás para encontrar, evaluar y, si es necesario, aislar, a cualquier persona con la que la persona haya tenido contacto. En otros países hemos hecho eso pero no funcionó. El motivo es que en Corea del Sur se desarrollaron herramientas y prácticas para el rastreo agresivo de contactos durante el brote de MERS y aquí no. 

El sistema es un poco big brother pero ha resultado un éxito. Los funcionarios de salud rastrean los movimientos de los pacientes utilizando imágenes de cámaras de seguridad, registros de tarjetas de crédito, incluso datos de GPS de sus coches y teléfonos. Revisaron su propia ley de privacidad individual y cambiaron de urgencia lo necesario para priorizar la seguridad social sin afectar la economía. Ellos defienden que sin economía no puede haber salud y que, si se paraliza la industria y el comercio, la crisis posterior sería más letal que la sanitaria.

Lo curioso es que hubo un momento en el que rastrear a infectados y contactados se hizo realmente imposible. Como en Europa. En ese momento el gobierno insertó en los teléfonos móviles de los ciudadanos un sistema de alerta. Los teléfonos de los surcoreanos vibran con alarmas de emergencia cada vez que se descubren nuevos casos en sus distritos. Los sitios web y las aplicaciones de teléfonos inteligentes detallan cada hora, a veces minuto a minuto, los plazos de los viajes de las personas infectadas: qué autobuses tomaron, cuándo y dónde subieron y bajaron, incluso si llevaban máscaras. Después, se insta a las personas que creen que pueden haberse cruzado con un paciente a que se presenten en los centros de evaluación urgentemente y sin opción alternativa. Al identificar y tratar las infecciones de manera temprana, y al segregar los casos leves a centros especiales, han mantenido los hospitales limpios para los pacientes más graves y han evitado el contagio entre sanitarios y entre pacientes con otras patologías que pasaban por allí. Su tasa de letalidad apenas llega al 1% por cierto.

La quinta clave ha sido la implicación social que pidió el gobierno a sus ciudadanos. Nosotros luchamos contra el virus confinados, ellos lo hacen rastreando. Al no haber suficientes sanitarios que pudieran utilizar los escáneres de temperatura corporal todos los ciudadanos pudieron ser requeridos para este análisis en la calle. Los gobernantes creyeron que la supresión del brote requería mantener a los ciudadanos totalmente informados y solicitar su cooperación activa, no sólo pasiva. Por cierto, como he dicho al principio, la obligación del uso de mascarilla, nunca fue un debate. Aquí aun estamos con eso. La diferencia es que allí había para todos y aquí no, por lo que obligar el uso de algo que no tienes para todos es una evidencia de la imprevisión. Y no es un tema de demografía o capacidad económica, es un asunto de eficiencia. Recordemos que Corea del Sur tiene un PIB de 1,531 billones USD y España de 1,311 billones USD. Que Corea del Sur tiene 51,47 millones de habitantes y España 46,66 millones. 

Y te estarás preguntando porque no hemos actuado igual, ¿porque no hemos imitado al país que está derrotando al Coronavirus sin parar su economía? Pues básicamente por falta de capacidad política, sensibilidad pública y, especialmente, porque ya no podíamos. El tiempo es la clave. Hemos esperado mucho. Esto se sabía, se conocía, pero se le restó importancia durante tiempo. Se nos decía, y muchos lo creímos, que no era tan grave ni lo sería. A quienes pagamos para que sepan actuar ante estas cosas, no lo identificaron. En Corea sí.

En lo político, muchos gobiernos dudaron en imponer medidas en ausencia de un brote importante. En lo público, la confianza social sobre lo que te pide el gobierno es mucho mayor allí que en países que estamos siempre con guerras estúpidas, populistas y partidistas. El descrédito de la clase política se ha trasladado en una desidia social importante. En cuanto al momento, ya es demasiado tarde para que los países que estamos profundamente inmersos en la epidemia logremos controlar los brotes rápido y eficientemente. De ahí el desastre monumental en el que estamos a nivel sanitario y al monstruoso cataclismo económico al que nos encaminamos. 

Esta crisis va a cambiar muchas cosas en Occidente. Modo de relacionarnos, modelos económicos y sistemas políticos. Estaría bien que también cambie el modo en el que seremos capaces, si viene otra, de afrontar una pandemia similar. Tengamos claro que una economía sana es el mejor modo de tener una buena sanidad. Sin economía no hay sanidad. Existe un riesgo notable de que en una crisis económica brutal mucha gente que no hubiera sufrido por el virus, sí lo haga por no poder acceder a tiempo y en condiciones a un sistema sanitario tremendamente costoso. Ojo con eso. Además, sabemos que el único modo para luchar con un virus sin vacuna es contenerlo al principio, investigar sociológicamente como actuar y tener capacidad económica para ello. Estoy seguro que lo vamos a conseguir, pero el precio que vamos a pagar podría haber sido muy inferior mirando como lo han hecho en Corea del Sur por ejemplo.

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Una economía congelada por decreto precisa una congelación de impuestos

Que ha llegado una catástrofe económica sin modelo comparativo anterior parece evidente. Que las medidas que los distintos gobiernos están adoptando para amortiguarlo son diferentes en cada caso, también. Las estrategias que se pongan en marcha ante este monstruoso escenario determinarán el modo en el que cada uno salga del agujero y en cuánto tiempo lo hará. Unos han optado por utilizar el extintor de la deuda sobre cada foco que prende y otros han decidido estructurar soluciones más amplias.

Que ha llegado una catástrofe económica sin modelo comparativo anterior parece evidente. Que las medidas que los distintos gobiernos están adoptando para amortiguarlo son diferentes en cada caso, también. Las estrategias que se pongan en marcha ante este monstruoso escenario determinarán el modo en el que cada uno salga del agujero y en cuánto tiempo lo hará. Unos han optado por utilizar el extintor de la deuda sobre cada foco que prende y otros han decidido estructurar soluciones más amplias. 

Dinamarca, por ejemplo, ha alcanzado un acuerdo con sindicatos y patronales para mitigar el problema laboral y que el mayor número de empresas permanezcan vivas cuando todo esto amaine. Para ello, en lugar de garantizar que cualquier expediente de regulación temporal de empleo se conviertan en definitivos, han decretado con carácter retroactivo que el Estado cubra el 75% del sueldo de los trabajadores de aquellas empresas privadas que, por culpa del coronavirus, planeen recortar su plantilla si se comprometen a no despedir a nadie por motivos económicos. En la medida hay letra pequeña en cuanto al número de empleados, tope salarial e, incluso, de cubrir el 90% en aquellos trabajadores que ejerzan su empleo por horas.

Dinamarca defiende con esta medida, a diferencia de los ERTEs rápidos que se han definido en España, es que las empresas reciben la ayuda directa, las nóminas están aseguradas y el empleo futuro también. Con ello buscan mantener el poder adquisitivo de los trabajadores, minimizar el coste relativo para las empresas y, una potencial activación del consumo posterior al no haber riesgo de pérdida de empleo. Según los daneses, los ERTEs no garantizan la recolocación tras la crisis. 

Es cierto, y cabe destacar, que Dinamarca tiene una deuda pública que ronda el 34% y España el 97% por lo que algunas medidas sólo son factibles desde el ámbito público con cuentas saneadas. El problema es que las cuentas deben sanearse durante el proceso de salida de la crisis pues, a medio plazo, se debe financiar igualmente y, sin trabajadores cotizando y trabajando, va a ser mucho más difícil. 

Otra diferencia notable es la que tiene que ver con autónomos y microempresas. En Dinamarca, si registran una caída de los ingresos del 30% o más, directamente podrán recibir una compensación del 75% de estas pérdidas en base a unos criterios de topes y máximos justificables. En España son más de 3 millones los autónomos que ayer, puntualmente, facturando cero euros vieron como se les ha cobrado su cuota mensual. Abandono y cero empatía con uno de los colectivos en el que se sujetó la anterior salida de la crisis. Aunque poner como ejemplo sólo a Dinamarca no es suficiente. Francia pondrá 300.000 millones de euros a disposición de sus negocios para garantizar que reciban créditos y evitar su cierre y asumirá el pago de los créditos bancarios de las empresas. Y es que Francia, a diferencia de España, ha entendido lo que supone dejar a la intemperie a los autónomos. De ahí que han decretado la suspensión generalizada de todos los pagos de impuestos y cotizaciones sociales, las facturas de agua, luz y gas, así como los alquileres.  Además, contemplan que los autónomos puedan disponer de un ‘fondo de solidaridad’ financiado con recursos públicos para los que caigan en el intento. 

Aún hay más. El Gobierno de Reino Unido ha decidido extender a los autónomos la protección del 80% de salario, con la aprobación de un esquema de protección pensado especialmente para trabajadores por cuenta propia. Para el cálculo de la cuantía que le corresponde a cada autónomo, el Gobierno empleará la media mensual de sus ingresos durante los últimos tres años. La protección salarial se extenderá durante tres meses a partir de junio, pero el ministro británico aseguró que se extenderá en caso de que sea necesario. Lo mejor, es que, además, los autónomos que reciban esta ayuda podrán seguir desempeñando su actividad con normalidad. La idea es que quieren cubrir la misma cantidad de ingresos a los autónomos que la que están cubriendo a los trabajadores por cuenta ajena. Brutal. Es posible.

Pero volvamos. España tiene un plan de reconstrucción, Dinamarca de reactivación. La semántica importa. El ministerio de economía escandinavo asegura que ‘la experiencia demuestra que, en cualquier crisis, si se mantiene el contrato entre empresa y trabajador, es más fácil volver a la normalidad cuando los problemas desaparecen’. Desvincular esa relación, aunque sea temporalmente, suele dejar un solar vacío. Ya lo hemos vivido. La idea es que las empresas mantengan su fuerza de trabajo intacta con este vínculo. A esto se le llama ‘contador cero’ en el ámbito laboral, asumiendo que no se factura por imposición. Digamos que, aunque realmente se ha parado la economía, el efecto no sea el de pararla sino el de ‘hacer pause’.

No se puede decretar la congelación de la economía y no congelar también el sistema tributario. Vivimos un proceso destructivo inédito con soluciones que se desconocen o comparables. Por eso, aunque Dinamarca tome medidas distintas, también sufrirán. El asunto es saber a que velocidad y con que costes saldremos nosotros u otros. 

Es importante recordar que España era un país que ya no creaba empleo, que parte en esta crisis con 3,2 millones de parados, con una pendiente revolución tecnológica que no llegó a tiempo y con una dependencia de sectores cíclicos vinculados a que todo ‘vaya bien’. No podemos comparar nuestro país con Dinamarca, cierto, pero si podemos inspirarnos en algunos aspectos si se demuestra que uno de nuestros mayores problemas, el empleo, se puede salvaguardar. 

Tengamos en cuenta que el gobierno español dice que va movilizar el 20% del PIB para luchar contra la crisis del coronavirus. Es exigible, obligatorio, que esa ingente cantidad de dinero, venga de donde venga o se garantice como se garantice, no se derroche en parches, en medidas relativas o tácticas. Debemos pedir que se establezcan de un modo que permita mantener el empleo y modernizar nuestro modelo de crecimiento o será imposible retornar esa deuda jamás. Y el futuro no sólo depende de que ahora se haga algo, sino que lo que se haga sea eficiente y modernice nuestra estructura industrial y económica. 

A todo esto suponiendo que los 200.000 millones, ese 20% del PIB, realmente lleguen a donde deben llegar. El presidente Sánchez habló el 17 de marzo de ‘movilizar la mayor cantidad de dinero jamás hecha para luchar contra el coronavirus’. Y tengo mis dudas de que eso sea el efecto final. No es un dinero que se vaya a pedir prestado al BCE con un interés privilegiado y un plazo de pago asumible. Un dinero que no irá directamente a pagar los salarios de la gente que ya sabemos están perdiendo y perderán su trabajo, para garantizar que las empresas no quiebren, para exonerar impuestos, pagar hipotecas, alquileres, ayudar a autónomos, dotar al sistema sanitario de medios y aguantar el batacazo provocado por paralizarlo todo. 

Pero así no ha sido. En realidad solo ponen 17.000 millones. El resto son avales y créditos al sector privado. Es decir, el gobierno no pondrá el dinero, solo te avalará en el caso que un banco decida darte un crédito que, obviamente, deberá analizar si estás en condiciones de pagar. Tela. Si la empresa no quiebra y paga el crédito, el gobierno no pone un céntimo. Es realmente retorcido. Brillante a quien se le haya ocurrido por otro lado.

Y se entiende no obstante. Como en 2008, España volverá a negarse a un rescate. La lógica nos dice que en el próximo año los Gobiernos emitirán la mayor cantidad de deuda pública de la historia y aquellos países muy endeudados y con escasa credibilidad fiscal como es el nuestro tendrán problemas para financiarse. Eso lo sabe muy bien la ministra Calviño, buena conocedora del sistema europeo, por lo que se ha presionado en cuidar la liquidez. El ‘cash’ será el rey y un aval de 100.000 millones no consume liquidez y te permite quedar muy bien. 

Y si hay algo que realmente podría ayudar a las empresas, grandes, pequeñas, autónomos e individuos particulares, es aligerar el peso tributario. No aplazar, exonerar. El gobierno no tiene la culpa de la crisis, cierto, pero si puede tener la responsabilidad de gestionarla con el culo. Tampoco tienen culpa las empresas y autónomos, y menos las personas asalariadas. No se les puede pedir que sin poder facturar ‘por ley’ se les pida cumplir con los pagos ‘de la ley’. Se debe exonerar en el tiempo esas obligaciones tributarias o se ahogarán. El 90% de las empresas de este país es una micro-empresa que viven con un colchón financiero muy reducido. Si ese colchón es para pagar impuestos la regla de tres da un cero absoluto, en empleo sobretodo. 

Ese 20% del PIB debe servir para retener el valor de la empresa actual, salvaguardarlo todo, con un paréntesis tributario, no un aplazamiento, un pause absoluto y una espera que garantiza ese dinero para reactivar el proceso productivo. Pero a cambio, de momento, España será el único país de su entorno que no tocará los impuestos ante la crisis del coronavirus. Se resisten a hacerlo. Solo han establecido un pequeño aplazamiento para casos muy concretos y por eso hacienda no perdonará ni un euro a los contribuyentes sea cual sea su situación. Solo establecen un aplazamiento automático de deudas tributarias. Un grano de arena en un desierto inmenso.

No sólo Dinamarca, otros países como Alemania, Italia, Austria, Bélgica, Portugal, Finlandia, Noruega, Grecia, Luxemburgo, Rumania, Eslovaquia, Lituania, China, Rusia, Singapur, Australia, Nueva Zelanda, Indonesia, Malasia o Costa Rica han optado ya por diferir los plazos para presentar autoliquidaciones tributarias por impuestos sobre la renta o por IVA y han introducido incentivos fiscales relevantes para otorgar liquidez a las empresas. Aquí, la ayuda fiscal solo está presente en algunas exoneraciones menores por parte de ayuntamientos en la medida que pueden y son competentes.

Lo que decimos es que se active un ‘estímulo tributario’. Se trata de reconocer que este momento no tienen nada que ver con nada visto hasta la fecha. De que parar la economía obligatoriamente no se puede trasladar a las empresas pues no tienen margen de acción y algo hay que hacer para que no se derrumben. Que en la política fiscal es donde hay una herramienta muy poderosa cuando ya has aceptado que vas a endeudarte como nunca antes.

En resumen, la salida de la crisis en una hipotética ‘V’, ‘U’ o ‘raíz cuadrada’ difícilmente se podría haber producido, pero mucho menos con estas medidas. A lo que vamos es a una ‘L’ larga. El turismo, el entretenimiento, la industria o los componentes precisarán mucho tiempo para recuperarse, el empleo no se activará de manera automática y las pymes y los autónomos caerán como moscas al no poder incorporarse al flujo económico ahogados por deudas y créditos gracias a las moratorias y flexibilizaciones. El único flotador que les ofrece el gobierno. Cuando llegue el momento de pagar ese salvavidas no habrá nada con lo que hacerlo.

Estamos en caída libre. El PIB caerá, aquí, casi un 10%. Insalvable sin medidas más globales y dejando todo a la inercia de los parches que se están anunciando tras cada consejo de ministros. Una calamidad. El desplome va a ser de tal magnitud en inversión, consumo, exportaciones e importaciones que ni el gasto público lo va a poder activar. A esto le sumas que, detrás de medidas cosméticas, no hay una defensa real del empleo. Se trata de paquetes temporales, nada es estructural o que permita soporta el empleo desde las empresas. 

Y si el paro llega al 35% cuando se sumen los ERTEs convertidos en EREs, los vencimientos de contratos temporales y los despidos inevitables a medio plazo. Se calcula que cerca de un millón de empresas van a cerrar si no se actúa directamente en ellas. No se trata de liquidez por crédito, se trata de exonerar obligaciones y poner la economía bajo un paréntesis  que ha sido, por otro lado, obligado por la crisis sanitaria. Si nos piden congelar nuestras empresas, deben congelar las obligaciones tributarias. Sin ese matiz, todo lo que se está haciendo va a ser un bucle negativo. 

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La crisis del Covid-19: la gran oportunidad

De momento, parece que las únicas medidas que se prevén para afrontar el desastre económico al que nos acercamos, son las que ya se aplicaron en otros momentos de la historia. No hay referencias previas que puedan servir de inspiración al hecho de que el planeta detenga su flujo económico casi en su totalidad. Esta sucediendo de un modo episódico, pero poco a poco se irá parando todo. Los estados, con escasas excepciones, se niegan a poner el contador a cero. Consideran que el daño sería formidable y que no es necesario llegar a ese extremo. A cambio han optado con exigir la bajada de persiana por sectores. El error es mayúsculo.

De momento, parece que las únicas medidas que se prevén para afrontar el desastre económico al que nos acercamos, son las que ya se aplicaron en otros momentos de la historia. No hay referencias previas que puedan servir de inspiración al hecho de que el planeta detenga su flujo económico casi en su totalidad. Esta sucediendo de un modo episódico, pero poco a poco se irá parando todo. Los estados, con escasas excepciones, se niegan a poner el contador a cero. Consideran que el daño sería formidable y que no es necesario llegar a ese extremo. A cambio han optado con exigir la bajada de persiana por sectores. El error es mayúsculo. 

Contemplar la economía actual como un elemento lineal, capaz de cortar una cadena de valor determinada y que afecte relativamente poco al resto es muy naíf. Se olvidan, u obvian voluntariamente, que a medida que el desempleo, los impagos, las quiebras y las insolvencias se desplieguen por los sectores a los que se les ha exigido cerrar su actividad (en España hablamos de sectores productivos que suman el 30% del PIB y el 28% del empleo) el virus se irá trasladando al resto. No existen cortafuegos en la economía actual. 

El coste de estimular la economía detenida obligatoriamente se llevará por delante la propia recuperación y, lo que es peor, las opciones de modernizar nuestro modelo productivo ante un futuro en el que las oportunidades para los países más tecnológicos se abrirán como nunca antes. Quien no tenga músculo para robotizar, automatizar y transformar digitalmente su modelo de crecimiento perecerá en el pago de una hipoteca gigantesca que lo conducirá al vagón de cola para siempre.

Vivimos el inicio de una nueva era. Este era el detonante del que hablé en mi último libro. No podía saber si sería social, climático, cultural, político o, como ha sido, sanitario. Sólo pude deducir que algo nos conduciría a un nuevo mundo con nuevos patrones. Quienes ahora se gasten el capital en parchear no podrán construir algo nuevo y mejor.

Europa, de la que no puedes esperar estrategia, ha hecho lo mejor que sabe hacer. Limpiarse las manos. Pero en este caso lo ha hecho con gracia. Ha tenido el detalle de poner a disposición de todos los países un pastizal a modo de compra de deuda casi infinita. Un billón de euros es algo infinito. Con eso, cada país podrá afrontar el reto de diseñar su futuro de postguerra. Unos lo sumarán a sus planes previos de modernización, otros a pagar subsidios a los heridos, algunos a repensar sus estructuras y unos pocos a salvar su sistema financiero si sufre en este período. Vete tú a saber.

Pocos, o ninguno, utilizará esa montaña de papel impreso para parar el contador durante unos meses, asumir el mayor reto económico de la historia y, de un modo quirúrgico, afinar medidas que equilibren la salida de la crisis, compensar a los damnificados y estimular una economía nueva, más tecnológica y más automatizada. Esta pandemia debería de hacernos ver las tres claves históricas que no podemos desaprovechar y que están frente a nuestras narices confinadas: 

  1. La automatización no era el enemigo, es quien permite hoy que este mundo siga funcionando. Muchos sectores estarían paralizados si viviéramos en 1990.

  2. La inteligencia artificial no era un problema, es la que está ayudando al sistema sanitario mundial a pelear contra una crisis médica como nunca antes. El desarrollo de vacunas en tiempo récord o en el control ciudadano en Corea del Sur para la reducción de infectados, son la prueba.

  3. La robotización no vino a quitar el empleo a nadie, sino que es quién va a garantizar una renta mínima y universal para los que esta crisis va a ubicar en un lugar del que ya no podrán salir. 

Si las medidas que se van a adoptar no responden a estos tres preceptos; a una moratoria tributaria; a una parada de las obligaciones de pago públicas y privadas (contador a cero) durante los dos o tres meses; y por el contrario se pretende utilizar herramientas antiguas para problemas inéditos, la primera de las consecuencias que viviremos será la deflación. Un enemigo del crecimiento muy tóxico. Si ese dinero que se debería utilizar para ‘crear’ un mundo nuevo, se utiliza para lo de siempre, la deflación, que es precisamente lo que están descontando las bolsas estas últimas sesiones de locura, está servida. El dinero no valdrá casi nada. Su capitalización será pura epidermis.

Pero veamos que supone esa deflación. El BCE lleva desde la crisis de 2008 esforzándose en situar el IPC en el entorno del 2% y ahora, con la crisis del coronavirus, la caída del consumo y el desplome de las materias primas, se trasladarán a los precios industriales. A esto se le llama deflación. ¿Que pasa cuando hay deflación? ¿Cómo funciona? ¿Que efectos tiene? Pues no es demasiado complejo. Todo empieza con una expectativa aparente de caída de precios. Primero motivado por algún factor determinante y luego por sus enlaces. En este caso ya sabemos el detonante y sus enlaces como he dicho.

Las expectativas de que se va a consumir menos aumenta esa sensación de previsible caída futura a niveles desconocidos hace décadas. La gente deja de consumir o retrasa los gastos e inversiones que hace unos meses eran parte del presupuesto esperado. La parada técnica no es completa no obstante. Al no haber consumo, no hay dinero y si no hay 'materia prima monetaria' el valor que se le da al dinero es exageradamente alto y a la voluntad de gasto aun más, debido a una falta de demanda previsible. El problema de empleo será global, lo que ahondará en el bucle.

La falta de demanda provoca quiebras y el cierre de algunos negocios por falta de facturación. La falta de facturación provoca negociaciones a la baja en plantillas y se establecen criterios de saneamiento laboral por lo que el paro aumenta. Sigue el bucle. Al aumentar el paro se acentúa la caída de la demanda y se evidencia que una de las partes del 'ciclo deflacionario' se convierte también en uno de sus motivos. Además, el descenso de demanda viene dado por una expectativa de coste inferior. Seguro que será más barato mañana.

La expectativa de coste inferior obliga a recortar precios. Este es otro bucle. La caída libre de precios generalizada dificulta las opciones de cancelación de deudas y la tasación de activos se elimina. Otro bucle, el financiero. Nadie es capaz de gestionar patrimonios sin tener claro cuales son sus valores reales. En un estadio de pérdida de valor objetivo de las propiedades o activos es imposible determinar estrategias. Sin estrategias de inversión, o no  hay inversión o esta se deteriora. 

El deterioro de la inversión destruye empleo y volvemos a otra de las fases intermedias y a retroalimentar el problema absoluto de caída de precios. La caída de valores patrimoniales aumenta la falta de pago y a la larga reduce las solvencias. Re-bucle. Ante un escenario de falta de solvencia o capacidad de avalar en fase deflacionaria, los bancos que tampoco estarán para muchas bromas, extremarán su prudencia posiblemente reduciendo de crédito. (Esta fase será después de la lluvia de millones anunciada sino se plantea otro camino al que parece va a ser).

La gente retiene el efectivo que tiene o le queda, deja de depositar en productos de inversión y se evidencia que el sistema financiero no tiene uso de una cantidad de dinero que no existía. El BCE garantiza 750.000 millones que no tiene. Los tiene que ‘crear'. Pero como sabemos, no hay problema. Para eso se compraron una impresora gigante. En plena deflación la gente da a su dinero un valor mayor. Guardar el dinero se convierte en algo prioritario pues las circunstancias deflacionarias aumentan el poder adquisitivo de la liquidez. Mejor lo mantengo ya que mañana, con lo que tengo, pueda comprar más.

Y entonces volvemos a tener una consecuencia que es un motivo. No gasto pensando que con lo que ahora compro uno, mañana compraré dos. Se genera una gran expectativa de caída de precios, por lo que se inicia el bucle una vez más. Y es que en economía si podemos hablar de un virus, ese se llama deflación. Un virus, como sabemos por desgracia, no actúa hasta estar bien instalado en el interior del sistema. La Deflación no se pone en marcha hasta que el sistema ya está técnicamente sin defensas. Durante un ciclo deflacionario la demanda cae en picado. El origen podría ser el 'shock' de oferta que vivimos. Que será de demanda también. La distorsión del sistema es evidente y podría ser que la solución del plan de choque presentado nos conduzca a una deflación sistémica muy difícil de superar.

Pues eso, la solución inmediata es la de decretar una moratoria de impuestos, una amnistía tributaria que permita poner a cero el contador del sistema económico mientras dure la fase más dura de la crisis. El resto de soluciones son parches que conducen a una deflación y que impedirán utilizar ese capital garantizado para afrontar el futuro con ilusión, modernidad y sostenible. Un espacio futuro en el que deberemos contemplar una renta básica, unas pensiones justas, un empleo de alto valor, una menor dependencia de sectores sensibles a cambios de ciclo y una automatización absoluta de nuestro modelo de crecimiento que garantice todo lo anterior. Algo, que de momento, nadie, en sus sillones de alcántara, está contemplando.

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Ante la crisis del coronavirus, pongamos el contador a cero

Hace unos años, durante un vuelo que sobrevolaba Centroamérica, el avión pasó por encima de un volcán en activo. Sólo exhalaba humo, pero su ladera era toda de material volcánico solidificado hacía ya mucho tiempo. Hoy recordaba aquellas vistas y pensé que eran pura metáfora de lo que hoy vivimos. Cuando un volcán entra en erupción, todos sabemos que lo va a hacer por un tiempo, no sabemos cuánto, pero sí que no va a apagarse de un modo inmediato. Tampoco sabemos cuánta lava va a escupir, ni en que dirección. Sólo sabemos que a medida que se solidifique ese material incandescente, éste se irá depositando en la falda del volcán y que, lo que quede, cuando se apague o se duerma, será una ladera completamente distinta a la que teníamos antes. Sabemos lo que va a pasar y de lo único que podemos estar seguros, hoy, es que esta erupción va a dejarnos un paisaje totalmente distinto.

Hace unos años, durante un vuelo que sobrevolaba Centroamérica, el avión pasó por encima de un volcán en activo. Sólo exhalaba humo, pero su ladera era toda de material volcánico solidificado hacía ya mucho tiempo. Hoy recordaba aquellas vistas y pensé que eran pura metáfora de lo que hoy vivimos. Cuando un volcán entra en erupción, todos sabemos que lo va a hacer por un tiempo, no sabemos cuánto, pero sí que no va a apagarse de un modo inmediato. Tampoco sabemos cuánta lava va a escupir, ni en que dirección. Sólo sabemos que a medida que se solidifique ese material incandescente, éste se irá depositando en la falda del volcán y que, lo que quede, cuando se apague o se duerma, será una ladera completamente distinta a la que teníamos antes. Sabemos lo que va a pasar y de lo único que podemos estar seguros, hoy, es que esta erupción va a dejarnos un paisaje totalmente distinto.

Va a costar encontrar un contexto económico similar al que vamos a vivir en los próximos meses y años. Con todas las reservas, sólo en un período entre guerras o al finalizar la segunda guerra mundial, podemos localizar un momento de la historia que represente una parálisis absoluta del flujo económico, lo que se llama ‘shock de oferta’. Es cierto que hoy hay diferencias notables que nos permiten ser algo más optimistas con respecto a esos períodos. La digitalización de los procesos, el teletrabajo, la automatización de muchas de las cadenas de distribución y de valor, son aspectos suficientemente robustos como para que, en principio, tengamos la sensación de que todo no se ha parado.

En 1931, el sistema monetario internacional se derrumbó cuando el Reino Unidos abandonó el patrón oro. A nivel mundial, la producción industrial cayó un 37% y el comercio internacional cayó un 60%. Ahí es nada y sin globalización. Esa crisis se agudizó después porque cada país trató de exportar su desempleo con medidas proteccionistas y porque se pensó que las políticas para lograr un presupuesto equilibrado, por temor a la inflación, se sucedieron en el tiempo. La salida de aquel callejón tuvo como estímulo la creación de un incremento de precios a partir de reactivar el crecimiento económico con gasto público. En 2008 también se consideró adecuado hacerlo. Ahora, ante la crisis o depresión inminente, se habla de hacer algo parecido. Espero que no se equivoquen pero me da la impresión que no nos enfrentamos a una falta de liquidez, sino más bien, a una parada técnica del propio sistema económico. Cuantos más días de parálisis se sucedan, más complejo será abordar las soluciones al ‘viejo estilo’. En aquellos tiempos, a ese modelo se le llamó ‘New Deal’ y supuso la primera vez que se autorizaba una intervención estatal en el modelo económico capitalista del mundo. ¿Y ahora?

Aunque lo que se avecina es global, genérico, de cambio de modelo, cada país va a interpretar sus propias medidas. En España, bajo el estímulo del Banco Central Europeo, el gobierno de Pedro Sánchez pretende que paguemos nuestras obligaciones adquiridas sin la facturación de la que dependen. El plan que moviliza 100.000 millones públicos, más 17.000 en flexibilizaciones y 83.000 que serán créditos privados. Tengo la impresión que esto es puro cloroformo. Es muy aventurado, por no decir irresponsable, enunciar una salida en 'V' de una situación que es completamente inédita, inconexa con cualquier otra crisis y que estalla cuando nuestra economía estaba desacelerando. Tengo la sensación de que aportar medidas desde un consejo de ministros en el que muy pocos comprenden lo que es ‘pagar nóminas a final de mes’, es de aurora boreal. Si ya íbamos mal, ¿que vamos a recuperar?

Va a ser muy difícil que, por mucho crédito blando, ERTEs ágiles, flexibilización tributaria y millones para parchear impagos inmediatos, el consumo se active. Las cajas seguirán vacías, la producción no se pondrá en marcha por arte de magia y la dependencia del turismo, que he denunciado múltiples veces, se llevará por delante el empleo. Y sin empleo, no hay recuperación ni en ‘V’ ni en ‘J’. En España hay 3,2 millones de parados. En la crisis de 2008 había 1,8. El empleo temporal (en 6 meses vencen 5 millones de contratos) es del 27%. Esta recesión inminente no es sectorial, ni de deuda, es un shock de oferta y una parálisis de demanda. Es inédita. Si los EEUU no descartan un 20% de paro desde el 3,5% actual, no es descabellado pensar que nosotros nos podemos ir a un, nunca visto 40%. Además, los 3 millones de autónomos no necesitan aplazar sus cuotas, no precisan que nadie les diga que pueden retrasar sus obligaciones. De hecho eso ya lo podían hacer. Ni tan siquiera establecer pagos fraccionados de impuestos, eso también es factible con la norma actual. El problema es que no facturan, ni facturarán y no saben durante cuanto tiempo será así. Eso es desempleo, de ellos y de los que dependen de ellos.

Si el mundo se para, no tiene sentido hablar de aplazar. Solo tiene sentido pararlo todo, incluso el sistema. Lo que está pasando es inédito y requiere medicamentos nuevos, nunca antes puestos en marcha. Los remedios de la teoría económica tradicional no evitarán la depresión. Una moratoria hipotecaria, sola, no sirve. Y menos si sólo es para los que 'demuestren' que la crisis les ha afectado. ¿En que planeta viven? La economía es una sucesión de flujos encadenados. Se ha parado el 90% de todo. Especialmente se ha detenido uno de los motores de nuestro PIB, el turismo. El 15% del empleo depende de ello, el 14% de la producción también. De ahí se derivan otras industrias en la más elemental de las teorías de flujos económicos dependientes. Eso, por mucho que se acelere una hipotética recuperación,  no será ni inmediato ni igual a lo que teníamos. 

La oportunidad de recomponer lo existente es tentador, pero la opción de crear algo nuevo es mucho más estimulante. Pensemos que en EEUU, el 35% del nuevo empleo generado el año pasado provenía de startups, con nuevos modos de entender la economía e innovadores modelos de relación con su entorno productivo. De ahí que las soluciones de tipo tradicional difícilmente permitirán activar el modelo económico del futuro. Sin una moratoria de todo, solo veremos heridos por todas partes. Arrendadores y arrendatarios, por falta de cobro y por incapacidad para pagar. Empresas descontando los minutos para despedir por incapacidad de facturar. Esto requiere otra visión y mucha más valentía.

El sacrificio será obligatorio. En la era de los 'derechos' tocará ejercer nuestros 'deberes'. Pero para ello, sería imprescindible que las medidas a adoptar no sean fuegos artificiales, que por cierto, ya sabemos serán carísimos. Esos 117.000 millones ‘públicos’ se deberán avalar o pagar. Los 83.000 millones 'privados' se deberán devolver. Y solo puede ser por vía de subir impuestos tarde o temprano (aceptable, pues es cosa de todos) o por la rebaja de servicios (algo que ya lo hemos vivido). Si malgastamos todo eso, no habrá recuperación nunca y encima nos habrá costado un dineral y habremos hipotecado el futuro.

Se trata de cirugía fina. No de disparar con un cañón en todas direcciones. Vamos a comprometer el 20% del PIB español. No habrá otra oportunidad. Una cantidad de ese calibre es para un sólo intento. Aun estamos a tiempo de coordinar medidas inéditas ante algo inédito. Tal vez el mundo entrará en una especie de suspensión de pagos. Tal vez la solución sea poner el contador a cero. Las medidas anunciadas se encuadran en la palabra ‘flexibilidad’. Algo que no es más que burocracia. ¿No hubiera sido más sencillo garantizar todos los sueldos de las empresas durante dos meses que anunciar la facilidad para declarar ERTEs por ‘fuerza mayor’? La primera, realmente, era mucho más económica y automática. La segunda es un lío monumental que además conduce a una gran cantidad de éstos expedientes temporales en definitivos. Tiempo al tiempo.

Es evidente que pensar en una solución no dramática a lo que se nos viene es imposible. Nos hablan de ‘salida V', 'recuperación rápida' o 'breve crisis’. Estamos en manos de gente sin capacidad para entender la catástrofe a la que nos dirigimos, a una depresión global donde, para nada, la solución es factible con medidas paliativas. Repito que uno de los pocos referentes económicos e históricos similares a lo que vivimos se encuentra en el Reino Unido de 1946, tras las II Guerra Mundial. Aquella parada técnica se llevó por delante el Imperio Británico por cierto.

El momento actual, que aun no ha empezado, que no pasará ni rápido ni con sus medidas ‘flexibles’ por mucho que lo diga Sánchez, necesita de una conceptualización completa, nueva y teórica, que abarque todas las medidas a disponer. Unas medidas que no pueden ser solo créditos, avales o aplazamiento de obligaciones tributarias, debe analizar 'el cómo va a quedar el tejido productivo y los flujos de caja de la economía'. Para ello hay que empezar a pensar en genérico, en Europa, en el mundo. Se debe poner sobre la mesa la necesidad de la Renta Básica y pronto, la automatización de todo, el uso de la Inteligencia Artificial para diseñar un nuevo modelo laboral que necesariamente deberá ser distinto al que ahora está en jaque. La tecnología no se debe ver como otro modelo de creación de parados. Eso vendrá sólo. Se debe interpretar como un mecanismo por el cuál, cuándo no sea necesario, y no tardará, se pueda producir en un mundo sin empleo. Eficiente, sostenible, nuevo. Ahora no toca, pero de las pensiones tendremos que hablar en breve.

Asegurar que de esta crisis se saldrá como se salió de la ‘subprime’, de la de deuda financiera o de la inmobiliaria, es un error brutal. Esto no es comparable pues aquella tuvo un sector detonante y una cadena de flujos dependientes. Esta es una parada técnica del mundo. Nada que ver. Será peor en lo inmediato, pero una oportunidad única, tal vez la última, para cambiarlo todo, para mejorarlo todo, de una vez.

Técnicamente, los 750.000 millones movilizados por el BCE, no son más que metadona sino se utilizan para algo distinto. ¿Porque no se incorporan al sistema que va a aumenta su déficit y deuda como nunca antes para poner el contador de pagos y cadenas económicas en punto muerto y cubrir con ese capital esa detención? Ya hay demasiada deuda en el sistema. Las administraciones podrían ponerse al día con sus proveedores y rebajar cotizaciones sociales, pero al final tendremos que hacer una recapitalización de la economía (comprar deuda privada y convertirla en capital). Como dice Daniel Lacalle, ‘avales y retraso de impuestos por unos meses no son soluciones ante un cierre generalizado por shock epidémico. La inmensa mayoría de pequeños negocios, autónomos y pymes no tendrán qué avalar ni caja disponible’. Bloquear ciudades enteras y cerrar el espacio aéreo para contener la propagación del coronavirus lleva, irremediablemente, a una crisis masiva ahogada en liquidez. Una liquidez que no tiene que ver con impagos, un flujo de caja complejo o una falta de suministros puntual. No, se trata de que no hay nadie comprando ni vendiendo. Es muy simple. Algo que irá ‘in crecendo’. La solución no es retrasar nada, se trata de pararlo por consenso, por ley.

El océano de liquidez que quiere aporta el BCE no va a producir ningún efecto en la economía real. La deuda soberana en la eurozona ya se negocia con un rendimiento negativo. Agregar una facilidad monetaria para las PYMEs o autónomos solo ayudará a aquellos que estén endeudados pero no servirá de nada a las que fueron prudentes durante todos estos años y ahora se enfrentan a un colapso en las ventas y la acumulación de costes estructurales. Los ingresos se van a desplomar, ya lo han hecho. Las facturas impagadas se acumularán a los costes fijos y a los impuestos que, parece, no piensan paralizar. Sin exoneración de impuestos, sin una moratoria tributaria no se saldrá de esto. Ese 20% del PIB que se va a movilizar, que sea para este elemento indispensable. La mayoría de empresas vinculadas al sector servicios en Europa, especialmente en España, no tienen liquidez para soportar dos meses de inactividad y cumplimiento de obligaciones tributarias dependientes de ejercicios pasados. 

Retrasar el pago de algunos impuestos durante seis meses no mitiga el efecto de un colapso de ventas o la situación ya desafiante que existía antes de cualquier epidemia, en 2019. De ahí que la es urgente anunciar varias adopciones fiscales muy distintas a las que ya se han dicho con respecto a que ‘se mantendrán los plazos y obligaciones en los impuestos según el Ministerio de Hacienda’. Es urgente reducir los impuestos durante el período de crisis. Sería una gran noticia eliminar temporalmente las contribuciones sociales en los impuestos laborales para evitar el desplome del empleo a la vez que se procede a eliminar el impuesto de sociedades en todos los sectores a cambio de planes de empleo. No es el momento de soflamas como del ‘haremos lo que sea necesario’. Las medidas presentadas solo ayudan a aquellos que ya están endeudados. Los que más van a sufrir son los que invirtieron su caja en crecer y crear empleo. Se va a rescatar a quienes no fueron prudentes y lo van a pagar los que se plantearon su futuro con una racional cautela.

Concluyendo. Ningún plan de reactivación económica es mejor que bajar impuestos. Ninguno. El plan de compra del BCE no es más que un 'plan E' a lo bestia. Una impresión de dinero que no va a sufragar el 'shock' de oferta. El dinero para comprar deuda suele acabar en las estructuras macro en lugar de ir a salvar a miles de empresas, autónomos y empleos. Importante recordar que el empleo lo crean las empresas. Sin empresas no habrá empleo. El billón del BCE debe distribuirse en sufragar el incremento del déficit previsto del 20% a fin de exonerar impuestos ya, de modo urgente. Hasta que se reactive el modelo productivo y shock de oferta (y escasez de demanda) se estabilice. En EEUU se dará dinero a fondo perdido a familias y empresas con la condición de que lo gasten en un plazo predeterminado para reactivar y mantener la economía mientras dure la crisis. Es una vía, aunque como digo, prefiero 'tranquilizar' la presión de pagos inminentes.

El problema es que aquí, el dinero se va a utilizar para comprar Bonos que, cómo ya paso en 2008, se utilizan para mantener estructuras de estado y similares. ¿porque el gobierno no ha creado un Gobierno de Crisis? Sin ministerios innecesarios, estructura innecesaria, dando ejemplo de como abordar esta situación inédita con una acción inédita. Si actúan como en 2008, y esto no tiene nada que ver con un pinchazo de una burbuja, se prestará dinero a empresas y ciudadanos que no quieren préstamos pues no va a haber actividad económica para poder devolverlos más tarde. El resultado va a ser una recesión inmediata con afectación al empleo, una depresión posterior de larga duración y luego ya veremos. Ahora mismo mi duda es si vamos a una deflación del capital otra vez.

Estamos en la sala de espera de una catástrofe. Pero de cualquier erupción se puede esperar una tierra fértil en el futuro. De todo lo malo se puede crear algo bueno y nuevo. El tiempo disponible para preparar esa sociedad inmediata se va a agotar si seguimos con medidas tradicionales y clonadas de otros momentos. No se debe presionar a empresas y autónomos (y sus empleados por derivación) para que paguen la parada técnica de la economía. Recuerda que en 2008 llamaron 'Crisis' a era una 'deflación del capital' y 'recuperación' a una deflación social. Si estamos en ‘situación de guerra’, estamos en situación de guerra, por lo que el Estado, debe ponerse en situación de guerra, como estamos haciendo todos. Sólo tenemos una bala, el 20% del PIB.

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Agrotech, Economía, Industria 4.0 Marc Vidal Agrotech, Economía, Industria 4.0 Marc Vidal

Los problemas del campo y su imprescindible apuesta tecnológica

Hemos pasado del lápiz y papel a las calculadoras. Más tarde llegaron las hojas de cálculo. Ni unas ni otras reemplazaron a los matemáticos, sino que los volvió incluso más imprescindibles. Ahora bien, quien no lo aceptó, quien no se volcó en su uso, perdió competitividad. El hecho de abrazar la tecnología para que nos proyecte económicamente es un valor que aumenta a medida que sus aplicaciones son cada vez más eficientes. Si extrapolamos la llegada de la automatización y la tecnología sostenible al campo, el asunto es cuestión no es tanto como luchamos contra escenarios del pasado sino como imaginamos el espacio agrícola del futuro inmediato. Es evidente que el campo va a ser un lugar automatizado, donde el agricultor y el ganadero, deberán hacerse la siguiente pregunta: ¿cuánto de computerizable soy?

Hemos pasado del lápiz y papel a las calculadoras. Más tarde llegaron las hojas de cálculo. Ni unas ni otras reemplazaron a los matemáticos, sino que los volvió incluso más imprescindibles. Ahora bien, quien no lo aceptó, quien no se volcó en su uso, perdió competitividad. El hecho de abrazar la tecnología para que nos proyecte económicamente es un valor que aumenta a medida que sus aplicaciones son cada vez más eficientes. Si extrapolamos la llegada de la automatización y la tecnología sostenible al campo, el asunto es cuestión no es tanto como luchamos contra escenarios del pasado sino como imaginamos el espacio agrícola del futuro inmediato. Es evidente que el campo va a ser un lugar automatizado, donde el agricultor y el ganadero, deberán hacerse la siguiente pregunta: ¿cuánto de computerizable soy?

Los problemas del campo español no se solucionan con un precio mínimo en origen o con la reducción de costes en la cadena de distribución. Por lo menos no a medio plazo. Puede ser un remedio paliativo pero el meollo del asunto es estructural. Veamos el caso de Holanda, un país del tamaño de Extremadura y que es el segundo exportador de alimentos de Europa. Ahí se producen muchos más tomates y patatas que en nuestro país y, además, usando mucha menos agua. ‘Holanda está en los primeros puestos del ranking europeo de exportaciones de hortalizas y, en la producción y venta al exterior de cebollas, flores y bulbos, ya son los número uno del continente’. El motivo fundamental radica en que la productividad holandesa por hectárea agrícola es 2,5 veces superior a la media europea. Para lograrlo, la tecnología agraria ha sido un factor determinante en el despegue del sector primario holandés, gracias a invernaderos de última generación.

Tengamos en cuenta que Holanda tiene menos horas de luz y hace mucho más frío que en España, pero sus agricultores han sido capaces de producir de forma sostenible y a gran escala frutas, verduras y, sobre todo, flores. Por poner un ejemplo de su eficiencia y productividad, cabe destacar que en el sur de los Países Bajos más de 10.000 hectáreas de cultivos bajo cristal producen más de 1.700.000 toneladas de hortalizas. Otro dato demoledor es el que afirma que la superficie dedicada al tomate tiene una productividad que cuadruplica la media de 20 kilos por metro cuadrado y año de un invernadero español por ejemplo.

¿Como lo logran? Con múltiples aplicaciones tecnológicas que se iniciaron a implementar hace más de una década. Las ayudas públicas a retornar a veinte años sirvieron para modernizar el campo, hacerlo eficiente y amortizar las inversiones derivadas. Tecnología como la difusión de los haces de luz, que aumenta la productividad hasta un 8% desde el minuto cero. La falta de luz ha creado de la necesidad una virtud. En los invernaderos holandeses aplican bombillas LED de más potencia y de menor consumo. Utilizan la inteligencia artificial para medir cada aspecto de esos cultivos y los datos para generar nuevos modelos de explotación ahorrando energía y reduciendo costes. 

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A diferencia de otros países, la transferencia tecnológica va directamente al sector productor y de distribución holandés, que se ha modernizado con ayudas públicas únicamente orientadas a esa mecanización y digitalización del campo y de toda la cadena de distribución. Curiosamente no se ha destruido empleo bruto en el sector primario. Un sector que, por cierto, representa el 10% del PIB del país de los tulipanes. En los Países Bajos, en 2000 nació la cogeneración energética para invernaderos capaces de producir calor a partir de gas natural para el cultivo y la electricidad de las instalaciones. Un sistema muy extendido en Holanda y que ya produce el 20% de la electricidad del país.

‘Holanda exporta unos 80.000 millones de euros en productos agroalimentarios, más que España, Italia y Portugal juntos. Según la base de datos del Instituto Español de Comercio Exterior, Países Bajos es el mayor exportador de Europa de productos agroalimentarios, por encima de potencias como Francia o Alemania, a pesar de ser un país tan pequeño. Es cierto que una parte de esas exportaciones son alimentos que han sido importados previamente porque Holanda es el centro de distribución más importante de Europa’. 

Los campos, en ese país, están cubiertos por modernos invernaderos que reflejan la luz del sol por el día y se iluminan por la noche para el cultivo de patatas, cebollas, tomates o fresas. La eficiencia es brutal. ‘Cada 4.000 m2 de cultivo se producen más de 20 toneladas de patatas, frente a las 9 toneladas que se producen de media en otros países en el mismo espacio. Holanda es el mayor exportador de patatas del mundo con una cuota del 18% de todas las exportaciones del mundo mientras que España ocupa el décimo puesto en este ránking con una cuota del 3,7%.’

Estos datos provienen de un exhaustivo artículo de Vicente Nieves, que además explica el caso al que antes hacía referencia sobre la producción de tomates. Para obtener un kilo en España se necesitan unos 60 litros de agua, mientras que para obtener ese mismo kilo de en Holanda, ‘con tierra enriquecida y demás sofisticaciones, sólo se necesitan 15 litros de agua. Un cambio comenzó a tomar cuerpo hace ya casi dos décadas, cuando varias organizaciones y el sector público lanzaron un programa de agricultura sostenible’.

Aunque es cierto que en nuestro país hay explotaciones agrícolas muy avanzadas tecnológicamente y perfectamente preparadas para un futuro de competitividad digital, parece que los problemas del campo español no son susceptibles de solucionarse con la aplicación de precios mínimos en origen, la disección de los incrementos de costes en la cadena de distribución, con la revisión de peonadas o la reducción del salario mínimo. Bien podría ser que el gran problema del sector primario español está en algo más estructural y de adopción tecnológica. 

Si  hablamos de precios mínimos en origen tendremos un incremento en todas las fases de la cadena de valor. Si revisamos los costes laborales tendremos un incremento del coste de producción. Si revisamos la cadena de distribución veremos que casi un 60% de esos costes son impuestos añadidos. Si buscamos subvenciones al campo que solo se dirijan a los seguros agrarios o soportar el paro estacional que produce, no tendremos la modernización que todos los sectores productivos necesitan para ser competitivos en un mundo globalizado.

Si pedimos que no se puedan vender alimentos marroquíes  deberíamos preguntarnos porque nuestro vecino iba a dejarnos pescar en sus aguas. Economía global se llama. Contra el salario de esclavo de algunos países solo podemos incorporar tasas y controles de la calidad sanitaria. Contra el bajo coste de origen en algunos países sólo podemos actuar con tecnología e inspirarnos en países como Holanda.  

Buscar culpables donde no los hay no ayudará. Desviar la atención como interesa a muchos tampoco. Tanto el sector agrícola como el Ministerio de Agricultura han apuntado a los supermercados como grandes responsables del problema. Recordemos que el 80% de lo que producen los agricultores españoles se exporta y sólo el 7% acaba en los lineales de las grandes superficies. Supongo que ese pequeño porcentaje no puede ser el botón que arranca la venta a pérdidas. 

De ahí que el discurso en favor de la inversión pública y privada en modernizar el campo no sea accesorio. Al igual que con todas las industrias, la tecnología desempeña un papel clave en la operación del sector agroalimentario, pero el ritmo de la innovación en la agricultura no ha seguido el ritmo de otros sectores en nuestro país y otros de nuestro entorno, es evidente. La agricultura es la industria menos digitalizada de todas las otras industrias que componen el arco productivo, según el índice de digitalización del McKinsey Global Institute.

Al mismo tiempo que nos está costando mucho entender como sería el campo del futuro, en que ocuparemos a los agricultores cuando sus tareas sean otras, tenemos una cadena de suministro inflexible que hace que el cambio sea muy difícil de realizar. Una cadena de valor acostumbrada a operar en un escenario opaco y que ha invertido poco en rastreabilidad de alimentos. Al igual que otros sectores han tenido que adaptarse a los tiempos que corren, el campo deberá hacerlo también. No es opcional. Cualquier debate sobre el resto de magnitudes sólo harán que retrasar lo inevitable y, desgraciadamente, encarecerlo. Debatir sobre otros aspectos puede ser nutritivo pero no va en la dirección real de solucionar este enorme problema.

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Agrotech, Economía, Innovación Marc Vidal Agrotech, Economía, Innovación Marc Vidal

Invertir en innovación cuándo las vacas gordas se ponen a dieta

A los que ahora mandan y a los que les toca aportar una oposición responsable, se les exige un poco de visión estratégica, menos táctica y de alarma ante un ciclo económico malo para el que no tenemos ni un sólo amortiguador adecuadamente engrasado. Estamos a tiempo, por supuesto, pero hubiera sido mucho mejor haber actuado durante las vacas gordas y no tanto, ahora, con las vacas empezando la dieta. 

Entre las economías más innovadoras del mundo no está España. Tampoco ningún país latinoamericano. La revista económica Bloomberg presentó recientemente su clasificación anual sobre las economías más innovadoras del planeta, que en esta ocasión encabeza Alemania tras adelantar a Corea del Sur. Como decía, los países de habla hispana no aparecen en ese ranking hasta el puesto número 33, con España como el mejor situado y Argentina, en el puesto número 45. Que sigamos descendiendo en esa clasificación, tres posiciones en un año, no es sólo por la baja inversión destinada a la innovación, sino también por el incremento de ese tipo de inversión que hacen los países de nuestro entorno.  

Y es que tenemos un problema de productividad derivado de esto que se traduce en un modelo de crecimiento de escaso valor añadido. Un sistema económico focalizado en servicios muy básicos. Las tecnológicas no aportan demasiado al conjunto de la economía todavía pues esas inversiones no se centran en el capital intelectual. La industria tiene un aporte de un 11,2% al PIB. Estamos anclados en los servicios que representan un 67% del mismo producto interior bruto. Unos servicios, no obstante, que no son de alto valor tecnológico sino de modelos de bajo coste. Esta ecuación genera empleo precario con sueldos bajos. Precisamente el target más expuesto a cada cambio de ciclo o ante la automatización de la economía. 

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Y a todo esto nos ponemos a mirar nuestro índice de competitividad por el talento global y descubrimos que tras un salario insuficiente y una carencia de formación tecnológica, nuestro país sigue embarrado en puestos que no suponen liderar nada. Nos adelantaron Portugal, Chipre o Eslovenia. Nos mantenemos en el puesto 32 que establece una clasificación entre 132 países. Suiza y EEUU encabezan el ranking 2020 por cierto.

Nos sorprendemos con que los datos de empleo no sean buenos. Algo que no tendría que suceder si hubiéramos aprovechado adecuadamente los ciclos alcistas para crear ocupación en sectores que no dependan de la estacionalidad o de una potencial automatización que se los lleva por delante sin aportar recambio o alternativa. 

Los datos de paro publicados ayer inciden en el bucle que hemos entrado y sobre lo que llevamos años advirtiendo. La fragilidad de un modelo de crecimiento como el nuestro no tiene herramientas para revertir una oleada negativa en la generación de empleo. La dependencia del sector servicios y del empleo de escaso valor produce paro a carretas.  Enero ha sido nefasto con un aumento de 90.248 parados nuevos, el aumento más pronunciado desde 2014. Además en términos relativos esto supone una caída del 2,85% (el peor dato desde 2013). Ahora bien, en términos generales, lo grave es que enero destruyó 244.000 empleos, más de la mitad de todo el creado en 2019. Cae esa afiliación a la seguridad social tanto en el  el régimen general con 224.909 personas como en el régimen de autónomos que ha perdido 17.969 de éstos.

¿Quieres más datos para enmarcar el momento histórico y los elementos con los que vamos a enfrentarnos? Veamos. Las pensiones y el paro sostienen la economía de todo el oeste de España por ejemplo. Desde Asturias hasta Andalucía; un tercio de la renta disponible de los hogares procede de las transferencias sociales, básicamente pensiones y seguros de desempleo. ‘En Galicia y Castilla y León, el porcentaje de la renta disponible de los hogares que procede de las transferencias sociales supera el 31%; esto es, casi uno de cada tres euros. En el suroeste, por el contrario, la dependencia de las transferencias sociales no se debe solo a las pensiones, sino también al elevado desempleo. La tasa de paro en Extremadura supera el 19% y en Andalucía todavía es del 22%. Tal nivel de desempleo no solo afecta gravemente al desarrollo económico de estas regiones, sino que también genera una elevada dependencia. Esto explica que en Extremadura las transferencias sociales supongan el 32% de la renta de los hogares y en Andalucía superen el 30%’. 

Pero no acaba aquí. La plataforma sobre la que se sujeta la economía española tiene otros aspectos muy preocupantes. Veamos otra vez. En 14 provincias españolas, ‘más del 25% de los asalariados son funcionarios. Según la Encuesta de Población Activa (EPA), en España hay aproximadamente 3.150.000 trabajadores del sector público, lo que supone que casi uno de cada cinco (en concreto, el 19,41%) asalariados está ocupado en alguna administración pública’.  Las que tienen una mayor proporción, casi rozando lo insostenible, son Cáceres y Teruel, con más de un 30%. Y si a esto le sumas que el gobierno está formalizando un plan de contratación pública tal y como ha hecho durante el 2019, la cosa no va a hacer que empeorar. Y sí, mientras no tengamos una economía automatizada capaz de soportar el peso de una estado de servicios de esta envergadura, algo así es una mala noticia. 

Pero no te vayas todavía, que aún hay más. Ya tenemos alguna provincia donde hay más pensionistas que ocupados. Ourense es un ejemplo. La merienda es de espanto. Envejecemos con dificultad para soportar las pensiones, aumentamos el peso del empleo público, no innovamos como nuestros competidores, facturamos mucho y generamos cantidad de empleo en sectores frágiles y, por si fuera poco, ‘el Índice de Precios de Exportación caen, los precios de las importaciones aceleran su descenso, el Índice de Producción Industrial tiene una evolución anual negativa, los Indicadores de Confianza Empresarial publicados el 16 de enero experimentaron un retroceso del 0,4% respecto al cuarto trimestre de 2019, el total de empresas creadas durante la parte final de 2019 supone un 8% menos que en 2018, caen las transmisiones Derechos de la Propiedad, la compra-venta de viviendas inscritas, cae el Índice de Garantía de la Competitividad un 1,8% en el mes de noviembre del año pasado y las Entradas de Pedidos en la Industria experimentaron una caída del 20,2% hasta noviembre pasado también’.

La cruda realidad es que estamos ante el inicio de un ritmo de expansión que va a ir decreciendo y que se nos acaba el tiempo para poder aplicar políticas de modernización, reducción de costes laborales, estimulación de una economía tecnológica, de innovar, de reducir la fiscalidad y de, en definitiva, flexibilizar una estructura económica que necesita facilidades para afrontar un reto industrial, digital y de transformación socioeconómico. Impedirlo ahora es suicida. Sino se hace ahora, una verdadera apuesta por el cambio de modelo pero en todos sus frentes, laboral, tecnológico, fiscal, industrial y de automatización responsable y estratégica, o no se podrá hacer. A la caída de ingresos tributarios que más pronto que tarde se van a producir, la urgencia estará en los gastos sociales indispensables y poco quedará para afrontar ese reto. El tren se escapará y nos quedaremos en la estación de los países que la vieron venir y la dejaron pasar. 

Pero espera, el problema no termina aquí. Los datos del sector agrícola, que ha llegado al límite atendiendo a las movilizaciones que se están produciendo estos días, son la antesala de lo que sucederá en otros sectores dónde el salario no puede asociarse a la productividad por diferentes motivos. Los problemas laborales estimulados por la automatización y digitalización del campo, sin una estrategia de modificación del modelo en su momento, anticipa el mismo problema en la transformación de la pequeña industria e, incluso, los servicios o el empleo más básico y asociado, especialmente, al turismo y hostelería.

La solución ya no puede ser un tratamiento previo. Se trata de cuidados paliativos o de aplicar medidas urgentes sobre una masa líquida de problemas líquidos. Me temo que vamos a ver infinidad de despropósitos visto lo visto. Nadie parece darse cuenta de que tras el discurso pro tecnológico debe haber una verdadera estrategia de gestión al respecto. Algo que, por cierto, no podrá contentar a todos y que se deberá de apartar de las políticas buenistas o de tipo ‘social’ que exijan altos impuestos y poca inversión en innovación empresarial. 

Un ejemplo. En la configuración del consejo de ministros se ha troceado la política estratégica que debía afectar a la modernización del campo. La cohesión territorial necesaria para aplicar modelos de innovación no aparece en el cartapacio ministerial. Por lo menos depende de cinco ministerios ahora. Flipa. El de Transición Ecológica y el Reto Demográfico, el de Política Territorial y Función Pública, el de Inclusión Seguridad Social e Migraciones, el de Agricultura y, también, el del vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030. Todo separado y muy mal separado. El futuro del campo pasa por la capacidad de entender que el problema es parte de uno mucho mayor y que nace en la Cuarta Revolución Industrial y en la globalización. Todo esto, por sí solo, no va a solucionarse.

Es urgente el cambio de modelo. Lo dice la OCDE y lo dice cualquiera con dos dedos de frente. Que el 40% de los jóvenes españoles piensan que se van a dedicar a profesiones que desconocen que van a desaparecer (o el modo en el que se van llevar a cabo será muy distinto al que piensan) antes de que puedan dedicarse a ellas, no hace más que evidenciar la lejanía del modelo económico necesario e imprescindible y el que nos están diseñando y estimulando. Las expectativas laborales de los jóvenes y las particularidades del mercado laboral influyen en el riesgo de que los empleos elegidos desaparezcan. Este riesgo supera la media es los países de nuestro entorno. Es muy grave que las diez expectativas principales para los jóvenes de hoy en día se encuentran muy concentrados en unas diez profesiones. Pero no es culpa de ellos ni de sus orientadores. El catálogo laboral español es el que es. Cuándo un modelo de crecimiento se basa en tres grandes sectores como son el turístico, el inmobiliario y los servicios en general, no puedes esperar que los que deben pensar en su futuro detecten expectativas en nuevos espacios profesionales. 

Tengamos en cuenta que esto no hará más que ampliarse ante la pasividad de las políticas educativas, tremendamente politizadas y de escasa visión estratégica, modificando planes educativos en cada legislatura, ante una estructura económica sujetada por profesiones de escaso valor añadido y, una expectativa de paro juvenil superior al 30%. Es evidente que podemos exponer a nuestros jóvenes videos  explicativos de un mundo tecnológico de todo tipo, pero la realidad no encajará con lo que les vamos a mostrar. Si a eso le sumas la gestión política de aurora boreal de las últimas dos décadas, en la que no se ha preparado nuestro país para un momento de emergencia tecnológica, tienes un cocido llamado paro. Los ingredientes que acompañan fueron aquellos que animaban el caldero con políticas seguidistas de impulso a los sectores de siempre, los que generaban ocupación rápida y pocos problemas a corto. 

A los que ahora mandan y a los que les toca aportar una oposición responsable, se les exige un poco de visión estratégica, menos táctica y de alarma ante un ciclo económico malo para el que no tenemos ni un sólo amortiguador adecuadamente engrasado. Estamos a tiempo, por supuesto, pero hubiera sido mucho mejor haber actuado durante las vacas gordas y no tanto, ahora, con las vacas empezando la dieta. 

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Economía, Personal, Politica Marc Vidal Economía, Personal, Politica Marc Vidal

En El Periódico: 'Con empleo precario, no pagaremos las pensiones'

Es habitual que el ser humano cuando llega una era revolucionaria en cuanto a la tecnología la identifique como un riesgo, algo que le agrede. Ya pasó en la primera revolución industrial. Además, cada vez el tiempo de transición es menor, el plazo de adaptación y adopción de la tecnología es cada vez más corto.

Con motivo de hablar sobre mi último libro ‘La Era de la Humanidad’, me contactó Fran Leal del suplemento Byzness de ‘El Periódico’ para conversar de temas que se tratan en el libro. El enlace de la entrevista publicada originalmente es este, pero si quieres leerlo aquí mismo te lo transcribo a continuación.

‘Con empleos cada vez más precarios, no pagaremos las pensiones’.

El desarrollo tecnológico ya está transformando nuestra manera de vivir y trabajar. Y, en el futuro más cercano, esos cambios serán más profundos. ¿Estamos en disposición de afrontarlo? Sobre ello charlamos con Marc Vidal, autor de 'La era de la humanidad'

El futuro próximo, en muchos aspectos, es toda una incógnita. En buena parte, debido al desarrollo tecnológico al que estamos asistiendo y a su llegada de forma masiva a los centros de trabajo, que tendrá un impacto muy importante. En este contexto, prepararnos para los cambios que va a conllevar la automatización generalizada es una cuestión primordial que no estamos abordando como país. Marc Vidal, experto en el área de la Transformación Digital, hace hincapié en esta idea en su último libro, ‘La era de la humanidad’ (Deusto, 2019), donde repasa de manera pormenorizada los cambios, las disrupciones y las innovaciones que vamos a ver en el corto plazo, derivados precisamente de esta revolución tecnológica, y que impactarán directamente en los negocios y, también, en nuestro día a día como ciudadanos.

El título del libro resulta muy evocador, pero no se corresponde con lo que muchos piensan que está por venir… ¿Por qué mostramos tanta resistencia al cambio, en este caso tecnológico?

Es habitual que el ser humano cuando llega una era revolucionaria en cuanto a la tecnología la identifique como un riesgo, algo que le agrede. Ya pasó en la primera revolución industrial. Además, cada vez el tiempo de transición es menor, el plazo de adaptación y adopción de la tecnología es cada vez más corto.

Sin embargo, no hay que olvidar que nosotros somos herederos de nuestros ancestros más miedosos. Es normal que veamos la tecnología como algo inabarcable muchas veces, pero lo cierto es que, a mediados de la próxima década, estaremos en una situación en la que prácticamente llegaremos a un escenario cercano a la singularidad, es decir, la tecnología por sí misma será capaz de ser más inteligente que nosotros e incluso repararse o mejorarse a sí misma. Y eso asusta.

¿Llegaremos a ver realmente ese salto tecnológico?

Hay cierto consenso global en cuanto a que llegará un punto en que, simplemente en el ámbito de la capacidad de cálculo, a finales de la próxima década, habrá ordenadores que computen más o menos a la misma velocidad que nuestro cerebro. Si somos capaces de desarrollar esa tecnología, tendremos que ir adaptándonos a esa tecnología que será más rápida que nosotros, que desde el punto de vista técnico será más inteligente y que lo único que no podrá hacer serán cosas que los seres humanos vamos a tener que estimular, que tienen más que ver con las habilidades desde el punto de vista creativo, el sentido crítico, la socialización, etc.

Unas nuevas habilidades que se reclaman desde el mercado laboral, junto a los perfiles técnicos. En empleo, ¿nos estamos preparando para lo que viene?

Hay de todo: unos, no; otros, un poco, y muy pocos, bastante. Esto va por barrios. Hay países que no están en el debate para nada en estos momentos y España es un ejemplo de ello. Aquí estamos debatiendo si son convenientes o no las luces de navidad en una población, si unos van a ser o no ministros, pero nadie está debatiendo si va a haber una cartera que se llame, por ejemplo, ministerio del futuro, y que desde un punto de vista metafórico sea transversal y capaz de aportar valor de futuro a cualquier área de cualquier gobierno.

Un buen ejemplo es Suecia, que tiene una cartera que, aunque no es un ministerio sí tiene rango de tal, e impregna prácticamente al resto de ministerios de aspectos que tienen que ver con el análisis del futuro. O Arabia Saudita, un país que consideramos petrolero, pero que tiene todo un desarrollo ministerial vinculado a la Inteligencia Artificial (IA). En definitiva, hay ejemplos de países que, al contrario de lo que hacemos nosotros, tienen planteamientos de cuál va a ser su estrategia en el despliegue de la IA.

Cuando nuestro modelo de crecimiento debía haber empezado a cambiar, con la explosión de la burbuja inmobiliaria, todo el dinero que salió disponible no se utilizó para cambiar el modelo por uno más tecnológico. En lugar de modernizarlo, seguimos dependiendo en un 30% del inmobiliario y el turismo.

Para los políticos de aquí, el tema es como si no existiera...

En el debate de televisión de los candidatos de la última campaña, en el minuto 178 (de los 181 que duró), aparece por primera vez la palabra innovación. Pero es que la palabra digital no aparece, ni tan siquiera en plan cosmético para quedar bien. Esto demuestra que, claramente, no es un aspecto que esté en el debate.

Y no es tanto hablar de digital, como hablar claramente de qué se va a hacer, por ejemplo, con una renta básica universal a medio plazo, qué se va a hacer con la gente que no se va a poder reciclar… No va a ser fácil reciclar a personas de 55 años, porque donde han estado trabajando siempre de forma manual, llega una máquina y empieza a hacer las cosas mejor que ellos. Y ninguna empresa los va a mantener en el empleo.

¿Se avecinan épocas muy duras, entonces?

Yo soy muy optimista en todo, pero hay características de nuestra situación económica y de planteamiento de cómo vamos a afrontar esta situación que no dan motivos para serlo. No tenemos un plan estratégico en nada que tenga que ver con el futuro, ni con un cambio de modelo de crecimiento. De hecho, no hay ni un modelo de modernización de los sectores en los que somos punteros. Esto es un problema enorme.

El gran reto es cómo un país con el 14% de paro se enfrenta a una situación en la que la destrucción de empleo nadie la está previendo, con una creación de empleo cada vez más precario y con cada vez más pobres asalariados. Y aquí tenemos un problema, porque las pensiones las tendrá que pagar alguien, y con empleos precarios no se pagan.

Pero en el caso de la renta básica, sobrevuela la etiqueta de ser una medida ‘de izquierdas’. ¿Cómo se puede desterrar este mantra?

El problema de las soluciones al futuro inmediato es que se les mete ideología por medio. La ideología es buena, siempre y cuando sirva para estimular cosas, no para pararlas. El problema es cuando ideologizamos cosas que desde un punto de vista técnico se deberían analizar de otro modo.

La renta básica universal, cuando la miras desde el punto de vista de izquierdas, te plantean que es algo que se tiene que sumar a una serie de subsidios y ayudas que ya existen. Desde la derecha, se retiran todos los subsidios y todas las ayudas, y se crea una única renta para todos. No es tanto qué modelo es mejor, sino que resulta inevitable poner el tema sobre la mesa.

Otro de las esferas más polémicas es la educativa. ¿Hacia dónde nos tenemos que dirigir?

La tendencia global es que aquello en lo que deberíamos estimular a los críos, las habilidades, algunas de ellas son más que revisables. No puede ser que sigamos entrenando a nuestros hijos para que sean robots, porque siempre habrá robots más potentes que ellos. Y es lo que estamos haciendo, mientras que las habilidades que van a ser esenciales cuando trabajemos con robots no hay manera de que las entrenemos adecuadamente.

Al final, la IA se basa en datos, que transforma en información, pero son los humanos los que lo transforman en conocimiento. Hasta que no entendamos eso, seguiremos con el problema educativo.

En la situación de emergencia climática en que estamos inmersos, ¿cuál es el papel que juega la tecnología?

La tecnología consume energía y en ese consumo no todo lo estamos haciendo en la dirección correcta. Eso es evidente. A la vez que empresas desarrollan algún tipo de tecnología, también se debería saber que ese desarrollo quizá tiene que ir a una velocidad no tan alta. Parar un poco y ver que esos avances no suponen una agresión a la naturaleza. Es decir, en vez de inventar 3 cosas, inventemos 2, que se haya innovado lo suficiente como para que no sean tan contaminantes.

De todos modos, creo que el ser humano es capaz de encontrar soluciones a todos los problemas. Este del clima es un problema tan global, genérico y evidente, que ponerlo en duda es difícil. Pero yo lo que sí pongo en duda es que el ser humano no vaya a ser capaz con la tecnología de paralizar algunas de las grandes agresiones al planeta que estamos viviendo. Precisamente en esta mezcla entre conciencia y tecnología es donde podría estar la solución a este asunto. Porque, sinceramente, me cuesta entender que el ser humano se vaya a llevar por delante algo tan bello como la Tierra.

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El turismo del futuro, el futuro del turismo y el Fitur más tecnológico.

Me fascina el turismo. Sus estrategias, sus marcas, sus modelos de negocio, sus posibilidades de digitalización o sus planes de transformación que tengo la suerte de poder desarrollar con algunos de mis clientes del sector. Sin embargo, es importante en cualquier análisis, ordenar las piezas y entender el contexto. Voy a reducir el foco a España. El turismo creció en 2019 un 1,5%, lo que es lo mismo que crecer por debajo del PIB y, también, el peor dato desde 2013. Es evidente que con unas cifras que suponen liderar en muchos aspectos el mercado turístico global, repetir crecimientos cercanos al dos o al tres por ciento es muy complicado. La reducción de turistas británicos y alemanes, nuestros principales mercados emisores se compensó con el turismo nacional. Además, el empleo crece a pesar de que el sector se ralentiza.

Me fascina el turismo. Sus estrategias, sus marcas, sus modelos de negocio, sus posibilidades de digitalización o sus planes de transformación que tengo la suerte de poder desarrollar con algunos de mis clientes del sector. Sin embargo, es importante en cualquier análisis, ordenar las piezas y entender el contexto. Voy a reducir el foco a España. El turismo creció en 2019 un 1,5%, lo que es lo mismo que crecer por debajo del PIB y, también, el peor dato desde 2013. Es evidente que con unas cifras que suponen liderar en muchos aspectos el mercado turístico global, repetir crecimientos cercanos al dos o al tres por ciento es muy complicado. La reducción de turistas británicos y alemanes, nuestros principales mercados emisores se compensó con el turismo nacional. Además, el empleo crece a pesar de que el sector se ralentiza.

Algunos aseguran que el turismo ha dejado de tirar del carro de la economía española. Yo no lo creo, es más considero que hay que seguir pensando que es nuestro motor. Para ello debemos asumir algunas cifras de alerta para tomar medidas. Ya en 2018 creció por debajo del PIB y en 2019 avanzará sólo un 1,5%, menos que la economía nacional que rozó el 2%. Para entender la dimensión de este frenazo sepamos que esto no pasaba desde 2010. Algo que, desde el  punto de vista socioeconómico, tiene un detonante vinculado a que Alemania ha estado al borde de la recesión lo que desembocó en una caída del 6,5% de turistas germanos, la devaluación de la libra británica que procuró un descenso del 5,2% de turistas del Reino Unido y un frenazo muy importante de turistas nórdicos con múltiples causas entre las que se incluye la quiebra del operador Thomas Cook y su modelo empaquetado de experiencias turísticas de calidad más que revisable. 

El saldo positivo, no obstante, se ha producido en el turismo nacional. Los españoles han sido los que este año han contribuido al crecimiento del sector aumentando las pernoctaciones en hoteles un 2,6%, en turismo rural un 3,3%, en vuelos interiores un 6,6% y en pasajeros del AVE, un 4,7%. Por curiosidad, es llamativo el hecho de que las pernoctaciones de españoles en hoteles de cinco estrellas son las que más crecen, un 4,9%, frente el aumento de apenas el 1% en hoteles de una a tres estrellas.

Este año he tenido el honor de participar en la inauguración de la feria internacional Fitur, concretamente desde el pabellón Fiturtech. El escenario de análisis, muestra y debate de hacia dónde debe ir el uso tecnológico en el sector turístico. Algo que, por supuesto, no puede ser ni secundario ni retrasarse demasiado. Más cuando la competencia por precio es un escenario complejo en el medio plazo y el de seguir vendiendo productos turísticos como el pasado siglo algo que es más que revisable. 

En 2019 han caído los destinos de sol y playa pero crecen los alternativos. Las llegadas de turistas alemanes y los procedentes de países nórdicos han caído en general, pero crecen en los destinos de interior y en los de la llamada ‘España verde’. El sector, lleva tiempo intentando impulsar un cambio de modelo, que no sólo se centre en los destinos de costa. Se pretende desmasificar las zonas saturadas y desviar viajeros a otros lugares menos llenos. Considero que a este comportamiento debe unirse una apuesta profunda por la tecnología y por el turismo del futuro.

De esto último tuve oportunidad de hablar durante mi conferencia en la jornada inaugural de Fitur. De las claves de la transformación digital en el sector que ocupa más gente y pesa más en el PIB en España. Claves que se centran en una modificación notable del modo en el que se coloca al cliente en el centro de la cadena de valor, de como se obtienen datos inteligentes de cada proceso en los modelos de explotación turística, de la generación de nuevos modelos de negocio en el propio sector y de que nuevas habilidades van a tener que incorporar las personas que tengan que trabajar con entornos tecnológicos. No es lo mismo un camarero que recoge el plato y lo lleva a la mesa que otro que espera que ese plato lo lleve un robot. Cambian notablemente sus requerimientos, conocimiento y formación. 

España no tiene petróleo, no es una potencia industrial y no es, atendiendo a la repercusión del PIB, un destacado centro aeronáutico. Por lo tanto, como eso va a ser muy complicado de cambiar, se debería potenciar la innovación, la modernización y la implantación tecnológica en los sectores que sí suponen una garantía de crecimiento. La idea de automatizar muchos elementos de la cadena de valor turística no tiene que suponer necesariamente desempleo sino todo lo contrario. Lo que pasa que generará otro empleo (que debemos formar) y una eficiencia inédita (para vender más).

El uso de datos para transformarlos en información y finalmente en conocimiento no es algo que se pueda hacer de espaldas a la tecnología. Es por esa razón que todo el sector, desde los grandes operadores hasta las pequeñas explotaciones turísticas no tienen otra que abrazar la tecnología y sus expectativas. Sólo de ese modo tendremos una industria (que no dejará de ser clave para la economía española) absolutamente competitiva durante un futuro digital y exponencial en el que entramos desde ya mismo.

Tenemos claro un mundo inminente que se divisa por el horizonte y que no parece reservar mucho espacio a modelos económicos dependientes de sectores sin actualización tecnológica. Un futuro que habla de pensiones en riesgo, sociedad del bienestar en jaque y modelos productivos obligados a vivir una disrupción inevitable. Una disrupción que ya vive el sector turístico. La competencia está por todas partes y dispara desde todas direcciones. Cualquier elemento imprevisto puede cambiarlo todo rápidamente. La automatización y la adaptación al mundo del dato, la robotización y la inteligencia artificial serán su muro de contención y en el que deben iniciar su transformación. Si no se transforma absolutamente, alejados de lo anecdótico, la pérdida de peso en la economía nacional, supondría una catástrofe laboral similar a la vivida hace unos años con el sector inmobiliario.

Activar políticas fiscales, laborales, formativas y de estímulo a la modernización son imprescindibles. Establecer un espacio profesional en el que subir el salario mínimo sea una obviedad factible por que esté ligado a la productividad real es absolutamente urgente. El turismo no tiene recambio y eso, de por sí, no debería ser un problema. Lo que pasa es que se tiene que ir transformando continuamente para ser, siempre, el motor actualizado que permita su liderazgo. Hablando con los responsables del gremio, percibí ese interés por liderar el cambio, continuar con esa modernización homologable y en transformar digitalmente el escenario turístico español.

He visto el grado de responsabilidad de quienes se saben clave en la economía de un país. Agradezco que me permitieran hablar no tan solo del futuro del turismo sino también del turismo del futuro. Un futuro tecnológicamente más humano, pero especialmente más eficiente y rentable. La clave estará en los procesos, en los datos, en las experiencias predictivas y en la formación de un nuevo modelo laboral. Nos va mucho en ello, no somos Arabia Saudí, Canadá o Finlandia, nosotros tenemos una estructura de crecimiento en los servicios turísticos, estimulemos su ‘update’.

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El desafío económico y tecnológico de Nadia Calviño

En mi libro ‘La Era de la Humanidad’ transcribo una carta que le escribí al presidente Pedro Sánchez poco después de erigirse como jefe del ejecutivo español tras la moción de censura en 2018. En ella le sugería crear un Ministerio del Futuro o, en su defecto como mínimo, uno de inteligencia artificial. Además, le rogaba que incorporara en el máximo rango posible la estrategia de Transformación Digital en su ejecutivo. No lo hizo en aquella ocasión pero, tras los nombramientos de estos días en su nuevo organigrama, algo de eso sí refleja. Evidentemente dudo que tenga que ver con mi carta, pero nos vale igual.

En mi libro ‘La Era de la Humanidad’ transcribo una carta que le escribí al presidente Pedro Sánchez poco después de erigirse como jefe del ejecutivo español tras la moción de censura en 2018. En ella le sugería crear un Ministerio del Futuro o, en su defecto como mínimo, uno de inteligencia artificial. Además, le rogaba que incorporara en el máximo rango posible la estrategia de Transformación Digital en su ejecutivo. No lo hizo en aquella ocasión pero, tras los nombramientos de estos días en su nuevo organigrama, algo de eso sí refleja. Evidentemente dudo que tenga que ver con mi carta, pero nos vale igual.

De momento, lo que sabemos es que tenemos a Nadia Calviño como Vicepresidenta de Economía y Transformación Digital y a Carme Artigas como Secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial. Este segundo nombramiento, en concreto, me parece especialmente acertado. Mi única duda es si el contenido de este área será realmente profundo o, p or el contrario, detrás de la nomenclatura de este cartapacio solo hay cosmética.  Será relevante saber si hay realmente una voluntad política por modificar el modelo de crecimiento de este país. Confío, en este apartado, que sí.

Ahora bien, el problema radica en como combina un plan de transformación digital con el resto de carteras, fundamentalmente atendidas por los socios de gobierno de Unidas Podemos, que ya han explicado el régimen de aumento de gasto y tipos impositivos para el sector tecnológico y financiero. El primero tiene cierta facilidad para ubicarse en entornos más amables y el segundo acaba refugiándose en modelos menos intervencionistas. Veremos pues hay análisis que advierten que el déficit público se disparará este año al 3,5% del PIB si se llevan a cabo todas las propuestas recogidas en el acuerdo se contemplan 25.000 millones de euros de gasto más, pero sólo unos ingresos de 6.200 millones previstos.

Para que el cambio de modelo de crecimiento se produzca es preciso también cambiar el modelo económico que lo sujeta. La deuda española es del 100% del PIB, el segundo país del mundo con más deuda exterior. Y habrá que pagarla aunque algunos piensen que la deuda es algo onírico o virtual. Me preocupa el modo en el que se van a coordinar políticas tecnológicas con la  derogación casi total de la reforma laboral, puesto que, ante la más que evidente frenada en la creación de empleo, seguir complicando la contratación, convirtiéndola en la más cara de nuestro entorno, lo complicará todo.

La desaceleración está ahí, lo niegue quien lo niegue. Crecemos al 1,9% y este año se duda que lleguemos al 1.6%. Con esas cifras no se crea empleo. Aunque en otros países europeos ese crecimiento aun es menor, hay que recordar que nuestro modelo laboral actual es débil tecnológicamente hablando y que por debajo del 2,4% sólo se crea empleo precario y de escaso valor productivo. Difícilmente se estimula un modelo laboral tecnológico en ese paisaje.

La subida de impuestos -tributación mínima del 15% a grandes corporaciones y del 18% para entidades financieras-, el gravamen del 5% sobre los dividendos que repatrían las multinacionales o la creación de tributos como la tasa Google o el referido a las transacciones financieras, no van en la línea de un modelo económico enlazado a la sociedad del conocimiento y tecnológico. Las insolvencias empresariales volvieron a crecer el año pasado por primera vez desde 2013. Mala señal. Lo hace a un 4,7%, uno de los mayores ritmos de la Eurozona. Afrontar el reto tecnológico sin asumir la situación económica y aportando incrementos en la columna de gastos y sin saber como vamos a lograr equilibrarlo con la columna de ingresos, es suicida.

Es evidente la doble vertiente de este gobierno. Una totalmente enfocada a políticas impositivas y de gasto social sin atender las verdaderas opciones existentes, donde el ‘progreso’ se define como reducción de desigualdades pero olvidándose que para distribuir primero hay que crear. Otra, más socialdemócrata, enfocada, según los nombramientos y mensajes iniciales, en atender de una vez, el cambio económico que la Cuarta Revolución industrial nos exige y que nos ofrece, a medio plazo, el modo en el que entraremos en la Quinta.

Me hubiera gustado que mi país hubiese sido el primero en disponer de una Vicepresidencia del Futuro, un ministerio capaz de proponer el modo de legislar con una visión y prospección a medio plazo. Algo que debería de ser obligatorio por cierto y que dependiera de una visión transversal que identifique la complejidad de los riesgos y retos que nos depara una revolución tecno-cultural como la que vivimos. Una buena solución, un primer paso como mínimo, bien podría ser ese Ministro del Futuro o cómo se considere que debe llamarse. Alguien que fuera capaz de aportar el conocimiento necesario, y la visión política profesional, que requeriría afrontar un futuro líquido, flexible y cambiante como el que nos espera.

Por  lo menos el Consejo de Ministros ha nombrado a Iván Redondo, el director del Gabinete de Presidencia, como el director de la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo. Una especie de ‘foresight unit’ parecida a la que ya funciona en Canadá, EE.UU., Francia, Finlandia o Reino Unido desde hace bastantes años. Su función, en todos esos lugares, no es la de adivinar el futuro, sino la de analizar de manera sistemática los posibles retos y oportunidades que un país tendrá que afrontar en el largo plazo, y de como prepararse ante ellos.

En todo caso, el camino se hace andando y veremos si esto son fuegos artificiales o realmente responde a una preocupación real. Afrontar decididamente y de un modo estratégico y político los grandes desafíos que, la Cuarta Revolución Industrialla deflación del capital y la automatización de todo, suponen. Los gobiernos no pueden mantenerse ajenos a la inminente llegada de los coches sin conductor, la robotización, el análisis de la renta mínima universal o, incluso, la imprescindible incorporación de la economía circular a los procesos productivos. Todo ello no se puede tratar sólo en una legislatura ni por uno o dos ministerios o cuatro secretarías de estado, es algo mucho más transversal, complejo y de largo plazo.

Al igual que las empresas establecen unidades en sus organizaciones cuyo único trabajo es predecir lo que se avecina y como afrontarlo para obtener ventajas, un gobierno debería hacer algo parecido. Un Ministerio del Futuro, con secretarias de estado de alto nivel tecnológico lideraría la investigación basada en la evidencia, coordinaría la planificación de escenarios que afectase a cualquiera de los otros ministerios o áreas. Está por ver si el de Transformación Digital liderado por Nadia Calviño pueda intentar algo así. 

Tal vez pienses que no es necesario, finalmente, un Ministerio del Futuro. Pero estarás conmigo en que lo que hay que erradicar son los Ministerios del Pasado, por lo menos los que nos abocan a un pasado alejado de los tiempos que corren. El problema radica en que, a veces, el diagnóstico que se hace de la realidad es de aurora boreal y, detrás de grandes mensajes y nombramientos, se acomoda la inercia. Y la inercia no es más que táctica disfrazada de tranquilidad. La estrategia, la verdadera herramienta de los estadistas, de los países con proyección a medio plazo, ha brillado por su ausencia desde hace mucho en este país. 

Proyectar no es fácil cuando lo que debes tener en cuenta un escenario futuro disruptivo y en el que muchos de los aspectos que lo regirán aun no existen o es complicado deducirlos. Confío en que hay voluntad pero no tengo claro si va a ser posible en un ejecutivo tan complejo y conformado por sensibilidades económicas tan distintas. De ahí que le pida a Nadia Calviño que asuma el reto histórico que estamos viviendo desde el punto de vista económico y tecnológico. En España, todavía, no hay quien hable desde el escenario político sobre esto. Por lo menos no hasta ahora y sólo desde un modo superficial. 

El desafío es enorme. Cambiar el modelo de crecimiento de este país dependiente en gran medida todavía del turismo, la construcción y sus derivados, no va a ser fácil, pero es imprescindible. Industrializar la economía desde una perspectiva que mire más a la futura quinta revolución industrial que a las reconversiones del pasado, no es algo que dependa de mensajes y fuegos artificiales. Exige comprenderlo y luces largas. Por poner un ejemplo de lo necesario de repensar los modelos. Este es un país en el que hoy las pensiones y el paro sostienen la economía de todo el oeste de España. Desde Asturias hasta Andalucía, un tercio de la renta disponible de los hogares procede de las transferencias sociales, básicamente pensiones y seguros de desempleo. Eso es insostenible sino se modifica el modelo de crecimiento estructuralmente.

Me preocupan algunas directrices que se desprenden de lo que hablaba al principio de este artículo. El hecho de elevar los costes fiscales a quienes podrían estimular el cambio de estructura económica no parece una gran idea. Aumentar costes de contratación a las empresas y castigar la inversión con tasas de todo tipo, no prefiguran una situación ideal para que todo lo que un ministerio económico y digital va a necesitar. Pero veremos. Independientemente de mis afinidades ideológicas espero que, por lo relevante del momento, este ejecutivo acierte en lo económico y en lo tecnológico. Lo que se haga estos cuatro años determinará los próximos treinta.

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Conferencias, Personal, Economía Marc Vidal Conferencias, Personal, Economía Marc Vidal

El primer capítulo de 'La Era de la Humanidad. Hacia la Quinta Revolución Industrial'

El pasado 20 de octubre salió al mercado mi último libro ‘La Era de la Humanidad. Hacia la Quinta Revolución Industrial’. En dos meses y medio ya han sido tres las ediciones impresas y un par las veces que he podido convertir este ensayo en una conferencia que, durante 2020, protagonizará la mayoría de mis participaciones en eventos y congresos. Como ya hice con mis anteriores libros, vuelvo a ‘regalar’ el primer capítulo (y unos párrafos del segundo) de las 424 páginas que lo componen y que también se puede encontrar en diversos modelos de promoción en algunas plataformas.

El pasado 20 de octubre salió al mercado mi último libro ‘La Era de la Humanidad. Hacia la Quinta Revolución Industrial’. En dos meses y medio ya han sido tres las ediciones impresas y un par las veces que he podido convertir este ensayo en una conferencia que, durante 2020, protagonizará la mayoría de mis participaciones en eventos y congresos. Como ya hice con mis anteriores libros, vuelvo a ‘regalar’ el primer capítulo (y unos párrafos del segundo) de las 424 páginas que lo componen y que también se puede encontrar en diversos modelos de promoción en algunas plataformas.

En palabras, que agradezco, de Ignacio González de los ReyesLa Era de la Humanidad es un largo ensayo sobre el futuro que aguarda a la humanidad, un futuro de una fuerte y disruptiva presencia tecnológica y una automatización masiva, un futuro que además el autor prevé como inevitable y muy cercano y para el que afirma no nos estamos preparando, especialmente desde el ámbito de gobiernos y administraciones (…), un libro interesante, apasionado, futurista, en ocasiones arriesgado y con frecuencia bastante crítico pero, en el fondo, optimista y orientado a la acción’. Un libro en el que he intentado hablar de tecnología pero desde una perspectiva no tecnológica sino de impacto económico, político y social’. Échale un vistazo a como empieza:


La Era de la Humanidad

1. La deflación del capital


¡Obedece a tu amo! Amo, amo de las marionetas,
estoy tirando de tus hilos, retorciendo tu mente y aplastando tus sueños.

Letra de Master of puppets, METALLICA

Madrugada del 8 al 9 de agosto de 2007, Jean Flamcourt, un joven gestor de inversión del BNP Paribas Investment Partners, estaba sentado frente a un muro de pantallas. Las miles de líneas intermitentes que cambiaban de valor constantemente simbolizaban el universo del poder del capital; vivían conectadas a la mayoría de los índices bursátiles y a la cotización a tiempo real de los vehículos en los que su banco era partícipe. Aquél había sido un día largo, pero su instinto le decía que había algo que no encajaba. Y no podía encajar. Todavía no lo sabía, pero un buen número de los fondos que gestionaba su empresa estaban rebosantes de basura y, en realidad, no valían nada.

Jean sabía que, el pasado febrero, The Wall Street Journal publicó un artículo que denunciaba el peligro al que se enfrentaba el mundo por culpa de un tipo de hipoteca que, por aquel entonces, fue bautizado como «subprime».2 Se habían empezado a acumular los impagos en Estados Unidos. La cotización y el valor de los fondos de inversión, que estaban compuestos en su mayor parte por esas hipotecas, eran dudosos. En mayo, esos mismos productos financieros habían sido criticados por los principales inversores, los cuales, sin hacer ruido, inician una huida generalizada de esos fondos.

Pero ya era tarde. La enorme bola de estiércol que algunos divisaban en el horizonte era imparable. El banco central de Esta- dos Unidos, la Reserva Federal, decide comunicar que hay riesgo de crisis. La percepción de que las cosas pintaban bastos se generaliza, pero todavía nadie es capaz de advertir la verdadera envergadura de la tragedia. Al mes siguiente varios fondos flexibles que tenían deuda del banco de inversión Bear Stearns quiebran. A esas alturas, la «tormenta perfecta» iba a dejar de ser sólo el título de una película. En julio, la propia Reserva Federal admitía que las pérdidas generadas por los productos financieros ligados a las hipotecas subprime rondaban los 100.000 millones de dólares. Era la primera vez que se cuantificaba la herida.

Pero el detonante del desastre no se inició hasta la primera semana del mes de agosto, cuando el problema se inocula a los mercados financieros. Hasta ese momento, la «basura» parecía contenida en sus bolsas de plástico. Sin embargo, eso no era así. Blackstone quiebra el 2 de agosto. American Home Mortgage, el 6. El 7 lo hace el National City Home Equity de California. De momento, sólo un banco alemán admite tener hipotecas subprime en sus productos financieros. El Fondo Monetario Internacional (FMI) alertaba en un informe de que «de los 4,2 billones de euros en bonos ligados a hipotecas de alto riesgo de Estados Unidos, por lo menos unos 700.000 millones no eran estadounidenses», es decir, tenían que estar en Europa. Si todo ese dinero estaba yéndose por el desagüe del viejo continente y sólo había un banco alemán que había reconocido tener 25.000 millones de ese deshecho financiero, ¿dónde estaban los otros 675.000?, ¿quién los tenía? O, mejor dicho, ¿quién estaba a punto de quebrar?

Flamcourt era un joven ávido por aprender. Le apasionaba la economía, la inversión, los fondos, tratar con clientes, la bolsa…, y se extasiaba mirando horas y horas aquellas pantallas con números intermitentes. Por eso pasaba tantas horas leyendo, siguiendo lo que se publicaba esos días acerca del desastre de al- gunas entidades estadounidenses. Le sorprendía que en Europa no se hubiera detectado nada importante, que no se hiciera caso del informe del FMI. Su interés se convirtió en sospecha, y su sospecha, en evidencia.

Llevaba muchas horas o balances, escudriñando hojas de cálculo y descubriendo de qué estaban formados algunos de los productos que él tenía que vender a sus clientes cada día. A las tres de la madrugada un golpe metálico le sacó de su fijación casi enfermiza. Era el personal de limpieza que había llegado a la planta 11 del edificio situado en el número 16 del boulevard des Italiens, en París. Aquel sonido era hueco, casi perfecto, sin reverberación. Miró en la dirección desde donde vino el sonido y saludó a un hombre de unos cuarenta años, en bata verde y con auriculares rojos. Lo saludó, pero no obtuvo respuesta. Al regresar al campo de batalla aritmético, puso su mirada en una línea de códigos. Estaba en la parte superior de una de las pantallas más alejadas de su zona de trabajo. Le había pasa- do inadvertida todo el tiempo. El título del fondo que describía era Parvest Dynamic ABS. Tenía un componente muy extraño que daba múltiplos incoherentes, su dependencia de valores estadounidenses era exagerado, y su aparente estabilidad no era normal. Buscó si había algún patrón. Lo encontró. Ese mismo modelo se repetía en dos fondos más: el BNP Paribas ABS Euribor y el BNP Paribas ABS Eonia. Todos estaban cubiertos de gloria. Ahí había un montón de hipotecas que nadie pagaría jamás en Estados Unidos.

Lo que vino a continuación está más que escrito en mil li- bros, películas y leyendas. Jean Flamcourt llamó a su superior inmediato, y éste al suyo, y este otro al superior de él…, y así has- ta llegar a quien podía dar la orden. Aquella misma mañana de agosto, antes de que los mercados hubieran abierto en Europa, el BNP Paribas Investment Partners decidió suspender el valor liquidativo de esos tres fondos por los efectos que las hipotecas en Estados Unidos estaban generando. Argumentaron que la ausencia de precios de referencia provocaba una falta de liquidez inédita. La bomba había explotado.

Jean Flamcourt se fue a su casa a media mañana. Con la sensación agridulce de que había hecho un gran trabajo a la vez que estaba siendo testigo de un desastre monumental. Sentado en el sofá de su apartamento, con un sol insolente entrando por to- das partes, se puso a contemplar cómo se hundía el mundo. El virus se transmitió durante ese mismo día y el siguiente. Todas las bolsas del planeta se descomponían. Las comparativas con otros momentos de la historia eran más que razonables. Viendo que el capital teórico perteneciente a esos fondos no valía nada, el Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal inyectaron la mayor cantidad de liquidez que se recordaba y que aún se re- cuerda. No sirvió de nada.

El viernes 10 de agosto el principal banco alemán, el Deutsche Bank, reconoce que tiene fondos repletos de nada. El Banco Central Europeo comunicaba que estábamos preparados para «una crisis financiera en varias etapas por culpa del capital riesgo y de las hipotecas subprime». Diez minutos después quiebra otro banco, el Home Banc. Cada vez que hablaba un político o un directivo bancario subía el pan y cerraba un fondo.

Estuvieron inyectando dinero por todas partes hasta el 15 de agosto. Cada día llegaba un nuevo camión lleno de liquidez. Rams Home Loans perdió la mitad de su cotización en un día. Countrywide igual. Los rumores de que alguien muy gordo estaba a punto de quebrar no cesaban. Viendo que no había manera de parar la sangría, la Reserva Federal bajó los tipos. «Ya está», pensaron, «así lo pararemos». Y lo pararon, pero sólo temporal- mente. El 23 de agosto la necesidad de más inyección de liquidez se hace urgente. Por todas partes salen bancos que aseguran tener hipotecas subprime en sus balances. Empezó el «quien no corre vuela». Noventa entidades de Estados Unidos, dos docenas de Europa y el Bank of China admiten que tienen el mismo problema que el resto. Se avecinaba lo peor. El 5 de septiembre se cae todo. El pánico se adueña de los clientes del banco británico Northern Rock, que precisa ser rescatado; la financiera Victoria Mortgages se declara insolvente; el día 29 quiebra el primer banco digital estadounidense, el Netbank; el 1 de octubre, el banco suizo UBS anuncia pérdidas bíblicas, y el Citigroup, el mayor grupo financiero del universo conocido anuncia pérdidas de dimensiones gigantescas. Al día siguiente, el mayor corredor de mercados de capitales del mundo, Merrill Lynch, anuncia lo mismo. Y así hasta finales de año. No había quien pudiera orde- nar tal rompecabezas.Los bancos inyectaban liquidez, pero, lejos de ayudar, los efectos de todo ese caos financiero se contagiaban a la propia economía de las empresas y de las familias. El FMI cuantificaba ya en un billón de dólares las pérdidas originadas por la crisis subprime. Un montón de dinero que, curiosamente, no estaba en ningún lugar. Sólo se debía. Nada parecía parar el desastre. Las bolsas estaban en cifras que nunca antes se habían visto, y se avecinaba una gran recesión. Sólo faltaba una guinda en el pastel. Un año después de que Jean Flamcourt descubriera que su empresa estaba repleta del más absoluto vacío, el 15 de septiembre de 2008, Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión estadounidense, que gestionaba entonces 46.000 millones de dólares sólo en hipotecas, quebró. Esa tarde, el Bank of America compra Merrill Lynch para evitar otra quiebra esa misma tarde. Un año después de que explotara todo ese desbarajuste, los efec- tos brutales de la crisis, lejos de calmarse, se intensificaron.

El entonces jefe del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, seguía diciendo que no nos pusiéramos nerviosos, que estaba todo controlado. En Estados Unidos, el discurso era parecido. Cada vez que un responsable de política económica anunciaba una medida para evitar algo, lo estimulaba. No entendían qué sucedía, y, por consiguiente, no podían remediarlo. ¿Cómo podía ser que una crisis de liquidez y valor del capital no frenara su caída inyectando lo que le faltaba? ¿Cómo podía ser que una miserable crisis hipotecaria estuviera poniendo en jaque el sistema de deuda y valor tan bien compuesto por todos? La explicación estaba muy lejos de los mercados, de los bancos, del escritorio de Jean Flamcourt. La respuesta estaba en un garaje, y muy lejos de ese ruido.

Ahora sabemos que aquel boquete que parecía inmenso era en realidad un agujero negro; que la paranoia se instaló y que le dimos a la imprenta del dinero rápido con todas nuestras fuerzas. No dejó de ser todo un insulto a la inteligencia. El agujero no se llenó, era un pozo sin fondo. Se trataba de un suceso económico cuyo embrión se situaba en otro escenario y que nadie atendió correctamente. De hecho, el consenso sigue negando que una crisis financiera sea el origen de una recesión, sino que pudiera tratarse de la consecuencia crítica de algo muy distinto, mucho más transversal y tremendamente más profundo.

En aquellos días, el mundo no se detuvo. Todo pasaba mientras el planeta seguía girando y se automatizaba. Un concepto económico empezaba a tomar sentido. Se trataba de algo llama- do «deflación del capital». Realmente fue en Davos, en 2016, que se denominó por primera vez la era de la deflación del capital. Hasta entonces, ganadores del Premio Nobel, presidentes bancarios, directivos y expertos habían bautizado esa etapa económica como «la mayor crisis financiera desde 1929».

Jean Flamcourt dejó el BNP poco después. Hubo recortes, cambios importantes y nuevas incorporaciones. Las opciones de ascender en su empresa se habían esfumado. Por lo menos en un largo tiempo. Decidió regresar al mundo académico, pero ahora para dar clases. Escribió un libro y empezó a participar en tertulias. Algunos programas de radio y televisión se lo rifaban. Su experiencia durante aquellos días del hundimiento le permitían ofrecer un discurso atractivo, subjetivo y apasionado. Se casó, tuvo una hija y fundó un espacio de reflexión junto a otros economistas e inversores con los que compartía la pasión por el análisis socioeconómico.

El 21 de enero de 2015, Jean llegó a Davos-Klosters. Se acababa de inaugurar la 45.ª edición de la Reunión Anual del Foro Económico Mundial (o World Economic Forum, WEF). Jean había organizado su agenda para asistir al mayor número de conferencias y debates. Su interés se centraba en el profundo cambio político, económico, social y tecnológico en el que el mundo había entrado. Sus dudas acerca de la dimensión real que tenía para la economía los cambios tecnológicos que se vivían por entonces le estimulaban especialmente. Tenía un interés especial por establecer los límites entre integración tecnológica y refundación de los mercados. El mal trago pasado en la época de las subprime, la crisis que todavía rezumaba por todas partes y una incipiente automatización de muchos sectores le provocaban una notable fascinación.

Participaron unos dos mil quinientos líderes, algunos de los cuales eran los dirigentes de las mil empresas más importantes del mundo. Allí estaban los jefes de Estado del G20, los dirigen- tes de las principales organizaciones internacionales del mundo, los líderes de la sociedad civil, de los sindicatos, de las principales religiones mundiales, de los medios de comunicación y del arte. Y entre ellos estaba Jean, el hombre que descubrió que el mundo se apoyaba sobre cimientos de barro. Nadie allí lo sabía. Y él era sólo un compromisario anónimo. Uno más.

Entre todas las sesiones había una que le interesaba especial- mente. Sheryl Sandberg, la que era directora de operaciones de Facebook, participaba en un panel titulado «El futuro de la economía digital», centrado en valorar el papel de la digitalización para recuperar la economía mundial, lo que ella denominó la «internet absoluta». Jean estaba emocionado. En un momento determinado, tomó su iPhone y grabó un vídeo de apenas veinte segundos; etiquetó a la protagonista, geolocalizó su creación y la subió a Instagram. Al salir, en el descanso hasta la siguiente sesión, miró la televisión desde su propio teléfono, mantuvo una conversación por Skype con sus socios en Londres, hizo dos docenas de fotos más, navegó por la red analizando varios datos que le permitieran escribir la crónica del día y, una vez escrita, entró en la sección privada del periódico que le pidió un artículo y lo subió. Recibió una llamada. Era Carol, su secretaria. Tenía dos mensajes en Whatsapp. Su mujer le pedía opinión sobre  unos muebles. Adjuntaba la foto y el enlace para analizar si el precio era asequible. Lo era. Hizo la compra directamente y le envió a su esposa el recibo de la transacción con la fecha exacta de entrega en su domicilio. Asistió a la siguiente conferencia. La registró con la grabadora de sonido de su teléfono. Almacenó todo lo escrito, filmado y etiquetado en el repositorio que tenía en Dropbox. Allí nadie podía tocarlo y no se le perdería. Se fue a su habitación. Daba gusto descansar en el Steigenberger Gran- dhotel Belvédère. Puso su móvil en el altavoz con conector USB que estaba encima de la mesita de noche y que permite escuchar toda tu biblioteca musical. Jean se conecto a su lista de Spotify, jugó un partida de Candy Crush y se durmió mientras sonaba de fondo algo de Joy Division. (¡Sí!, es posible dormirse con eso si estás agotado.)

Sin apenas pensarlo había puesto imagen, y con acciones, a lo que los teóricos llamaban la deflación del capital. Lo más im- portante es que esa cadena de sucesos era similar a lo que hacían millones de personas en todo momento y en todas partes. Todo lo que hizo con un dedo y una pantalla habría requerido una de- cena de dispositivos tan sólo quince o veinte años antes. El coste de esos dispositivos también habría sido diez, quince o veinte veces más. Aquellos artilugios necesarios para hacer todo lo que se podía hacer ahora con un sólo teléfono móvil tenían una obsolescencia programada de al menos cinco o seis años. En cambio, ahora, él mismo estaba pensando en cambiarse su iPhone 6 Plus por el 6S, y no tenía ni un año y medio de uso.

La deflación del capital era el motor de todo eso. Y sigue teniendo que ver. Pensar que lo que vivíamos sólo era un derivado financiero no sujeto a un cambio productivo mundial fue el error que se mantiene en muchos casos. Todo está mutando, y a una velocidad exponencial, y aún desconocida. La tecnología está detrás de muchos de esos cambios, pero también los estimula un nuevo modo de pensar. Se acaba la propiedad tal y como la hemos entendido. El producto pasa a ser servicio, y el control del Estado es una entelequia. La economía circular, las plataformas sociales, la impresión en tres dimensiones, la inteligencia artificial y el nuevo consumo colaborativo lo están cambiando todo definitivamente.

La deflación del capital no es más que un modo de definir un mundo nuevo que ha explotado frente a uno anterior. A día de hoy, prometer empleo tal y como lo plantean nuestros gobernantes es un ejercicio de irresponsabilidad o desconocimiento que asusta, como veremos a lo largo de este libro. Bien estaría que, para abordar esa transición —a un mundo donde trabajaremos menos horas, donde trabajaremos de otro modo, donde trabaja- remos en cosas que no sean substituibles por máquinas y donde el concepto trabajo será un nuevo social a definir toda- vía—, se empezaran a establecer directrices y liderazgos realistas al respecto. Esto no va de ir prometiendo hasta meter…, como dice el refrán. Esto va de mitigar un tremendo y doloroso escenario a diez o doce años vista; va de prever el mundo de nuestros hijos.

No se trata de hablar de rentas mínimas garantizadas a jóvenes menores de no sé qué edad, ni de ajustar la vida laboral por arriba o por abajo. No va de subir impuestos para soportar una sociedad del bienestar inasumible. Va de preparar todo ello para que sea posible. No va a haber trabajo para todos, tengamos eso claro; ni aun adquiriendo nuevas habilidades. La tecnología se va a encargar de ello… Así como ya jubiló nuestra cámara de fotos, nuestro GPS, nuestra televisor del dormitorio, nuestro vídeo, nuestro ordenador de mesa o nuestro propio teléfono tradicional, así lo va a hacer también con nuestro empleo.

Por eso debemos exigir que el comportamiento de quienes dirigen no sea maniqueo. Ni blanco ni negro, ni bueno ni malo, ni rentas mínimas de derechas ni de izquierdas. ¿Cómo piensan pagar «los de izquierdas» una renta básica? ¿Cómo piensan no instaurarla «los de derechas» y que el mundo siga girando? A ver si la solución podría ser dinamizar la empresa privada, estimularla para que se modernice, y rebajar los impuestos para facilitar su competitividad. Es una opción. Tenemos otras pero no me negarán que con empresas eficientes, rentables e internacionalmente competitivas se podría plantear un mundo cuya deflación del capital podría estar ya gestando una deflación estructural, de tipo social.

El tiempo disponible para preparar esa sociedad inmediata se va agotando. Seguir presionando a la empresa y a los consumidores para que paguen el dispendio y sus intereses convierte en crónica una situación que sólo tenía que ser transitoria. La llamaron «crisis», y era una «deflación del capital». Llevamos años hablando de «recuperación» y a este paso va a ser una «deflación social».


2. Un nuevo contrato social llamado «empleo»


Toda rosa tiene su espina, como cada noche tiene su amanecer.
Igual que cada vaquero canta una triste canción, cada rosa tiene su espina.

Letra de Every rose has its thorn, POISON

Llamaron crisis a una deflación del capital, y llaman recuperación a una deflación social. En medio mundo se lee que el empleo se está recuperando y que, por consiguiente, lo que ha vivido el mundo en los últimos diez años no era más que un bache profundo derivado de una crisis de tipo tradicional. El mundo se recupera. Los más destacados economistas aseguran que estamos en una estancia que volverá a traer riqueza y júbilo a todos. Lo bueno es que es cierto. El paro bajará, de momento. Lo grave es que es una apreciación tan cortoplacista que asusta. Es miopía pura. Tanto la falta de análisis de lo que está pasando en el subsuelo económico como mantener el mantra de la recuperación inmediata es de una irresponsabilidad bíblica. Hay muchas cosas que no se están teniendo en cuenta y que, o nos ponemos en ello, o el pinchazo de la burbuja inmobiliaria parecerá una especie de guardería comparado con la que se nos viene encima.

Stephen Hawking decía que «estamos en el momento más peligroso en el desarrollo de la humanidad» y que «el ascenso de la inteligencia artificial destruirá el trabajo de manera irreversible entre las clases medias». El genio de Oxford tenía claro que sólo quedará empleo creativos y supervisores. Se preguntaba si es- tamos preparando a nuestra sociedad inmediata para un mundo con un desempleo que él calculaba que rondaría el 60 por ciento. La Casa Blanca publicó un informe hace un tiempo que profundizaba en ese escenario. El 83 por ciento de los trabajos donde la gente gana menos de 18 euros por hora ha iniciado la primera fase de automatización o reemplazo. En apenas cinco años, el mercado del vehículo autónomo será factible. En menos de una década, unos diez millones de vehículos usados en transporte y logística en todo el mundo no precisarán conductor. Es decir, unos diez millones de personas que conducen para ganarse la vida lo dejarán de hacer. Por lo menos como ahora lo hacen. En tres años, en nuestro entorno será cada vez menos habitual ver personas atendiendo en cajeros o restaurantes fast food, así como jardineros o contables. En cinco años lo será con asistentes médicos, recepcionistas, policías de tráfico, agentes de mostrador en aeropuertos, personal de oficinas o salas de cine. En ocho años costará ver taxistas y camioneros. En diez, quizá no veremos peluqueros, abogados, dentistas o directores de recursos humanos haciendo lo que hacen ahora. En veinte, no trabajaremos como lo hacemos ahora… A cada paso lo irreversible se hace más evidente.

El mundo no se va a acabar, pero va a cambiar tanto y tan rápido que no tenemos la opción de preguntarnos si está bien o mal, si es posible pararlo o no. Va a pasar. El valor añadido no estará en si te lo crees o no. La mayor ventaja estará en haberlo previsto y haber implementado una estrategia empresarial, personal, política, social y económica.

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El resto del libro puedes adquirirlo en diferentes formatos y plataformas a partir de la página oficial de Planeta Libros donde está referenciado.

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Economía, Personal, Sociedad Marc Vidal Economía, Personal, Sociedad Marc Vidal

2019, el mejor año de la humanidad. ¡Feliz 2020!

Vamos a acabar el año en positivo. Según muchos indicadores, 2019 ha sido el mejor de la historia de la humanidad. Es cierto que seguimos con males endémicos y problemas cuyas soluciones todavía parecen a años luz, pero sin embargo, en términos generales, el mundo está mejor que nunca. Desde que los humanos modernos surgieron hace unos 200.000 años, este ha sido el año en que los niños han tenido menos probabilidades de morir o los adultos menos probabilidades de ser analfabetos.

Vamos a acabar el año en positivo. Según muchos indicadores, 2019 ha sido el mejor de la historia de la humanidad. Es cierto que seguimos con males endémicos y problemas cuyas soluciones todavía parecen a años luz, pero sin embargo, en términos generales, el mundo está mejor que nunca. Desde que los humanos modernos surgieron hace unos 200.000 años, este ha sido el año en que los niños han tenido menos probabilidades de morir o los adultos menos probabilidades de ser analfabetos.

Cuando nacieron mis padres, casi en la década de 1950, la mayoría de la población mundial era analfabeta y vivía en la pobreza extrema. Para cuando yo muera, según la esperanza de vida actual en España, el analfabetismo y la pobreza extrema habrán sido erradicados. Es difícil imaginar un mayor triunfo para la humanidad que esta comparativa que afecta únicamente a dos generaciones. 

En 2019, como indica el artículo del New York Times ‘This Has Been the Best Year Ever’, todos los días de este año que ya termina, 325.000 personas obtuvieron su primer acceso a la energía eléctrica, más de 200.000 accedieron al agua corriente por primera vez y unas 650,000 se conectaron a Internet por primera vez en su vida. Cada día de 2019, cifras que no se habían producido a ese nivel nunca antes.

En 1950, el 27% de todos los niños seguían muriendo a los 15 años. Ahora esa cifra se ha reducido a solo un 4%. Max Roser, un economista de la Universidad de Oxford que dirige World in Data asegura que ‘si se te diera la oportunidad de elegir el momento en que nacer, sería muy arriesgado elegir un momento en cualquiera de las miles de generaciones en el pasado porque en todas ellas, excepto las últimas tres o cuatro, casi la totalidad de la población mundial vivía en la pobreza extrema. Hablamos del 90% de la gente. Además, las hambrunas y las enfermedades han sido comunes a todo ese tiempo. Lo mejor es vivir hoy, en este tiempo’.

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Y viendo esas cifras, me pregunto porque seguimos atendiendo a noticias negativas constantemente. Los descubrimientos médicos se amontonan en la lista de conceptos que cambiaran nuestra vida a mejor en un breve espacio de tiempo. En este blog y en mis redes explico a diario cuales son. ¿Porque los periódicos y televisiones no encabezan sus portadas con algo así como que ‘Otros 170,000 salieron de la pobreza extrema ayer’? U otra opción podría ser ‘el número de personas que viven con más de 10 dólares al día ha aumentado en 245,000 ayer mismo’.

Hace medio siglo, la mayoría de la gente del mundo era analfabeta; ahora nos acercamos al 90 por ciento de la alfabetización de adultos. Ha habido avances particularmente grandes en la educación de las niñas, y pocas fuerzas cambian el mundo tanto como la educación y el empoderamiento de las mujeres. Además, curiosamente, cuando los padres confían en que sus hijos sobrevivirán a la vez que tienen acceso al control de natalidad, tienen menos hijos y el ciclo de crecimiento se equilibra y se hace más sostenible. Es terrible que cualquier niño muera en el mundo cada seis segundos, pero el día que se fundaba Facebook (por poner un hilo temporal reconocible), eso sucedía cada tres.

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El objetivo de las Naciones Unidas de eliminar la pobreza extrema en 2030. La tecnología puede ayudar como nunca antes. La automatización, la inteligencia artificial, el uso de los datos, la robótica, la edición genética u otros avances médicos pueden lograrlo. Somos la primera generación en disposición de erradicar la pobreza global y hay que aprovecharlo. El mundo ha cambiado a lo largo de la historia y ahora es el mejor momento para haber nacido en términos generales. Sin embargo, como dice el Max Roser, ‘tres cosas son ciertas al mismo tiempo: el mundo es mucho mejor, el mundo es horrible, el mundo puede ser mucho mejor.

Tras esa reflexión global también es muy nutritivo hacer balance personal y confrontarlo al mundo en el que vivimos. En mi caso ha sido un año excepcional en lo personal y en lo profesional. Han sido más de un centenar de vuelos, veinte de ellos transoceánicos, para atender las casi cien conferencias ofrecidas este año en más de veinte países. Nuevos, y cada vez más importantes, clientes en nuestra consultora que se muestran muy contentos con el trabajo de transformación digital que les ofrecemos. Un nuevo libro tras dos años de trabajo. Más televisión y algunos reconocimientos como el TopVoices 2019 de Linkedin. En general, un buen año que no es más que el impulso para el próximo, en lo global como he expuesto al principio y en lo propio también. 

Permíteme un final típico pero necesario. Deseo para este 2020 que la tendencia global de mejora en todos los campos continue y, si es posible, se acelere. También, a todos los que me seguís en todos mis canales y redes, os deseo lo mejor para este año que viene. Hay mucho que hacer, mucho que aprender.

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