Asesorar en la Nueva Economía

Hoy os dejo con un regalo de incalculable valor. Material compartido con James Levy. Hablamos de los inicios en Merrill Lynch Banca Privada en Madrid a comienzos de los años 90, las llamadas telefónicas entre España y Estados Unidos eran muy caras y sólo las grandes empresas contaban con redes de datos. Llegué a ser vicepresidente lo que me permitió conocer bien todo el engranaje del negocio. Nuestro modelo dependía en gran medida de ese monopolio que proporciona el acceso a la información sobre precios de los activos financieros y la capacidad para participar en el propio mercado. A través de la red corporativa de comunicaciones conocíamos los precios de acciones o materias primas en los mercados de EEUU y podíamos entrar, ejecutar y confirmar las órdenes de nuestros clientes en España en estos mercados casi a tiempo real.
El derecho a acceder a esta información y la capacidad de intervenir en los mercados justificaban el cobro de comisiones por las operaciones de compraventa. Estas comisiones eran más altas que las actuales, cuya única justificación en el actual acceso generalizado a los precios de los productos financieros a través de Internet es precisamente el de la mera ejecución de órdenes de compraventa. El cliente normalmente aceptaba las altas comisiones como el precio a pagar por tener una fuente fiable casi a tiempo real de los precios y la posibilidad de ejecutar órdenes con gran rapidez. El hecho de ser cliente, y por lo tanto el pago de estas comisiones, también daba derecho a charlar con el intermediario financiero, el mítico broker (como lo fuera el propio Marc entre los años 1999 y 2001), con quien se intercambiaban opiniones sobre los mercados, lo que se percibía como un beneficio adicional para el cliente.

Este modelo de negocio se gestó en el siglo XIX, cuando las empresas socias de la bolsa de Nueva York comenzaron a explotar la nueva tecnología del telégrafo para abrir oficinas satélites en las grandes ciudades de EEUU. Así, las oficinas de las empresas pioneras como Merrill Lynch o Morgan Stanley permitían a los clientes particulares acceder a los mercados financieros de Nueva York o Chicago sin tener que viajar a estas ciudades, y observar casi a tiempo real las variaciones en los precios de las acciones o materias primas, que se iban escribiendo en grandes pizarras a medida que se iban recibiendo por telégrafo las actualizaciones. Con pequeñas variaciones, este esquema se mantuvo durante más de un siglo. Las cuentas con un broker eran la forma consagrada de gestionar el patrimonio financiero para cualquier norteamericano que se atrevía a invertir en algo más exótico que los depósitos a plazo fijo ofrecidos por su banco local.

La oficina de Merrill Lynch en Madrid en 1991 aún funcionaba esencialmente de este modo cuando empecé a trabajar como asesor financiero (así se llamaban entonces sus brokers). Aunque no lo sabíamos entonces, este modelo de negocio iba a experimentar una transformación fundamental con profundas consecuencias, en general negativas para los inversores. En esta transformación hunde también sus raíces la actual crisis del sector de asesoramiento financiero, incluyendo su segmento más elitista de banca privada.

La revolución digital y omnipresencia de Internet ha eliminado cualquier vestigio de justificación para el cobro de comisiones por acceso a los precios de los activos financieros. Hoy en día, cualquier cliente tiene a su alcance información prácticamente a tiempo real sobre las bolsas y otros mercados financieros organizados en todo el mundo y puede ejecutar sus órdenes de compraventa a precios muy moderados a través de Internet desde cualquier lugar. Ante la amenaza para los ingresos en el modelo tradicional de negocio que representaba la facilidad de acceso a información por Internet, el sector de asesoramiento financiero planteó una respuesta basada en una serie de medidas defensivas. En mi opinión, estas medidas defensivas son precisamente la causa de los excesos y de la opacidad que ha llevado a esta industria a su actual descrédito entre sus clientes.

Antes de analizar estas medidas, me gustaría hacer un inciso para refutar unos de los mitos más extendidos entre inversores, esto es, la creencia de que “cuanto más grande, mejor” en referencia a la industria de asesoramiento financiero. Los acontecimientos de los últimos años han demostrado sobradamente que invertir a través de una institución de gran nombre, con cientos o miles de sucursales, no constituye ninguna garantía contra el fraude ni contra la quiebra. Respecto al fraude, recordemos que las instituciones no tiene moralidad ni ética profesional. Solamente los individuos poseen estas muy deseables cualidades, especialmente entre gestores de patrimonios financieros ajenos.

Tanto los bancos más grandes como la empresa de asesoramiento más pequeña pueden contar con profesionales ejemplares o con los peores timadores. Tampoco el tamaño de la institución es garantía frente al peligro de quiebra, muchas veces vinculado a las actividades ilícitas de altos directivos. Desde Lehman Brothers a Bear Stearns, pasando más recientemente por MF Global en EEUU (donde aún no han localizado 1.500 millones de USD de fondos de los clientes) hasta varias Cajas muy conocidas en España, vemos ampliamente demostrado que las grandes instituciones no ofrecen un margen de seguridad adicional sobre las entidades pequeñas. Al contrario, muchas veces merece más confianza un pequeño despacho con socios bien conocidos y con acreditada solvencia profesional, que un título de renombre en una gran entidad. En ausencia de una relación profesional a largo plazo, existe el riesgo de caer en manos de individuos poco éticos, escudados tras el nombre de una institución, que ante la presión de generar ingresos para alcanzar los objetivos anuales, pueden ceder a la tentación de “colocar” productos inadecuados a las necesidades de sus clientes. En contraste, los socios de un grupo asesor independiente sólo deben responder ante los propios clientes y no se les plantea este conflicto de interés con las exigencias corporativas.

A mi juicio, la respuesta defensiva de las empresas de asesoramiento financiero ante la amenaza para sus ingresos planteada por la extraordinaria facilidad de acceso a información a través de Internet ha seguido los tres ejes principales siguientes:

a) Opacidad. 

La industria de asesoramiento financiero ha reaccionado ante la disminución de la rentabilidad del negocio de intermediación en la compra directa de activos por parte de sus clientes con una gama de medidas para incrementar la opacidad de los productos financieros, con objeto de esconder u oscurecer los costes reales. No es casualidad que el auge en la creación y promoción comercial de los fondos de inversión en España haya coincidido con la llegada de la intermediación bursátil en condiciones muy económicas por Internet. Los fondos de inversión permiten a los bancos (cada uno a través de su gestora) seguir cobrando buenas comisiones al inversor, sea en fondos de renta variable, renta fija o los casi siempre inefectivos mixtos. ¿Cuántos inversores realmente leen las docenas de páginas de letra pequeña en los folletos de los fondos de inversión? Muchos inversores se conforman con ver la comisión de gestión, sin llegar casi nunca a enterarse de las posibles presiones a que se ven sometidos los gestores de fondos para incluir en los mismos los excedentes de activos financieros de los que desea desprenderse el banco matriz. Por ejemplo, si el banco emite un bono o es la entidad aseguradora de una emisión con mala acogida en el mercado, este mismo papel puede acabar colocado entre los fondos de inversión de la gestora del propio banco. Aunque la presencia de este papel puede resultar perjudicial para los intereses de los partícipes del fondo, es sin embargo positiva para las cifras de negocio de la casa matriz y, por ende, para la consecución de los objetivos anuales y los correspondientes bonos de sus empleados.

Después de los fondos de inversión, que en su gran mayoría no ofrecen ningún valor añadido al inversor para justificar sus alto costes, los bancos han promocionado un sinfín de productos cada vez más abstractos, más opacos y más rentables para el banco, que no para el sufrido inversor. Un ejemplo notorio lo ofrecen muchos productos estructurados, tan de moda en los últimos años. Construidos a partir de derivados complejos de uno o varios índices, como el Ibex o el Eurostoxx 50, o  de una cesta de acciones, estas mal llamadas inversiones a veces se parecen más a juegos de casino que a productos financieros dirigidos al gran público, sin formación específica en matemáticas financieras que le permita entender sus riesgos. Aunque son pocos los clientes que han ganado dinero invirtiendo en productos estructurados, para los bancos resulta imposible perder con ellos, ya que contienen en su propia estructura una generosa comisión, integrada de forma totalmente opaca para el inversor. A lo largo de mi carrera, los mejores profesionales de asesoramiento de inversión que he conocido siempre han coincidido en aplicar una regla de oro: no vendas nunca al cliente un producto financiero que no se entienda bien. Todos los inversores deberían aplicarse este consejo y exigírselo también a su asesor.

b) Restringir la liquidez

Una segunda vía utilizada por la industria de asesoramiento financiero para compensar la pérdida de su rentable monopolio sobre la información bursátil es restringir la liquidez de los productos de inversión que ofrecen a sus clientes, aumentando de este modo la rentabilidad para los bancos y sus gestoras. Por liquidez entendemos la posibilidad de comprar o vender cantidades razonables de un activo financiero sin que ello resulte en una variación en su precio. Por ejemplo, mientras una acción de una empresa cotizada en el Ibex u otro índice bursátil importante casi siempre tiene liquidez, muchos de los productos de inversión en los últimos años carecen intencionadamente de esta importantísima cualidad. Así, he escuchado a multitud de inversores quejarse amargamente del gran coste incurrido por vender anticipadamente productos estructurados, pese a que en teoría no estaban afectados por comisiones explícitas por esta causa. Los costes surgen del gran diferencial entre el precio de compra y el de venta de estos productos ilíquidos por parte del banco, que suele ser el único mercado de los productos en cuestión. Una parte no insignificante de este diferencial (que puede superar el 5% del montante del capital del cliente invertido en el producto) acaba engrosando las cuentas de resultados del propio banco, de forma totalmente opaca para el inversor.

c) Agudización del conflicto entre presión comercial y responsabilidad ante el cliente

La tercera vía utilizada por los bancos en los últimos años para asegurar un flujo importante de ingresos a pesar de la pérdida del monopolio de la información sobre los precios bursátiles ha sido la distribución masiva, mediante agresivas campañas de publicidad, de productos financieros no necesariamente adecuados para el gran público. El asesor de patrimonios debería sentir una gran responsabilidad fiduciaria, velando en primer lugar por los intereses del cliente que le confía sus ahorros. Aunque no esté obligado a ello por ley, el asesor tiene la obligación moral de ayudar al cliente a defender su patrimonio.

El Nuevo Modelo

En los últimos años, una parte importante de mi trabajo como asesor de inversiones ha consistido en estudiar las recomendaciones de los bancos a mis clientes para detectar los problemas mencionados anteriormente y sugerir actuaciones alternativas. Como hemos visto, se han producido cambios sustanciales en la industria de asesoramiento financiero, que ofrecen la oportunidad de desarrollar nuevos modelos de inversión y de gestión patrimonial adaptados a un escenario dinámico, con gran facilidad de acceso a información para obtener valor añadido para nuestra cartera. La denominación Banca Privada ha quedado totalmente desacreditada en un mar de conflictos de intereses y productos fracasados e inadecuados, en un entorno de exceso de agresividad y falta de responsabilidad fiduciaria.

En estas circunstancias, ¿qué debe hacer el inversor tradicional? Mis recomendaciones son las siguientes:

1) Enterrar los prejuicios contra las empresas pequeñas de asesoramiento de inversión o gestión de activos. En la nueva economía digital, los grandes bancos y gestoras pierden ventaja frente a la agilidad de las pequeñas empresas que, como veíamos, cuentan con idéntica capacidad de acceso a la información y de ejecutar órdenes de compraventa en todo el mundo. Está ampliamente demostrado que los pequeños fondos de inversión “de autor”, donde el gestor principal tiene invertida una gran parte de su propio patrimonio, ofrecen los mejores resultados a largo plazo.

2)  Utilizar las herramientas de la nueva economía para saber a quién estás encomendando el cuidado de tu dinero como asesor o gestor. ¿Cómo es su huella digital? Desde Facebook, Twitter, Linkedin a sus intervenciones en conferencias o publicaciones en prensa, hay gran cantidad de información al alcance de cualquiera con una conexión a Internet, simplemente con el uso de un buscador. Hoy más que nunca, el inversor es quien manda. Antes de confiar los ahorros conviene mantener al menos una reunión presencial o contacto telefónico o a través de Skype. Elegir un asesor financiero se parece mucho a buscar un buen médico o un buen canguro. El tiempo y esfuerzo que dediquemos a hacer una buena selección se verá compensado ampliamente en el futuro.

3) Finalmente, conviene mantener una actitud abierta ante las magníficas oportunidades y nuevas formas de invertir que nos brinda la economía digital. La época de escoger banco porque tenía sucursal en la esquina de casa se ha acabado. La plena libertad de movimiento del capital y el perfecto funcionamiento de los bancos modernos por Internet han eliminado el obstáculo de la distancia física. Además, ya es posible invertir directamente en proyectos de emprendedores a la vanguardia de la nueva economía con cantidades de dinero al alcance de muchos ahorradores. La diversificación efectiva consiste en participar en varias clases de activos con baja correlación entre sí, más allá de la tradicional dicotomía entre renta fija y renta variable. Invertir en proyectos de economía digital de la mano de un asesor de confianza con habilidad demostrada en este campo puede ofrecer importantes beneficios a largo plazo.

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