Tu pensión, los servicios públicos y el empleo de tus hijos dependerán de un robot.

Digan lo que digan, la historia demuestra que la automatización aumenta la productividad y, en algunos casos, la demanda de los consumidores también, lo cual, de alguna manera, crea más trabajos. Es un mito revisable que la automatización destruya el crecimiento neto del empleo. Lo destruye cuando no hay una estrategia de transformación social y laboral prevista. Si seguimos alimentando un modelo productivo y de crecimiento basado en la improvisación política y en la espera de acontecimientos, nos vamos a dar una hostia bíblica y de esta no saldremos por acompañamiento, pues nadie nos va a acompañar. La gasa fina entre el tercer mundo y el mundo automático se va a estrechar. Tengamos cuidado, pidamos que lo tengan quienes fueron elegidos para garantizar que el futuro sería mejor. De momento, me da la impresión, en España y muchos países de nuestro entorno, nadie está pensando ni haciendo nada al respecto. No, por lo menos, de manera eficiente.

El acojone es general. La idea de que los robots van a arruinarnos la vida tal y como la entendemos está generalizada. Los trabajadores de medio mundo ven con inquietud la amenaza que supone la automatización. Sin embargo, ese temor tiene mucho que ver con el como nos explican las cosas y, sobretodo, con el modelo socioeconómico que impulse el poder público de turno. Los hay que hablan de limitarlo y volver a llenar las fábricas de humanos para dar trabajo a más gente. Otros sencillamente no dicen nada. Los primeros se olvidan que el proteccionismo laboral en contra de la eficiencia lleva al cierre a medio plazo y los segundos son, en el mejor de los casos, unos irresponsables.

Existe una tercera vía. En Suecia pocos se preocupan por la previsible ola de de desempleo que nos acecha y que la automatización va a provocar. De hecho, ellos lo comparan al momento en el que, por la globalización, los países del ‘primer’ mundo tuvieron que competir con los trabajadores más baratos ubicados en Asia y Latinoamérica. Y bajo esa comparación consideran que el trabajo de los sindicatos, el apoyo gubernamental y la alta confianza que existe entre empleadores y empleados rige todo el planteamiento de enfrentarse a un futuro robótico.

La ministra sueca de Empleo Ylva Johansson dijo que ‘en Suecia, si le preguntas a un líder sindical si le tiene miedo a la nueva tecnología, la respuesta será: ‘No, me da miedo la vieja tecnología’’. La idea no es proteger el puesto de trabajo sino a los trabajadores, para lo que hay que capacitar a la gente para trabajos nuevos que aparecen justo cuando los que hacían desaparecen. Parece sencillo de entender. Lo que no es comprensible es que ni nos lo planteemos, ni se analice desde un punto de riesgo laboral inmenso y que, encima, cuando dices que los robots no son el riesgo sino los propios humanos gestionando su llegada, te traten de iluso.

Según los escandinavos, esto se replica de un modo parecido en Noruega, Finlandia e incluso en Dinamarca, la clave está en garantizar la innovación privada pero sujeta al liderazgo público. ¿Qué hacen en Suecia para garantizar la innovación entonces? Sencillamente, garantizarla. Al contrario de lo que sucede en Silicon Valley, donde el riesgo es consustancial a la innovación, en Europa no estamos ni cultural ni estructuralmente preparados para ello. Aquí te la das y lo arrastras toda la vida. Por eso, tal vez, hay que buscar método distinto. No vamos a crear un siliconvalei en ningún lugar por mucho que insistamos en ello.

Suecia presenta la posibilidad de que, en una era de automatización, la innovación avance manteniendo suficiente colchón ante el fracaso. Una buena red de seguridad es positiva para las iniciativas empresariales que pretenden encontrar un vínculo realista y acertado entre robots y personas. En Suecia, si un proyecto no tuvo éxito tras proponer un arriesgado modelo innovador vinculado a ese empleo del futuro, no se debe ir a la bancarrota directamente o, por lo menos, no se estigmatiza a quien no lo logró.

Lo curioso es que en Estados Unidos y la mayoría de países del sur de Europa y algunos latinoamericanos entre el 72% y el 88% de las personas consideran que los robots serán un problema, mientras que en Suecia el 80% considera que los robots y la inteligencia artificial será algo positivo necesariamente. Curiosamente, los suecos tienen claro que la renta mínima universal o básica es algo que llegará en los próximos años y en gran medida dependerá de la buena implantación de los modelos automáticos en la producción del país. Los otros, consideran que la renta básica acabará con el mundo tal y como lo conocemos porque generará un planeta de vagos esperando su subsidio. Un buen debate.

En Suecia y el resto de Escandinavia, los gobiernos proveen atención médica además de educación gratuita. Pagan generosos beneficios a los desempleados, mientras los empleadores financian vastos programas de capacitación laboral. Por lo general, los sindicatos aceptan la automatización como una ventaja competitiva que vuelve más seguros los trabajos. Y curiosamente, los pocos discursos políticos que se abren al respecto en países como el nuestro vienen de la vertiente de la izquerda representada por Podemos y algún sindicato y poco más. Lo que deja el debate en tierra yerta.

El error lo vamos a pagar caro. No pensar en ello, no analizarlo, no discutirlo y no ejercer no saldrá gratis. La idea que defiende esa izquierda que considera el ejemplo escandinavo un buen modelo se olvidan de un detalle importante: no somos como ellos. Pero ni por asomo. Su modelo educativo, su estructura económica y productiva, sujeta un magnífico sistema de bienestar social. Esa socialdemocracia no es equiparable porque su conformación parte de premisas muy distintas. No vale quedarte con lo que quieres ser sin modificar lo que te lo permitirá ser en todo caso.

La ola viene, se acerca, y la mayoría siguen mirando al horizonte con una miopía desesperante. Nadie sabe cuántos trabajos están bajo la amenaza robótica y de otras formas de automatización, pero las proyecciones sugieren una sacudida descomunal. En un estudio de 2016 realizado por el Foro Económico Mundial, se hicieron encuestas en quince economías importantes que en conjunto representan dos terceras partes de la fuerza laboral del mundo y se concluyó que el ascenso de los robots y la inteligencia artificial destruirá una red de 5,1 millones de empleos para 2020. En apenas un par de años, más de cinco millones de personas van a tener serios problemas y nadie está previendo nada más que en poner vendas cuando llegue la herida.

Pero veamos el caso de Amazon. Tal vez no haya una empresa que personifique mejor las ansiedades alrededor de la automatización que el monstruo fundado por Jeff Bezos. A pesar de que se culpa a esta empresa de destruir empleo a la vez que lo automatiza todo, la verdad es que la fuerza laboral a nivel mundial de Amazon es tres veces mayor a la de Microsoft y dieciocho veces más grande que la de Facebook. 

En 2014, la empresa comenzó a introducir robots en sus bodegas. Amazon tiene más de 100.000 robots en acción por todo el mundo y planea añadir más. Hacen que el trabajo en el almacén sea menos físico, al mismo tiempo que hacen posible el tipo de eficiencia que permite que el cliente pida algo por la mañana y lo tenga en unas horas. Eso sería imposible en costos y rendimiento sin esa incorporación del poder robótico. La empresa ha logrado, según ellos, que las máquinas realicen la mayoría de las tareas monótonas y que las personas tengan trabajos que los ocupen mentalmente analizando de un modo humano la cadena de distribución por ejemplo. 

A la vez, la empresa tiene más de 125.000 empleados solo en sus almacenes.  Cuando Amazon instaló los robots, algunas personas que antes apilaban los contenedores tomaron cursos para convertirse en operadores de robots. Muchos otros se cambiaron a las estaciones receptoras, donde clasifican de forma manual cajas grandes con mercancía y las meten en los contenedores. No se despidió a nadie cuando se instalaron esos robots y Amazon encontró nuevas funciones para los trabajadores desplazados. La pregunta es qué sucederá cuando lleguen las generaciones más sofisticadas de robots.

En mi opinión tiene más riesgo la perdida de competitividad que puede tener una economía nacional como la española por no afrontar con valentía el reto de automatizar, robotizar e incorporar la inteligencia artificial a la estructura productiva del país, que seguir pensando que hay que proteger el sistema económico en contra de ese progreso. El paro se generará de manera masiva, las pensiones serán insostenibles y el equilibrio entre servicios públicos y aportaciones sociales será insostenible sino se entiende que el mundo que viene es otro y hay que afrontarlo con estrategia y no con táctica. La estrategia es prever un mundo robótico, táctica es esperar a ver que pasa.

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