La era del desorden

A medida que se vayan publicando los datos macro que conforman el paisaje económico del cuarto trimestre, se conformará la idea falaz de que aguantamos relativamente bien la crisis. El uso de cocientes al gusto del consumidor lo permite. El paro se comparará con el trimestre anterior sin contar que el sistema laboral está intervenido, las quiebras empresariales no serán tantas como se podría pensar por la moratoria en el retorno de los créditos públicos. Pero todo eso es un disfraz. La realidad es la que es y pesa como el plomo. 

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La metodología que se utiliza es muy básica. Se utilizan los indicadores que interesan y se abandonan los que no. Por ejemplo, mientras medio país se daba de bruces con la realidad, con un turismo apagado o el comercio asfixiado, las instituciones públicas celebraban unos datos que, comparativamente, eran extraordinarios. Incluso llegué a leer a una ministra asegurar que eran inéditamente buenos. La causa y efecto en economía no es algo inmediato. Tiene un retraso llamado delay due to transferred stress y que nos traslada, por ejemplo, a la crisis de 2008 que vivió su máxima virulencia años después, en 2011 y 2012. 

Es un método eficaz en comunicación pero muy arriesgado en gestión. Hace unas semanas, la mayoría de los indicadores del tercer trimestre, ese tan bueno, solo recogieron la información hasta agosto, que es cuando el virus parecía estar bajo control, y se desestimaron los nefastos datos de septiembre. La media salía bastante bien, pero obviamente un tercio de los datos. Y es que no es factible afrontar esta crisis inminente como si fuera como otra anterior. Esto empezó sin avisar, con un origen inédito, tendrá una duración desconocida y la quiebra derivada será de unas dimensiones gigantescas. Entramos en territorio desconocido. Un territorio en el que cualquier previsión esté sometida hoy a un grado de incertidumbre enorme. Por eso se hace tan importante medir a tiempo real con indicadores de ‘alta frecuencia’ con los que podemos detectar que el consumo se ha deteriorado de un modo formidable por culpa de una reacción conocida como ‘efecto precaución’, que se produce cuando los agentes económicos temen al futuro y que congela algunos flujos indispensables.

Lo que viene requiere un diagnóstico acertado que no esconda ningún baremo interesado. La caída del PIB en los últimos trimestres tiene que ver, fundamentalmente, con el empleo. Pero debido a las circunstancias excepcionales que atraviesa la economía, lo relevante no es el número de puestos de trabajo creados equivalentes a tiempo completo, sino las horas trabajadas. La brecha entre ambas tasas de variación tiene que ver con las medidas de apoyo al empleo como los ERTE y el cese de actividad de los autónomos. Sin atender a la realidad objetiva no saldremos de esta a la velocidad de nuestros vecinos. La EPA no considera parados a los trabajadores con suspensión de empleo, aunque estén parados. 

Y entonces, ¿cuál es la realidad exacta? Es difícil saberlo porque el esfuerzo por simular una realidad inexistente lo complica todo. Lo único que sabemos por ahora es que nos dirigimos a una salida de la crisis en forma de ‘K’ por un lado, y hacia un entorno donde la incertidumbre marcará las dinámicas económicas y empresariales. Una incertidumbre que se mueve bien en lo que llamaremos ‘la era del desorden’.

La denominada ‘Era del Desorden’ es un concepto creado por los analistas del Deutsche Bank con el que denominan a un periodo económico caracterizado por el caos y el desgaste de la intensa globalización que hemos venido experimentando en las últimas décadas. De hecho identifican cinco ciclos en la economía moderna que van desde la primera era de la globalización (1860-1914), la I y II Guerra Mundial y Gran Depresión (1914-1945), los Acuerdos de Bretton Woods (1945-1971), el Periodo de alta inflación (1970-1980) y nuestra Segunda era de la globalización (1980-2020). A partir de aquí da comienzo la denominada ‘era del desorden’ cuyo origen no está en la Covid-19, aunque la pandemia haya acelerado el proceso en general y que comportará desigualdad si no se analiza con cierto realismo y profundidad. En todas partes. Tras la recesión, como dije antes, la recuperación tendrá forma de ‘K’, donde a unos les irá muy bien (plataformas digitales, industria alimentaria, farmacéuticas, tecnológicas,…) y a la otra le irá mal (hostelería, aerolíneas, restaurantes, comercios analógicos,…).

Una era en la que todo estará en revisión, donde el orden se convertirá en un marco de alta frecuencia, de análisis a tiempo real, con cambios en todos los frentes, con una confrontación entre los intereses de los jóvenes, que van a vivir en condiciones más precarias que sus padres y que tendrán que hacer frente a la deuda que se está acumulando ahora, y las generaciones mayores que gozarán de mejor protección social que los primeros. Los milenial lo tienen realmente complicado. Es una generación ubicada entre dos crisis y cuyo momento cumbre de su vida profesional y vital se desarrollará en esta ‘era del desorden’.

Pero si hay algo que va a caracterizar la ‘era del desorden’ es el impacto de la tecnología. Debido a los profundos cambios provocados por la cuarta revolución industrial, con la irrupción de la inteligencia artificial, la digitalización, los computadores cuánticos, la monetización de los datos, los robots y la biotecnología, la tecnología va a tener un gran impacto en los trabajos, en el ocio, en las relaciones sociales y en todos los elementos que componen el paisaje económico. Sin duda ‘la era del desorden’ se caracterizará por la aceleración de estos elementos tecnológicos. Y en ese núcleo, la incertidumbre como nuevo patrón oro en la economía. Una incertidumbre que determinará el modo en el que se implementarán algunas de las tecnologías que parecían tener una hoja de ruta propia y definida. Una hoja de ruta que el coronavirus ha acelerado de manera dramática. Algo que no debería ser negativo especialmente sino todo lo contrario. La incertidumbre, el desorden y la vida a tiempo real exige estar en alerta, innovando, cambiando. Y cuando cambiamos, se puede hacer a mejor.

Estaba previsto que la robotización alcanzara al trabajo humano en quince o veinte años. Ahora va a suceder en menos de cinco. Así lo explica el Foro Económico Mundial. Lo he descrito en otros artículos, mientras luchamos contra un virus, reaccionamos de manera desigual contra una crisis económica y protegemos nuestros pilares económicos y modelos de crecimiento, el mundo se automatiza y cuando despertemos, la inteligencia artificial y la robótica estará ocupando espacios que precisan, ahora, estrategia para gestionarlo y digerirlo. Ya en su informe anual sobre el futuro del empleo, la institución que organiza el Foro de Davos mostraba que la crisis sanitaria global ha aumentado el interés de las empresas en adoptar la inteligencia artificial y la robotización, dos de las principales características de esa revolución ya iniciada pero que ahora avanza más rápido. El estudio llega a la conclusión de que ya en 2025 casi la mitad del trabajo global estará automatizado, frente al 33% actual.

La formación de nuevos empleados y la de los que ya trabajan, estimular los cambios en las empresas más pequeñas, liberar de cargas fiscales en la transformación y marcar las líneas de acceso a ese cambio de modelo de crecimiento, son la clave. El riesgo, como siempre, será que los países no sean capaces de gestionar un aumento de la desigualdad laboral debido a la crisis económica sumada a la transformación tecnológica, en la que los países con escasa complejidad económica se verán más afectados en la primera fase de la contracción económica.

El impacto será inmensamente mayor que en 2008. Esto no es un pinchazo de un sector, no es la quiebra de un sistema. Esto es una mutación prevista que se ha adelantado por un estimulante. La crisis sanitaria conlleva la entrada definitiva en el siglo XXI. Llega la era del desorden, donde la tecnología debe integrarse en un modelo humano en base a la creación de empresas tecnológicamente más humanas y sociedades en las que la tecnología sea un aliado y no una agresión. Debates sobre la renta básica, un empleo distinto, la revisión del concepto ‘contrato laboral’, la gestión pública automatizada y la ordenación de recursos, deben iniciarse ahora. Quienes lo hagan, tomarán ventaja. El desorden puede ser bueno, pero sólo si se utiliza para estar en alerta, para innovar y no para quejarse o justificarse.

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El ingreso mínimo vital es inevitable.

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El artículo escrito íntegramente por un robot en 'The Guardian'