Marc Vidal Marc Vidal

¿Es sólo económica la guerra de los países contra TikTok?

Varios países occidentales (y algunos orientales, como India) están tomando medidas serias contra TikTok, temiendo que pueda utilizarse como herramienta de espionaje. Aunque estas acusaciones no se han corroborado completamente, la mera sospecha ya es suficiente para prohibir su uso a personas con vínculos gubernamentales.

Vivimos en un mundo en constante guerra silenciosa y, a veces, no tan silenciosa. La desconfianza es el común denominador en cada empresa y, en ocasiones, también en las entidades gubernamentales. Los datos se han convertido en un activo de gran valor, hasta el punto de haber recibido el apodo de "el petróleo moderno", debido a su gran importancia en la actualidad y su impacto en el funcionamiento de la tecnología.

En este contexto, varios países occidentales (y algunos orientales, como India) están tomando medidas serias contra TikTok, temiendo que pueda utilizarse como herramienta de espionaje. Aunque estas acusaciones no se han corroborado completamente, la mera sospecha ya es suficiente para prohibir su uso a personas con vínculos gubernamentales.

Antes que nada, definamos: ¿Qué es la guerra contra TikTok? Se refiere a una serie de medidas serias que varios países occidentales han adoptado, prohibiendo el uso de la aplicación a ciertos empleados gubernamentales. Estas acciones se han implementado como medida de seguridad, ante la posible exposición de la privacidad y confidencialidad de varios países, especialmente al gobierno chino.

Pese a su aparente inocencia, TikTok ha demostrado a lo largo de los años que almacena una cantidad de datos considerable de sus usuarios, lo que ha causado preocupación a distintos organismos de seguridad alrededor del mundo. Además, su diseño alienta a los usuarios a pasar largos periodos en la aplicación, lo que podría llevar a una potencial adicción, especialmente entre los menores de edad.

Varios países de Europa han prohibido a sus empleados gubernamentales tener TikTok instalado en sus teléfonos, siendo Países Bajos el último en hacerlo. Ante este problema, se está considerando la posibilidad de prohibir TikTok a nivel general, por considerarse una amenaza para la población.

TikTok se ha criticado por almacenar más datos de los que debería, lo cual se atribuye a su algoritmo. Este, además de funcionar como una red neuronal que aprende de la información de los usuarios, archiva dicha información para venderla posteriormente. Aunque esto pueda parecer alarmante, es una práctica común en muchas redes sociales. Sin embargo, esta cuestión despierta el eterno debate sobre el límite de los datos que las empresas pueden tener y qué pueden hacer con ellos, un dilema que ha colocado a TikTok en una situación difícil.

China, una de las economías más grandes del mundo, ha tenido tensiones considerables con varios países, especialmente con aquellos en Occidente, entre los que se destacan los Estados Unidos. El posible flujo de datos desde Occidente a China, potencialmente sin detección, es un riesgo que ningún gobierno está dispuesto a correr.

Las acusaciones de espionaje contra China han persistido durante años, pero a menudo permanecen solo como acusaciones contra un país soberano. Sin embargo, esto no significa que los países occidentales hayan bajado la guardia; por el contrario, su vigilancia se ha intensificado.

Hoy en día, los datos se han convertido en un negocio lucrativo a nivel global. A medida que crece, también lo hace la necesidad de regulaciones para evitar el descontrol. Los países de Occidente temen que los datos de su gobierno sean comprados no solo por el gobierno chino, sino también por otros gobiernos o incluso por hackers malintencionados.

Sin embargo, existen voces que cuestionan la crítica hacia TikTok, argumentando que todas las redes sociales realizan prácticas similares. Los principales servicios de redes sociales, Facebook, Twitter e Instagram, almacenan y utilizan datos de usuarios de manera similar a TikTok. Pero dado que estas son aplicaciones occidentales, parece haber menos preocupación sobre cómo utilizan los datos. Con TikTok, de origen chino, el escrutinio es mayor, lo que revela un problema de doble moral.

Por esta razón, China ha bloqueado el acceso a varias aplicaciones como Facebook, Instagram y Twitter. Aunque no están oficialmente prohibidas, no se puede acceder a ellas de manera convencional. Lo que preocupa a los países occidentales es la posible alianza de TikTok con el gobierno chino, aunque no se han presentado pruebas de tal relación.

En el pasado, Facebook ha admitido proporcionar información al gobierno de Estados Unidos para misiones de espionaje. Esto indica que la privacidad de la información no es su principal preocupación, sino el valor económico que se puede obtener de ella. Este escenario revela que la guerra contra TikTok es política, económica y está profundamente relacionada con las relaciones internacionales actuales.

Todos somos conscientes de que las redes sociales parecen estar fuera de control, especialmente cuando la respuesta de los gobiernos es dificultar la recopilación de datos. La solución no es limitar el acceso, sino gestionar las leyes de manera ética y responsable para adecuarlas a la era actual.

El problema radica en que no se puede prohibir completamente a las redes sociales recopilar datos, ya que este es el negocio en el que se basa gran parte de su economía. Es un desafío lograr un equilibrio entre regulaciones estrictas para prevenir el abuso de datos y la necesidad de mantener la viabilidad de estas empresas.

Las redes sociales representan un peligro para todos, y no solo por el robo de datos o de identidad. El verdadero riesgo es ideológico. Los algoritmos de las redes sociales conducen a las personas hacia contenidos con los que probablemente estén de acuerdo, creando así "burbujas ideológicas". Estas "burbujas ideológicas" pueden reforzar creencias existentes, dándoles a las personas la falsa impresión de que sus puntos de vista son universalmente compartidos. Este fenómeno puede fomentar comunidades de odio hacia ciertos grupos y, en casos extremos, incitar a actos peligrosos.

Este efecto de burbuja se ve aún más reforzado por la propaganda, una herramienta utilizada durante años por entidades gubernamentales y políticas para influir en las opiniones públicas. Las redes sociales son el campo perfecto para estas campañas de persuasión.

Afortunadamente, no todos creen en la propaganda y las noticias falsas. La clave es mantenerse bien informado, procurando siempre considerar distintas perspectivas.

Hablando de noticias falsas, este término ganó popularidad después de las elecciones de Estados Unidos de 2016, que fueron ganadas por Donald J. Trump. Se ha sugerido que el crecimiento de las noticias falsas en línea se asoció con esfuerzos de campaña por parte del equipo de Trump para sembrar el pánico entre los estadounidenses. También hubo alegaciones de interferencia digital de Rusia mediante trolls, noticias falsas y cuentas bot, con el objetivo de sabotear las elecciones de Estados Unidos.

Hoy en día, las noticias falsas son más abundantes que nunca. Internet está tan saturado de este tipo de desinformación que incluso grandes agencias de noticias como CNN o BBC han publicado accidentalmente noticias falsas.

Las redes sociales funcionan a través del impacto y, a menudo, este impacto solo se puede lograr con mentiras. El problema de las noticias falsas prospera en una población ignorante e incapaz de diferenciar noticias falsas de noticias verdaderas.

Aunque este problema podría solucionarse con algo tan simple como una búsqueda en Google, esto rara vez sucede. Muchas personas prefieren vivir en un mundo de fantasías más sencillas y fáciles de digerir que enfrentarse a la cruda realidad. Esto representa un desafío constante para la integridad y la confiabilidad de la información en la era digital.

Como habrás observado, la controversia en torno a TikTok trasciende las consideraciones económicas y se arraiga profundamente en la política global. Por lo tanto, entender el contexto político actual nos proporcionará una visión más completa.

El elemento más evidente en esta ecuación es la dinámica de China con el resto del mundo. China, un poder global, mantiene cierto nivel de tensión con la mayoría de las naciones occidentales, incluso cuando mantiene relaciones internacionales con ellas.

Frente a las acusaciones de espionaje que han apuntado a este gigante asiático, China respondió rápidamente en su defensa. Sostienen que TikTok no es propiedad del gobierno chino ni está bajo su control.

TikTok, la red social en cuestión, también ha negado las acusaciones provenientes de países occidentales. Sin embargo, algunas naciones aún se sienten incómodas y continúan implementando regulaciones para la compañía china.

Da la impresión de que las naciones occidentales están buscando un pretexto para retratar a China como un país desestabilizador y siempre en posición de agresión. Esta narrativa se enmarca dentro del intenso bombardeo mediático actual.

No puedo afirmar categóricamente la veracidad de las declaraciones de ninguno de los bandos, pero sí insto a una reflexión profunda.

Si asumimos que la República Popular China es la "villana" en esta narrativa, y que ha estado sustrayendo información durante años, entonces tenemos una excelente oportunidad para atender como se recopilan los datos de sus usuarios.

Por otro lado, si esta controversia es simplemente un alboroto orquestado por los países occidentales para pintar a China como el perpetuo antagonista, entonces deberíamos comenzar a cuestionar la forma en que los medios de comunicación occidentales cubren al gigante asiático.

Nunca nadie es tan bueno como se define ni tan malo como lo  muestran. Culpar una red social parece algo pueril, pero parece efectiva. En unos años veremos como esa guerra se recrudecerá. Estará por ver hasta que punto TikTok era un arma o una excusa.

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La necesidad de ofrecer datos reales.

A veces dudo de que muchas de las declaraciones que hacen los políticos sean sólo un modo de retrasar el momento de la crítica, la de aceptar que las cosas no van bien. Nadia Calviño, ministra de economía, dijo que el impacto económico del coronavirus sería ‘poco significativo’. La caída del PIB ha sido del 11%, sólo comparable con la postguerra. No puede ser que pensara eso. En marzo, tras el inicio del confinamiento, algunos escribimos que el desastre iba a ser monumental, que había que poner la economía en punto muerto, que no sería suficiente con plantear ayudas, sino que había que paralizar los costes fijos de la gente y de las empresas. No se hizo y ahora tenemos lo que tenemos.

A veces dudo de que muchas de las declaraciones que hacen los políticos sean sólo un modo de retrasar el momento de la crítica, la de aceptar que las cosas no van bien. Nadia Calviño, ministra de economía, dijo que el impacto económico del coronavirus sería ‘poco significativo’. La caída del PIB ha sido del 11%, sólo comparable con la postguerra. No puede ser que pensara eso. En marzo, tras el inicio del confinamiento, algunos escribimos que el desastre iba a ser monumental, que había que poner la economía en punto muerto, que no sería suficiente con plantear ayudas, sino que había que paralizar los costes fijos de la gente y de las empresas. No se hizo y ahora tenemos lo que tenemos. 

hotel cerrado

Supongo que, al igual que se genera un discurso oficial en clave positiva cuando todo augura un desastre absoluto para ganar tiempo, cuando la evidencia demuestra la catástrofe, se disfrazan las cifras o se modifican los sumandos. Así se hace con el desempleo. En este vídeo expliqué en la Sexta la verdadera cuenta del paro en España, el motivo de tal desastre y su relación con el PIB. Además, algo que no se suele hacer, vinculé el motivo de caída del PIB con la parálisis de los motores económicos. Espero os sea útil, en televisión no es fácil explicar estas cosas, hacerlo así, y en tan poco tiempo.

Y es que España cierra 2020 como el peor país de las economías desarrolladas y de la Unión Europea en caída del PIB y desempeño del empleo. La decisión de mantener y subir impuestos y a la vez ser el país que menos apoyo al tejido productivo ha dado ha dejado a España en riesgo de no estar bien posicionado para una necesaria transformación digital y tecnológica de todo el modelo productivo. Las empresas han quedado heridas gravemente por esta crisis y la irregular gestión de la misma. Según el Banco de España, casi el 25% de las empresas españolas están al borde de la quiebra hoy. Una dificultad añadida para reabsorber a los 5 millones de parados que hay en España.

Que en una entrevista al presidente Sánchez de Europa Press, dijera que ‘la gran innovación de esta pandemia han sido los ERTE’ demuestra en el terrible escenario en el que entramos. España se enfrenta a 2021 sin capacidad de atraer inversión, más dificultades impositivas y burocráticas para crear empleo y con una escasa capacidad histórica para gestionar los fondos europeos que deberían estimular el cambio de modelo. Una economía compleja tiene crisis menos profundas y sale antes de ellas. No veo por ningún lado que la idea sea hacerla más compleja.

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La 'nueva normalidad' y el riesgo de 'nula privacidad'

Muchos aseguran que tras la pandemia vamos a vivir en un nuevo mundo y que va a cambiar nuestro modo de entender la propia existencia. Pero me temo que eso no va a ser así en términos generales. Poco a poco el ser humano tiende a su manera ‘media’ de actuar y pensar. Los cambios de comportamiento requieren mucho tiempo y sucesos más extensos en el tiempo. Sin embargo, hay detonantes que sí actúan de manera importante en algunos campos de la vida. Por ejemplo, en la adopción tecnológica esos cambios sí suelen ser rápidos. Mutaciones que se adelantan en la línea de tiempo sobre los cambios económicos y sociales. Esta crisis actual va a hacer más por la normalización de los robots y por la transformación digital que ningún plan estratégico anterior.

Muchos aseguran que tras la pandemia vamos a vivir en un nuevo mundo y que va a cambiar nuestro modo de entender la propia existencia. Pero me temo que eso no va a ser así en términos generales. Poco a poco el ser humano tiende a su manera ‘media’ de actuar y pensar. Los cambios de comportamiento requieren mucho tiempo y sucesos más extensos en el tiempo. Sin embargo, hay detonantes que sí actúan de manera importante en algunos campos de la vida. Por ejemplo, en la adopción tecnológica esos cambios sí suelen ser rápidos. Mutaciones que se adelantan en la línea de tiempo sobre los cambios económicos y sociales. Esta crisis actual va a hacer más por la normalización de los robots y por la transformación digital que ningún plan estratégico anterior. 

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Hace unos meses, hablábamos de como la automatización y la robotización, amenazaban algunos de los comportamientos socioeconómicos mejor anclados en nuestro modo de vida. No obstante ahora, la adopción necesaria de mucha tecnología aplicada, lo ha acelerado de manera irreversible. Hasta hace bien poco, los robots de Boston Dynamics no eran más que una especie de ‘meme’ viral sobre la evolución sorprendente de la robótica de última generación, pero ahora ya podemos ver como uno de sus desarrollos comerciales, el robot ‘Spot’, una especie de perro robótico al más puro estilo ‘Black Mirror’ controla el distanciamiento social en los parques de Singapore.

Como digo, en Singapore, ya están usando uno de estos robots como si fuera una especie de supervisor a fin de velar por el cumplimiento de las normas de distanciamiento físico (no soporto el concepto ‘distanciamiento social’) en los parques de esa ciudad asiática. Para cumplir con esa función, el bicho eléctrico tiene instalada una cámara que le permite identificar esa medida. Aseguran que ese dispositivo no incumple con los requerimientos de privacidad de las personas pues no tiene permiso para grabar su recorrido.

No es un policía, se trata de una especie de agente de información que emite un mensaje recordando a los visitantes del parque que apliquen las medidas seguras de distanciamiento físico. Si la prueba resulta exitosa, NParks considerará desplegar a Spot en otros lugares de la ciudad. Además, como funciona de modo autónomo, no se necesitan patrullas humanas, lo que ayuda a minimizar el riesgo de contagios entre personas y su exposición al virus por si hubiera algún rebrote. Los datos que recogen este robot están centralizados para su consulta a tiempo real. Cualquier persona puede saber desde su teléfono móvil la densidad de visitantes que tiene un espacio público concreto y decidir si quiere o no arriesgarse al contagio. De locos.

También vamos a normalizar otras tecnologías por supuetso. Por ejemplo, Francia está utilizando la inteligencia artificial para verificar si las personas usan máscaras en el transporte público. Para ello el país galo está integrando nuevas herramientas de inteligencia artificial en cámaras de seguridad en el sistema de metro de París para verificar si los pasajeros usan máscaras faciales. El software, que ya se ha implementado en otras partes del país, comenzó una prueba de tres meses en la estación central Chatelet-Les Halles de París hace unos días. La startup francesa DatakaLab, que creó el programa, dice que el objetivo no es identificar o castigar a las personas que no usan máscaras, sino generar datos estadísticos anónimos que ayudarán a las autoridades a anticipar futuros brotes de COVID-19. De momento vamos con cuidado con eso de tentar a la privacidad. Veremos como acaba.

Este programa piloto es una más de las medidas que las ciudades de todo el mundo están introduciendo a medida que comienzan a desescalar los confinamientos previos. Aunque Francia, como España, inicialmente no animó a los ciudadanos a usar máscaras, ahora las ha convertido en obligatorias en espacios públicos. La introducción del software de inteligencia artificial para monitorear, y posiblemente hacer cumplir estas medidas, parece ser que será vigilada de cerca. La difusión del software de reconocimiento facial y vigilancia impulsado por este tipo de inteligencia artificial en China, ha preocupado a muchos defensores de la privacidad en Europa, Latinoamérica o Estados Unidos. No obstante, la pandemia es una amenaza y, por defecto, los gobiernos se sienten capaces de priorizar la seguridad médica por encima de la privacidad individual. Además consideran que por esa razón, los ciudadanos van a digerir mucho mejor cualquier medida de este tipo. Si nos fijamos, estamos aceptando casi sin rechistar el derribo de algunas de las barreras éticas que no hubiéramos permitido hace apenas tres meses. Parece que no tenemos otro remedio. Para pensar. 

En DatakaLab insisten en que su software cumple con el Reglamento General de Protección de Datos de la UE. La compañía ha vendido todo tipo de análisis de video impulsados ​​por inteligencia artificial durante los últimos años, utilizando la tecnología para generar datos en tiendas y centros comerciales que traducía en conocimiento sobre la demografía de sus clientes. Si te das cuenta la tecnología ya existía y se utilizaba, pero nunca fue para vigilarnos, sino para conocernos. Esto es lo que está cambiando. Y aunque la tecnología como la de DatakaLab solo es una prueba piloto, es probable que se convierta en un elemento básico de la vida urbana en el futuro cercano. A medida que los países comiencen a sopesar el daño económico de un bloqueo contra la pérdida de vidas causada por más infecciones por COVID-19, se ejercerá una mayor presión sobre las medidas de mitigación como las máscaras obligatorias.

El riesgo, el reto en definitiva, es comprobar si, aunque la pandemia ciertamente ha creado nuevos modelos de uso para la tecnología, no se convierta en una amenaza a los valores de privacidad o a la invasión de nuestra intimidad. El debate está sobre la mesa y no va a ser sencillo resolverlo. En los laboratorios más avanzados del mundo se están diseñando modelos de rastreo de contactos, vigilancia social y acción directa sobre el compromiso colectivo, para luchar contra el contagio masivo al saber que la inmunidad de rebaño está muy lejos y que a la vacuna aún le falta tiempo.

Un debate que no va a poder evitarse es el que resulta de analizar si el uso de la tecnología supera los patrones de privacidad y respeto a la intimidad. La ‘nueva normalidad’ tiene mucho de esto. De como esas tecnologías trabajan en el rastreo y tracking de contagios. El desafío es lograrlo en base al respeto de nuestro modelo social que tanto nos ha costado alcanzar. Los ejemplos se van a ir amontonando poco a poco y, siempre, tendrán un objetivo primario, luchar contra la pandemia, y, en ocasiones, uno secundario, vigilarnos. 

Sigamos con los ejemplos. Una de las organizaciones sanitarias más grandes de Israel está utilizando la inteligencia artificial para ayudar a identificar quienes, de las 2,4 millones de personas que cubre el estuido, tienen mayor riesgo de sufrir complicaciones graves por COVID-19. Maccabi Healthcare Services afirma que este sistema, desarrollado junto con la compañía de inteligencia artificial Medial EarlySign, ya ha identificado al 2% de ese grupo, lo que equivale a alrededor de 40.000 personas. Después de identificarlas, esas personas se someterán a pruebas de diagnóstico por vía rápida. 

Este es también un uso actual de la tecnología adaptada de otra anterior. La IA en cuestión es la versión rebozada de un sistema entrenado para identificar a las personas con mayor riesgo de complicaciones ante la gripe. Para dicho entrenamiento, los investigadores usaron millones de registros recopilados desde hace 27 años. Para realizar sus predicciones, el sistema se basa en una variedad de datos médicos, que incluyen la edad, el índice de masa corporal, trastornos de salud y los antecedentes de ingresos hospitalarios. Esa IA puede rastrear una gran cantidad de registros y detectar a las personas en riesgo de sufrir una infección problemática de un modo imposible de hacer en otra situación.

El uso de la inteligencia artificial para identificar a las personas vulnerables podría salvar vidas a la vez que vulnera de un modo importante la intimidad de las personas. Ese uso ‘justificado’ gubernamentalmente permite aislar a la población de alto riesgo alojándolos en espacios ‘free-covid’ para hipotéticamente no contagiarse en condiciones normales. El riesgo de recorte de libertades individuales es tan evidente que asusta. La excusa, en estos casos, se llama ‘asintomáticos’.

Pero introducir esa herramienta en otros países podría no ser tan sencillo. En Estados Unidos o en España, por ejemplo, los registros médicos se almacenan en muchos sistemas diferentes de atención médica lo que garantiza cierta complejidad para cruzarlos y resolver sobre la limitación de movimientos y la de incluir a grupos sociales en diferentes catálogos con diferentes niveles de libertad individual. Lo siguiente, te lo garantizo, será un esfuerzo ingente por parte de las administraciones en la creación de un único conjunto de datos que reúna la información de todos los pacientes de los grandes hospitales. Olvídate de ser propietario de tu historial médico, eso se va a compartir con quienes deciden distribuir la atención sanitaria. Quien sabe si esa atención dependerá de tu grado de aceptación en compartir tus datos. Pasaremos de pagar impuestos a pagar impuestos y datos.  

Es obvio que la vida que conocíamos va a cambiar mucho. Con la excusa de llegar a ese término tan peligroso de ‘la nueva normalidad’ se esconde todo un entramado de control social. No digo que sea voluntario, tal vez es una deriva lógica al miedo de que el virus regrese y se expanda. Sin embargo, la víctima colateral se llama libertad y nuestra realidad social futura y de comportamiento colectivo tendrá mucho que ver en el modo en el que la tecnología se utilice finalmente. La tecnología no es negativa nunca, siempre es un avance. El problema es el modo en el que se utiliza y los límites que se esté dispuesto a superar. Si me apuras, las barreras personales que estemos dispuestos a aceptar que se derriben.

Seguirán las excusas. Dirán que debemos prepararnos para un mundo en el que pasaremos mucho tiempo sin tratamientos ni vacunas efectivas y que, para vivir en este mundo sin tener que estar confinados todo el tiempo, la única opción será la de permitir que nos vigilen. Para esa vigilancia existen múltiples desarrollos que hasta la fecha eran para conocernos comercialmente y que, ahora, pasarán a ser herramientas muy útiles en el rastreo. La diferencia radicará en las cláusulas que otros decidirán aceptar por nosotros. Se avecinan nuevas reglas de comportamiento y organización social y está por descubrirse si algunas de las cuales probablemente permanezcan mucho después de que la crisis haya terminado. 

Si leemos lo que se cuenta por ahí, vemos que hay cierto consenso sobre cómo podría ser esa nueva normalidad. Se tratará de prácticas en el rastreo de contactos, monitorización de enfermedades, sometimiento a pruebas regulares a un número masivo de personas y a la creación de salvoconductos para personas inmunes. Es evidente que vamos a un escenario más cercano a un mundo orweliano que a la ‘vieja normalidad’. El problema es que hay un motivo para hacerlo y casi parece una obviedad que lo aceptemos. El desafío es conjugar esa privacidad que vamos perdiendo con una lucha eficiente contra el virus. A veces parece que nos encontramos en plena metáfora de la rana y el agua hirviendo.

Aunque este nuevo orden social parece impensable para la mayoría de los habitantes de los llamados países libres, cualquier cambio puede volverse normal rápidamente si las personas lo aceptan. En este caso hay un aspecto que suele ser clave. La sociedad no quiere incertidumbre, no soporta la indecisión. Por ese motivo, ante lo imprevisible del futuro, de un modo general se prefiere una norma impositiva que las dudas políticas. Por ejemplo. Muchos pensamos que un pasaportes de inmunidad podría sonar discriminatorio para los que hayan ejecutado correctamente todos los elementos de seguridad ante los contagios. Sin embargo, repetido adecuadamente desde la administración, al final parecerá un seguro de vida para todos y un bien común. La realidad sería otra, pero se vendería bien en términos generales. A eso vamos.

Y ahora viene el mapa de seroprevalencia. En teoría algo anónimo que se utiliza a nivel estadístico. Se trata de un análisis de datos a nivel nacional para comprender mejor cómo se propaga el virus y detectar las zonas de alto riesgo que podrían necesitar más test, recursos médicos u otra cuarentena. Pero curiosamente nadie nos explica que hay otros modos de hacerlo sin tener que ir analizando uno por uno a los ciudadanos de cualquier zona. Para medir la prevalencia del virus sin espiar directamente a las personas podría ser el registro colectivo de información mediante las páginas web como COVIDnearyou.org, deducciones por el volumen de búsquedas de Google sobre los síntomas de COVID-19 en diferentes sitios, o incluso buscar el virus en muestras de aguas residuales.

Estaría bien que, en lugar de discutirse e insultarse en el Congreso de los Diputados, nuestros dirigentes deberían iniciar un debate serio de como van a usar nuestros datos y hasta que punto van a violar nuestra intimidad. Ese debate es mucho más importante que otros que se suceden pornográficamente cada quince días. Se de be iniciar un debate detallado sobre cómo se van a usar los datos de las personas con la excusa del bien común. En todo ese debate se tiene que proteger al individuo, llevamos mucho tiempo construyendo esa realidad y esa privacidad.

El virus pasará. Tendrá, o no, otras oleadas con mayor o menor intensidad. Los sistemas sanitarios y los modelos de seguimiento están mejor preparados. La conciencia social es mucho mayor y nuestra educación para auto protegernos ha aumentado considerablemente. La crisis económica caerá a plomo sobre todos nosotros. Sin embargo, todo pasará. Lo que tal vez no regrese a un punto anterior sea la agresión absoluta a nuestra libertad individual, a nuestra privacidad y a la intimidad. El desafío estará en no conjugar una nueva normalidad que en realidad debería definirse como ‘nula privacidad’. Debemos aspirar a recuperar la vieja normalidad en lo bueno y desestimar lo malo. Un nuevo mundo pide ser construido, no la caguemos.

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¿Y si tus datos anónimos pudieran identificarte igualmente?

La Global Alliance of Data-Driven Marketing Associations encargó una encuesta global sobre como vemos en diversos países el hecho de que nuestros datos y nuestros movimientos sean utilizados por la administración. De todo cuando se desprende del estudio destaca la diferencia de percepción que tiene por ejemplo la sociedad china y la británica en el momento de aceptar, o no, que las calles estén repletas de cámaras de vigilancia y de sistemas de reconocimiento facial activos. En China les importa más la seguridad ciudadana que la privacidad y en cualquier país anglosajón todo lo contrario. 

La Global Alliance of Data-Driven Marketing Associations encargó una encuesta global sobre como vemos en diversos países el hecho de que nuestros datos y nuestros movimientos sean utilizados por la administración. De todo cuando se desprende del estudio destaca la diferencia de percepción que tiene por ejemplo la sociedad china y la británica en el momento de aceptar, o no, que las calles estén repletas de cámaras de vigilancia y de sistemas de reconocimiento facial activos. En China les importa más la seguridad ciudadana que la privacidad y en cualquier país anglosajón todo lo contrario. 

En los días en que nuestros movimientos son monitorizados en base al macro estudio solicitado por el INE a las operadoras de telefonía, este debate es interesante. Tengo claro que las garantías de que sólo se usan los datos de forma anónima y que no hay ningún complot para observarnos son absolutas. No obstante, me molestan dos cosas que distorsionan el hecho en sí. Por un lado que sea realmente muy difícil poder evitarlo de modo particular y, por otro, que se comercialice con esa información. En teoría, las operadoras van a transaccionar con el INE a partir de la oferta de los datos que nosotros generamos al movernos. 

No obstante, lo acepto, esos datos también son mercancía, casi sin saber nada al respecto, cada vez que utilizamos nuestros dispositivos en cualquier plataforma comercial, red social o aplicación. Y no nos quejamos demasiado. Solemos entender que tras esa cesión involuntaria muchas veces se esconde un beneficio u otro que nos hará la vida más fácil. Cuando el asunto es la administración pública nos intranquiliza un poco más pues no identificamos claramente cual es el beneficio que obtendremos. Hablan de facilitar la movilidad. 

Pero me preocupa la asimilación de comportamientos que deberían debatirse más ampliamente. Si a una rana la tiras a un cazo con agua hirviendo, al sentir que se quema saltará herida fuera del recipiente. Si a una rana que está en un cazo con agua fría vas poniendo de manera gradual agua cada vez más tibia y caliente hasta llegar a que hierva, esa rana morirá por costumbre. No se dará cuenta de que el agua quema hasta que sea demasiado tarde. A veces uno tiene la sensación que nos van echando, tanto empresas como administraciones, agua cada vez más caliente en el cazo que contiene nuestros datos. 

Es importante analizar de raíz que significa el uso anónimo de nuestros datos y si realmente, por el hecho de no asociarlos a una identidad concreta, están realmente a salvo de su identificación final. Pongamos como ejemplo a los científicos que han encontrado una manera de identificar prácticamente cualquier ciudadano a partir de cualquier conjunto de datos con el uso de tan solo 15 atributos. En principio se trata de características identificadas de cualquier perfil anónimo que no tienen asociada a ninguna persona concreta. Sin embargo, atributos tan simples como el género, el código postal o el estado civil sumados a tus registros médicos sin incorporar de quien son, pueden identificarte sin margen de error.

Es posible que tras dar tus datos en un ámbito de relación cualquiera, se te informe de que ‘se eliminaron tus datos de identificación personal’. De algún modo tenemos la sensación que una vez eliminado el link entre esos datos y tu identidad, éstos han quedado perfectamente ‘anonimizados’. Pero al parecer eso no es tan sencillo pues científicos del Imperial College London y de la Université Catholique de Louvain, en Bélgica, publicaron en la revista Nature Communications que habían ideado un algoritmo informático capaz de identificar al 99,98% de los estadounidenses de casi cualquier conjunto de datos disponible con tan solo 15 atributos básicos. Esos investigadores desarrollaron un método para volver a identificar a las personas a partir de fragmentos de lo que se suponía que eran datos anónimos.

Además aparece un interesante punto de análisis. En la mayor parte del mundo, los datos anónimos no se consideran datos personales; la información se puede compartir y vender sin violar las leyes de privacidad. Aun sabiendo que hay un mercado de datos global, que hay agentes dispuestos a pagar a brokers de datos anónimos acerca de preferencias en redes de citas, tendencias políticas, compras o selección de links favoritos, nos desinteresamos por ese hecho y continuamos con nuestra vida esperando que todo ello repercuta en un beneficio en algún momento. Esos datos vinculados entre sí, ahora ya sabemos que con tan sólo 15 atributos, se puede saber a quién pertenecen. De momento la demostración sólo se ha hecho con estadounidenses. Lo trascendente es que estos científicos publicaron ese código de software online para que cualquiera lo pudiera utilizar.

Para mayor preocupación, esta no es la primera vez que se demuestra que los datos anónimos no son tan anónimos como creemos. En 2016, se identificaron individuos a partir de los historiales de navegación web de tres millones de alemanes, datos que se habían comprado a un proveedor. Los genetistas han demostrado que los individuos pueden identificarse en bases de datos de ADN supuestamente anónimas por ejemplo. 

El debate no radica en la privacidad de los datos o si son para mejorar nuestra vida en un caso u otro, si son para el gobierno o son para una empresa. El asunto debe girar en sí realmente, cuando alguien nos pide esos datos con la oferta de que nadie sabrá a quién pertenecen, éstos realmente tienen garantía de ser totalmente anónimos o no.

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Big Data, Sociedad Marc Vidal Big Data, Sociedad Marc Vidal

El día que ‘supimos’ que nos manipulaban y el mundo post-Facebook.

Noam Chomsky fue considerado por The New York Times como uno de los más importantes pensadores de nuestro tiempo y, en especial, por todo aquello que hace referencia al análisis que hace de las estrategias de manipulación masiva que existen en el mundo de hoy. Entre las muchas y complejas formas que el Chomsky relata en diversos ensayos me gustaría señalar tres que tienen mucho que ver en cómo se va a librar la batalla de los datos en el futuro inmediato, justo después de la pesada digestión que supondrá el asunto de la venta de datos en Facebook.

Noam Chomsky fue considerado por The New York Times como uno de los más importantes pensadores de nuestro tiempo y, en especial, por todo aquello que hace referencia al análisis que hace de las estrategias de manipulación masiva que existen en el mundo de hoy. Entre las muchas y complejas formas que el Chomsky relata en diversos ensayos me gustaría señalar tres que tienen mucho que ver en cómo se va a librar la batalla de los datos en el futuro inmediato, justo después de la pesada digestión que supondrá el asunto de la venta de datos en Facebook.

Todos sabíamos, o como mínimo imaginábamos, que Facebook y otros utilizaban, y de algún modo también vendían, nuestros datos e históricos de navegación. Lo sabíamos y lo aceptábamos mirando hacia otro lado. Digamos que tenemos claro que ‘cuando no pagas por el uso de algo, tu eres la moneda’. El hecho de que en gran medida pensásemos que nuestros datos se utilizaban para ofrecernos ‘publicidad inteligente’ era algo así como un poco naïf. El jarro de realidad que se ha derramado con el caso Cambridge Analytica era una verdad que en general se obviaba. Nuestra identidad digital a partir de nuestro comportamiento en las redes supone un nutritivo manjar de datos para la acción política.

Es por eso que las teorías de Chomsky sean tan relevantes acerca de cómo se han usado esas fórmulas en Estados Unidos y, date por visto, en muchos otros países también. No es demasiado complicado poner en marcha modelos de uso de comportamientos de ti, de tus amigos en algunas redes y obtener todo cuanto necesites para estructurar campañas o mensajes. Sino quieres estar expuesto, lee esto.

Como resume muy bien José Daniel Riveros, decía el bueno de Chomsky que para manipular a la sociedad de forma masiva sólo tenías que (1) ‘distraer a la gente atiborrándola de información’ orientada a temas irrelevantes o banales. De este modo la gente se olvida de sus verdaderos problemas. Otra fórmula utilizada para la manipulación según Chomsky es la de (2) 'crear un problema que no tiene esa relevancia' para buscar una reacción y finalmente aportar una solución impopular. Esto me suena. Con los mecanismos de conocimiento que los datos aportan y el como se pueden utilizar esta fórmula puede ser muy eficiente.

Sigamos con el asunto de cómo conducir a la masa pública a partir del uso de sus datos en, por ejemplo, una red social como Facebook. Gracias a esos datos se puede (3) manipular gradualmente. Ese ecualizador sociológico que las redes aportan permite introducir medidas poco a poco para que resulten imperceptibles. Otra medida que puede ir muy de la mano de los datos existentes es la de (4) infantilizar al público. No hay que ser honoris causa para comprobar que estamos en medio de una especie de guardería inmensa. Millones de personas ya de cierta edad siguiendo las idioteces de miles de individuos/as cuyo valor principal es elegir bien el pinta labios a juego con su bufanda. Mensajes y publicidad que tratan a los adultos como si fueran niños con palabras y gestos ingenuos. Manejando datos hay quienes pueden neutralizar el sentido crítico de la gente en lo que verdaderamente importa.

Facebook permitió seguramente que los que usaron los datos de Cambridge Analytica, y estoy seguro que otros desarrollos están haciendo lo mismo, (5) acudieran a las emociones del público. De ese modo se evita la reflexión. Esto explica muchos de los mensajes recibidos por el cuerpo electoral americano. El dónde, el quién y el cómo, lo establecían ese big data que vendió (o permitió usar) Facebook. Cómo decía, Chomsky relató varias estrategias de manipulación. A las que he señalado se pueden sumar la de (6) crear públicos ignorantes, (7) crear públicos complacientes creando tendencias ‘de moda’ o, para mí la trascendental (8) conociendo minuciosamente al ser humano.

Por suerte, o no, nos hemos dado cuenta. De ahí que vamos a intentar despejar lo que pasará a partir de ahora a medida que avancen los próximos años y de cómo el sistema operativo social que había supuesto Facebook pueda digerir este pollo. Hace unos días John Oswald se trasladaba al futuro inmediato e imaginaba un mundo sin Facebook. De hecho, en base a que la mayoría de aspectos que describía Chomsky dejen de ser posibles en la red de redes, la propia esencia de la red dejará de ser útil para marcas o para lo que sea. Tengo la impresión que a medida que llegue la regulación del uso de datos, de esa privacidad imprescindible y esa educación por la privacidad urgente, ya nada será igual. En 2020 podríamos estar hablando del mundo post-Facebook.

En su artículo Oswald asume que una combinación de demandas colectivas y regulaciones estrictas en todo el mundo después del escándalo de Cambridge Analytica llevará a la fractura o colapso de algunas redes monstruosas como Facebook. Los consumidores tendrán el control de sus datos personales y de la configuración de la economía de esos datos. El impulso regulatorio será doloroso. A partir de esa caída y nacimiento de otros modelos de relación masiva que complique los principios que Chomsky comentaba y que deberán impregnar la cultura digital futura serán:

1. Se generalizará la defensa del consumidor. Poco a poco la seguridad de los datos personales en sí misma será un negocio. En cuanto la cultura y conocimiento sobre todo esto sea general (y estos escándalos lo aceleran) todos tendremos un mayor control de nuestra vida digital a partir de la ayuda de empresas dedicadas a eso. Ya existen aunque su uso es muy profesional todavía. En 2020 será doméstico. En su aspecto más básico, este servicio permitirá a los clientes elegir y ajustar los algoritmos que sustentan sus servicios sociales y de noticias.

2. La descentralización de datos empoderará a las comunidades. Los grupos de consumidores inteligentes combinarán sus datos y se comportarán más como proveedores de ellos, exigiendo desde un punto de vista comercial valorar el coste y beneficio del uso y cesión de sus datos.

3. Nacerá el ‘datavismo’ o activismo de los datos. Acciones organizadas en contra del uso masivo de nuestros datos creará movimientos que exigirán un cambio real en todo ello. Seguramente demandas colectivas a medida que se vayan conociendo más casos como Cambridge Analytica acelerarán todo. Aumentará el número de usuarios escépticos de la capacidad de los gobiernos para proteger nuestros datos. Se sabrá que marcas lo han utilizado y sufrirán las consecuencias por parte de los consumidores. La ética de los datos y del valor de los mismos será un valor añadido en un par de años.

4. La publicidad ‘predictiva’ tendrá auténticas dificultades para desarrollarse. En 2020 los consumidores de muchos países sabrán que sus datos personales están siendo usados o no en algún lugar y podrán verificar cualquier aspecto sobre su uso. De ahí que se paralizarán las ‘inspecciones’ de éstos por parte de un futuro plan de emisión publicitaria en tu teléfono o tu computadora. Se pasará del ‘tengo lo que quieres comprar, lo sé’ al ‘dime algo sobre ti si quieres, para ver que puedo ofrecerte’.

Espero que 2018 sea el año en el que entendimos que el uso de datos no era algo comercial únicamente. Se trataba de manipular. Veremos como se mantiene todo ese andamio de gestión de datos a medida que se impongan reglas que dificulten el uso indiscriminado. Hablamos de ver como modifican su esencia Facebook, Twitter, Amazon, Google y alguno más. Hablamos de un mundo post-Facebook.

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Verificar y eliminar aplicaciones que acceden a tu Facebook para Dummies.

Ni el fundador de Facebook usa Facebook. Con la que está cayendo y Mark Zuckerberg lleva desde el 2 de marzo sin actualizar su perfil de Facebook. El propio creador del monstruo no considera importante decir nada en su muro acerca de la tormenta del robo de datos sobre la que todo el mundo habla. El asunto es grave. Facebook no sólo maneja infinitos datos sobre nosotros, eso lo sabíamos, y los utiliza colocándonos un sofisticado ‘targeted advertising’ de anuncios dirigidos a compradores probables, sino que también, y eso es lo relevante, Facebook creaba una cosa llamada ‘perfiles de votante psicográficos’ que fabricaba una empresa llamada Cambridge Analytica. Estos 'cracks' construyeron los perfiles de 50 millones de potenciales votantes a partir del estudio de los datos obtenidos de 270.000 usuarios. 

Ni el fundador de Facebook usa Facebook. Con la que está cayendo y Mark Zuckerberg lleva desde el 2 de marzo sin actualizar su perfil de Facebook. El propio creador del monstruo no considera importante decir nada en su muro acerca de la tormenta del robo de datos sobre la que todo el mundo habla. El asunto es grave. Facebook no sólo maneja infinitos datos sobre nosotros, eso lo sabíamos, y los utiliza colocándonos un sofisticado ‘targeted advertising’ de anuncios dirigidos a compradores probables, sino que también, y eso es lo relevante, Facebook creaba una cosa llamada ‘perfiles de votante psicográficos’ que fabricaba una empresa llamada Cambridge Analytica. Estos 'cracks' construyeron los perfiles de 50 millones de potenciales votantes a partir del estudio de los datos obtenidos de 270.000 usuarios. 

La verdad es que si aun no has pensado en borrar tu cuenta de la mayor red social que ha conocido la humanidad, estaría bien que revisaras que aplicaciones están accediendo a tu cuenta sin saber exactamente para qué. Ciertamente a mi no me molesta que Facebook utilice los datos que ofrezco para lo que hemos pactado que los va a usar. Quiero decir que los anuncios y propuestas que me aparecen son un mecanismo de mejorar mi experiencia en la red y esos datos, en mi caso, no me preocupa haberlos cedido. Los cedo todos los días. Lo hago con Amazon, con Google, con Cabify o con quien sea. La diferencia es que confío que son para mejorar mi experiencia en el uso de estas soluciones. Nada es gratis en la red y lo sé. Si algo aparenta ser gratis la moneda soy yo. De ahí que me gusta saber porque pago y a quién.

Cómo con Facebook ya no sé a quién pago ni a quién estoy ofreciendo mis datos he pensado que lo mejor es desactivar todo lo que sea desactivable antes de tomar una ‘decisión definitiva’: eliminar mi cuenta. Si te interesa como puedes verificar las aplicaciones que tienen acceso a tu cuenta de Facebook y cómo eliminarlas sigue estas instrucciones. Ten en cuenta que si llevas años en Facebook probablemente has instalado juegos, aplicaciones o has dado permiso en múltiples sitios para iniciar sesión de un modo rápido con tu propio ‘login’ de la red. Es habitual hacerlo con Netflix, Spotify e incluso (me han contado) con Tinder. Debemos tener claro que Cambridge Analytica, la consultora de datos contratada por la campaña de Donald Trump para las elecciones estadounidenses de 2016 que recolectó datos de hasta 50 millones de usuarios de Facebook sin su permiso a través de datos recopilados de aplicaciones de terceros como las que te acabo de decir, estaría bien saber que no tienes tu cuenta vulnerable a algo similar.

Como evitar que te roben tus datos en Facebook, versión para Dummies:

1.         Ir a Facebook.com, mejor desde tu ordenador de sobremesa que desde el móvil.

2.         Haga clic en la pequeña flecha en la parte superior derecha de la pantalla

3.         Estás en menú de Facebook

4.         Haga clic en Configuración

5.         Busca el botón Aplicaciones en el menú en el lado izquierdo de la pantalla y haga clic en él.

6.         Estás en aplicaciones de Facebook

7.         Esta página te dirá cuántas otras aplicaciones tienen acceso a todos o algunos de sus datos de Facebook.

8.         Lo normal, no te asustes, es tener un centenar de aplicaciones conectadas. He visto gente que tiene miles.

9.         Haga clic en el botón Mostrar Todo y en la mitad de recorrido habrás visto la gran mayoría.

10.   Ahora a eliminar. Tienes que hacer clic en la pequeña "x" que aparece al pasar el mouse sobre una aplicación para eliminar cada una de ellas, una a una. Es pesado, pero no hay otra opción a menos que uses algún script que te montes tu mismo. No muy recomendable.

11.   Comienza con las aplicaciones o los sitios que no usas. Puede que ni recuerdes que las tienes, ni siquiera las usaste nunca. Pero ten en cuenta que están ahí por algo y al parecer no tienes ni idea. Malo.

12.   A medida que vas limpiando te van a quedar las que controlas, las que conoces. Ahí empieza la guerra mental a la que Facebook y sus derivados práctica contigo. Crees que lo necesitas todo. No es así. Prueba.

13.   Una vez que hayas pasado todo este tiempo borrando aplicaciones, hay una cosa más que debes hacer. Debajo de todas las aplicaciones, debería ver un conjunto de cuatro cuadros grises. Haga clic en el botón Editar para la aplicación ‘Aplicaciones para otros usuarios’.

14.   Este menú está bastante oculto y en realidad controla qué aplicaciones de tus amigos son capaces de ver cosas sobre ti. Interesante. Esto es importante pues cuando otros instalan aplicaciones con permisos muy invasivos, muy parecidos al que está en el centro de la debacle de Cambridge Analytica, esas aplicaciones pueden navegar por Facebook como lo hace el usuario, viendo lo que compartes con tus amigos, aunque nunca hayas consentido deja que esa aplicación (que actúa como una extensión de tu amigo) vea y tome tu información. Resulta que has estado compartiendo una gran cantidad de información sobre ti mismo, mucha de la cual sería muy útil para las personas que querían crear un perfil sobre ti para orientar anuncios o mensajes políticos y tú no lo sabías. Cuando ves eso y sabes que es lo que hace realmente, acojona un poco.

15.   Desmarque todas las casillas que están marcadas y presione guardar.

Hay otra opción algo más bestia. Ves donde dice ‘Aplicaciones, sitios web y complementos’, si haces clic en el botón ‘Editar’ tienes la opción de bloquear cualquier aplicación o juego para que no use Facebook nunca. El problema es que con tanto tiempo usando Facebook, probablemente tengas un montón de trabajo configurando tus perfiles en Netflix, Spotify, etc.). Facebook está tan metida en la vida de muchos de nosotros que aunque no lo uses (yo entro muy poco hace meses) sigue siendo sustancialmente una especie de DNI electrónico que te da acceso a mil espacios y, derivadamente, captura los datos de tu vida. Ahora sabemos que los vende o los cede o los pierde. Lo que sea.

Aunque lo borres todo no sabrás nunca cuantos datos tuyos ya están dando vueltas entre algoritmos aportando información relevante sobre ti y tus gustos. Obviamente, la única manera de asegurarse que tus datos no van a ser mercancía es eliminar definitivamente tu cuenta de Facebook. Hay una corriente por ahí, incluso forma parte de ella uno de los fundadores de Whatsapp, alguien que vendió su empresa a Facebook por 19 billones de dólares, que animan a hacerlo. Otros, millones de personas, piensan todavía ‘mi vida es muy sencilla, muy simple, me da igual que me espíen, mis datos no son relevantes y no importan a nadie’. En eso se basa precisamente este retorcido asunto. En que parezca irrelevante.

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Predicciones para 2025 que afectarán nuestra economía y nuestra vida.

De niño me gastaba la paga semanal en una colección de libros de ciencia ficción que el quiosquero del barrio me entregaba orgulloso cada sábado por la mañana. Era mi momento. Conectaba con el futuro a la vez que descubría que lo que imaginamos y lo que sucede suele ser muy distinto. Lo más relevante es siempre la misma variable: la tecnología que cambiará todo no existe cuando imaginamos ese futuro. Hoy en día se lanzan predicciones, algunas desde universidades y organizaciones de gran prestigio, acerca de cómo será el mundo allá por el 2070. Vengan de donde vengan, nadie sabe, no se puede saber, como será el mundo por entonces.

De niño me gastaba la paga semanal en una colección de libros de ciencia ficción que el quiosquero del barrio me entregaba orgulloso cada sábado por la mañana. Era mi momento. Conectaba con el futuro a la vez que descubría que lo que imaginamos y lo que sucede suele ser muy distinto. Lo más relevante es siempre la misma variable: la tecnología que cambiará todo no existe cuando imaginamos ese futuro. Hoy en día se lanzan predicciones, algunas desde universidades y organizaciones de gran prestigio, acerca de cómo será el mundo allá por el 2070. Vengan de donde vengan, nadie sabe, no se puede saber, como será el mundo por entonces.

Si tienes mi edad, si naciste en los años setenta, y no te ocurre nada fuera de lo común, conocerás el mundo del año 2060. La media de edad de la que ya te beneficias rondará los 90 años. Si las cosas evolucionan como está previsto, tal vez, esa edad será superada con cierta entidad cuando tú, y yo espero, la alcancemos. Se considera que nuestra media de edad nos propulsará a poder ser testigos de los sucesos en el año 2080 o 2090. Imagina como será todo. No puedes. Lo más apasionante es pensar que mi hijo, de 12 años, llegará a ver un mundo inimaginable ahora mismo en el año 2150. ¿Qué tecnologías actuales habrán evolucionado exponencialmente? ¿Qué tecnología, que ni tan siquiera hemos pensado, dominarán nuestra vida cotidiana?

En el año que nació mi abuela, 1919, era difícil imaginar la televisión, complicado la telefonía móvil e imposible pensar en algo parecido a Internet o disponer del mundo entero en un solo objeto de bolsillo. Y lo vio. Lo usó. Cuando leía en aquellos primeros años como lector de ciencia ficción los mundos que imaginaban Arthur C. Clarke, Asimov, Wells, Bradbury o Huxley, a pesar de que aparecían detalles identificables hoy en día, el modo y la forma en que eran representados nada tienen que ver con un mundo real completamente distinto. Escribieron sobre el espacio, la inteligencia artificial, los robots o la comunicación instantánea, pero ninguno imaginó Apple, Google, Amazon o el bitcoin. Nadie reflejó tal y como es en tamaño e importancia la tecnología que nos gobierna.

Por ese motivo, y por otros más pragmáticos, me gusta hablar de futuro en una dimensión temporal lógica. Abarcable, potencialmente asumible. La Singularity University suele hacer predicciones a medio siglo vista. Es muy efectista y permite a sus embajadores dar conferencias tipo ‘wao’ por todo el mundo. Sin embargo, probablemente, la mayoría de lo que explican no será como advierten. Ahora bien, al estar compuesta por los investigadores brillantes, sus predicciones más inmediatas si tienen muchísimas posibilidades de ser ciertas.

Recientemente, uno de sus fundadores, Peter Diamandis, ha compilado en un listado, las 8 que considera que van a cumplirse de un modo exacto en apenas una década. Son las siguientes:

1. Un cerebro humano en nuestro bolsillo por menos de 1000 euros. En 2025 Diamandis asegura que una computadora portátil calculará 10.000 trillones de ciclos por segundo.

2. En ese mismo 2025, la Internet del Todo superará los 100 mil millones de dispositivos conectados, cada uno con una docena o más de sensores que recopilen datos. Le llaman la economía del trillón de sensores. La revolución de los datos que viene no es imaginable y el valor económico rondará los 20 trillones de dólares.

3. No es difícil pensar que nos dirigimos hacia un mundo donde el conocimiento alcance la perfección. Un billón de sensores tomando datos a todas horas y en todas partes (coches, drones, satélites, dispositivos de todo tipo, cámaras) podremos saber todo lo que queramos instantáneamente y procesado previamente. La respuesta perfecta a cualquier duda cada vez está más cerca.

4. Por esa fecha, cerca de 8.000 millones de personas estarán conectadas. Proyectos como Facebook (Internet.org), SpaceX, Google (Project Loon), Qualcomm y Virgin (OneWeb) calculan que a mediados de la próxima década podrán proporcionar conectividad global a todos los seres humanos en la Tierra a velocidades que superarán una mega por segundo. Vamos a pasar de tres mil millones a ocho mil millones los seres conectados. Eso va a cambiarlo todo. Económicamente y socialmente. Esa población conectada superior al doble de la que actualmente lo está no lo hará a partir de algún tipo de cachivache básico como fueran los módem a 9600 con los que empezó todo este lío digital. No, hablamos de personas conectadas y usando la nube, la inteligencia artificial, el crowdfunding, el bitcoin, las redes o plataformas de economía circular.

5. Las instituciones de salud existentes van a ser sustituidas y muy rápido a partir de la irrupción de nuevos modelos de negocio que sean más eficientes que los convencionales. La detección biométrica (wearables) y la AI nos velarán por nuestra propia salud. La secuenciación genómica a gran escala y el aprendizaje automático nos permitirán comprender la causa raíz del cáncer, las enfermedades cardíacas y las enfermedades neurodegenerativas, y qué hacer al respecto. Tal vez, a finales de la próxima década, no mucho más, los cirujanos robots operarán a un coste muy reducido.  

6. Cuando se invierten miles de millones se espera algo a cambio. Cuando, en un mismo sentido, lo hacen un buen número de empresas es más que probable que algo suceda. Facebook (Oculus), Google (Magic Leap), Microsoft (Hololens), Sony, Qualcomm, HTC y otros están creando una nueva generación de pantallas e interfaces de usuario que suponen la entrada de lleno a un mundo desconocido, y virtual.

La pantalla tal y como la conocemos, en tu teléfono, en tu computadora o en tu televisor, desaparecerá progresivamente y será reemplazada por gafas. Pero según la Singularity, en menos de 10 años esa sustitución no será por unas gafas geek tipo Google Glass, sino el equivalente a lo que conocemos por unas gafas graduadas o de sol tradicional. El resultado será una disrupción masiva en una serie de industrias que van desde el retail, lo inmobiliario, la educación, los viajes, el entretenimiento y las formas más básicas y fundamentales con las que operamos como seres humanos.

7. La investigación en inteligencia artificial avanzará más que nada en esta década que viene. Si crees que Siri es útil ahora, la generación de Siri de la próxima década se parecerá mucho más a un asistente de cualquier película de ciencia ficción que conversa, aconseja y propone con sus ‘dueños’. Empresas como IBM Watson, DeepMind y Vicarious continúan trabajando, ya con cierto éxito, en ofrecer en pocos años una nueva ‘Siri’ pero con capacidades ampliadas para comprender y responder inteligentemente y a un coste residual. Es muy probable, al igual que ahora damos acceso a Google a que sepa que hacemos en la red, que le demos acceso a un software inteligente a todas nuestras conversaciones, correos, datos biométricos, agenda o lo que sea a cambio de una comodidad a la que poco a poco iremos acostumbrándonos y a la que no estaremos dispuestos a renunciar.

8. A menos que vivas en una cueva y no hayas salido de ella en los últimos cuatro años, habrás oído hablar del blockchain, del bitcoin o de ethereum. Las criptomonedas descentralizadas que se considera van a cambiar el mundo económico. El problema, o virtud, es que el tema vinculado a la divisa es lo de menos. La verdadera innovación es el blockchain en si mismo. Un protocolo que permite transferencias digitales de valor seguras y directas (sin intermediarios) y activos (no solo dinero sino también contratos, acciones o identidades). En menos de diez años, el concepto blockchain va a conmocionar el mundo como lo hizo Internet hace apenas un par de décadas.

Tal vez no pasé todo esto en 10 años, podría ser en 15, pero también en 5. No obstante, en estos 8 puntos no hay que preguntarse si pasará o no, la pregunta es ¿mañana o pasado? Curiosamente no habla de coches autónomos.

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La combinación ideal: 'millennials', 'viejenials' y big data.

Todas las profesiones, en cada industria y en cualquier lugar del mundo, están cambiando simultáneamente. En toda esa mutación hay un nuevo elemento que lo está alterando todo: los datos. Una masiva ingesta de conocimiento, sumado a las herramientas que permiten gestionarlo, nos equipan para repensar nuestro empleo, nuestra vida y nuestras relaciones. Al mismo tiempo, todo ello, está generando una serie de prácticas de retención del talento, que van desde aumentar la transparencia y la simplificación de las tareas administrativas, hasta la creación de entornos de trabajo colaborativo como nunca antes habíamos conocido.

Todas las profesiones, en cada industria y en cualquier lugar del mundo, están cambiando simultáneamente. En toda esa mutación hay un nuevo elemento que lo está alterando todo: los datos. Una masiva ingesta de conocimiento, sumado a las herramientas que permiten gestionarlo, nos equipan para repensar nuestro empleo, nuestra vida y nuestras relaciones. Al mismo tiempo, todo ello, está generando una serie de prácticas de retención del talento, que van desde aumentar la transparencia y la simplificación de las tareas administrativas, hasta la creación de entornos de trabajo colaborativo como nunca antes habíamos conocido.

Sin duda alguna, la automatización, la robotización, la inteligencia artificial y la gestión de esos datos masivos son retos ineludibles, pero también lo será el modo en el que las personas se vinculen a ese universo digitalizado al extremo donde el ser humano no debe ser un pasajero, sino el conductor. Algo nada sencillo por otro lado debido a la mezcla de percepciones y de modos de entender como esa tecnología debe afectarnos o estimularnos.

A medida que etiquetamos compulsivamente a las diferentes generaciones que convivimos, lo complicamos todo. La diferencia entre millennials y ‘viejenials’ es mucho menor de lo que parece a simple vista. Nos esforzamos en que así sea pues permite generar modelos comerciales, de gestión laboral y de uso más simples, pero no es así de sencillo.

Los bautizados como ‘viejenials’, englobados oficialmente en la generación X y en la generación ‘boomer’, se han ido adaptando a un mundo líquido y digitalizado con una enorme predisposición y, probablemente, gran entusiasmo. Incluso aquellas características que se consideran únicas de los nacidos a partir de 1982, están siendo integradas por generaciones anteriores con una naturalidad inesperada. Los nacidos en los setenta somos usuarios de la economía colaborativa, nos interesa el respeto al medio ambiente, compramos considerando el valor del dato que aportamos y tenemos claro que la inteligencia artificial no es más que un cómo, ya que el porqué seguimos siendo nosotros. Vimos nacer Internet, y eso es algo que contaremos a unos nietos incrédulos algún día. Algo que tiene mucho más valor del que ahora mismo imaginamos.

Las distinciones generacionales suelen ser estereotipadas, demasiado amplias para ser exactas o útiles, y potencialmente discriminatorias. Aconsejo a las empresas que se encuentren vínculos significativos entre los empleados tratándolos como individuos y tomar medidas en consecuencia. Los análisis colectivos no ayudan a que mejoren las experiencias de estos miembros de las organizaciones en el lugar de trabajo. La innovación proviene de la búsqueda, la inspiración de la diversidad en todas sus dimensiones y la mano de obra está situada en las habilidades futuras.

Pero en todo este escenario, como decía antes, ha irrumpido un nuevo elemento determinante. Un nuevo empleado. Un agente que distorsiona. Estamos adentrándonos con determinación en el mundo de los datos. Los datos son el nuevo petróleo o incluso el nuevo patrimonio inmobiliario de las compañías. Sin embargo, actualmente sólo utilizamos el 20% de los datos a los que podríamos acceder. El futuro de los negocios es en el otro 80%, el lugar donde los negocios se desarrollarán en breve. Estar allí o no estarlo, no es opcional. Que todos los miembros de la empresa incorporen ese valor y lo gestionen de un modo intergeneracional, también. No es sólo formar, es trasladar el valor de este nuevo factor. El desequilibrio en su comprensión por parte de diferentes generaciones es un factor muy negativo para cualquier organización. Ecualizarlo una garantía de éxito.

Aunque se generan cantidades masivas de datos continuamente, se desperdicia una formidable cantidad de esos datos. Normalmente por no entender la importancia que tienen o, peor aún, por no saber como hacerlo. Menos del 1% de todos esos datos se utiliza realmente. De la misma manera que los cineastas pueden grabar horas de película por cada minuto que vemos en la pantalla, se recoge una gran cantidad de datos que nunca se analizan, y mucho menos se monetizan. Estos datos son un recurso sin explotar en la mayoría de los casos cuando en realidad ofrece enormes oportunidades para nuevos productos y modelos de negocio. En gran medida es una de las peticiones de consultoría que más recibo. Interpreto la dificultad para saber exactamente cual es el valor real de todo ese nuevo universo.

Pero, esos datos, deben comprenderlos todos. No vale dejarlo en manos de unos y que otros no sepan cual es su utilidad, su potencial. Si todo ello lo combinamos con un modelo educacional en la empresa que permita la relación estimulante entre diferentes generaciones y modelos de gestión derivadas, tenemos ante nosotros un universo tremendamente rentable. El desafío es lo que llamo ‘mentorización inversa’. Jóvenes traduciendo un mundo digitalmente complejo a compañeros experimentados, a directivos de mucha experiencia trasladando a los más jóvenes metodologías mixtas y a sistemas automatizados para la gestión de datos apoyando predictivamente a todos.

Recuerda, la energía no es rentable sin experiencia, y la experiencia no alcanza su plenitud sin energía. Ahora deberemos añadir, no habrá energía ni experiencia sin datos.

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La tecnología genera nuevos empleos en el sector de los Centros Comerciales.

La pasada semana estuve en Colombia participando como ponente en la Convención Nacional de Centros Comerciales de ese país. Mi cometido era comentar como podía este sector en concreto transformarse digitalmente a fin de enfrentarse a una disrupción cada vez más fuerte que también les está tocando a ellos. Aunque en Latinoamérica aún no es demasiado evidente, al igual que en algunos países de nuestro entorno europeo, la tendencia no es precisamente halagüeña. No hace falta mucho más que darse una vuelta por la página ‘DeadMalls’ y ver por donde van los tiros.

La pasada semana estuve en Colombia participando como ponente en la Convención Nacional de Centros Comerciales de ese país. En mi conferencia debía comentar como podía este sector en concreto transformarse digitalmente a fin de enfrentarse a una disrupción cada vez más fuerte que también les está tocando a ellos. Aunque en Latinoamérica aún no es demasiado evidente, al igual que en algunos países de nuestro entorno europeo, la tendencia no es precisamente halagüeña. No hace falta mucho más que darse una vuelta por la página ‘DeadMalls’ y ver por donde van los tiros. 

En esta convención se trataron temas arquitectónicos, comerciales, experienciales, inmobiliarios y, como decía, tecnológicos. Este último lo traté yo desde la propia experiencia de haber trabajado en los últimos dos años con diversos centros comerciales en Irlanda, Reino Unido, España, Panamá y Argentina. En concreto, al modelo de utilización tecnológica orientada en convertir datos en ventas, le llamamos ‘mall-data’, una concepto de producto que se compone de consultoría, implementación tecnológica y seguimiento de la captura de datos para la toma de decisiones en un centro comercial.

Puede dar la impresión que los centros comerciales compiten con los parques de atracciones olvidándose muchas veces del propio valor de lo que supone vender cosas con un buen servicio y una oferta adecuada. Esos servicios pueden mejorar con la tecnología y, sobretodo, la oferta puede ser modulada con datos, infinitos datos. Las experiencias que el público de estos lugares demanda son cada vez más intensas. La gente quiere ‘pasárselo bien en un centro comercial’. Estudiar su comportamiento y monitorizar los datos que comporta puede generar un valor inmenso. Un centro comercial compite ahora con el comercio electrónico y tiene todas las de perder. El ‘Mall’ ya no es un negocio minorista, ahora es un negocio de la hospitalidad. Los centros comerciales deben atender a su público como si fueran ‘usuarios’ de un hotel de cinco estrellas. Para ello deben obtener datos que modulen ese espacio y esos servicios.

Ya he hablado de este sector y de sus desafíos, pero es evidente que pocos negocios tienen la oportunidad de capturar datos como él. El modo en el que se consiguen esos datos, la gestión de los mismos y su entrega ordenada determinan el resultado final y el éxito que se pueda esperar. De ahí que pusiera como ejemplo algunos de los proyectos donde los datos se han convertido en una de las opciones más destacadas a la hora de que los gerentes de esos ‘malls’ tomen decisiones acertadas.

En el listado de acciones que componen nuestro modelo de gestión concreto para Centros Comerciales, destacan el llamado ‘wifi automation chatbot’, el ‘transit oriented design by beacons’, la incorporación de apps que eliminan las barreras arquitectónicas para ciegos, la impresión 3d en los centros y en diferido, la incorporación de la realidad virtual y la realidad aumentada en diferentes aspectos de los centros comerciales a fin de conducir hacia una experiencia de compra generando muchos datos, el uso del ‘toeprint’ o de Periscope y, finalmente, convertir una tienda del centro comercial en un espacio donde se pueda obtener beneficios en el uso de un Smartphone.

Estas son algunas de las muchas acciones que se pueden hacer con un objetivo: capturar datos para saber más, ofrecer un mejor servicio y generar más ventas. Lo curioso del tema es que en ninguno de los casos en los que hemos desarrollado el pack ‘mall-data’ podemos decir que se perdieran puestos de trabajo. Al revés, la incorporación de tecnología hace eficiente algunas áreas que no eran rentables previamente. Esa eficiencia genera beneficios y a su vez empleo. Pero sobretodo, crea empleo en campos que hace unos meses eran impensables. El nuevo empleo se abre paso.

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El debate sobre los datos, los avances tecnológicos y la ética. Privacidad y autonomía.

Te despiertas y un mundo tecnológico se te viene encima. En horas de cambio climático, política inservible e incertidumbre económica, que la innovación tecnológica avance a la velocidad que lo hace se suele celebrar mayoritariamente. A excepción de algunos países como el nuestro, la mayoría de gobiernos compiten entre sí para atraer a las empresas de tecnología, con políticas fiscales y educativas cada vez más centradas en las necesidades de los desarrolladores de tecnología. Estamos en medio de una nueva Revolución Industrial y reverenciamos las nuevas tecnologías fijando nuestras esperanzas para el futuro en ellas.

Te despiertas y un mundo tecnológico se te viene encima. En horas de cambio climático, política inservible e incertidumbre económica, que la innovación tecnológica avance a la velocidad que lo hace se suele celebrar mayoritariamente. A excepción de algunos países como el nuestro, la mayoría de gobiernos compiten entre sí para atraer a las empresas de tecnología, con políticas fiscales y educativas cada vez más centradas en las necesidades de los desarrolladores de tecnología. Estamos en medio de una nueva Revolución Industrial y reverenciamos las nuevas tecnologías fijando nuestras esperanzas para el futuro en ellas.

Vivimos avances tecnológicos que aportan muchos beneficios sociales. Esta erupción tecnológica nos aporta datos masivos, coches sin conductor, ingeniería genética, ciudades inteligentes, inteligencia artificial o automatismos robóticos asombrosos. No seré yo quien diga que la tecnología no es algo a lo que hay que abrazarse con entusiasmo. No seré yo quien ponga en duda sus virtudes. Obviamente no seré yo, pero no tengo claro como la sociedad está realmente asumiendo el cambio más trascendental que ha vivido la humanidad en siglos.

A veces parecemos una especie de jinete que lleva una venda en los ojos. El poder y el ritmo del caballo es estimulante, pero tenemos poca o ninguna idea de hacia dónde nos lleva. Las nuevas tecnologías cambiarán significativamente nuestro mundo, es obvio. Queda por ver si sabremos convertirlo en algo beneficioso o tóxico. Las nuevas tecnologías y las que se encuentran en las primeras etapas del desarrollo tienen el potencial de aumentar los innumerables problemas del mundo o de mitigarlos. En gran medida dependerá de decisiones políticas el efecto que produzcan. Dependerá finalmente de que a quienes votemos tengan claro el momento histórico que vivimos y las decisiones que deberán adoptar al respecto.

La desgracia de algunos es que no se atisba a nadie en su catálogo electoral y político a líderes, o subalternos, que tengan la más remota idea de que supone realmente un mundo sin empleo, con un empleo distinto, automatizado, gestionando datos masivos, artificialmente inteligente o robotizado. No lo saben ni tienen interés por saberlo. Ese es el drama. Las decisiones que no se tomen ahora, las estrategias que no se determinen ahora o los programas de gestión de esta mutación socioeconómica que no se diseñen, serán las semillas de un desastre colectivo sin precedentes.

Además, si no hay política debatiendo estos cambios, tampoco hay debate ético que pueda hacerlo en base a esas decisiones oficiales. Básicamente por que, como ciudadanos digitales, las opciones disponibles para nosotros en relación con estas nuevas tecnologías son elecciones éticas. Tenemos que guiarnos por nuestros mejores principios si queremos asegurar que la revolución tecnológica actual no genere miseria para las generaciones futuras. Los líderes políticos no lo van a hacer en muchos lugares. 

Tomemos, por ejemplo, el campo de las tecnologías asistencial. Actualmente se está desarrollando toda una gama de tecnologías de asistencia para ayudar a las personas con discapacidades físicas o intelectuales, así como al envejecimiento de la población en todo el mundo occidental. Abordando una gama de necesidades, estas herramientas están diseñadas para facilitar la vida de los usuarios y de los cuidadores. Serán utilizadas por los miembros más vulnerables de nuestra sociedad, haciendo que las cuestiones éticas sean particularmente importantes.

Concretamente, como miembro del d-Lab Mobile World Capital, el primer desafío convocado iba en esta dirección. Es uno de los espacios más interesantes para afrontar el debate ético y político con respecto a la tecnología y su utilidad para mejorar la vida de las personas. De hecho, la población en general está utilizando cada vez más dispositivos de ayuda, desde teléfonos móviles a portátiles. Sin embargo, tras los evidentes beneficios de las tecnologías de asistencia, hay preocupaciones de tipo ético. Desde mi punto de vista la que más me preocupa es la que tiene que ver con la privacidad.

A menudo, en los planes de transformación digital de algunos clientes, especialmente los que tienen una estructura mayor, acabamos trazando modelos de gestión de la privacidad internos basados en límites éticos. La respuesta a que queremos decir cuando hablamos de privacidad no es simple. El significado de la privacidad es histórico y filosóficamente complejo. Algunos sostienen que es un derecho moral otros aseguran que su valor es instrumental. Conceptualmente, la privacidad se asocia a menudo con la dignidad humana. Es probable que las personas se comporten de manera diferente cuando saben que están siendo observadas.

Las nuevas tecnologías, incluidas las tecnologías de asistencia, que supervisan y recopilan datos sobre la persona constituyen una amenaza para la privacidad en ese sentido. Pero no es la única zona de conflicto. Pasa en el comercio digital, en la sexualidad, en el transporte, en la educación o en la vida en general. Somos aspersores de datos desperdigando sobre nosotros sin demasiado control. Tenemos la sensación que nadie usa toda esa amalgama de datos y si la usa no es nocivo. Empieza a ser algo aceptado ese pago. Entrego mi privacidad y a cambio obtengo cosas ‘gratis’. Esa percepción del mundo se ha instalado y es un riesgo enorme. Privacidad es sinónimo de autonomía, de toma de decisiones independientes, de no sufrir influencia externa antes de tomarlas.

El individuo autónomo analiza, reflexiona sobre sus opciones y toma decisiones individuales sin una influencia externa indebida. A medida que las nuevas tecnologías eliminan la privacidad, nuestra autonomía está amenazada. El aumento de los datos sobre la forma en que los individuos se comportan, sus preferencias y aversiones, y sus respuestas emocionales a diversos estímulos, los hace más fáciles de manipular y controlar. Probablemente por esto algunos ya han decidido que les está bien y mejor no hacer mucho al respecto.

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Big Data, Politica Marc Vidal Big Data, Politica Marc Vidal

Propietarios y fabricantes de datos. El debate ético pendiente.

Es habitual que el despliegue de nuevos avances tecnológicos sea como entrar en un laberinto del que no tenemos planos ni guía inicialmente. Esa falta de perspectiva se suma al apetito que empresas y administraciones suelen mostrar por ser los primeros en disfrutar de esos avances, y de controlar su explotación.

Es habitual que el despliegue de nuevos avances tecnológicos sea como entrar en un laberinto del que no tenemos planos ni guía inicialmente. Esa falta de perspectiva se suma al apetito que empresas y administraciones suelen mostrar por ser los primeros en disfrutar de esos avances, y de controlar su explotación.

Al igual que pasa con la indefensión ante un futuro sin empleo (o un empleo distinto), el establecimiento desequilibrado de una Renta Mínima Universal y la dependencia absoluta de la automatización, la gestión de datos provenientes de objetos conectados entre sí exige de una hoja de ruta y de un estudio previo completo que nos permita disfrutar de forma global de sus beneficios. De lo contrario, nos vamos a despertar en plena explosión.

Se intuye una erupción de desigualdad y de refugiados digitales. Una brecha insalvable entre propietarios de datos y quienes los generan. Un precipicio entre los que puedan controlar sensores, sistemas cognitivos e infraestructuras computacionales, y quienes los alimenten comprando compulsivamente cualquier nuevo robot que nos ayude a barrer la casa emitiendo datos sobre qué comemos al analizar las sobras esparcidas por el suelo.


Un buen ejemplo de lo que hablo sería el coche del futuro inmediato. Un ‘objeto’ que va a generar datos extremadamente valiosos, y que precisarán de una gobernanza concreta. Mucho antes de que éste se conduzca solo, que las leyes recuperen el tiempo perdido y se legisle a la velocidad de los avances tecnológicos, los vehículos serán un productor de datos masivos de incalculable valor. Ya lo son. En estos momentos, y a modo de ejemplo, algunas grandes marcas que hace poco confesaban estar descolocadas ante el creciente desinterés de la generación Milenial por comprar coches, investigan en otra fuente de ingresos que va a ser determinante.

Los datos con la información de dónde están y por dónde circulan los coches darán nuevos ingresos a las compañías que los venden y, por derivación, a quien tenga acceso a ellos. Es un buen ejemplo. Pero hay muchos más en la sanidad, en el comercio minorista, en los seguros, en la domótica o en la banca. ¿Quiénes serán los mayores interesados en un ecosistema de ‘cosas’ conectadas? ¿A quién pertenecen los datos que se producen? ¿Qué modelos de negocio aparecen en esa orgía de conocimiento digital? ¿Qué significa para los ciudadanos esa relación entre sus datos que generan y la vigilancia que supone? ¿Qué o quién regulará esos algoritmos y qué límites tendrán? ¿Cómo va a mutar nuestra manera de relacionarnos una vez las máquinas nos escuchen de verdad, nos hablen y hablen entre ellas? ¿De qué hablan las máquinas? ¿Será compatible la transparencia exigible a la administración con la digestión previa de datos masivos?

Nos dicen que una Smart City es un espacio que mejora la vida de los ciudadanos. Para ello se nos demandan datos. Muchos de ellos ya no los podemos discriminar. Salen de nuestra vida cotidiana. En breve, de todos ellos surgirán políticas automáticas, procesos de mejora social y organizativa. En teoría dejar nuestros datos a esos algoritmos nos garantiza una vida mejor, más ordenada ¿Qué grado de conocimiento sobre el funcionamiento de esos algoritmos deberemos exigir?

Los ciudadanos nos hemos convertido en simples ‘sensores’ que, a la vez, actuamos como ‘productores’; productores de datos sobre nosotros y nuestras relaciones con el entorno. El problema es que de momento no hay nada que haga prever que ese intercambio vaya a ir en dos direcciones. Vamos a entregar datos pero no vamos a tener opciones de interactuar al mismo nivel en ese proceso.

¿Qué decisiones toman esos algoritmos? ¿Y cómo las toman? No seré yo alguien sospechoso de no ver en la tecnología un aliado para el género humano, todo lo contrario. Pero el riesgo de ampliar el porcentaje de ciudadanos sin criterio en temas importantes y de dejarnos seducir por un mundo automático crece. Y es que ceder el mando a la tecnología sin haber analizado antes quiénes son los verdaderos actores de este asunto, las variables éticas y sociológicas que tiene una decisión algorítmica a tiempo real de todo lo que nos afecta, es enorme.


Post publicado originalmente en Ecoonomia bajo el título ¿Sabes que datos entregas gratis cada mañana?

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Marc Vidal Marc Vidal

MAQUILLAJE, DEFICIT Y DEUDA

Como sabéis colaboro con varios medios económicos. Este mes he iniciado una nueva en Euribor. Cada primer lunes de mes intentaré analizar de modo técnico algunos aspectos de la economía y de los mercados. Hoy os copio aquí el primero de este año pues ha generado más de 200 comentarios y seguirlo allí sería dificil. En este primero intento descifrar la metodología del gobierno para manipular algunos datos económicos, en este caso hablo de como lo hace con el déficit y con la deuda pública. Espero que os parezca didáctico. Leedlo a continuación.

Hay quien certifica oficialmente que la deuda pública francesa es muy superior a la española. Al parecer la gala se situó en el 75,8% del PIB y en España no se supera el 66%. A partir de ahí se desencadena la locura. En plena euforia, el Secretario de Estado español en materia de hacienda aseguró que, de momento, el déficit de nuestro país no alcanza el 7%. Pues si lo primero es un cuento para niños malos, lo segundo es una broma de mal gusto. Vayamos por partes y analicemos cómo se puede maquillar hasta la mona más fea.

Primero debemos asumir que el concepto déficit es muy restrictivo y no responde a la diferencia exacta entre gastos e ingresos del Estado. Hay muchísimos consumos públicos que no van a déficit sino a deuda. Algo que no pasa en Francia por ejemplo y que permite entender como en un mismo espacio económico europeo hay diferentes agentes de análisis que no ayudan mucho a comparar adecuadamente las cifras. Por eso debemos entrar de lleno en este modelo que ofrece una gran complejidad para establecer el gasto total del Estado. Eso es algo imprescindible a fin de establecer con exactitud cual es la verdadera diferencia entre lo que se gasta y lo que se ingresa. De momento sólo podemos guiarnos por los datos publicados el 24 de noviembre sobre la deuda contraída hasta la fecha por el conjunto de las administraciones públicas. Sabemos que hasta esa fecha el endeudamiento neto ya ascendía a casi 110.000 millones de euros, a los que se deberán sumar los de diciembre para tener un dato anual cercano a la realidad. Teniendo en cuenta que en el último tramo del año el Estado es cuando más gasta y menos ingresa, el cómputo neto final de deuda adquirida rondará los 130.000 millones, ligeramente superior al 13% aproximadamente.

Pero aun hay más. Si el tema se quedara en esto, aunque grave, no sería nada irremediable, no estaríamos en un espacio de no retorno. El problema se torna muy feo cuando aplicamos otros elementos que son determinantes. Las casi 5000 empresas públicas municipales y autonómicas, donde el déficit se esconde sin pudor, representan un agujero negro en la contabilidad del Estado. En este punto exacto suelo recibir acusaciones de no comparar interesadamente nuestro déficit o deuda con la de otros países de nuestro entorno. A veces hay quien asegura que estamos mucho mejor que potencias como Francia o Alemania en ese tema.

No es cierto que estemos mejor. Para saber el grado exacto de deterioro debemos atender a un factor que no se repite en esos países. Las empresas públicas que se montan para acometer obras y gastos que no pueden asumir por el tope de endeudamiento permitido por la ley, representan un incierto destino de las obligaciones totales. Como detalle decir, además, que la mayoría de esas empresas públicas no lo son formalmente pues están compuestas por 3 o más organismos diferentes y ninguno de ellos poseen más del 50% de las mismas, lo que las convierte en híbridos públicos no sujetos al control de auditorias automáticas.

¿Por qué son un boquete contable esas empresas? Muy fácil. Los ayuntamientos tienen un tope de deuda de riesgo. Si necesitan más dinero (años electorales) en forma de más crédito montan una empresa de estas y adquieren la deuda a partir de esa plataforma de nuevo cuño. Como sólo requieren una carta de intenciones de que la administración en cuestión piensa apoyar a la empresa la obtención es sencilla. Apoyándose en la ejecución de presupuestos el banco tiene suficiente. No se precisan avales la mayoría de las veces.

Sabemos que la deuda es mucho mayor de lo que parece. El control que se puede ejercer sobre esas empresas públicas se diluye en la infinidad de mecanismos derivados que los soportan al no ser organismos estructuralmente simples. Intuimos que el déficit es mucho mayor. Sospechamos que la deuda total es mucho más grande por un detalle que no se nos puede escapar. En la deuda pública no entran las obligaciones comerciales, es decir, las facturas que debieran afectar esa deuda, no están en el balance contable del debe a cuenta. Tampoco están las obras públicas puesto que sólo se certifica que ya se han hecho poco más. Como estos no son documentos financieros, la deuda no aumenta. Documentos financieros son los bonos, los créditos sindicados y las disposiciones presupuestarias aplicadas.

Otro detalle que complica más la credibilidad del modelo de ajuste de la deuda en España está  ubicado en los tiempos de cobro. Aquí se está pagando mucho más tarde las facturas que en otros países. En la administración española muchas facturas permanecen meses en una especie de limbo financiero pues no se declaran como pendientes de pago. Se almacenan en cajones y oficialmente se retrasa la incorporación en la deuda que el interventor puede interpretar. En ese elemento de pago pendiente está la trampa. Mientras que en Francia, por ejemplo, el período de pago público no supera los 24 días en casi ningún caso, aquí la media de cobro en la administración local ya supera los 180 días. Son obligaciones de deuda que se borran del sistema mientras no se incorporan a los resúmenes de remesas a pagos. Es incalculable la cantidad de déficit que puede estar oculto en ese territorio perverso. Lo sabremos durante este año 2010 y durante el que viene cuando las arterias del sistema público sufran colapsos en el pago generalizados.

Con respecto a la metodología del análisis, habitualmente se niega que el gasto público esté desbocado y que se esconda algo en las cifras publicadas puesto que, aseguran las fuentes oficiales, el gasto público asignado a endeudamiento creciente acaba en el capítulo 6 del presupuesto. Eso no sólo no es cierto, es imposible. El modelo de aplicación sobre el presupuesto en materia de deuda, si ésta es inversión puede acabar en ese capítulo, pero en este caso no es así puesto que el Plan E y los paquetes de estímulo que han disparado el déficit no se han dispuesto como inversión. Si se revisa adecuadamente la Ley de Presupuestos de 2009 e incluso la de 2010 se puede identificar que esa inversión no aparece como tal y no se identifica como estructura de déficit ya que no se asigna sobre gasto pendiente sino sobre otras partidas finalistas por designar en cada administración derivada.

No niego que las cosas puedan mejorar algo este año pero si las tasas ofrecidas por los editores públicos siguen manipulando la realidad de este modo la credibilidad de esa bonanza venidera es mínima. De momento, por si acaso, cuando nos merendemos según que cifras, hagámoslo con cuidado, pueden estar envenenadas en el mejor de los casos. 

¡Ah! Se me   olvidaba, Merry Crisis and a Happy New Fear!!

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