La revolución del conocimiento

En una ocasión un senador romano propuso que los esclavos llevaran brazaletes blancos, porque según él, éstos se habían hecho tan ubicuos que ya no había manera de distinguirlos de la ciudadanía. Su idea fue rechazada por el Senado, con la razón de que “si los esclavos supieran cuán elevado es su número podrían acabar con nosotros“. Quienes nos gobiernan piensan parecido. Creen que si los ciudadanos supieran cuan elevado es el número de individuos interconectados en red, y sobretodo la capacitación de esos enlaces, seguramente su estatus peligraría.
Durante estos tres años se han producido en el conjunto del mundo más cambios que en el conjunto de los últimos dos siglos. La centenaria banca de inversión desapareció y los sistemas reguladores están todavía bajo revisión. Fue necesaria una masiva inyección de dinero público para salvar el sistema en el momento que la economía tradicional y sus modelos se pusieron en entredicho. Es por eso que, si analizamos con exactitud que representa todo ello, nos daremos cuenta que estamos sufriendo un cambio de paradigma, una regeneración estructurada a partir del conocimiento y el valor del talento global.

Sigo intentando situar el escenario, hablar de un ecosistema que se resiste a morir pero que se regenera poco a poco hasta el punto que pronto parecerá otro. Es imprescindible escribir de modelos de creación, de territorios de conquista y de que podemos hacer para padecer lo mínimo posible. Me apetece explicar la forma poliédrica de ese nuevo sistema que se agarrará con fuerza a conceptos como la inteligencia distribuida, a los prejuicios dospuntoceristas, a la gestión moderna y a la gestión del futuro.

Es preciso que hablemos de los cubículos del conocimiento, del talento global, de pensar diferente, de pensar compartiendo, de conectar cerebros, de cuenta de resultados como deceso de las ideas, del efecto contagio de la colaboración, de la garantía de la exclusividad como valor del compartir, del caudal de pensar conjuntamente y no tanto en equipo, de cambios inevitables, de gestión del conocimiento en las organizaciones del futuro, de modelos y razones de las comunidades virtuales, de alianzas de éxito como valor democrático de las empresas más débiles, de sociedades dinámicas, de las ventajas de esta crisis, de los negocios transparentes y de la recesión permeable.

En eso me pongo ahora mismo, los que entiendan que esos conceptos son los vértices de un polígono repleto de ventajas, tendrán muchas más herramientas para decidir. Cuantos más seamos más sentido tendrá llevar ese brazalete, esa pulsera de la verdad, del conocimiento, del pensar por nosotros mismos. Es momento de razonar, de emprender, de construirnos de manera individual a partir del conocimiento y no tanto del discurso oficial, para entre todos ir estimulando nuestro entorno en modelos económicos nuevos.

Estamos a las puertas de una revolución como ya lo estuvieron otros antepasados, sólo que esta vez es digital, orgánica, distribuida y global. Hace algún tiempo, al confluir diversos factores se reprodujeron sistemáticamente otros grandes cambios. La revolución industrial y tecnológica fueron grandes elementos de cambio, y  convivieron con una crisis sistémica que adelantaba una mutación real y evidente en todos los estadios de la economía. La manera de traducir aquellos cambios siempre condujo a mejores escenarios pero también con una fractura notable del propio sistema. El modelo financiero actual que se sustenta en un crecimiento del valor del dinero por encima del coste real del capital, ha provocado un desajuste insalvable a estas alturas, pero considero que más que una causa, no deja de ser una consecuncia de algo mucho más transversal y que la tecnología de la información ha acelerado.

Hace ocho décadas vivimos el crack del 29, hace 15 la crisis de la década de los 90 y hace cinco la primera terquedad del sistema expansivo basado en las punto com. Hoy vivimos un modelo crítico que parece disponer de las caracterísiticas de las tres. Esa encrucijada de modelos en crisis nos habla de una crisis mucho más compleja. Un final de fiesta que no debe ser visto como algo negativo. Es una gran oportunidad para atender con ímpetu y valentía esa nueva revolución, una nueva etapa que me gusta definir como la revolución del conocimiento.

La revolución del conocimiento surgirá del valor de las cosas y no del coste de las mismas, será el momento de las grandes factorías de ideas, de pensamientos, de dudas, de estructurar la fabricación en base a su precio esencial y no tanto al especulativo. La especulación no es mala por definición pero si por derivación. Especular es algo intrínseco al hombre pero cuando lo que genera es desvalorar otros elementos de las cosas entonces es nocivo. La especulación es esencial cuando valora expectativas, cuando anima, cuando genera riqueza de pensamiento.

Ahora que el dinero es un bien natural y no un elemento práctico para la compra, el valor ya no se da por el interés de las cosas si no por la producción de las mismas. El sentido del patrimonio ha cambiado y con ello el paradigma económico también cambiará. Esta crisis es la mayor de las oportunidades que hemos tenido en los últimos dos siglos para establecer nuevos modelos de negocio, nuevos sistemas de relación financiera, nuevos vínculos entre empresa y gobierno, nuevas estrategias mucho más justas y, en definitiva, una nueva generación de ideas que fuercen los cambios imprescindibles que este mundo precisa.

En esta nueva era, en este nuevo ecosistema plagado de ideas, en ese nuevo mar en el que deberemos navegar, los que antes entiendan que deben impulsarse con vientos desconocidos, los que sepan que es tiempo de veleros y no de lanchas motoras, esos sobrevivirán, crecerán y serán mucho más felices. Los que escuchen a sus mandatarios, a esos dirigentes aparentemente perdidos, a esos que cambian sus previsiones una y otra vez, los que esperen de ellos que les ayuden a sobrevolar este momento crucial de la historia sufrirán mucho más.

No es momento de subsidios sino de purgas, no es momento de alargar agonías sino de amputar aquello que está podrido. El sistema es demasiado duro y robusto como para permitir un parto sin dolor, pero el sistema no es inmune. El momento está cerca y me ilusiona enormemente que así sea. Deseo un mundo mejor para mi hijo, mejor que este. La oportunidad está a diez metros de nuestra propia existencia, algunos amigos que aquí se dan cita ya han empezado a caminar hacia ella, otros lo harán pronto, al final todos.

¡Felices vacaciones a todos!

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