Una deuda moral

El próximo 22 presento “Contra la Cultura del Subsidio” en Honduras y en marzo lo haré en Colombia y México. Hablar de subsidios en América es como hablar de Andy Warhol en la Península de Kola. Sin embargo la reflexión que el texto del libro aporta al valor de afrontar los retos que la tecnología y la emprendeduría digital suponen, genera mucho interés. De hecho hace años que me muevo por allí y empiezo a tener conciencia de su enorme y sofisticada inmensidad.
En este blog suelo escribir mucho sobre Latinoamérica. Será porque cada mes paso allí cerca de diez días y en ocasiones dos semanas. Recorro diversos entornos, desde los más avanzados a los que aun están circulando por escenarios difíciles. Es cierto que la capacidad que ha tenido la economía de esa parte del mundo para responder con suficiencia a la crisis sólo puede entenderse si analizamos su cuerpo social, y en su justa medida.

Lo primero que debemos hacer es aceptar que cada país es distinto al resto, que al contrario de lo que el desconocimiento provoca, no hay ninguna uniformidad en Latinoamérica. Un hondureño no tiene nada que ver con un nica, ni un tico con un venezolano. Es difícil pero con la convivencia podremos entender ese rompecabezas. Su economía es muy compleja, extraña, especialmente sofisticada pues depende de patrones que aquí ya no manejamos. En la América Latina el desempleo se ha mantenido en niveles aceptables durante estos años tan duros para el mundo occidental. Lo ha hecho por culpa de sus virtudes que a la vez son defectos estructurales. La falta de soporte gubernamental convierte esos países en un ecosistema de emprendedores que no tienen más remedio que montar negocios o microcomercios para poder sobrevivir.

Mantenerlo en el tiempo, el paro reducido, y modelar un cambio hacía nuevos modelos, sólo será factible si son capaces de desarrollar instrumentos de política social compuestas de transferencias monetarias, políticas de empleo y crédito, estímulos por nuevos modelos de crecimiento de servicios de consumo tecnológico y otros. Ahora bien, para mantener esa suficiencia aparente deberán generar sistemas de protección social que aborden integralmente la extensión de la cobertura de sus ciudadanos, que generen una sociedad de garantías y que aborden la situación de los grupos más vulnerables.

El desequilibrio social es lo que más preocupa a quienes vamos allí con proyectos tecnológicos o de innovación de procesos. Otros no sé, pero a mí se me hace tremendamente difícil abstraerme de todo ello. Por eso he decidido impulsar diversos programas de apoyo a la reducción de ese “gap”. Los que hemos decidido buscar otros mercados, otros territorios para mantener nuestro sentimiento emprendedor intacto tenemos una deuda moral hacía esos pueblos que nos acogen con bondad y ánimo, con ilusión por aprender y una sincera admiración hacia la vieja Europa, por ello tenemos una obligación de ayudar en estrechar ese desequilibrio entre ricos y desamparados. La nueva fundación en la que me he envuelto en Panamá estará liderada por un buen hombre. Pronto os podré hablar de este (nuevo) proyecto que poco o nada tiene que ver con mis negocios pero que si es tan emprendedor como el resto.

Conozco casi todos los países que conforman ese maravilloso continente. Es una oportunidad histórica para Europa, en especial para los españoles, pero nada de ello será sostenible en el tiempo si no se aborda una profunda transformación productiva que eleve la competitividad de las economías latinoamericanas, que aumente el valor agregado a su base de recursos naturales y sea ambientalmente sustentable. Están lejos en investigación, innovación, tecnología, pero es cuestión de muy poco tiempo que eso deje de ser así. Las deudas se pagan, las que pronto tendremos con ellos será justo que las paguemos lo antes posible.

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