Economía, Sociedad Marc Vidal Economía, Sociedad Marc Vidal

Individualmente colectivos

Ayn Rand era el seudónimo de Alisa Zinóvievna Rosenbaum, una escritora estadounidense de origen ruso que sostenía la convicción de que los gobiernos tienen una función legítima pero limitada. Uno de los fragmentos de su obra ‘La rebelión de Atlas’ escrito en 1957, encaja a medida con lo que estamos viviendo en estos tiempos y en nuestro entorno.

Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegido contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto sacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.

El informe del Observatorio de la Realidad Social que elabora Cáritas indica que en España hay tres millones de personas en situación de pobreza severa. Es gente que se enfrenta a una batalla cotidiana por la supervivencia con menos de diez euros diarios. En apenas un lustro esa cifra es el doble. En esos cinco años hemos pasado de poco más del 8 por ciento de paro a rozar el 27. De un cuarto de millón de familias donde ningún miembro trabajaba se pasó a más de dos millones. Sumemos a toda esa carnicería los casi cien mil desahucios que se han vivido y que se deben a que muchos confiaron sus almas a un banco sonriente que ahora firma el informe que les pone en la puta calle.

La renta media desciende y afecta directamente a la desaparición de la clase media tal y como ahora la conocemos. Durante los años de expansión económica no se redujeron las diferencias entre las clases más débiles y las mejor posicionadas puesto que el valor contable de gran parte de esa “clase media” no era más que un montón de créditos acumulados de manera indecente soportando una propiedad sobrevalorada hasta la vergüenza ajena. El cóctel que supone todo ello explota a diario como bombas de racimo entre los más necesitados. A medida que pasa el tiempo se cronifican los parados de larga duración, la huida de jóvenes desesperados y la precarización económica basada en un modelo de crecimiento de escaso valor diferencial.

A estos datos deben contraponerse otros que pasan de refilón a los afectados: los macroeconómicos. Los datos que indican que estamos en la senda del crecimiento. Tengo claro que no es tal todavía, la tasa final de 2013 será de un crecimiento negativo de algo más de un uno por ciento. El punto de inflexión está a punto de producirse y por desgracia parece que la importancia de este momento exacto no se está apreciando adecuadamente.

Los responsables de dirigir y estimular este proceso pueden estar dejando de lado la importancia real de este instante de la historia. Los elementos que deben aprovecharse para crear un nuevo patrón de crecimiento son de tipo exterior e interior. Tenemos un paisaje desolador pero precisamente es ese escenario el revulsivo par imponer un cambio radical en los modelos de crecimiento.

Estamos ante detalles que bien podrían ser indicativos, pistas, de que el pistoletazo para el cambio ha llegado. Un punto de partida que podemos aprovechar o no. Si lo dejamos en manos de los demás estaremos eliminando el factor fundamental de ese cambio latente: la intervención individual que permita una revolución íntima y profunda en la manera de entender la vida y la economía. Los tiempos del pasado no regresarán y aquellos frutos no madurarán. Esperar subsidios y ayudas por “derecho fundamental” dejará de ser factible y lo que no nos fabriquemos nosotros mismos nadie lo creará. Si no encuentras trabajo seguramente es porque no lo hay, no existe. Por lo tanto tocará inventarse uno nuevo. Crear expectativas mientras creas caminos. Andar mientras generas el modelo es la clave.

Los datos que arriba estaba listando son demoledores, horribles y que no dan muchas opciones. Es imposible revertir esa situación con políticas puntuales de plazo fijo marcado a cuatro años. Hace falta poner las luces largas y mirar mucho más lejos. Ayudar a quienes ya no podrán salir de esa situación y empezar a definir hacia donde debe ir este proyecto socioeconómico común. La innovación, el conocimiento, la educación emprendedora y la digitalización de nuestra existencia no será una opción, será la obligatoria tasa humanitaria que deberemos pagar si queremos aprovechar este momento histórico.

Si lo que hacemos es permanecer a la expectativa y en esa espera lo que se busca es recuperar los sectores cíclicos y débiles del pasado habremos entregado el futuro de nuestros hijos a la nada más absoluta. No es cuestión de que mundo le dejamos a nuestros hijos, sino que hijos vamos a dejarle al mundo futuro. Sino generamos talento, conocimiento e innovación a partir de la educación y la capacidad emprendedora en sectores de alto valor, el futuro será un desahucio moral y social.

Europa ha salido de la recesión lo que está mejorando el comportamiento de nuestro sector exterior, mediante un incremento de las exportaciones sumado a un magnífico año para el turismo extranjero gracias a la devaluación interna que hemos sufrido además de los conflictos que afectan a algunos de los destinos alternativos.

El ajuste sufrido por las familias y empresas, el empobrecimiento en términos de salarios, márgenes y precios de venta y en términos de cantidades por culpa del desempleo masivo, la contratación cada vez más centrada en la temporalidad, así como un fuerte proceso de desendeudamiento que ha permitido, con enormes costes sociales, una drástica recuperación de competitividad y un fuerte reequilibrio de los balances, tanto para las familias como para las empresas privadas no financieras. Aunque habrá creación de empleo neto en algunos trimestres del próximo año, la generación neta en términos anuales será prácticamente nula, en el mejor de los casos. Nos situamos en el 2015.

Y la recuperación de desequilibrios básicos (desde la reorientación del crédito hacia el sector privado, hoy aún muy escaso y selectivo, hasta la evolución del déficit y la deuda públicos) nos llevará aún al menos dos años, hasta el 2016. Y con la incógnita de una deuda pública que puede superar el 100% del PIB y que pone en riesgo la confianza de los mercados internacionales en la sostenibilidad de nuestra recuperación. Urge, en definitiva, seguir en los ajustes y las reformas y, sobre todo, no caer en la autocomplacencia a partir del argumento –cierto– de que vamos mejor.

Es este un momento de la historia en el que sigue siendo clave pensar en primera persona del singular para poder darle valor a la tercera del plural. Sujetar tu vida para generar riqueza en tu entorno. Perseguir sueños para transformar la vida del resto. Todo cuanto suceda sucederá porque tu mismo lo impulses, y eso en definitiva repercutirá en la dinámica de cambio que nuestra sociedad está preparándose para vivir. Es evidente que no todos han entendido hacia donde van los tiempos, que tren se acerca y puedes perder, ni que se vende más en la zona ‘e-‘ que en la zona ‘a’, que la economía digital no entiende de fricción y que la nueva economía requiere de líderes (patronales, sindicales, políticos,…) que se sientan cómodos en esta transición gigantesca que el ser humano está viviendo. A pesar de todo y de todos, el futuro será mejor y colectivamente ganaremos si somos capaces de darle el valor individual que construye la riqueza colectiva.

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Cómo las secuoyas

Hoy replico uno de los capítulos de mi último libro. En concreto el que trata del valor de emprender en red, de la capacidad humana de pensar colectivamente y de estimular con ello los modelos de creación de proyectos emprendedores. Este episodio motiva normalmente, cuando lo aporto en las reuniones de trabajo, una dinamización sistemática e inmediata de la voluntad de colaborar, de crecer en grupo.

Existen muchos modelos de emprendeduría. La que me interesa a mí es la que encaja con los tiempos que me ha tocado vivir, tiempos de tecnología, de redes, de fuegos artificiales y de conversaciones. Precisamente en ese nuevo modelo digital de proyectar empresa está el de actualizar una nueva economía basada en la colaboración y en la experiencia colectiva.

No hay nada más importante en un mundo como el actual, en el que las manadas duermen en las planicies esperando que alguien les informe por donde deben escapar, y donde lo más probable es que nadie cambie si no lo hacemos colectivamente, el valor de lo enredado, de lo cambiante y dinámico se hace tremendamente imprescindible.

Existe un árbol que ha alcanzado los 115 metros de altura. Está al norte de San Francisco y es una secuoya. La altura media de este tipo de cupresácea está cerca de los 80 metros. Son muy longevas, existe una secuoya roja de más de dos mil años que ahí está, esperando que todo cambie a su alrededor.

Lo más extraordinario de este tipo de árbol no es la longitud vertical que logra sino como el mecanismo que utiliza. ¿Qué profundidad deben tener las raíces de un árbol que alcanza esa tremenda altura? Cuando cuestiono esto a conocidos o en charlas públicas, las respuestas son de todo tipo. Cien metros, doscientos, cuarenta, diez, hay de todo. Sin embargo la sorpresa es general cuando descubro la gráfica que demuestra que la profundidad de las raíces de este tipo de planta es muy inferior a lo previsto.

Apenas tienen unos pocos metros de profundidad, hay casos incluso que muestran árboles de casi un centenar de metros de alto con unas raíces de apenas uno de profundidad. El método para soportar la presión lateral es una maravilla de la naturaleza. Las secuoyas sólo pueden crecer en grupo. Las pocas que hay de modo aislado en alguna zona europea (tras una replantación en el siglo XIX) no alcanzan apenas los treinta metros de talla.

Para alcanzar su altura media y su longevidad, las secuoyas son los únicos árboles capaces de enlazarse los unos a los otros hasta el punto que llegan a perder el sentido de quien es uno y quien es otro. Se han hecho pruebas de inyectar un líquido coloreado en la raíz de una de ellas ubicad en un punto concreto y esperar unos años. Tras ese tiempo se descubre como ese líquido puede detectarse en todo el bosque.

Aunque estén unidos hasta el punto de fundirse los unos a los otros, lo cierto es que mantienen su propia individualidad genética y biológica pero si uno de ellos precisa savia por algún motivo, el bosque entero en general, y los árboles más cercanos en concreto, le proveen.

Ese lazo extremo entre todos permite enfrentarse a la inclemencia atmosférica aunque estén a tanta altura y tan expuestos, les permite crecer hasta una altura inconcebible por la naturaleza de un modo lógico.

Estos árboles representan un modelo de gestión en equipo, global, comunitario. Si una de las secuoyas empieza a ceder, si su verticalidad se pierde por algún motivo, el bosque hace fuerza contraria durante décadas hasta que recupera el eje. Todo el conjunto de árboles ayuda a recuperar el punto de equilibrio. Es tremendamente emocionante pensar como se produce ese efecto extraordinario.

Pensemos que importante es esto. Cuando una sociedad es capaz de estructurarse hasta el punto de llegar a la excelencia de grupo es porque es madura, capaz y autosuficiente como colectivo. Pensemos también que atendiendo al ejemplo de estos maravillosos seres vivos que son las secuoyas, y observando lo que pasa cuando no están en un bosque, sólo es posible alcanzar grandes alturas si están juntas, y lo más asombroso es detectar que son todas las secuoyas al unísono las que logran tales cotas. El éxito no es para una, sino para todas. Trabajar en red proporciona el valor a todos. Este proceso de emprender es clave en una sociedad enfrentada a la competitividad mal entendida.

La comunidad es capaz de estructurarse en red, lo demuestran miles de actos y acciones digitales que se han sucedido en los últimos años. Diseñar modos que permitan convertir tanta energía en proyectos y empresas es el reto de nuestra sociedad actual.

Las secuoyas son una lección que como sociedad no debemos obviar. Convencer a nuestro entorno del valor de enredarse y hacerlo digitalmente en una amalgama desordenada de individuos vinculados en redes sociales complejas es la opción que nos queda.

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