Coches, Innovación, Tecnologia Marc Vidal Coches, Innovación, Tecnologia Marc Vidal

El ser humano al que se le prohibirá conducir, ya ha nacido.

El niño ya ha nacido. El ser humano al que se le prohibirá conducir un coche ya respira. No lo digo yo solo, lo dice Enrik Christensen, director del Instituto de Robótica Contextual de la Universidad de California en San Diego, quien asegura que los nacidos este año nunca llegarán a conducir un automóvil. Un pronostico que comparten algunos de los expertos que se pasean por el mundo concluyendo lo que les sugieren los avances e inversiones del sector automovilístico y las, cada vez menos exóticas, propuestas de legalizar el tráfico de los coches autónomos.

El niño ya ha nacido. El ser humano al que se le prohibirá conducir un coche ya respira. No lo digo yo solo, lo dice Enrik Christensen, director del Instituto de Robótica Contextual de la Universidad de California en San Diego, quien asegura que los nacidos este año nunca llegarán a conducir un automóvil. Un pronostico que comparten algunos de los expertos que se pasean por el mundo concluyendo lo que les sugieren los avances e inversiones del sector automovilístico y las, cada vez menos exóticas, propuestas de legalizar el tráfico de los coches autónomos.

Los que aseguran que esto no es así, que es ciencia ficción, apelan a que ese cambio tan absoluto es imposible que suceda en apenas dos décadas. Que una modificación de tal calibre afectaría a todos los órdenes de nuestra convivencia y al modo de entender al propio ser humano. Que un terremoto de esa magnitud requiere tiempo, mucho tiempo. Certifican, en suma, que los caballos fueron sustituidos por motores tras medio siglo de insistencia.

Un alto cargo de uno de los mayores fabricantes del sector automovilístico me confesaba que su obsesión no era el coche autónomo. El foco de su compañía estaba puesto en cómo enfrentarse a un mundo en el que la gente joven no quiere tener un vehículo de propiedad. Asumen que el coche del futuro no será un producto sino un servicio. No compraremos coches, los usaremos cuando se precisen.

La distancia entre considerar un coche como un servicio y permitir que este sea autónomo es mucho menor de lo que pensamos. Aquí juega un modelo de vida y un cambio sociológico, que la tecnología y las plataformas de uso compartido, están impulsando de manera bíblica. Es probable que quienes piensan en no tener coche propio y sólo utilizar un medio de transporte cuando sea preciso, encuentren mucho más lógico no tener licencia de conducir que los que piensan distinto.

De ahí a que sea preferible que ese servicio, al estilo Lyft o Uber, venga a buscarte sin un conductor y sea aceptado como razonable, hay una fina membrana. La cuestión no es si va a suceder o no. La pregunta objetiva es cuándo va a pasar. ¿Cuándo nos prohibirán conducir? Por ineficiente, por insostenible, por caro. En California hay municipios que ya tienen el plan de transporte público preparado para involucrar flotas de vehículos autónomos. En Alemania, uno de los principales afectados con cualquier tema que afecte a este sector, han aprobado un proyecto de ley que reforme el código de circulación y que permita el uso del coche autónomo en su territorio. Una normativa, que por cierto, mantiene la responsabilidad en el ‘no conductor’.

Pero lo dicho, que seguramente, si tu hijo ha nacido este mes, no va a conducir nunca. Incluso aunque no sea por los coches autónomos. Probablemente será porque lo vea como algo decadente. Ya pasa hoy. En las grandes ciudades mucha gente no tiene coche y, además, no suele conducir. En Manhattan, donde el transporte público permite vivir sin automóvil, y donde conceptos como el ‘car-sharing’, ‘moto-sharing’ u otros, tienen un despliegue notable, la exclusión del coche privado no hace más que crecer. Solamente el 23% de los habitantes de ese distrito de Nueva York poseen un coche propio. La media americana es del 92%.

Las voces críticas con este vaticinio lo tienen claro. Es imposible que en 20 años todos los automóviles actuales estén fuera de las carreteras. En plan optimista hablan de que en 2035, como mucho, en el mundo habrá 20 millones de coches autónomos. Que a pesar de que el Departamento de Transporte de los Estados Unidos emitió directrices en noviembre pasado para ayudar a facilitar una hipotética transición de coche tradicional a autónomo, la incertidumbre se mantiene.

Que aunque hay más de una docena de países con modelos de seguimiento a este tipo de conducción, consideran que el marco legal no podrá modificar un modo de vida tatuado desde hace décadas. Que aunque todos los fabricantes tienen programas avanzados para sacar al mercado ‘kits’ de autoconducción con cualquiera de sus modelos, el Nivel 5 (plena autonomía), dicen, está lejos de lograrse con garantías.

En todo caso, lo que está claro es que si no son nuestros hijos, serán nuestros nietos, pero o unos u otros, no conducirán.

Artículo publicado en Ecoonomia

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¿Te estás preparando para el mundo que viene? ¿Que vas a ser?

Mientras lees esto. Durante la emisión del último documental sobre animales de ‘la 2’. Cada vez que sales a tomar un gintonic o te refugias en la lectura de un libro. Al revisar el trabajo escolar de tu hijo. Esperando un taxi. En el instante que amanece o se pone el sol. Cada vez que cierras la puerta de casa o consultas tu correo. En cualquier momento. En todos esos minutos en los que el planeta gira en un sentido concreto, alguien está acabando el arquetipo del mundo que lo hará girar en otro. 

Mientras lees esto. Durante la emisión del último documental sobre animales de ‘la 2’. Cada vez que sales a tomar un gintonic o te refugias en la lectura de un libro. Al revisar el trabajo escolar de tu hijo. Esperando un taxi. En el instante que amanece o se pone el sol. Cada vez que cierras la puerta de casa o consultas tu correo. En cualquier momento. En todos esos minutos en los que el planeta gira en un sentido concreto, alguien está acabando el arquetipo del mundo que lo hará girar en otro. 

Se trata de gente que ahora mismo está preguntando a un algoritmo cuestiones que precisan un razonamiento, generando dudas en una máquina, procurando que los procesos binarios se asemejen lo máximo a los neuronales o, sencillamente, creando empresas que lo van a cambiar todo definitivamente. Gente que nació cuando Internet ya existía. Personas que no tuvieron que adaptarse como sí tuvimos que hacerlo los nacidos cuando, al pensar en el futuro, imaginábamos coches voladores pero éramos incapaces de visualizar lo que ha significado Internet.

Internet es el "culpable" de todo. Es el hilo conductor de la mayor revolución que ha vivido nuestra especie. Un cataclismo de punta a punta de este pequeño planeta. Un escenario de cambios que se suceden a una velocidad que no alcanzamos a comprender. Cambios que provienen de la propia mutación de la red. Un mecanismo poderoso que lo ha modificado todo. 

En cada nuevo avance que le afecta, el giro es absoluto. Recordemos ya todos los ‘internets’ que hemos vivido. Todo empezó con un Internet Técnico. Los primeros años de un modo de comunicar que permitía trasladar información cifrada de un lugar a otro aprovechando la posibilidad de eliminar todas las barreras. Luego llegó un Internet Empresarial. Antes del año 2000 las empresas se lanzaron a la conquista de su ‘espacio web’. Avanzábamos hacia un mundo digital en el que las compañías con mayor potencial determinaron el rumbo de para qué podía ser útil económicamente la red de redes.

Más tarde, un Internet Social donde el sistema que supuso modificar el lugar en el que pasaban las cosas generaba una libertad total al usuario. De las cadenas que suponía la instalación de software en tu computadora a sencillamente ese nuevo escenario en el que tu ordenador es la ‘pantalla’ de algo que pasa en el servidor remoto de alguien. Ya no teníamos que descargar nada, todo sucedía en otro lugar. Así nacieron las redes sociales.

Ahora, otra nueva tecnología modifica el escenario. Todo es automático. Internet automático. Va sólo. El 90% de cuanto sucede ya no tiene que ver con nuestra acción o deseo. El Big-data y la inteligencia artificial se ejecutan sin atender a consultas previas. Lo está cambiando todo hasta el punto de que esa red ya no es esencialmente como ninguna anterior y está suponiendo la creación de lenguajes y protocolos que permiten a las máquinas hablar entre sí creando la "Internet de las Cosas".

Pero eso no termina ahí. Mucho más allá que automatizar. En breve, en cinco minutos, la Internet posthumana, la que llamaremos Internet del Todo, conformará un escenario donde el concepto cobertura o conexión tendrán el mismo efecto para nosotros como lo tienen ahora una cinta cassette al lado de un bolígrafo Bic transparente. A cada evolución, a cada cambio que simplifica un proceso, cada vez que una línea de código es eliminada de un programa para simplificar el mismo proceso, nos acercamos a un nuevo y radical cambio. A una nueva disrupción tecnológica.

Si tienes una empresa no te preguntes si te va a afectar la disrupción tecnológica. No. Pregúntate cuándo va a pasar o, mejor, que tecnología va a ser la responsable. Nadie está a salvo. Y si no tienes una empresa, piensa qué modelo tecnológico va a explotar frente a tus narices sin previo aviso. No te cuestiones si te va afectar o no. Lo hará. Prepárate para ese momento. Hazlo ilusionado y no con temor. Esa es la clave. 

Podemos ser mejores. La tecnología lo estimula. Una adaptación a algo vivo que interpretábamos era un ‘sistema’ y ha resultado ser un ‘ecosistema’ que muta, mejora y se adapta. En apenas dos décadas, Internet ha cambiado tanto que no la reconocemos quienes la vimos nacer. Somos una generación que vivía sin ella, sin teléfonos móviles, sin Google. Cuando querías saber algo debías ir a un lugar llamado ‘Biblioteca’ y no era para estar tranquilo o en silencio, era para consultar la sabiduría universal, algo que hoy cabe en un USB. Mientras, todo transcurre y los que deberían estar preguntándose cómo prepararlo todo, Internet crece y se convierte en Todo. ¿Te estás preparando para ese instante?

Post publicado originalmente en Ecoonomia bajo el título ¿Te estás preparando para el mayor avance de la historia?

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La Renta Mínima Universal no es ni de derechas ni de izquierdas. Es inevitable

Cada vez hay más pobres con trabajo. Esa tendencia no se reduce ni tiene pinta de que se vaya a reducir. Las informaciones que llegan del futuro son que estamos abocados a un mundo sin empleo, o mejor dicho, a un empleo distinto a tal y como lo conocemos ahora. Los salarios son miserables y eso no va a cambiar. Básicamente por el tatuaje que imprime la economía circular en el sistema y porque en la competencia contra lo robótico, los humanos tenemos todas las de perder.

Cada vez hay más pobres con trabajo. Esa tendencia no se reduce ni tiene pinta de que se vaya a reducir. Las informaciones que llegan del futuro son que estamos abocados a un mundo sin empleo, o mejor dicho, a un empleo distinto a tal y como lo conocemos ahora. Los salarios son miserables y eso no va a cambiar. Básicamente por el tatuaje que imprime la economía circular en el sistema y porque en la competencia contra lo robótico, los humanos tenemos todas las de perder.

Contra ese destino, la política no toma decisiones estratégicas. De momento la táctica se impone y sugiere respuestas puntuales a las primeras erupciones socioeconómicas. Crear empleo de cualquier tipo y a cualquier precio es pan barato para hoy y hambruna para mañana. Subsidios por todas partes se amontonan en una orgía deplorable. Un espacio de dependencia que asusta. Por si fuera poco, se nos invita a prepararnos para una jubilación de pena donde lo único que podremos hacer con la pensión será visitar el parque más cercano y lanzar migas de pan a un grupo de gansos.

La Cuarta Revolución Industrial lo está cambiando todo y no tomar decisiones sociopolíticas es un error fatídico. De la administración se espera que prevean escenarios y nos preparen para ellos. Por un lado formar a una sociedad en lo que se va a precisar de ella. Por otro, atender a la posibilidad de que no todos puedan encontrar una vía profesional futura sujeta a los parámetros que ahora son entendibles. Es complejo pensarlo, pero esto va a ir rápido.

Se nos llena la boca con informes que hablan de un mundo sin empleo, de que la mitad de la fuerza laboral del mundo civilizado va a sucumbir pero la verdad es que poco o nada se hace al respecto. Parece como si fuera un guión de una película de tarde sobre catástrofes rodada por aficionados. Al final siempre ganan los buenos y el desastre se evita.

Pues esto no es una película. Ni un cuento. Hasta un hombre de empresa y visionario como Elon Musk ha puesto el tema del Salario Mínimo Universal sobre la mesa. Se suele cometer un error semántico al hablar de este concepto ubicándolo en la política ficción. Describiendo un mundo donde se vive sin trabajar mientras un ejército de robots nos mantienen. Me van a perdonar pero la cosa es muy seria. Incluso es soez en un mundo con centenares de millones de personas dudando si mañana podrán comer o beber agua.

La cuestión es que el Salario Mínimo Universal responde a una terminología pero deriva de un concepto existente. En 1962 un liberal (¡si un liberal!) propuso el ‘impuesto negativo sobre la renta’ que otorgaba una subvención a los contribuyentes que no llegaran al mínimo exigible. En plena crisis del 2008 los británicos la volvieron a liar con eso de los subsidios salariales. Casi seis millones de familias los recibieron para equilibrar, de nuevo, una situación que se planteaba dramática. La mayoría trabajaba y se les considera los ‘pobres con trabajo’. ¿Te suena?

La mitad del empleo está en juego. En jaque. En apenas un par de décadas se va a evaporar metálicamente en forma de robots, software y automatismos. No se crearán suficientes puestos de trabajo para sustituirlos. Esa es la trampa al solitario. El empleo del futuro no puede ser una competición entre máquinas y humanos. La idea de un Salario Mínimo Universal visto desde la perspectiva del Siglo XX resulta incomprensible y ciertamente roza lo sindical. Se precisa un cambio radical en el planteamiento y extraerlo de parámetros únicamente ideológicos. Sé que es complejo.

Comparemos el mundo de hoy con el de ayer y el de ayer con el de mañana. Debemos aceptar que más pronto que tarde, el choque de trenes se producirá. La tecnología no va a recular y las empresas no van a solidarizarse con el cuerpo laboral ineficiente. Va a suceder y cuando suceda deberemos haber establecido nuevas reglas. Un salario mínimo universal como modelo empresarial independiente para evolucionar. Un salario mínimo universal genera dependencia del Estado para evitar catástrofes. Como ves, derecha e izquierda tienen un escenario de encuentro por dos razones distintas. El Salario Mínimo Universal no será de derechas o de izquierdas, simplemente será. Esperemos que sepamos construir ese escenario complejo y lleno de aristas. Estaría bien empezar a pensarlo. Las prisas no molan.

Artículo publicado en Ecoonomia

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Uber, ¿conquista del futuro o especulación cósmica?

El mercado hace meses que espera que una de las startups que más expectativas levanta salga a bolsa. Se trata de Uber, que de momento no tiene intención de hacerlo. No les hace falta. Disponen de 13.000 millones en efectivo para seguir con su plan de crecimiento pero una de las banderas del futuro tecno-sociológico cada vez tiene más analistas recelosos.

El mercado hace meses que espera que una de las startups que más expectativas levanta salga a bolsa. Se trata de Uber, que de momento no tiene intención de hacerlo. No les hace falta. Disponen de 13.000 millones en efectivo para seguir con su plan de crecimiento pero una de las banderas del futuro tecno-sociológico cada vez tiene más analistas recelosos.

En siete años de existencia, Uber ha enfadado a ciudades, le ha dado la vuelta a reguladores y ha demolido industrias que aparentaban ser sólidas. Sin embargo, todavía tiene que ganar dinero. Una empresa que pierde más de 2.000 millones dólares anuales vale más técnicamente que General Motors y BMW. Esto se debe a que en los últimos tiempos todo tipo de inversores, ávidos de un mordisco de este pastel, han proporcionado capital pronosticando que la compañía será el motor de cambio de un estilo de vida colectivo en unos años.

De momento la apuesta es a favor. Pocos o ninguno lo hace en contra. Pero ¿y si se está calculado mal?, ¿qué pasa si las próximas tendencias esperadas para impulsar Uber, basadas en una disminución de la propiedad del vehículo privado y el aumento de la auto-conducción, no se producen tan rápidamente? ¿y si tarda mucho más en materializarse de lo que nadie espera? ¿y si la decisión de entregar todo el mercado chino a su rival local Didi ChuXing acaba siendo un error dramático?

Hasta ahora, los gigantes de la industria automotriz y de la tecnología, los bancos de inversión, los think tanks y los expertos consideran que, de la misma manera que Google apareció de manera disruptiva en su día en el escenario de la publicidad, que Apple revolucionó los teléfonos inteligentes y Amazon el comercio en línea, Uber será el monopolio del transporte compartido.

Pero va a ser que no. En todo caso lo será compartiendo el escenario. Lyft en Estados Unidos, Ola en la India y Fasten en Rusia también están levantando mucho dinero para su crecimiento. El valor consensuado de cerca de 68.000 millones de dólares depende de que ese hipotético futuro pensado por Uber sea más inmediato que tardío.

La conducción autónoma, ecológica y compartida es inevitable. Todos los fabricantes de coches del planeta están desarrollando tecnología de auto-conducción a toda prisa. De hecho, los automóviles producidos por BMW, Tesla y Toyota ya pueden auto-conducirse solos por carretera y estacionarse sin problemas.

Sin embargo el tema está en la rapidez del despliegue de todo este asunto. No hay consenso. El CEO de Tesla, Elon Musk, predice que será en sólo un par de años, Kia y Mercedes que a principios de 2030. Hay otros que aseguran que incluso más tarde. Personalmente soy de una opinión intermedia entre Musk y Kia.

Pero lo importante es saber si Uber puede amortiguar una década más. Ellos aseguran que su posición en este campo es absolutamente revolucionaria y será la cadena de transmisión de la movilidad futura del mundo. Su apuesta más ambiciosa es que esta tendencia por la auto-conducción, además convergerá con un cambio creciente a la ‘economía compartida’. Esta visión más amplia del transporte personal, según ellos, llegará a ser dominada por automóviles impulsados de forma autónoma.

A diferencia de otras startups, que no ganan un céntimo pero que valen mucho dinero incluso sin explicar como lo piensan ganar, Uber tiene un discurso claro. Un plan brillante pero débil. Uber ingresó 1.200 millones de dólares en 2015 pero perdió 1.700 millones. La mayoría del coste fue para pagar a los conductores. Si finalmente el coche robótico se hace realidad en todo el mundo, Uber se quitará de encima a los conductores humanos y dejará los vehículos en manos de robots. El beneficio, a partir de ahí, sería astronómico.

Según Rolls Royce eso pasará en un cuarto de siglo. En poco más de dos décadas todos iremos en coches autónomos. El asunto está en si, como pasó con la explosión de la burbuja inmobiliaria de 2008, existen ya quienes estén preparando apostar contra Uber. Algunos se harían ricos con el desastre de otros. El problema sería bíblico. Uber representaría la primera pérdida en un castillo de naipes tecnológico.

Es obvio que en las valoraciones de muchas empresas en Silicon Valley tienen más peso las operaciones especulativas que la épica conquista del futuro tecnológico. Esa es la lástima. Cambiar el mundo requiere de apuestas, de capital, pero también hace falta que el agujero negro de la codicia no engulla toda la innovación que se esconde tras él.

Ya pasó antes y volverá a pasar. La construcción de un mundo mejor y más avanzado tecnológicamente pasará por navegar entre intereses económicos e intereses generales. De momento sabemos que si Uber sale a bolsa, los inversores iniciales van a hacer un negocio cósmico. Quien metió 10.000 dólares en la ronda Serie A podrá canjearlos por aproximadamente 10 millones. Cuando el futuro depende de pocos, se hace pequeño y, precisamente, el momento de la historia que vivimos requiere de una transición compleja que sea capaz de equilibrar innovación y beneficios.

Artículo publicado originalmente en Ecoonomia

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Artículo en Ecoonomia, 'No hemos aprendido nada'.

La mujer vestía un delantal descolorido de una marca de cosmética. Hablaba por teléfono con una potencial cliente. Apenas le quedaba café en la taza. Fumaba pausadamente pero sin parar. En la terraza no quedaba mucha gente, por lo que era fácil atender a la conversación. Y eso hice. La señora explicaba que estaba mirando otro piso. El tercero interpreté gracias al listado que pude construir mentalmente. Hizo cálculos rápidos y los números salían. Un negocio redondo. Comprar para alquilar. Comprar mucho para alquilar mucho decía. Incluso, aseguró, ya tenía ofertas sobre las propiedades que acababa de comprar hacía apenas unos meses. Estaba feliz. Pensé que se trataba de alguien que se dedicaba a ‘lo inmobiliario’. Pero no. La mujer terminó la llamada con un ‘te dejo que tengo que volver a la pelu’.

 

Ayer publicaba mi columna semanal en Ecoonomia del grupo Crónica Global y El Español. En esta ocasión hablo acerca de la responsabilidad que tenemos todos como individuos en una sociedad que requiere de abrazar los cambios tecnológicos, la industria del conocimiento y el abandono de modelos ineficientes y peligrosos. Hablo de que no sólo la administración debe liderar ese proceso, se exige un cambio de actitud por parte de todos. Venimos del barro y parece que muchos no han aprendido nada. Os dejo la columna aquí mismo.

NO HEMOS APRENDIDO NADA

La mujer vestía un delantal descolorido de una marca de cosmética. Hablaba por teléfono con una potencial cliente. Apenas le quedaba café en la taza. Fumaba pausadamente pero sin parar. En la terraza no quedaba mucha gente, por lo que era fácil atender a la conversación. Y eso hice. La señora explicaba que estaba mirando otro piso. El tercero interpreté gracias al listado que pude construir mentalmente. Hizo cálculos rápidos y los números salían. Un negocio redondo. Comprar para alquilar. Comprar mucho para alquilar mucho decía. Incluso, aseguró, ya tenía ofertas sobre las propiedades que acababa de comprar hacía apenas unos meses. Estaba feliz. Pensé que se trataba de alguien que se dedicaba a ‘lo inmobiliario’. Pero no. La mujer terminó la llamada con un ‘te dejo que tengo que volver a la pelu’.

El sector español de la construcción vuelve a crecer. Y todos vuelven a sumarse. El negocio inmobiliario se anima. Los precios se incrementan a ‘buen’ ritmo y el alquiler en algunas capitales se ha convertido en un producto muy rentable. La actividad constructora crece a un ritmo del 20% anual, el mayor de todos los Estados europeos. La cosa es especialmente extraordinaria si atendemos que la obra pública se ha frenado en el mismo período debido a la falta de gobierno. La evidencia de que no hemos aprendido mucho en los últimos años es notable.

Lo peor no es que no aprendamos, ni que el modelo de crecimiento se base en el sector inmobiliario hasta porcentajes que ya se demostraron en su día totalmente catastróficos. Tampoco que la creación de empleo se sujetara fundamentalmente al sector inmobiliario y al turístico. Lo realmente dramático es que cuando hubo vacas gordas no se gastó en diseñar y desarrollar un modelo de crecimiento económico vinculado al valor añadido, a la tecnología, al conocimiento. Con vacas flacas ni se propuso. Sin vacas era imposible. Algunos creen que regresan las primeras y, de nuevo, lo vamos a jugar todo al rojo y par. 

Durante dos décadas dejamos pasar que la bonanza económica fuera testigo de dispendios, corruptelas y onanismo generalizado. Al evidenciarse el desastre y con él la apertura de un telón siniestro pudimos ver el verdadero espectáculo. No había nada, sólo tochos y ladrillos mal puestos uno encima de los otros en una orgía infecta que sigue alejándonos de un futuro tecnológico que ya no es una opción. Un país que se las prometía de octava potencia mundial y que ahora se retuerce en la plaza trece o catorce, no puede continuar pretendiendo modular su crecimiento bajo el síndrome de la especulación.

Ahora, ante la irrenunciable asignatura del futuro a medio plazo, se vuelve a entrever por dónde van a ir los tiros con una diferencia notable. La eficiencia de muchos sectores asociados a los que se convertirán de nuevo en motor económico, esta vez crearán un empleo muy distinto. Cada vez habrá menos personas ejecutando servicios derivados a esos sectores y cada vez serán más los procesos robóticos y automatizados realizándolos.

Seguimos escuchando que el empleo crecerá. Posiblemente. ¿Qué empleo? La bola de estiércol ha vuelto a empezar a rodar. Un empleo frágil, sustituible a medio plazo, de escaso valor tecnológico, dependiente de ciclos y modelos que sabemos no duran para siempre. El tren de alta velocidad del progreso, del futuro tecnológico, de, sencillamente, futuro, ya ha partido. En los primeros vagones, con wifi y enchufe, van los países que hace años innovan social y económicamente. En turista plus van los que se han dado tarde pero se subieron finalmente. Detrás van los que piensan que sin hacer mucho, en breve, les sugerirán un upgrade gracias a algún fondo de cohesión de última hora. Otros, esperan un tren de cercanías repleto y que siempre va con retraso.

Pero subirse o no a uno de esos trenes depende en gran medida de lo que los ciudadanos hagan. La culpa de que un país como el nuestro se ilumine cuando al salir de una crisis se considere que lo único que puede hacernos ricos sea el tiempo que transcurre entre café y café antes de regresar de nuevo a la ‘pelu’.

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Artículo en Ecoonomia hablando del futuro laboral de nuestros hijos.

Ayer publicaba mi columna semanal en Ecoonomia del grupo Crónica Global y El Español. El tema de la misma giraba acerca de la dificultad para entender y predecir el mundo laboral al que se enfrentarán nuestros hijos que ahora están en primaria. Preguntamos a niños que ejercerán su profesión en la década del 2030 acerca de lo que quieren ser. Está bien como ejercicio pero, atendiendo a lo que ha pasado con nosotros en tan poco tiempo, debemos preguntarnos si realmente estamos preparándolos para la etapa de innovación y cambios más determinante que ha vivido la especie humana. ¿Los estamos haciendo? Probablemente no. Para hacerlo es imprescindible preparar previamente un mundo en el que el empleo, como ahora lo entendemos, no existirá y dónde se van a desligar conceptos como ingresos y empleo. No podemos crecer infinitamente. La economía circular, la sustitución de productos por servicios y una tendencia al uso en lugar de la posesión irán acompañando ese cambio. Os dejo la columna aquí mismo.

Ayer publicaba mi columna semanal en Ecoonomia del grupo Crónica Global y El Español. El tema de la misma giraba acerca de la dificultad para entender y predecir el mundo laboral al que se enfrentarán nuestros hijos que ahora están en primaria. Preguntamos a niños que ejercerán su profesión en la década del 2030 acerca de lo que quieren ser. Está bien como ejercicio pero, atendiendo a lo que ha pasado con nosotros en tan poco tiempo, debemos preguntarnos si realmente estamos preparándolos para la etapa de innovación y cambios más determinante que ha vivido la especie humana. ¿Los estamos haciendo? Probablemente no. Para hacerlo es imprescindible preparar previamente un mundo en el que el empleo, como ahora lo entendemos, no existirá y dónde se van a desligar conceptos como ingresos y empleo. No podemos crecer infinitamente. La economía circular, la sustitución de productos por servicios y una tendencia al uso en lugar de la posesión irán acompañando ese cambio. Os dejo la columna aquí mismo.

PREPARAR A NUESTROS HIJOS PARA UN MUNDO SIN EMPLEO

Cuando yo estudiaba primaria, en los años setenta, no había nada. Nada de lo que ahora me rodea. Nada de lo que ahora convierte mi vida en mi vida. Cuando empecé a trabajar aterrizaban los primeros indicadores de que mi mundo sería un mundo digital pero, ni de lejos, se podía interpretar lo que iba a significar eso. Ahora entras en un coche, como entonces, y te conectas a un universo binario que permite distribuirte de múltiples modos. Me hubiera encantado que mi educación me hubiera preparado para un mundo líquido, cambiante, innovador y digital. No lo hicieron porque no era factible. Ni siquiera era probable. Nada hacía presagiar cómo serían los años noventa o el principio del siglo XXI. La ciencia ficción situaba a dos o tres siglos de distancia el mundo que ahora vivimos.

Mi hijo, en primaria, tiene claro qué quiere ser de mayor. Sin embargo, no lo será básicamente porque lo que ahora interpreta que puede ser su profesión seguramente será un desarrollo tecnológico automatizado quien lo ejecute. En su escuela lo forman bajo el precepto de que lo que le espera es previsible. No hemos aprendido nada. Que nuestros niños todavía asistan a clases de ‘informática’ es de aurora boreal. ¿Cómo será su mundo profesional? ¿Cómo se relacionarán personas, empresas y organizaciones en el año 2033? No podemos saberlo pero deberíamos prepararlos para esa deriva para que extraigan beneficio. Una educación tecnológica y multidisciplinar que abrace el sentido de la disrupción, de la innovación y de lo imprevisible.

Cada año tengo esa sensación color sepia cuando llega el momento de comprar los libros de texto en papel. El motivo será el que tenga que ser. Educativo, cultural, económico, social o de insulto a la inteligencia colectiva. Un libro se puede descargar, actualizar cada año o a tiempo real, convirtiéndose en un concepto educativo sin principio ni final, más cerca de lo que va a ser el mundo en el que se van a tener que desarrollar nuestros hijos. Es sencillo crear contenidos digitales que se adapten al alumno y no alumnos que se adapten a un libro. Seguimos pensando con un prisma medieval en un mundo que está en plena erupción. No tenemos idea de cómo va a quedar la superficie tras esa lava en movimiento, pero lo seguro es que no se parecerá en nada al mundo que el sistema educativo actual dibuja en pizarras de exposición unidireccional.

Esto nos lo debemos de tomar en serio todos. Quienes diseñan los programas, los que los transmiten y quienes los pagamos. O lo hacemos, o el pasado se nos llevará por delante sin haber visto ni tan siquiera el futuro. Es urgente que los que van a conformar el gobierno de los recortes 2.0 empiecen por cómo poner en marcha una ley educativa capaz de resolver uno de los mayores problemas que deberemos digerir como sociedad en un futuro inminente.

¿Cómo vamos a preparar a nuestros hijos para un mundo sin empleo? ¿Cómo los preparamos para que su modo de vida tenga que ver con la imprevisible textura que nos regala cualquier revolución tecnológica? Ellos son hijos de la tecnología más intensiva que jamás ha vivido la humanidad. No permitamos que desperdicien esa cualidad que les ha otorgado la historia. Permitamos que construyan el mejor mundo posible. Hagámoslo mostrándoles el valor que la tecnología nos concede para ser más humanos. Hagámoslo borrando nuestro modo de entender la educación y la preparación para el futuro. El futuro de aquellos que usaban un plano de papel para orientarse. 

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