Economía, Industria 4.0, Politica Marc Vidal Economía, Industria 4.0, Politica Marc Vidal

¿Hay alguien ahí? Políticos de tertulia y tele-realidad sin ningún plan para la que se avecina.

La economía tiene un comportamiento perezoso. Las políticas de hoy no repercuten inmediatamente. En términos de análisis económico, las decisiones, o la falta de ellas, suelen provocar efectos a medio plazo. Y en eso estamos. En un país que para nada se ha recuperado de lo que se denominó crisis y que ahora parece instalado en una parálisis indecente. Desde que a principios de año, probablemente antes, el partidismo político se puso en portada, las grandes decisiones estratégicas no se toman. La actualidad prima. Salir en el revuelto de informaciones de vergüenza ajena disfrazadas de alta política cada mañana en uno u otro programa televisivo, no hace más que ahondar en el problema. A veces me pregunto si realmente hay alguien ahí con interés real por lo que nos pasa a todos o si hay alguien ahí que sepa realmente la que se nos viene encima.

La economía tiene un comportamiento perezoso. Las políticas de hoy no repercuten inmediatamente. En términos de análisis económico, las decisiones, o la falta de ellas, suelen provocar efectos a medio plazo. Y en eso estamos. En un país que para nada se ha recuperado de lo que se denominó crisis y que ahora parece instalado en una parálisis indecente. Desde que a principios de año, probablemente antes, el partidismo político se puso en portada, las grandes decisiones estratégicas no se toman. La actualidad prima. Salir en el revuelto de informaciones de vergüenza ajena disfrazadas de alta política cada mañana en uno u otro programa televisivo, no hace más que ahondar en el problema. A veces me pregunto si realmente hay alguien ahí con interés real por lo que nos pasa a todos o si hay alguien ahí que sepa realmente la que se nos viene encima.

Mientras toda la ‘clase’ política muestra su poca clase, el mundo sigue girando. Al mismo tiempo que los abonados a la refriega le dan vueltas obscenas a una realidad que sólo les interesa a ellos, a unos cuantos periodistas y a los consumidores de tele-realidad política masiva, el mundo sigue dando vueltas hacia el futuro. Un futuro cada vez más retorcido, cercano y evidente. Evidente para unos y desconocido para la mayoría de los que deberían establecer amortiguadores sociales y preparar la maquinaria para evitar un desastre bíblico. 

España tiene más de tres millones de parados. Todavía, sí. Cerca de un millón de familias que sobreviven en una economía descompuesta y sumergida, a dos millones y medio se les considera pobres de solemnidad y a otros ocho millones se les considera en riesgo de exclusión social. Súmale que aún hay un tercio de los jóvenes que permanecen aquí sin opciones laborales o a los pensionistas dejando de tomar su medicación por no poder atender el co-pago. Piensa en los 10.000 trabajadores de banca que se veían tranquilos tras el mostrador y que ahora tienen una carta de despido sobre él. A todo esto, nuestro modelo productivo sigue siendo incapaz de incorporarlos a la economía del conocimiento. Además, por si fuera poco, ha nacido una clase social conocida en otros lugares del mundo pero inédita en Europa, llamada ‘el precariado’ y que conforman aquellos que, aun teniendo trabajo, viven en la miseria. 

Que sus señorías sigan en sus meriendas es de aurora boreal. Un país que sufre el un desequilibrio histórico entre el aumento de los costes de vida y el descenso notable del poder adquisitivo de la mayoría. Un lugar donde el futuro de las generaciones más jóvenes sigue siendo incierto. Estarás pensando que la reducción del desempleo ha sido notable en los últimos años. Cierto, como también lo es que se ha generado empleo en sectores muy expuestos a ser inversamente proporcionales o que en gran medida más de un millón de españoles se piraron a buscar trabajo a otros lugares, se generaron muchos puestos en la función pública y otros tantos regresaron a sus países de origen al no poder sobrevivir aquí. Esa resta también se debe hacer. 

España es un país increíble pero no es suficiente con decirlo. Ni siquiera hablando de que el sector turístico es el más potente del mundo. A este país, ahora, le hace falta compromiso con su futuro. Nada de lo conseguido es suficiente. Nada servirá. La velocidad a la que el mundo se mueve es exponencial y la innovación necesaria no entiende de discursos vacíos o soflamas patrióticas. Se debe debatir de todo, por supuesto, y se debe hacer política también en aquello que repercuta en el reconocimiento de todo el mundo. 

El problema es que sólo se tratan esos temas y ninguno más. Y lo vamos a pagar caro. La unidad territorial es tan importante como la reducción de cualquier discriminación que viva un colectivo social. Una exhumación es tan relevante como conformar un pacto de gobierno. Estoy de acuerdo que esos debates se deben efectuar. El problema es que sólo debatimos de eso y de lo que realmente se está fraguando nadie habla. La economía global está regando un campo ya inundado. En España es similar. La irrupción tecnológica en el campo laboral suele entrar de un modo desequilibrado. No es igual en todo, tiene intensidades variables. No es lo mismo el sector servicios que el industrial. Cada uno lo va a vivir de un modo distinto y a diferentes velocidades. No obstante, la intensidad, será igual de profunda en general más pronto que tarde. 

Pero ellos a lo suyo. El impacto de robots, inteligencia artificial y aprendizaje automático va a llevarse por delante un modelo social y económico sin casi haberlo visto venir. Afectará a la población activa y las políticas públicas. Si la sociedad necesita menos trabajadores debido a la automatización y a la robótica, y muchas de las prestaciones sociales están ligadas a tener un empleo, ¿cómo va a percibir asistencia sanitaria y pensiones durante un periodo prolongado de tiempo la población no activa? Mientras tanto ellos a lo suyo, que si tu pactaste con aquel, que si yo te convoco otras elecciones y tú más. 

Y es que la experiencia nos demuestra que son un grupo muy peligroso. Los políticos son muy chungos en general. Me cuesta ver la diferencia entre ellos. Pocos se van y cuando se van no es por que han perdido la voz gritando a sus superiores que no se están centrando en el problema real, el de fondo, el del futuro de quienes les votaron. Excepto honrosas, y conocidas y cercanas excepciones, se van porque no les dan el cargo deseado o la relevancia esperada. Lo visten con papel celofán de crisis interna, de giro ideológico o de meada fuera del tiesto a la vez que obvian que los problemas económicos se acumulan en España. La clase política habla, en general, de otras cosas. 

Pero eso no pasa en todas partes igual. Hay países, como Suiza, que organizan referéndums sobre una una renta mínima universal de 2.260 euros libres de impuestos durante toda la vida para sus residentes y se permitieron el lujo de tumbar la propuesta. También se negaron a elevar el salario mínimo a más de 3.200 euros al mes. Lo hicieron, según parece, porque no quieren afectar a la competitividad de sus empresas. Es evidente que no somos Suiza. Aquí lo pasamos mejor y tenemos el gazpacho. No obstante, aunque seamos campeones en disfrutar nuestro tiempo libre, hay algo que no estamos haciendo bien y que lo vamos a pagar a medio plazo. Nos falta el sentido común de otros países como Suiza, Dinamarca, Irlanda u otros en los que llevan mucho tiempo atendiendo y gestionando el cambio de paradigma socieconómico que la Cuarta Revolución Industrial nos ha traído y la Quinta nos va a traer. Francia gasta 23 veces más que nosotros en preparar el coste social que conllevará la automatización de su industria. 

Lo curioso es como obviamos los avisos. Me peleo periódicamente en los medios en los que colaboro en televisión, radio o prensa, en que deberíamos hablar de esto y no tanto de las peleas navajeras de toda esta pandilla. Porque hay notas que atender. El Banco de España anunció esta semana que PIB rebajó su crecimiento al 0,6% en el segundo trimestre de este año. Si no tienes estabilidad y planes de acción gubernamental, si la política se instala en lo provisional, al final se paga. Y es que España es un país con desequilibrios graves. En lo público y en lo social. En lo productivo si me apuras. ¿Qué vamos a hacer con un sector, como el automovilístico, cuando no se vendan coches? Hoy se examinan del carnet de conducir la mitad de personas que hace una década. Esto no va de compartir coche o de pasar de producto a servicio. Va de algo más grave, de que los ‘centenials’ no van a conducir, no les interesa. Ese sector en España ocupa a mucha gente por cierto. Gente que paga impuestos de momento. 

Es evidente, como dice la OCDE, que este mundo va a ser automático en una década. Se van a automatizar una cuarta parte de los trabajos existentes con nuevas tecnologías. Tecnologías que van a crear empleos nuevos, pero nadie está trabajando en lo que supone reciclar a los trabajadores para su reinserción o, en su defecto, en prever un escenario dónde se tendrá que atender una demanda social de trabajadores innecesarios. Este país está en manos de gente sin perspectiva, que leen muy poco y cuyo objetivo vital es maquillarse para salir en alguna tertulia de tele-realidad política. Para trabajar en ese futuro inminente hay que legislar. Hay que crear leyes, normas y hacer política. Elementos que permitan afrontar este desafío inédito. 

Muchas de las decisiones a tomar no serán políticamente rentables y ese es el problema. Cuando escucho a muchos hablar de la renta mínima y de sus costes admisibles me entran escalofríos. La renta mínima y universal no es de derechas ni de izquierdas, es irremediable. Pero el problema radica en que no se podrá desplegar simplemente por ley. Subiendo impuestos no funcionará. Irá lastrando la economía y reduciendo las opciones de mantenerla a largo plazo. Para que una renta mínima sea viable, hay que automatizar el país. Desde la función pública hasta la actividad privada. Menos empleo y más rendimiento. Sin esa base tecnológica, la renta mínima es inviable y además imposible.

Y es que esto es urgente, de verdad. Visto lo que vemos, nos vamos a dar un hostión importante. Mira como dije en 2007. Pensar que llega julio, que luego agosto, que más tarde la incoherencia nos llevará a la falta de acuerdos y después a otras elecciones y dale a la rueda Manuel, me indica que vamos a estar un año en la parálisis más absoluta. Algunos dicen que sin política el país va mejor y eso no es verdad. Sólo se cumple en lo inmediato, pero como te decía antes, la economía tiene un ‘delay’ razonable. Lo que ahora no se hace, lo pagas con intereses en un tiempo. Y lo vamos a pagar. 

Vamos a ver. Los programas políticos públicos deben afrontar cuestiones de gran trascendencia proporcionando prestaciones sociales en la nueva economía digital. No hay otra. El número de robots industriales ha aumentado en todo el mundo desarrollado. En 2013, por ejemplo, se calculaba que había alrededor de 1,2 millones de robots en uso. Esta cantidad ascendió hasta casi 1,5 millones en 2014 y 1,9 millones en 2017. Japón tiene la cifra más alta, con 306.700 y Alemania 175.200. En total, se espera que el sector de la robótica crezca de los 15.000 millones de dólares actuales hasta los 67.000 millones en 2025. Los robots representan hoy una alternativa viable al trabajador humano. También va a pasar aquí. Los pedidos a entregar en robótica de servicios e industrial se amontonan en las fábricas europeas. En dos años los verás instalados y sustituyendo humanos. Lo grave no es eso. Lo realmente dramático es que nadie está preveyéndolo. La oportunidad no es sólo de productividad y eficiencia, es además de propuesta de una nueva economía donde las personas hagamos aquello que se nos da mejor: hacer de personas y no de máquinas. ¿Alguien pensando en esto?

Vayamos por partes. Un sector que nos toca, el turismo. El turismo ocupa un 15% del empleo español. Casi nada. Un empleo cíclico y muy dependiente del contexto. Afecta al 12% del PIB por cierto. Un resfriado tipo Brexit o una incorporación masiva de automatizaciones en el sector se te ventila la creación de empleo de golpe. El vertiginoso crecimiento de las nuevas tecnologías están teniendo un impacto sustancial en la población activa. Muchas de las grandes empresas tecnológicas han alcanzado economías de escala con una plantilla moderada. El momento en que las máquinas pueden reemplazar al hombre en la mayoría de los empleos de la economía actual es ya una posibilidad y es algo que va a ir pasando exponencialmente. En toda una serie de sectores, la tecnología está sustituyendo a la mano de obra, y esto tendrá consecuencias drásticas en el empleo y la renta de las clases medias. 

Supongo que nuestros políticos dan por sentada aquella máxima que se ha convertido en ‘mantra’: ‘la tecnología destruirá empleos, pero también creará otros nuevos y mejores’. Cierto, es posible que sea así, pero no lo va a ser por arte de magia o por ciencia infusa. Lo que va a pasar, como no se activen modelos de sustitución, estructura ocupacional tecnológica y de habilidades humanas a desarrollar, es que la tecnología destruirá empleos y creará otros nuevos pero en mucha menor cantidad.

Martin Ford dice en uno de sus libros que ‘a medida que la tecnología se acelera, la automatización podría acabar penetrando en la economía en tal medida que los salarios no proporcionarán al grueso de los consumidores unos ingresos lo bastante holgados ni confianza en el futuro. Si este problema no se ataja, el resultado será una espiral económica descendente’. Yo añadiría, si no se ataja o no se prevé. Esto va de estrategia y liderazgo político asumiendo lo que viene, conociendo lo que se está fabricando. No va de táctica en el momento. De eso sabemos mucho. De como la táctica te explota en toda la cara como nos pasó antes.

Para que veamos la dimensión de la tragedia debemos comprender que, aunque la tecnología está revolucionando muchas empresas, lo hace transformando su manera de operar y no incrementando el número de puestos de trabajo. La tecnología puede estimular la productividad y mejorar la eficiencia, pero lo consigue reduciendo el número de empleados necesarios para generar niveles de producción iguales o mayores. Podemos ver en videos y conferencias lo divertido de que un robot se mueva por un hospital o te atienda en un hotel, pero detrás de eso hay un verdadero cambio laboral que llega sin avisar. Bueno, si que avisa, otra cosa es que nadie esté escuchando. Suena a lejano, a algo que no te va afectar. 

Los políticos parecen no saber que este es el peor momento para un trabajador que solo puede ofrecer conocimientos y habilidades ‘tradicionales’. Los ordenadores, los robots y otras tecnologías digitales están adquiriendo sus conocimientos y sus destrezas a una velocidad extraordinaria. Y superándolos. ¿Hay alguien preparando un modelo educativo para ese empleo del futuro? ¿Hay alguien estableciendo los criterios políticos para que se prepare el cuerpo laboral ante esas exigencias? Y lo que es peor, ¿hay alguien preparando un amortiguador social para un escenario sin empleo de calidad y de valor añadido? El futuro es factible de ser conquistado, de vivirlo con entusiasmo, de fabricar un ecosistema en el que las personas trabajemos en cosas que las máquinas no harán jamás, un lugar donde podamos ejercer la innovación puramente humana. 

El problema es que eso no es automático, no surge de una fuente ni de una tertulia televisiva. Se fabrica políticamente y la administración debe administrar, liderar y legislar para que la tecnología sea un aditivo favorable y no un veneno. Existe algún modo para que las personas lleven vidas plenas aun cuando la sociedad necesite muchos menos trabajadores. El gran debate político debe hacer frente a este problema mayúsculo antes de que se acumulen millones de personas en un escenario marginal de individuos ‘subempleados’. El problema es que esto exige hacer política, en muchos casos a muy largo plazo. Para esta gente trabajar en plazos superiores a 4 años es mucho tiempo. Años luz.

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La mala idea de una tasa tecnológica para pagar las pensiones.

No dan una. Llevan tiempo dando tumbos a medida que la calle les exige una u otra cosa. Sea del signo que sea, el político medio español se rige por lo que se grita en las calles. A veces eso puede ser bueno, en otras puede obligar a tomar decisiones que seguro no tienen por donde cogerse. Y como hay que subir las pensiones para silenciar a un grupo importante de votantes, anestesiarlos con el cloroformo de las subidas a tiempo real, ya tenemos otro lío absurdo sobre la mesa que no se aguanta ni con cinta aislante.

No dan una. Llevan tiempo dando tumbos a medida que la calle les exige una u otra cosa. Sea del signo que sea, el político medio español se rige por lo que se grita en las calles. A veces eso puede ser bueno, en otras puede obligar a tomar decisiones que seguro no hay por dónde cogerlas. Y como hay que subir las pensiones para silenciar a un grupo importante de votantes, anestesiarlos con el cloroformo de las subidas en tiempo real, ya tenemos otro lío absurdo sobre la mesa que no se aguanta ni con cinta aislante.

Hace unos días el ministerio de todos, el de hacienda, propuso pagar parte de las pensiones a partir de un impuesto nuevo a las grandes tecnológicas. Cabe decir que no es nada original, esa propuesta ya la tienen algunos países europeos en marcha. Si esta es la gran idea de cómo garantizar la subida de pensiones cada año en base a la indexación con el IPC, la cosa pinta mal. Compren butacas en primera fila para la rueda de prensa en la que se nos comunique que ‘no ha salido como esperábamos’ y además ‘no sabemos por qué no creamos empleo’. Esto último muy vinculado a que en cuanto se resfríe la economía ibérica vamos a pasarlas duras al no tener un modelo económico estructuralmente no cíclico y dependiente de servicios de escaso valor.

En este caso, el Ministerio de Economía español asegura que tiene prisa en poner en marcha un impuesto a las grandes empresas digitales que tenga efecto en 2019 y, de este modo, esta tasa ayude a financiar las pensiones desde ya mismo. La idea es retorcida. Busco el dinero que soy incapaz de obtener por mecanismos estructurales, se lo calzo a empresas a las que poco o nada les afectará, que a nadie molesta que se les exija más y pinto de color pastel la subida miserable del año que viene. De este modo nadie podrá decir que no ha habido subida aunque escasa y nadie podrá quejarse que esa subida venga de un impuesto que sólo afecta a multinacionales que ‘ya ganan suficiente’ y son el demonio.

Todo esto es de un maniqueísmo que asusta. Demuestra que estamos en manos de malabaristas del dato y, no nos engañemos, que los que pretenden sustituirles se diferencian sólo en el número a representar en la pista central. La cosa es que en Europa van del mismo palo. Excepto, claro está, alguna honrosa excepción como Irlanda, Holanda, Bélgica, Luxemburgo o Austria

La propuesta es la siguiente: imponer un impuesto del 3% sobre la facturación por ciertos servicios digitales de las empresas que facturen más de 7 millones de euros, cuenten con más de 100.000 usuarios o con más de 3.000 contratos en un Estado miembro. Algo mucho más amplio que lo que se contemplaba hasta ahora que suponía tasar a empresas que facturen más de 750 millones de euros en todo el mundo y más de 50 millones en la UE. De momento, no obstante, la ventaja que supone que Europa sea una especie de dinosaurio viejuno con una falta de agilidad imponente, permite que la cosa vaya para largo.

Y en eso que España quiere liderar el pelotón. Cuando se trata de proponer impuestos que serán avalados tarde o temprano por Europa quién no se apuntaría. El Gobierno español prevé introducir este tipo de tasa incluso antes de que haya acuerdo a nivel europeo como ya hicieron en el Reino Unido, Italia, Francia o Alemania. Cabe destacar que, excepto Italia, el resto de países compensan de manera importante esa carga con múltiples aspectos de estímulo de la economía tecnológica y que esas tasas suelen ir dirigidas no a pagar pensiones sino a dinamizar la transición del modelo de crecimiento del país. En Francia, parte de esa tasa paga el presupuesto destinado a la modernización industrial del país. De hecho sirve para que Francia destine 23 veces más que España a la Industria 4.0 y no a lastrar la economía. En Alemania tres cuartos de lo mismo y en Reino Unido la 'tasa-tech' no es comparable a esto.

Aquí lo venderán como que España se suma al grupo de principales países que ya tiene estas nuevas figuras. Se dirá que en el contexto del debate que están teniendo, incorporar a nuestra legislación nacional figuras como esta de la tasa tecnológica para pagar pensiones, es una gran idea. De verdad que asusta el grado de simpleza y el cómo nos deben ver para trasladar esas decisiones al arco informativo. Tengo la sensación de que en España habrá dos tasas al final. La propia, esta que ahora quieren imponer, y luego la europea. Al tiempo.

Pero si todo esto ya tiene un punto trágico, lo bueno viene con los cálculos. El ministro de Hacienda dijo que esta ‘nueva fiscalidad’ se llevará al Pacto de Toledo y ayudará a financiar la subida de las pensiones que tendrá un coste de 1.500 millones de euros para 2018 y 1.800 millones para 2019. Siempre y cuando España crezca por encima del 2,2 y el déficit actual no se incremente.  Técnicamente me cuesta verlo. ¿Cómo piensan abordar los criterios para distribuir los beneficios de cada multinacional en cada país miembro como la horquilla en la que se permitirá establecer el recargo en el Impuesto sobre Sociedades nacional? Los propios técnicos de Hacienda dicen que 'tras todo este ruido y griterío solo se recaudarían como mucho 500 millones, muy lejos de los 1.600 que se necesitan para abordar la subida del año que viene'. No les va a salir y este modelo evidenciará lo complicado de indexar las pensiones al IPC. Ya verán.

En Irlanda se frotan las manos. Con lo fácil que es entender que una presión fiscal menor incentiva la inversión, la contratación, los beneficios que se pueden revertir en los trabajadores. En Irlanda el salario mínimo supera los 1.600 euros y las prestaciones sociales en la jubilación tienen múltiples fórmulas para que sean dignas. El coste de todo ello no se sujeta en la empresa sino en los ciudadanos que tienen una presión fiscal más alta que las empresas precisamente para no dañar las opciones de crecimiento del país vinculado a esa productividad y competitividad.

En pleno análisis de cómo debe ser nuestro modelo económico y cuál la estructura de crecimiento de un país como España, nos salen con esta. Es obvio que las grandes multinacionales no son las que sujetan ese cambio de modelo económico y no son el estandarte de una sociedad del conocimiento en cada país. Cierto, pero si son mecanismos de dinamización y modernidad de una economía. Así ha pasado en múltiples lugares del mundo. Estados Unidos, Singapore, Irlanda, Alemania, Suecia, etc. Imponer una tasa como esta no es grave en si misma pero si es un síntoma de cómo se entiende a este tipo de empresas y el modelo que representan. No se les da la importancia que tienen ni se ve el papel que juegan en una transición como la actual.

Los países que apuestan por el cambio de cultura económica no penalizan la tecnología ni sus motores. Los que están pensando en recaudar para acallar voces en la calle sí. Luego nos sorprendemos porque no nacen, crecen o se desarrollan grandes tecnológicas nacidas en Europa o, incluso, en España. Detrás de esta anécdota en forma de tasa se esconde una manera de pensar, de ver en la tecnología un asunto menor o paralelo en lugar de identificar el mecanismo de cambio que nuestra sociedad exige. Penalizar no ayudará y alejará el progreso que se le supone a la futura sociedad del conocimiento.

Seguramente la jubilación se parecerá mucho a la renta básica universal y ésta será abonada por un ejército de automatismos, 'softwares' y robots que trabajarán eficientemente para que eso suceda en gran medida. El problema es que eso no sucederá en todas partes ni del mismo modo. Los que penalicen el tránsito a ese lugar tasando las empresas que lideran los cambios socioeconómicos tardarán más o no llegarán. Los que premien, estimulen o faciliten que ese tipo de modelos económicos se puedan desarrollar adecuadamente, sí tendrán ese equilibrio entre sociedades envejecidas y pensiones tecnológicas.

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Finlandia liquida su experimento sobre la Renta Básica Universal, pero no del todo.

A principios del año pasado Finlandia lanzó la primera prueba piloto en toda Europa de lo que llamamos Renta Básica Universal. Durante este tiempo y a lo largo de dos años en total, dos mil ciudadanos desempleados elegidos al azar van recibiendo un pago mensual exento de impuestos de unos 560 euros. A falta de ocho meses para evaluar en su conjunto la medida, el gobierno finés ya ha dicho que no piensa desplegar esta medida mucho más allá. De hecho, la negativa a sumar 61 millones de euros al plan previsto a final de año para ampliar el proyecto a ciudadanos también con trabajo, ha supuesto el fin del debate acerca de si la renta básica tiene futuro o no en este país escandinavo. Lo único que de momento se mantendrá durante 2019 es el mismo modelo actual, un pago menor a los desempleados que no difiere mucho a otras modalidades que disfrutan países diversos.

A principios del año pasado Finlandia lanzó la primera prueba piloto en toda Europa de lo que llamamos Renta Básica Universal. Durante este tiempo y a lo largo de dos años en total, dos mil ciudadanos desempleados elegidos al azar van recibiendo un pago mensual exento de impuestos de unos 560 euros. A falta de ocho meses para evaluar en su conjunto la medida, el gobierno finés ya ha dicho que no piensa desplegar esta medida mucho más allá. De hecho, la negativa a sumar 61 millones de euros al plan previsto a final de año para ampliar el proyecto a ciudadanos también con trabajo, ha supuesto el fin del debate acerca de si la renta básica tiene futuro o no en este país escandinavo. Lo único que de momento se mantendrá durante 2019 es el mismo modelo actual, un pago menor a los desempleados que no difiere mucho a otras modalidades que disfrutan países diversos.

Al 'money for nothing' le ha surgido un rival llamado 'money for something'. Lo interesante no es si se mantiene o se amplia, sino que conclusiones extrae de este experimento uno de los países con mayor predisposición a llevar a cabo este modelo de bienestar social denominado por algunos como ‘paternalista’ y dependiente. De hecho, Petteri Orpo, ministro de finanzas finlandés, considera que se debería dar una modelo de crédito universal una vez este proyecto termine. El crédito universal sería un pago único de la propia seguridad social que reemplazaría todos los beneficios que provienen por varias fuentes, como el apoyo a ingresos o el cuidado de niños, personas dependientes, etc. La cantidad de dinero que recibe una persona en ese pago depende actualmente del ingreso de una persona; aquellos que ganan más dinero reciben menos en su crédito. Según el ministro, ese debería cambiar y generar un crédito universal diferente para todos según sus necesidades.

El sistema del crédito universal se diferencia del ingreso básico en que el segundo es idéntico para todos y el segundo no. Según algunos miembros del gobierno finés, la primera medida no desincentivaría a las personas a buscar empleo mientras que la segunda, dicen, ya se ha demostrado que si lo provoca. Siguen habiendo muchos defensores del plan original. En los últimos años ha aumentado el número de emprendedores tecnológicos que así lo defienden. Elon Musk, CEO de Tesla y SpaceX, Chris Hughes, Facebook cofounder, y Ray Kurzweil, Google's futurist engineering director.

El debate está avanzado en algunos países, ¡que envidia!, mientras que en otros lugares esa discusión eminentemente política y determinante para el futuro automatizado y robótico al que nos dirigimos, ni se está produciendo ni se le espera. Antes de hablar de módulos de sujeción social como la renta básica o el crédito universal, deberíamos ir pensando en como generamos un nuevo modelo de estructura y crecimiento económico que pueda incorporar la tecnología obligatoria para ser competitivos en un mundo global. Sin eficiencia ni competitividad y abandonando modelos cíclicos, el como vamos a establecer pensiones, rentas o ayudas sociales a amplias capas laborales incapaces de reinventarse, se hace muy difícil de prever.

Pues como digo, mientras unos siguen con sus debates fratricidas sobre colores, natillas o meriendas, en otros lugares del mundo tienen claro que el que quiera conquistar el futuro y el bienestar de sus ciudadanos debe ponerse lo antes posible a debatir, probar y diagnosticar. Curioso que en ese análisis la propia Unión Europea tenga tan poco que decir. En Finlandia, con toda su diferencia social, demográfica y de temperatura si me apuras, sirve para contemplar ese debate aunque no podamos participar. Pero también lo vemos en Reino Unido donde en 2013 se introdujo un tipo de crédito universal que, aunque no funcionó excesivamente bien al principio, sí ha permitido mantener un determinado punto de análisis en el que basar el futuro.

Por eso parece que Finlandia se inclina más hacia un sistema de pago universal que a desestimarlo del todo. En diciembre pasado, el Parlamento finlandés aprobó una ley que exige que las personas que reciben beneficios del gobierno, busquen empleo activamente e informen de sus esfuerzos a los funcionarios cada tres meses. La legislación, que entró en vigor en enero, se alinea con un cambio futuro hacia un sistema universal en su variante crediticia probablemente.

Y eso podría ser bastante bueno para los finlandeses. Un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos descubrió que un crédito universal podría reducir la tasa de pobreza en Finlandia del 11.4% al 9.7%. Tomemos con pinzas cualquier cosa que venga de la OCDE que mantenía como posible el crecimiento económico dos minutos antes de la caída del sistema bancario hace unos años. Pero sin embargo, las fórmulas que se utilizan en el cálculo de esta especie de maqueta social y territorial que supone Finlandia podría estar dando la clave de por donde ir en caso de tener que empezar a determinar los espacios sociales y económicos tras la revolución industrial 4.0 que ahora mismo nos está engullendo.

La Renta Básica Universal no es de derechas ni de izquierdas, es al parecer algo casi inevitable. El problema es que en el ejercicio de esa modalidad si hay un planteamiento que puede ser liberal o no. Si esa renta se plantea como un pago universal sin análisis de ningún tipo más allá del hecho de ser ciudadano, la línea fina entre el subsidio universal y el soporte vital es muy limitada. Sin embargo, un modelo de crédito basado en aportar los servicios fundamentales que requiere un ciudadano y vincularlo a la consecución de todo lo que comporta el nivel de bienestar que un país pueda generar, si podría responder precisamente a ir resolviendo el desequilibrio que casi sin remedio va a ir generándose en los próximos años.

Recordemos que una revolución industrial como la que vivimos ahora, en el tiempo de varías décadas la acabaremos de delimitar, siempre pasan las cosas en el mismo orden. Primero hay una disrupción tecnológica, luego laboral, le sigue la económica, la cultural, la artística incluso y, finalmente, la política. El problema es donde se incorpora la revolución sociológica. En el si es antes o después de la política y la económica, se determina la fractura y la cicatriz que todo ello va a generar entre los que siempre pagan los patos: la hipotética clase media y las familias con menos recursos.

Hoy, seguir sin definir cual va a ser nuestro papel en esta revolución, sin determinar como debe ser nuestro modelo de crecimiento económico y sin estimularlo, es un suicidio colectivo de dimensiones bíblicas. Seguramente falta tiempo, el tiempo que necesita un político no tradicional. Períodos de 4 años, ampliables a 8 normalmente, llevan a tomar decisiones muy tácticas y poco estratégicas y, por suerte o por desgracia, ahora nos hace falta un plan para dinamizar sectores y modelos de futuro a largo plazo. España es el 12º país del mundo en PIB, momento sin duda para volver a utilizar esa hipotética recuperación para plantear inversión en tecnología, nuevos modelos productivos, investigar en el papel que juega todo ello en el futuro inmediato y, especialmente, cimentar la política económica que requerirá una sociedad donde tener o no tener pensiones sea indiferente, pues se estime tener un escenario vinculado a la renta básica o al crédito universal por ejemplo. El problema, como en todo, es que este debate algunos países como el nuestro lo sitúan en Alpha Centauri.

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La jubilación anticipada y la Renta Mínima en un mundo automático.

Me preguntaban durante una conferencia sobre ‘el mundo que viene’, acerca de cómo veía yo mi propia jubilación y si consideraba que los que ahora tienen cerca de cuarenta tendrían ese tipo de pensión. La verdad es que en primer lugar debemos tener en cuenta que es y cómo se obtiene esa prestación y, sobretodo, a que podría responder en un futuro en el que la pirámide generacional se invierta definitivamente.

Me preguntaban durante una conferencia sobre ‘el mundo que viene’, acerca de cómo veía yo mi propia jubilación y si consideraba que los que ahora tienen cerca de cuarenta tendrían ese tipo de pensión. La verdad es que en primer lugar debemos tener en cuenta que es y cómo se obtiene esa prestación y, sobretodo, a que podría responder en un futuro en el que la pirámide generacional se invierta definitivamente.

Las pensiones por jubilación no son un cobro que se recibe en base a la cotización a lo largo de una vida. Nadie paga durante su vida laboral una cantidad que se guarda en algún lugar a fin de que en el futuro se le compense con ello. No, nuestro modelo es de tipo solidario. Lo que pagas en ese concepto no es para ti, se destina a quienes en ese momento está jubilado y cuando tu lo estés dependerás de los que trabajen en ese momento. Por otro lado la jubilación no es más que un complemento. No se crearon para compensar totalmente la falta de ingresos en una determinada edad sino que se planteó en su día como una ayuda a la disposición económica de cada uno. Además, por si fuera poco, se crearon cuando la esperanza de vida era inferior a la edad de jubilación propia.

A quienes me preguntaron les respondí que no se preocupen por su pensión. Todos tendremos pero tal vez no se estructurará como ahora lo conocemos. En apenas dos décadas el mundo que ahora conocemos será prácticamente irreconocible. La automatización del modelo productivo y la incorporación de la robótica y la inteligencia artificial barrerá la jornada laboral de millones de personas. No digo que la vaya a eliminar, digo que la modificará irremediablemente. Menos horas haciendo lo que ahora consideramos ‘empleo’ y más tiempo haciendo cosas que ahora no consideramos ‘trabajo’.

Sueldos, servicios y prestaciones se irán difuminando. Tengo claro que la jubilación que a mi me toque vivir tendrá más condicionantes ‘en especies’ que en ‘cash’. La sociedad del bienestar se irá estructurando para ofrecer eso, bienestar. Dependerá de cómo se marque la hoja de ruta y de que la política abandone su maniqueísmo sobre la definición de que una Renta Mínima Universal sea de derechas o de izquierdas. Decisiones políticas como la que hoy mismo publican algunos medios sobre una hipotética Renta Mínima no ayudan mucho. La condición indispensable para que un país como España logre sufragar los casi 200.000 millones de euros que costaría una prestación como esa no saldrán de un crecimiento vinculado a los sectores de siempre y con los modelos de siempre. Lo intensivo de nuestro sistema económico es un problema grave.

Los países que tienen modelos híbridos, sucedáneos de rentas similares en prácticas piloto, parten de un cambio absoluto del concepto de ese contrato social llamado ‘trabajo’ y de cómo a cada impuesto creado hay un servicio eficiente. No se puede plantear un incremento de impuestos como única solución a esa prestación. Es suicida. Es compatible la reducción de impuestos y el incremento de ingresos. Eso ya ha sucedido en decenas de casos alrededor del mundo. Sin embargo ni es fácil ni rápido.

El ejemplo de que no hay trabajo para todos, ni lo habrá, y que muchas personas quedarán expulsadas de un cambio histórico en materia productiva, es que las jubilaciones se van anticipando inexorablemente. En España, el 45% de los jubilados del años pasado salieron del mercado laboral antes de la edad que tocaba. Nunca antes había pasado eso. Ya se puede imponer que la edad de jubilación sea otra, 67, 70 o 110, que la lógica pesa tanto que es plomo puro.

Técnicamente, la pensión por jubilación es un ejemplo de Renta Mínima. Se cobra independientemente de lo que hagas y de aspectos personales. Se cobra y ya está. No depende de nada más que de los presupuestos generales y se afecta en base a la disposición del país en ese momento y no de lo que has cotizado en la vida anterior. Eso es, a la práctica, una especie de renta mínima. Por eso, si atendemos a la tendencia, en lugar de esperar esa ‘paga’ cada vez más tarde, lo que sucederá será lo contrario. La recibiremos antes y cada vez en mayor dimensión si se hacen las cosas bien.

Eso debería de ser la lógica de un mundo que logrará producir lo mismo o más sin la necesidad de tanto trabajador. Un mundo eficiente y, por desgracia, dependiente a la vez. Economía circular procurando compartir recursos y bienes a la vez que los servicios se van transformando en derechos fundamentales. No digo que lo prefiera, digo que el mundo se dirige inexorable a un escenario similar a eso.

Y ahí surge el gran problema. De momento, que se sepa, lo único que se tiene preparado es un recorte de la prestación de manera periódica. En ningún caso se está previendo el motivo por el que cada vez hay más jubilados derivados del paro de larga duración. Se adelanta la jubilación debido a que es mejor una mala pensión que perder definitivamente la ayuda por desempleo. Un drama.

Nadie ha diseñado una hoja de ruta para enfrentarse a esto. Un problema bíblico que se nos viene encima. Sin, de verdad, estimular un modelo productivo no dependiente de sectores intensivos y que se vincule definitivamente al valor añadido nos vamos a hostiar de manera importante. No se trata de ofrecer discursos sobre el crecimiento y enorgullecerse de que el desempleo cae. Eso está bien inicialmente pero lo trascendente sería ver que ese crecimiento es comparativo con años muy malos y que, además, no se genera a partir de un modelo de crecimiento nutritivo y de garantías de futuro.

La renta mínima llegará pero como todo en esta vida va a haber rentas y rentas. En unos países se planteará como capacidad de consumo a una población sin ingresos pero en un entorno económico eficiente, competitivo, automatizado y de valor añadido donde los que sí trabajen sean realmente trabajadores necesarios. En otros países, por desgracia, sin una estrategia política clara y sin demagogia lírica, el debate se centra en subvencionar indiscriminadamente sin, para ello, modificar un sistema económico que se aguanta con sectores que en el futuro tendrán serios problemas para generar empleo de alto valor.

La Renta Mínima Universal llegará pero dependiendo de cómo se llegue a ella y de cómo se plantee en el proceso de hacerla sostenible en la próxima década, puede convertirse en una garantía de bienestar en un mundo cada vez menos laboral y más automatizado o, por el contrario, puede devenir una especie de jaula de voluntades y libertades. Seguramente, en el como se genere y estructure su fabricación, ahí estará la diferencia entre una Renta Mínina de derechas o de izquierdas.

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¿La 'Renta Mínima Universal' cómo respuesta a un mundo automático?

En el último Foro de Davos se planteó la creación de un salario mínimo garantizado para que la gente viva, porque el trabajo lo van a hacer las máquinas, y nosotros podremos dedicarnos a actividades creativas e innovadoras, o a viajar. José Luis Cordeiro, ingeniero mecánico por el MIT y profesor de la Singularity University de Silicon Valley asegura que ‘vamos a vivir un cambio mucho más trascendental que el que vivimos al transformarnos de simios en hombres, porque aquel salto fue de un 1% en nuestro genoma, y ahora va a ser muchísimo más grande. La relación entre los posthumanos y los humanos actuales será como la que nosotros tenemos con las hormigas’.

En el último Foro de Davos se planteó la creación de un salario mínimo garantizado para que la gente viva, porque el trabajo lo van a hacer las máquinas, y nosotros podremos dedicarnos a actividades creativas e innovadoras, o a viajar. José Luis Cordeiro, ingeniero mecánico por el MIT y profesor de la Singularity University de Silicon Valley asegura que ‘vamos a vivir un cambio mucho más trascendental que el que vivimos al transformarnos de simios en hombres, porque aquel salto fue de un 1% en nuestro genoma, y ahora va a ser muchísimo más grande. La relación entre los posthumanos y los humanos actuales será como la que nosotros tenemos con las hormigas’.

Muchas de las decisiones políticas provienen de la táctica, pocas con la estrategia. Es más fácil dar solución inmediata a problemas que se interpretan cercanos a procurar acciones que atiendan a problemas de un futuro aún lejano. Pero en muchas de esas predisposiciones de carácter táctico, casi sin saberlo, responden a algo mucho más sofisticado y complejo.

Como decía, a medida que esta década avance y nos adentremos en la siguiente, la fuerza laboral como la entendemos irá cambiando de manera rápida y radical. No habrá trabajo para todos, o por lo menos no lo habrá para ocupar tantas horas de tantas personas. Socialmente se irá instalando una necesidad de ocupar el tiempo y de compensar económicamente ese vacío. Algunas decisiones que de manera fugaz y anecdótica se van tomando y algunas ideas que se plantean en términos generales en organismos internacionales indican que, o bien por interpretación del futuro o bien por administración del problema que ya se vislumbra, se está abordando el asunto.

En Ontario, Canadá, se ha anunciado un plan de renta básica universal para todos sus ciudadanos. Se trata de un proyecto piloto en el que el gobierno de esta provincia canadiense ha implicado a sociólogos, investigadores, asociaciones, economistas y políticos. El objetivo es permitir que mientras que la economía de Ontario crece, las administraciones se comprometan a abordar un escenario donde la automatización y la tecnología va apartando a cada vez más personas de sus puestos laborales y, por derivación, de acceso a un salario. Uno de los planteamientos más interesantes del proyecto es el previsible aumento de impuestos directos y el crecimiento de servicios aportados por la administración. Esto mismo lo ha previsto Nueva Zelanda.

No es más que un primer esbozo de lo que pudiera ser el futuro. Un mundo donde trabajar sea un hecho puntual y creativo y dónde mucha gente no tendrá acceso a un trabajo remunerado por no ser eficiente o competitivo frente a la tecnología que le sustituyó. A cambio las empresas que utilicen estos mecanismos deberán pagar mucho más debido al ahorro en personal y esos réditos se derivarán a servicios que, con el tiempo, puedan convertirse en una especie de ‘derechos fundamentales’ de los humanos del futuro.

Otras ‘ideas’ que nuestros dirigentes han lanzado últimamente puede que respondan a la voluntad de ocupar titulares y columnas en los periódicos que van llenos de temas que no les agradan. Sin embargo muchas de ellas tienen el tono de una sociedad futura. Interpreto que ni lo saben, pero están hablando de soluciones a problemas que probablemente no tienen claro que vamos a tener. Hablan de propuestas que llegan del futuro aunque lo empaqueten con asuntos del presente.

La Generalitat de Catalunya prepara una reforma horaria. Se trata de imponer por ley que los trabajadores no salgan de su trabajo después de las seis de la tarde. Se busca una especie de jornada labora semi intensiva muy parecida a la que vivimos en países como Irlanda, Reino Unido u otros. Probablemente sea uno de los pasos invisibles para la reducción de la jornada laboral y la ampliación del tiempo ‘libre’. En los países escandinavos, especialmente Finlandia, se empezó así. El resultado técnico es una jornada que puede establecerse en menos de seis horas diarias. El modelo de la jornada intensiva se suele modificar por la jornada por resultados. Entras a la hora que quieres y sales cuando has finalizado lo que tenías que hacer ese día o adelantas el de otro. De facto, esta es la mayor revolución laboral que podemos esperar. Los más eficientes trabajarán menos horas pero serán más productivos. El resto dará paso a un software o a un robot.

En el caso de Catalunya ahora vendrán las discusiones entre agentes políticos, entre intereses de patronales y sindicatos. Si no lo hacen bien el tiempo les pasará por encima. Al final es cuestión de lógica. Las leyes pueden aprobarse en el momento que estimen sus señorías pero la historia y la sociedad que la va conformando tienen su propio ritmo que, en ocasiones, es mucho más rápido que el ‘tempo legislativo’. 

Y por si fuera poco, se especula sobre la opción de que el BCE regale 1.300 euros a cada ciudadano de la UE a fin de reactivar la inflación. Obviamente esta es una idea que va directamente a la política económica y, en principio, no tiene nada que ver con lo que hemos comentado antes. Sin embargo tiene puntos de coincidencia: dar dinero por nada. Ofrecer una renta, una subvención, una ayuda, cash o lo que sea a todos los ciudadanos sin que por ello hayan hecho nada previamente. Sólo existir y vivir en una zona determinada.

Esta idea surge de los expertos del banco sueco Nordea Bank. No es casualidad que sea escandinavo. Ahora bien, esto se debe tomar con pinzas. El BCE ya dijo hace un par de semanas que esto de regalar dinero no va con ellos. ¡Faltaría más! No obstante Peter Praet, el economista jefe del Banco Central Europeo dijo que esta era una opción factible en política monetaria ya que, de hecho, ya se han gastado miles de millones en programas de compra y no han tenido efecto pues el dinero no ha llegado a las personas. Hay quien asegura que esto va a pasar. Jan Von Gerich del Nordea Bank dijo que ‘si retrocedemos un par de años veremos que el programa de compra de bonos soberanos parecía imposible para el BCE y se hizo’.

Por calcular el dispendio hablamos de 444.000 millones de euros. Esa sería a la larga la capacidad económica de Europa para una ‘renta mínima universal puntual’. Un ejercicio que de momento está en las hojas de cálculo de algunos, que se empieza a debatir y que, con matices en cada caso, todas van en una dirección: un mundo sin empleo, con renta mínima y dependiente de Estados, servicios públicos, con altos impuestos y la automatización y robotización de todo.

No obstante no puedo dejar de pensar en el hecho de que cuando hablamos de todo esto nos olvidamos de medio planeta. No se debe olvidar que todavía coexisten dos mundos: uno que piensa en rentas mínimas y otro que celebra seguir vivo cada mañana a pesar de ser un infierno cotidiano su propia existencia. 

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