El futuro de las pensiones y la 'mochila austríaca'

Para garantizar las pensiones en un país como España, la tasa de desempleo no debería estar por encima del 6 por ciento en los próximos años, de lo contrario, será difícil de sostener con el modelo actual. Ese es el gran desafío. La cosa es que España roza los 19 millones de personas inactivas. Normalmente los datos de la Encuesta de Población Activa sólo se centra en parados y ocupados y obvia ese otro grupo social. El asunto es relevante, porque de los primeros dependen los ingresos por cotizaciones que pagan las pensiones. Y porque los segundos no aportan fondos al sistema, al no estar ocupados ni buscando empleo. Entre ellos, están los jubilados concretamente.

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El envejecimiento de la población, el consecuente incremento de los inactivos y el descenso de la población activa plantea una problemática que nos lleva a la tormenta perfecta de la desgana. Hemos pasado por momentos malos, pero eran coyunturales aunque fueran de largo recorrido. Ahora, por el contrario, el problema es técnico, estructural y de tendencia demográfica y tecnológica, no sólo económica. Pocos se dan cuenta que el sistema económico y el modelo de crecimiento español fabrica inactivos y reduce paulatinamente la tasa de actividad.

Recordemos que la ‘tasa de actividad’ es un índice que mide el nivel de actividad en el empleo de un país. Se calcula como el cociente entre la población activa y la población en edad de trabajar. Es una variable pocas veces nombrada pero muy importante en el crecimiento económico a largo plazo de un país, y tiene igual o mayor importancia que la productividad de éste. El propio FMI ya nos ha avisado que, de seguir este ritmo, la tasa de actividad caerá por debajo del 50%. De hecho, en ocasiones hemos rozado el 57%, una cifra propia de países en vías de desarrollo. El mismo FMI advierte de que el envejecimiento de la población mermará de forma considerable la tasa de participación en el mercado laboral.

Es desesperante contemplar que van pasando los días y los años y que el plan para afrontar ese riesgo no es más que un conjunto de improvisaciones que asustan. Para llegar a un casi pleno empleo en un país como España, el modelo de crecimiento debe cambiar de un modo radical. Nuestra economía cíclica y de escasa complejidad es un abismo a diez minutos vista. Seguimos sin crecer en lo que hay que crecer. En innovación y preparación tecnológica. Ya no sólo es cuestión de ofrecer un espacio de desarrollo y crecimiento personal a quienes quieren afrontar el futuro con cierta garantías. Ahora también está en juego el modelo de pensiones y el modo en el que se va a sustentar. 

En pocos años, España ha caído cinco puestos en el ranking de los países más innovadores del planeta. Así lo estima el Foro Económico Mundial. Nos adelantan por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo. Atraemos talento y capital riesgo pero se rentabiliza muy mal. Te lees el informe en cuestión y te entran ganas de llorar. Seguimos siendo una potencia económica, cierto, pero persisten un enorme paro y un desequilibrio en el poder adquisitivo que desemboca en la creación de una nueva clase social llamada la del «asalariado pobre», un grupo gigantesco de personas que ansían llegar a ser algún día, por lo menos, mileuristas.

¿Dónde está el muro que impide esa innovación? Según el Foro Económico Mundial la culpa es de la ineficiencia burocrática, las tasas impositivas perjudiciales, las regulaciones laborales que lo complican todo, la incapacidad de conectar empresas y universidades y, en palabras del propio editor del informe, la nula capacidad del gobierno de fomentar la innovación. Veremos si esto cambia ahora.

La transformación digital es relevante. Tiene que ser algo más que un claim que aparece en la página web de cualquier empresa. Debe ser mucho más que un «plan» de centenares de páginas sujeto a presupuestos modestos que no se llevan a cabo por falta de fases previas formativas. El 80 por ciento de las pymes españolas desconocen la diferencia que existe entre «digitalizarse» y «transformarse digitalmente». Apenas un 25 por ciento de esas mismas compañías apostó por formar a sus trabajadores en competencias digitales, lo que demuestra que, aunque hubiera un plan, de momento hay poca predisposición a aprovecharlo. 

Te estarás preguntando qué tiene que ver todo esto con las pensiones. Tiene todo que ver. Las pensiones están en juego. Todo un modelo de convivencia también. Bajo mi punto de vista, el debate acerca de la creación de puestos de trabajo que ahora no existen y que puedan ser capaces de cubrir la destrucción de otros, que la robotización y la inteligencia artificial provoquen, es maniqueo. Hay países que avanzan en esa línea. Son países que ya lo han hecho antes y tienen muy claro el método, que nunca apuestan por la economía estacional o cíclica, que producen bajo conceptos de eficiencia, de conexión entre universidades y empresas y donde el estímulo público se basa en potenciar sectores capaces de exportar cualquier nuevo producto. El modelo es Alemania, que en los últimos años ha destruido más de 600.000 puestos de trabajo que fueron sustituidos por máquinas, mientras creaba 900.000 empleos en espacios de valor añadido que antes no podían ni plantearse. 

El análisis sobre todo esto, es tremendamente interesante. De hecho, está claro, bajo mi perspectiva, que vamos a tener que cambiar algunos conceptos que no hemos modificado nunca, y eso, evidentemente, va a ser muy complejo. Son tres conceptos claros: el significado del contrato social llamado ‘trabajo’; el modelo impositivo actual que hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, que reduce peligrosamente la composición de la llamada clase media; y, también, el valor educativo de nuestro sistema actual. 

Como decía, a medida que esta década termine y nos adentremos en la siguiente, no habrá trabajo para todos, o por lo menos no lo habrá para ocupar tantas horas de tantas personas. Socialmente se irá instalando una necesidad de ocupar el tiempo y de compensar económicamente ese vacío. El Banco de España estima que el ratio entre la población que recibirá prestaciones de jubilación (mayores de 66 años) y la población en edad de trabajar (16-66 años) se duplicará entre 2020 y 2050, con el consiguiente aumento del gasto público en pensiones, sanidad y cuidados de larga duración. Sólo hay una solución, dicen: alargar la edad final de jubilación, favoreciendo la permanencia en el empleo de trabajadores de mayor edad con medidas que flexibilicen sus transiciones entre puestos de trabajo y no sus transiciones hacia la inactividad. 

El problema es que cuando el trabajo exigible sea menos, cuando el reparto deba establecerse en jornadas de menor duración y plataformas económicas que sujeten automáticamente la riqueza y ésta se reparta de un modo muy distinto, la jubilación, como la entendemos, no tendrá sentido ni será sostenible. El trabajo va a ser distinto, incluso nos costará llamarlo así. Trabajaremos menos tiempo al día y durante menos años en nuestra vida. 

Hoy ya no trabajamos como antes. Lo hacemos en otros lugares, de otros modos, con otras obligaciones y otras relaciones. Eso seguirá mutando, y cada vez más rápido. Suiza se preguntó en un referendum si querían una renta básica universal, pero no se preguntaron sobre la futura Suiza sin empleo, sin un empleo como el actual. Esa pregunta es mucho más compleja y tienen un problema previo: ¿como vamos a garantizar las pensiones en un mundo donde cada vez trabaje menos gente?

Y en eso que el Banco de España propuso en su informe anual hace unos días, volver a debatir sobre la famosa ‘mochila austriaca’. Una propuesta general se resume de forma sencilla:

  1. Cada mes, la empresa deposita una pequeña cantidad (tres, seis, ocho días por año trabajado) en un fondo individual de ahorro a nombre de su trabajador

  2. En caso de despido, parte de la indemnización que corresponde al trabajador se saca de ese fondo.

  3. Si el trabajador es despedido, puede tirar de ese fondo. Y lo mismo en otras circunstancias, como si cambia de trabajo a otra provincia o lo quiere destinar a formación.

  4. Si el trabajador cambia de trabajo, su mochila le acompaña. Y si llega a la jubilación y no la ha gastado, puede servir de complemento a su pensión.

Desde mi punto de vista no es un mal esquema. Aunque comparar es complicado, la tasa de paro en Austria, (un país con un peso del sector turístico similar al de España) sigue por debajo del 6% incluso después de la crisis sanitaria. Algo tendrá que ver. La mochila austriaca ayudaría, dice el Banco de España a hacer más eficiente la economía española y se podría implantar aprovechando el dinero de los fondos europeos, según recoge en su informe anual el regulador lo que propone es que se utilice dinero europeo para mitigar parcialmente el sobre coste que tendrían que sufragar las empresas a la hora de poner en marcha esa mochila austriaca. 

¿Cuánto es ese coste? Pues según cálculos que ha hecho el Banco de España, el coste de aplicar esta medida sería de unos 8000 millones. Durante cuatro años, según una simulación que incorpora en su informe anual, son unos 2000 millones al año durante cuatro años, que es lo que costaría esa transición del actual modelo de despido a uno nuevo con la mochila austriaca, en el que el coste de despedir sería menor, a cambio de que la empresa financie un fondo individual a nombre de cada trabajador.

Además, el Banco de España propone poner en marcha un sistema ‘bonus malos’ en el que las empresas que despidan menos, paguen menos y en el que las compañías que despidan más, sean penalizadas. Pero lo fundamental es que lo que pone sobre la mesa el regulador es esa idea de utilizar dinero europeo para costear parte de la transición del actual modelo de indemnización por despido a uno nuevo basado en la mochila austriaca.

Tal vez pienses que ese modelo no te gusta o es imposible de adoptar en España o en cualquier país de Latinoamérica por ejemplo. Todo puede ser, pero coincidirás conmigo que algo hay que hacer. El sistema público de pensiones, por mucho que se insista, no está tan garantizado a 10 o 20 años. Sobretodo por lo que tiene que ver con la estructura económica actual de nuestro país.

Pero si ya es preocupante para lo que significa laboral y socialmente, este seguro descenso de la tasa de actividad, lo peor estaría por llegar en el ámbito de la productividad. Un descenso de la tasa de actividad de 5,5 puntos como el que el FMI proyecta, se traduce en un recorte de la producción de tres puntos porcentuales en una economía desarrollada. En España no hay manera de crear empleo creciendo por debajo del 2,4%. Haz las cuentas. Las pensiones no peligran como tal pero si, tal y como las entendemos ahora.

¿Cómo lo solucionamos? Pues con algo que tiene que ver, como he dicho otras veces, con modificar el modelo productivo. Algo que no trata solo de robots y digitalización porque lo dice un plan europeo, hay que prepararlo todo para que sean efectivos, productivos y complementarios al sistema que tengamos. Hasta ahora estábamos en el anden de la modernidad, esperando un tren que ya había pasado. La crisis sanitaria, los fondos europeos y la necesidad de salir de esta, todos los europeos juntos, nos trae una nueva reserva para ese tren del futuro. Espero que ahora, no nos gastemos el dinero antes de comprar el billete y podamos disfrutar del trayecto de una vez. El tren ya ha anunciado su salida. Queda poco.

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