Smart Cities: cambiar el verbo ‘crecer’ por ‘optimizar’.

Barcelona necesita reactivar su importancia global en materia económica y de vanguardia tecnológica, sustituir los titulares internacionales que hablan exclusivamente de política y conflictos, por otros que vuelvan a hablar de la capital catalana como epicentro de progreso y modernidad. De ahí la importancia de un evento como el Smart City Expo World Congress que se celebra desde ayer en el Gran Via Venue. Un evento de referencia mundial que, por otro lado, se enmarca en una de las áreas más relevantes de la Industria 4.0 y sus implicaciones sociales.

En este ámbito del debate sobre el papel de las ciudades en el futuro y de las implicaciones tecnológicas que se derivarán, hace dos semanas ofrecí una conferencia en Bogotá para la principal energética colombiana, Grupo Energía Bogotá, en la que se me pidió que expusiera acerca de las implicaciones tecnológicas y socioeconómicas en una ciudad inteligente. Desde mi punto de vista se suele llamar ciudad inteligente de un modo demasiado ligero a aquellas urbes que han incorporado tecnología digital en mayor o menor medida, básicamente IoT y sensores de todo tipo. Algo que no es suficiente y que, en muchos casos, deja en evidencia que la definición de lo que es una 'smart city' no está claro del todo.

El futuro son las ciudades. Casi serán ciudades estado. Algo que va intuyéndose. La importancia de cuanto ofrecerán muy pronto debe sujetarse en la sostenibilidad y en la humanización pendiente. No podemos hablar de ciudades inteligentes cuando paseando por el centro apenas puedes mantener una conversación sino es gritando. No podemos hablar de ciudad inteligente cuando respirar se convierte en un elemento de riesgo para tu salud. No podemos hablar de ciudad inteligente cuando desconoces que hace tu municipio por ti ni que datos gestiona de ti. No podemos hablar de ciudad inteligente cuando se estimula el vehículo privado o cuando el uso compartido no se premia. Queda mucho por hacer, pero sobretodo, en el ámbito de las ciudades inteligentes, lo que queda es dejarse de titulares, trípticos, autoproclamaciones y falta mucho trabajo, convencimiento y políticas creíbles.

No hablamos de dar acceso libre a internet en toda la ciudad, ni que sepamos en cualquier momento donde está el autobús que esperamos. Eso es digitalizar una ciudad, no necesariamente hacerla inteligente. Las ‘smart cities’ son  mucho más. No hay límite. Adquiere datos de todo cuanto sucede, se convierte en un espacio eficiente energéticamente, permite a sus ciudadanos acceder a la información y a poder operar con ella, se les ofrecen servicios en lugar de productos vinculados a la salud, la movilidad, la educación, etc.

Es un conglomerado de tecnologías sin límites para adquirir un fondo de convivencia inteligente y no convertirse en una especie de escaparate digital. Las ciudades inteligentes tienen que ver con la eficiencia. El futuro será eficiente o no será. El crecimiento sostenible es imprescindible. Las generaciones que poco a poco ocupan espacios relevantes en consumo, dirección o gestión son cada vez más exigentes en este sentido. El verbo ‘crecer’ dará paso al ‘optimizar’. Esa es la clave. Los modelos de negocio que obvien esa máxima no serán rentables porque la sociedad los rechazará.

Y en eso que todos se nominan como Smart City. Las hay por todas partes pero no lo son. Ni se acercan. En España menos incluso. Un nuevo informe del Bank of America Merrill Lynch sitúa a Singapur, Londres, Nueva York, París y Tokio como las ciudades más inteligentes del mundo y no sitúa a ninguna ciudad española entre las 20 primeras. Es curioso descubrirlo ya que, si por los titulares con los que nos bombardean habitualmente decenas de ciudades de nuestro país, parecería que deberíamos de estar liderando ese ranking. Y es que en esto de las ciudades inteligentes hay más literatura política que acción estratégicamente técnica.

Dicen que el 86% de las ciudades españolas con más de 200.000 habitantes tienen una estrategia de ciudad 4.0 pero sólo han invertido entre 20 y 40 millones de euros en este fin en los últimos cuatro años, básicamente 20 veces menos que Francia, 50 veces menos que Reino Unido o 100 veces menos que Singapur. Puedes tener un plan pero si no lo sustentas con presupuesto es como tener una tía en Granada, que ni tienes tía ni tienes nada.

El grado de avance de las ciudades 4.0 en España es realmente bajo, por lo que es prioritario incrementar las inversiones para afrontar con éxito los retos que impone el actual desarrollo social. Las cinco ciudades españolas que más han trabajado para convertirse en ciudades 4.0 son Barcelona, Santander, Madrid, Valencia y Málaga pero con un volumen de inversión muy inferior a la de nuestros vecinos o competidores internacionales. Y es importante por los recursos que puede generar. Recordemos que una ciudad inteligente lo es para mejorar la vida de sus ciudadanos, pero también para facilitar la vida de quienes la visitan.

El término smart city se ha convertido en una especie de mantra electoral, publicitario, una etiqueta y un mercado. Demasiado producto empaquetado sobre lo que necesita una ciudad. Se asume que todas las ciudades necesitan un tipo de iluminación inteligente o un servicio en la nube estandarizado. Y en realidad, precisamente, una ciudad inteligente no precisa nada precocinado, el plan es global pero desde un punto de vista absolutamente local. El problema de las ‘smart cities’ es que están de moda como concepto pero no está claro en muchos ámbitos políticos y de decision el significado exacto y transversal que se le supone.

Y si algo define a una ciudad inteligente es la masiva gestión de datos. El potencial de los datos es formidable. Sin embargo solemos equivocarnos en lo que suponen. Los datos, por si mismos no son mucho. Adquieren importancia en el modo en el que son utilizados. De hecho caducan rápido y sólo son interesantes si se comparten de un modo eficiente y sin contemplaciones. De ahí el problema. Requiere un modo nuevo de pensar y de gestionar, colaborando, generando ecosistemas y nuevos negocios. Muchos datos en manos de pocos no permiten extraer todas sus virtudes y nos deja en la intemperie de sus defectos. No todas las ciudades autodenominadas inteligentes son ciudades abiertas. Y la apertura es indispensable para ser inteligente. El open data es un requisito ‘sine qua non’ y, repito, no es una práctica generalizada entre esas hipotéticas Smart cities. De ahí que no sean todas las que están aunque sí estén todas las que son. 

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