La Unión Europea y el déjà vu de Roma: señales de un imperio en declive

La comparación entre la Unión Europea y el Imperio romano es tentadora y arriesgada. La UE no conquista territorios; conquista estándares y cláusulas. Es un imperio regulatorio, un poder normativo que extiende su influencia a través de mercados, jurisprudencia y acuerdos. Sin embargo, el déjà vu romano aparece en síntomas que recuerdan a una civilización madura enfrentada a su propio peso.

Primero, la demografía. Europa envejece y reduce su base laboral mientras mantiene un estado de bienestar exigente. La migración podría ser un bálsamo, pero sin consenso sobre reglas de entrada, integración y reparto de cargas, se convierte en un foco de fricción política. Roma también recurrió a nuevas poblaciones; el problema no fue su llegada, sino la falta de mecanismos estables para incorporarlas al proyecto común.

Segundo, las fronteras. Schengen eliminó aduanas internas pero multiplicó la presión en el perímetro. La externalización del control migratorio a socios vecinos recuerda a los foederati: aliados útiles que, sin embargo, exponen vulnerabilidades cuando cambian las lealtades o los incentivos. La seguridad se vuelve negociable y, por tanto, frágil.

Tercero, la defensa. La UE ha cultivado un poder “civil” mientras delega la disuasión dura en la OTAN y, en la práctica, en Estados Unidos. El resultado es un mosaico de ejércitos, contratos y doctrinas que dificulta la autonomía estratégica. Roma, en su fase tardía, también confió cada vez más en tropas federadas: eficaces en el corto plazo, costosas para la soberanía.

Cuarto, la economía política del euro. Una moneda sin un Tesoro común obliga a improvisar en cada crisis. La disciplina fiscal y el salvavidas del banco central conviven en una tensión permanente que acentúa las divergencias entre centro y periferia. A la vez, la competencia geoeconómica exige política industrial, energía asequible y velocidad regulatoria; Europa destaca en reglas, no tanto en ejecución.

Quinto, la gobernanza. El requisito de unanimidad en asuntos clave otorga poder de veto a piezas pequeñas del tablero, generando parálisis selectiva. Los romanos lo llamaban “cursus honorum”; hoy lo llamaríamos exceso de procedimientos. Cuando la forma devora el fondo, la política llega tarde.

Sexto, la identidad. Un imperio es, ante todo, una narración compartida. La UE osciló entre “ampliar” y “profundizar” y terminó con círculos concéntricos de pertenencia. El ciudadano percibe derechos desiguales y ritmos asimétricos, caldo de cultivo para partidos que prometen soberanías fáciles.

Y, sin embargo, declive no es destino. Roma se reinventó varias veces antes del colapso occidental. Para Europa, las claves de una renovatio serían claras: mayoría cualificada en política exterior, un instrumento fiscal anticíclico permanente, una unión energética que premie inversión y resiliencia, una base industrial orientada a misiones, y una defensa creíble que complemente a la OTAN sin duplicarla. A eso habría que sumar un pacto demográfico y educativo capaz de convertir diversidad en ventaja. Si la UE logra pasar de imperio de normas a comunidad de propósito, el déjà vu de Roma será advertencia y no epitafio.

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